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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Paz

Desatar un proceso Constituyente para la Paz, la Justicia y la Vida

Colombia se encuentra ante una encrucijada histórica. A pesar de los esfuerzos por construir paz y justicia, la estructura del Estado sigue marcada por las profundas grietas de un modelo económico y político agotado. El neoliberalismo impuesto desde la década de 1990 ha erosionado los derechos sociales, debilitado lo público y ampliado la brecha entre los privilegios de unos pocos y las carencias de las mayorías. El país necesita un nuevo pacto fundacional que abra las puertas a una transformación profunda, democrática y sostenible. Un proceso constituyente que renueve el contrato social y político de la nación.

Este proceso no debe reducirse a una simple convocatoria electoral para elegir unos dignatarios encargados de redactar una nueva carta magna. Estamos muy afectados como proyecto de país para creer que con la elección de unas cuantas personas que se reunirán con sus asesores a puerta cerrada, imponiendo mayorías, saldremos de la crisis de violencias, inseguridad y pérdida de legitimidad del Estado. De allí la importancia de prepararnos con seriedad y compromiso para desatar un proceso con tiempos holgados, metodologías novedosas y una amplia participación ciudadana.

 

Un proceso de carácter político y pedagógico que parta desde los territorios, con un esfuerzo comunicativo generoso que le hable a todos los sectores sociales, que escuche y conecte con sus realidades, dolores y esperanzas. Debe ser un proceso participativo que fortalezca la descentralización, el poder de decisión de la ciudadanía, el reconocimiento de la diversidad y la soberanía territorial. Un camino que permita redefinir el ordenamiento del país alrededor del agua, como elemento vital y estructurador de un nuevo modelo de desarrollo y convivencia.

No se trata de una varita mágica que automáticamente nos conduzca al país de las maravillas. Ningún proceso constituyente es una solución instantánea. Pero sí puede abrir un nuevo escenario de acuerdo nacional para hacer posible la vida con dignidad, justicia y seguridad para todos y todas. Un escenario donde las decisiones fundamentales sean dictadas por el bienestar colectivo, los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental.

Un nuevo proceso constituyente, democrático y popular, debe desembocar en una Asamblea Nacional capaz de generar un gran pacto de paz que no se limite al silenciamiento de los fusiles, sino que se extienda a la transformación de las causas estructurales de la violencia. La justicia debe ocupar un lugar central en esta transformación. La paz y la convivencia se garantizan con el acceso a la justicia para las víctimas, la independencia judicial, el castigo efectivo a los corruptos, y un sistema de justicia al servicio de la equidad y la verdad.

La seguridad también debe repensarse. No como una doctrina de control social o represión, sino como una seguridad para la vida, basada en la protección de las comunidades, el respeto a los derechos humanos, la prevención de violencias y la emergencia del Estado integral y civil en los territorios. La vida debe ser sagrada, no solo protegida por las leyes, sino garantizada en las condiciones materiales que permitan vivir sin miedo, sin hambre y sin despojo.

La superación del modelo neoliberal es una condición ineludible. Debemos poner fin a la mercantilización de los derechos, recuperar lo público, revalorizar el trabajo y garantizar una economía al servicio de la vida y no del lucro. Esto implica construir un sistema económico mixto y solidario, con soberanía alimentaria, justicia tributaria, distribución de la tierra y fortalecimiento del Estado social de derecho.

Asimismo, el Proceso Constituyente debe condenar explícitamente al narcotráfico y al lavado de activos, como compromisos vinculantes para desmontar los engranajes financieros, políticos y militares que han hecho del crimen organizado un actor con poder real en los territorios. La legalización y regulación de las drogas debe ser parte del debate, en sintonía con la evidencia internacional que demuestra el fracaso de la guerra contra las drogas.

Igualmente urgente es avanzar hacia una economía post-extractivista. La dependencia de los hidrocarburos y la minería a gran escala ha causado despojo, desplazamiento, contaminación y destrucción ambiental irreversible. En un contexto de crisis climática global, Colombia debe apostar por una transición energética justa, diversificada, basada en energías limpias y en la protección de los ecosistemas estratégicos.

El Proceso Constituyente no es una aventura populista ni un salto al vacío. Es una necesidad histórica que debe surgir del clamor de los pueblos, de las organizaciones sociales, de las víctimas de la guerra y de una ciudadanía cansada de promesas incumplidas. ¿Se imaginan un proceso nacido de Asambleas Municipales de Constituyentes Primarios, que recoja el sentir local y lo haga llegar a escenarios regionales, para desembocar en un gran escenario de deliberación y concertación constituyente nacional?

Desatar este proceso es apostar por una paz duradera, una democracia real, y una Colombia distinta. Ha llegado la hora de construir un nuevo horizonte de país, donde la vida, la justicia, la seguridad y la dignidad estén en el centro del poder. No hacerlo sería seguir administrando la catástrofe. El momento de avanzar es ahora.

Luis Emil Sanabria D.

Un silencio que hiere la esperanza de la paz

El actual gobierno ha dado pasos significativos para sentar las bases de una paz duradera en Colombia. La Reforma Rural Integral, presentada como columna vertebral del Acuerdo de Paz con las FARC, ha sido retomada con voluntad política, comenzando a saldar la histórica deuda con el campo colombiano. La aprobación del acto legislativo que crea el Sistema Nacional de Participación en donde se reconoce la participación ciudadana como un derecho esencial para transformar el Estado desde abajo. A ello se suman los diálogos con el ELN, que avanzaron en una serie de importantes preacuerdos y cuyo proceso debe retomarse; la instalación de mesas de diálogo con otros actores armados.

También es importante destacar los avances en las zonas PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial), donde se han materializado algunos proyectos de inversión pública que comienzan a cerrar brechas históricas en infraestructura, agua potable, conectividad, vías terciarias, educación y desarrollo económico. Estas inversiones no solo atienden necesidades urgentes, sino que representan un acto de dignificación y presencia del Estado en territorios marcados por décadas de olvido, exclusión y violencia.

 

Sin embargo, estos logros, que deben ser reconocidos y defendidos, corren el riesgo de perder fuerza y legitimidad si no se acompañan de una estrategia coherente, activa y territorialmente situada para enfrentar los desafíos actuales. En ese contexto, el silencio y la inacción de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz frente a hechos como el atentado contra el senador Miguel Uribe, los ataques terroristas en el Cauca y Valle, las masacres y los asesinatos de líderes y lideresas es doloroso, preocupante e injustificable.

No se trata únicamente de un silencio comunicativo, sino de la evidencia de una ausencia de estrategia clara para implementar de manera efectiva la Paz Total. Este valioso concepto, que plantea una paz integral, territorial, social y ambiental, exige un enfoque holístico que incluya la escucha activa a las comunidades, una presencia estatal protectora, coordinada y permanente en los territorios, y la participación vinculante de los sectores sociales.

A esto se suma una falla estructural grave, se trata de la ausencia de un marco jurídico sólido que permita negociar con los grupos armados herederos del paramilitarismo, que hoy ejercen control armado, extorsión y desplazamiento en muchas regiones del país. Esta falta de claridad legal alimenta la confusión sobre los alcances y límites del proceso de paz, deslegitima la acción del Estado y deja a muchas comunidades expuestas a ambigüedades operativas y nuevas formas de impunidad.

No hay participación sin garantías, ni democracia real en medio del miedo. La seguridad no se reduce a la militarización, es también la posibilidad de ejercer derechos sin amenazas, de hacer efectivo el poder que reside exclusivamente en el pueblo sin ser asesinado, desplazado o silenciado. Proteger la vida y el liderazgo social es una responsabilidad estatal ineludible. En ese sentido, los delitos de lesa humanidad y las infracciones al Derecho Internacional Humanitario no pueden seguirse viendo como simples «dificultades operativas». Son delitos que deben ser enfrentados con contundencia, articulación interinstitucional y justicia.

Hoy, cuando la polarización política se agudiza y los sectores armados ilegales escalan su poder de destrucción, la paz no puede seguir siendo una consigna vacía. No basta con sentarse a negociar con quienes tienen fusiles -elemento fundamental en el entramado de la paz-; hay que construir legitimidad a todos los niveles, con quienes tienen palabra, arraigo, memoria y propuesta. Sin una participación amplia y activa de la sociedad en los procesos de paz, se dificultará aún más la transformación estructural y el logro de garantías de no repetición.

Es hora de que la sociedad civil fortalezca su proceso de coordinación, se escuche y actúe con fuerza moral. Desde todas sus expresiones sociales, políticas y económicas debe alzarse una exigencia unificada por el cese del terrorismo, el secuestro, la extorsión, las masacres, el reclutamiento forzado, las desapariciones, los asesinatos, el desplazamiento y el confinamiento. No es momento de resignación; es hora de movilizarse por la vida.

Por eso duele tanto el silencio e inacción. Porque no solo calla ante los crímenes, sino que debilita la promesa de una paz con todos y para todos. La Oficina del Comisionado de Paz debería estar propiciando un proceso pedagógico, político y participativo que concite la coordinación de iniciativas desde los territorios, impulse acuerdos sociales de base, y convoque a un verdadero Acuerdo Nacional.

En estos tiempos de incertidumbre, la paz se construye con coraje, inclusión, coherencia y seguridad para la vida. Urge que quienes tienen la responsabilidad institucional escuchen, dialoguen y actúen con altura ética. Porque si la esperanza en la paz se extingue, lo que vendrá no será solo más violencia, sino la consolidación de la indiferencia como norma de gobierno, y esa, sería la peor derrota de todas.

Luis Emil Sanabria

Una re-evolución ética y social, para la paz

Colombia ha oscilado entre el conflicto armado y los esfuerzos de reconciliación, pero la paz aún no es una realidad. Se ha confundido con el silencio de los fusiles, las desmovilizaciones o con pactos parciales entre el Estado y algunos grupos armados. Esta visión reducida ha impedido avanzar hacia una paz duradera y verdadera, con compromisos amplios y sostenidos de todos los sectores sociales, políticos y económicos para renunciar a privilegios y redistribuir el poder, el bienestar y el territorio.

La paz requiere un enfoque estructural y multidimensional. No es suficiente detener momentáneamente la violencia armada si persiste la injusticia social, el despojo territorial, la exclusión política, el racismo sistémico, el patriarcado, la corrupción y el deterioro ambiental. Se necesita reconstruir el proyecto de nación con base en el poder ciudadano constituyente, la dignidad humana, la sostenibilidad ambiental y el reconocimiento de la diversidad cultural y étnica.

 

Construir la paz exige hacer realidad los pilares de verdad, justicia, reparación integral y garantías de no repetición. Las víctimas del conflicto deben estar en el centro de la construcción de memoria y no ser tratadas como símbolos silenciosos. El Estado debe fortalecer el Sistema de Reparación y cumplir efectivamente sus compromisos. La paz no se puede construir desde la exclusión ni desde el olvido.

Es imperativo seguir avanzando en la negociación inclusiva y multilateral con todos los actores armados, entre ellos el ELN, las disidencias de las FARC, las estructuras paramilitares y los grupos urbanos y rurales que ejercen control territorial. La persistencia de economías ilegales y de redes criminales que cooptan gobiernos locales constituye un obstáculo de gran magnitud. Sin una voluntad firme y colectiva de la sociedad para desmantelar estas estructuras, la paz seguirá siendo difícil de alcanzar.

Es necesario desmontar las políticas económicas que ha alimentado el conflicto. El neoliberalismo privatizador y extractivista ha promovido la acumulación de riqueza en pocas manos, la destrucción ambiental, el despojo y la precarización laboral. La paz requiere una reforma agraria integral, soberanía alimentaria, empleo digno, ética en los medios de comunicación, acceso universal a derechos y una transición hacia una economía solidaria, feminista y ecológica.

En lo político, Colombia necesita una democracia radicalmente distinta. La participación debe dejar de ser decorativa y convertirse en un ejercicio real de poder ciudadano. Se requiere descentralización efectiva, reforma política profunda y mecanismos de control social vinculantes. La democracia debe estar al servicio de la paz y no del clientelismo ni de las élites perpetuadas en el poder.

Un eje central de la paz es la seguridad basada en la protección de la vida. La violencia contra líderes sociales, firmantes de paz y comunidades organizadas continúa y se ha sofisticado. Es necesario reemplazar la lógica del enemigo interno por una política de seguridad humana, centrada en la prevención, el respeto de los derechos y los acuerdos humanitarios en los territorios.

Las organizaciones ciudadanas deben construir agendas comunes y coordinarse en todos los niveles. La articulación social es fundamental para ejercer presión sobre el Estado, los grupos armados y los auspiciadores de la violencia, y garantizar que la paz no se quede en discursos ni en promesas incumplidas.

La paz debe ser territorial, construida desde abajo, con autonomía y diálogo intercultural. Las necesidades son distintas en cada región, y por tanto, la planeación y presupuestación participativa, así como los programas de sustitución de cultivos de uso ilícito, deben fortalecerse y adaptarse a las realidades locales. La paz debe asumirse como política integral de Estado, con coordinación entre los niveles nacional, departamental y local, y con la participación activa de todos los poderes públicos.

Por último, es fundamental insistir en una cultura de paz, más allá del espectáculo. Esto implica educar en valores como el diálogo, la empatía, la solidaridad y el respeto a los derechos humanos. La política de paz debe ser diferencial e interseccional. Las violencias no afectan por igual a todos los sectores sociales. Mujeres, jóvenes, personas LGBTIQ+, comunidades étnicas y personas con discapacidad enfrentan condiciones particulares que deben ser reconocidas para garantizar derechos con equidad.

Tejer la paz implicará disputas, resistencias y acuerdos, pero es el único camino digno para una sociedad que no quiere seguir enterrando a sus hijos asesinados ni normalizando la injusticia. Colombia no necesita una tregua, sino una re-evolución ética y social que haga de la paz una realidad vivida, compartida y sostenible.

Luis Emil Sanabria D

Francisco, el Papa que oro por la paz para Colombia

Cuando el Papa Francisco visitó Colombia entre el 6 y el10 de septiembre de 2017 , el país se encontraba en medio de una fuerte polarización, al no poder superarse el debate por el triunfo del No en el Plebiscito que buscaba la refrendación de los acuerdos de paz con las extintas Farc durante el Gobierno de Juan Manuel Santos.

El Sumo Pontífice quiso poner su granito de arena para que Colombia encontrara un camino de entendimiento que permitiera superar las diferencias entre unos y otros, por eso buscó un acercamiento entre el entonces primer mandatario Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe Vélez, opositor acérrimo de la paz con las Farc. La cita se dio en el  en la biblioteca del Palacio Apostólico el 16 de diciembre de 2016, sin que objetivo de la reunión se lograra por la postura de Uribe frente al tema.

 

Fue entonces cuando se decidió la visita del Papa Francisco a Colombia quien vino con la intención de dejar un mensaje de reconciliación, pensando en una nueva vida en un país de regiones que pedía el silencio de los fusiles.

“Espero que los países que trabajaron para hacer la paz y que dan la garantía que esto siga adelante lo blinden a tal punto que jamás se pueda volver a un estado de guerra. Muchas felicidades a Colombia que ahora da este paso”, dijo Francisco en uno de los mensajes a nuestro país.

Fue entonces cuando el 6 de septiembre de 2017 Francisco pisó suelo colombiano y desfiló por la Avenida El Dorado donde miles de seguidores de la iglesia Católica esperaban verlo pasar dándoles su bendición. Otra multitud lo esperaba en la Plaza de Bolívar de Bogotá

Desde el Palacio Cardenalicio, el Papa Francisco dijo a los jóvenes colombianos que acudieron a la Plaza de Bolívar para escuchar sus palabras: «“Jóvenes, sueñen, muévanse, arriesguen, miren la vida con una sonrisa nueva, vayan adelante, no tengan miedo. Sólo así se animarán a descubrir el País que se esconde detrás de las montañas; el que trasciende titulares de diarios y no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos”. Desde ese mismo lugar, invitó a los jóvenes a no dejarse arrebatar sus sueños.

Francisco fue el tercer Papa que visita Colombia. El primero fue Pablo VI en agosto de 1968, seguido de Juan Pablo Segundo en 1986.

La paz que no se impone

En tiempos de polarización, conflictos armados y profundas crisis sociales, hablar de paz no es una utopía, sino una necesidad urgente. Sin embargo, construirla no es tarea sencilla ni responsabilidad exclusiva de los gobiernos o de las élites políticas. La paz que perdura en el tiempo y transforma realidades solo puede surgir de un proceso colectivo donde la sociedad civil tenga un papel protagónico.

La sociedad civil comprende un abanico amplio y diverso de actores. En ella se manifiestan organizaciones comunitarias, artistas, movimientos sociales, redes juveniles, colectivos de mujeres, sindicatos, iglesias, pueblos étnicos, personas con discapacidad, población LGBTIQ+, medios alternativos y personas comprometidas con su entorno, entre muchos otros. Estos actores no solo padecen los efectos del conflicto, sino que también poseen conocimientos, recursos y capacidades fundamentales para la transformación de los entornos sociales.

 

Cuando se les incluye activamente en los procesos de paz, se rompe con la lógica vertical en la que unos pocos deciden por la mayoría. La paz no debe imponerse desde los comandantes de los grupos armados o la dirección política y económica del país; debe construirse con las comunidades, desde abajo, con base en el diálogo, el respeto y la inclusión.

Uno de los grandes desafíos de los acuerdos de paz es su implementación real y sostenida en el tiempo. Muchas veces, los procesos firmados en papel no se traducen en cambios concretos en los territorios. Aquí es donde la sociedad civil juega un papel insustituible, ya que su presencia constante en el terreno le permite hacer seguimiento, exigir y garantizar el cumplimiento de compromisos que no quedan en el olvido.

Además, es innegable que su participación aporta legitimidad a los procesos de diálogo y a lo acordado. Cuando la sociedad se siente parte de la solución, se genera un sentido de corresponsabilidad y pertenencia que fortalece los cimientos de la paz. En muchas ocasiones, los sectores históricamente marginados han sido silenciados tanto en el conflicto como en las mesas de negociación; Sin embargo, son estos mismos sectores quienes mantienen vivas las resistencias, las redes de apoyo y las prácticas ancestrales de resolución de conflictos.

Incluir a la sociedad civil significa fortalecer su coordinación y abrir espacios para estas voces diversas, que enriquecen el debate y aportan soluciones concretas y contextualizadas. No se trata solo de una cuestión de representación simbólica, sino de justicia y eficacia.

La construcción de paz implica un cambio cultural profundo. La sociedad civil es clave en la promoción de una cultura de paz, basada en la educación, la empatía, la justicia y la memoria. Solo cuando las nuevas generaciones conocen las causas de las violencias, sus consecuencias y las historias de resistencia, es posible evitar su repetición.

Organizaciones civiles han liderado procesos de memoria histórica, iniciativas de reconciliación, pedagogías comunitarias y proyectos artísticos que ayudan a sanar heridas y reconstruir el tejido social. La paz no es solo ausencia de violencia, sino presencia activa de justicia, equidad y dignidad. La historia demuestra que los esfuerzos de paz que no incluyen a las comunidades están destinados a fracasar o a generar soluciones superficiales.

La sociedad civil y sus organizaciones no son un actor secundario: son el corazón del cambio. Solo con su participación activa, crítica y constructiva es posible avanzar hacia una paz real, transformadora, solidaria y duradera. Apostar por su inclusión no es solo una decisión ética, sino una condición necesaria para construir un futuro más justo.

Luis Emil Sanabria D

¿Por qué Iván Cepeda defiende la creación de un movimiento por la paz?

Durante el reciente Congreso por las Paz celebrado el pasado 5 de abril en donde participaron miembros del Ejército Liberación Nacional (ELN) y miembros del equipo negociador, surgió la idea de crear un movimiento por la paz, tendría eco en los oídos del senador Iván Cepeda.

Desde ese momento el senador Cepeda ha dicho en reiteradas ocasiones que esta idea surge de las comunidades y las asociaciones que desde los territorios exigen al Gobierno Nacional y a los armados ilegales concretar hechos de paz.

 

“Es una idea de tiempo atrás, no porque no haya uno que trabaje ya por la paz, sino para que se encargue de coordinar y articular los esfuerzos que se hagan para concretar una paz duradera”, dijo Cepeda.

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Dijo además que el objetivo principal es el de reactivar las mesas de diálogo con el ELN, que actualmente se encuentran suspendidas, y avanzar en la implementación del acuerdo de paz firmado con las Farc durante el gobierno de Juan Manuel Santos.

En el evento participaron la jefa de la Delegación de Paz del Gobierno con el ELN, Vera Grabe; el senador Iván Cepeda; el expresidente Ernesto Samper; Monseñor Héctor Fabio Henao de la Conferencia Episcopal colombiana; y Carlos Ruiz Massieu, Representante Especial del secretario general de la ONU en Colombia

¿Se cae otro proceso de paz en el Gobierno Petro?

Foto: Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN) en una fotografía de sus redes sociales.

Las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (ACSN) han informado de la suspensión provisional de las negociaciones de paz con el Gobierno colombiano después de los intensos combates ocurridos entre miembros del grupo y efectivos del Ejército colombiano.

 

El grupo ha publicado un comunicado denunciando «la pérdida de la confianza construida en los acuerdos establecidos en los diálogos sociales» tras los contactos coordinados por la Oficina de la Consejería de Paz.

En particular denuncian un ataque de la Primera División del Ejército Nacional contra miembros del grupo en la sierra del municipio de Ciénaga (Magdalena) en el que murieron tres de ellos y otros resultaron heridos. Además se incautó material de guerra e intendencia.

«Fueron atacados con artillería pesada, mortero, ametralladora punto 50 y apoyo de aeronaves. Los ataques dejaron la pérdida de tres colombianos que, por convicción, hacían parte de nuestra preservación del mandato de nuestras comunidades, que no es otro que proteger y garantizar el orden en la Sierra Nevada», denuncia el comunicado.

«Estando nuestras unidades en una zona rural apartada, sin estar realizando ninguna actividad confrontancional y, mucho menos, que afectara a la población civil con fines genocidas. Es claro que, de acuerdo al número de municiones disparadas, estábamos frente a un plan genocida dirigido por el enemigo del territorio», ha reprochado la organización.

Pide así «que el Ejército Nacional respete la voluntad de paz, se respete el mandato popular entregado al presidente de la República, que es la búsqueda de la paz».

Las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada, han afirmado estar desilusionadas con el proceso de paz, por considerar que han sido traicionados luego de los acuerdos establecidos con el gobierno nacional y que no ha cumplido.

«Exigimos suspender órdenes de capturas, instalación de la mesa de diálogos y presencia de las organizaciones como MAPP-OEA, ONU, iglesia católica y la Defensoría del Pueblo para retomar cualquier conversación», han planteado.

Las falencias hacia la paz

Es innegable que el avance hacia una paz sostenible sigue siendo incierto y demasiado lento. A pesar de los esfuerzos, persisten serios problemas en la búsqueda de la paz integral, lo que genera frustración y desconfianza en los sectores que han apostado por la reconciliación.

Aunque la Ley 2272 de 2022 definió los principios clave para la negociación y la implementación de acuerdos con grupos armados, el Estado no ha avanzado con la celeridad requerida en su desarrollo. Esto ha dejado vacíos jurídicos y operativos que afectan directamente los procesos de negociación y desmovilización, así como la implementación de programas de reinserción y garantías de seguridad para los excombatientes y las comunidades afectadas por la violencia.

 

Un aspecto preocupante es la falta de impulso a la cultura de paz. No basta con establecer mesas de diálogo y firmar preacuerdos si no se trabajan los cambios estructurales en la sociedad que permitan que la paz sea vivida y abrazada. La creación de un ambiente social proclive a la paz, el fortalecimiento de valores democráticos y el reconocimiento de la memoria histórica son fundamentales para transformar una sociedad que ha sufrido la violencia armada por décadas. Sin embargo, estos aspectos han sido relegados en las políticas públicas, y la promoción de la cultura de paz, en el mejor de los casos, sigue siendo dispersa y fragmentada.

En este contexto, es esencial diferenciar entre la paz territorial y la paz nacional. La paz territorial implica estrategias que reconozcan las realidades locales, respetando las dinámicas de cada región y protegiendo los liderazgos comunitarios. Sin embargo, esta visión ha sido poco desarrollada, y las comunidades han manifestado que los procesos de paz no han aterrizado en sus territorios de manera efectiva. Por otro lado, la paz nacional requiere una articulación clara entre las entidades de gobierno y las políticas de seguridad y desarrollo, y así crear condiciones que permitan avanzar hacia una estabilidad duradera. Sin una integración efectiva entre estos dos niveles de construcción de paz, el país seguirá enfrentando ciclos de violencia y reconfiguración de actores armados.

La política de paz del actual gobierno, ha minimizado la experiencia y los aportes de la sociedad civil en la construcción de paz. Organizaciones comunitarias, colectivos de víctimas, movimientos de mujeres y redes de derechos humanos y paz de carácter nacional y regional han jugado un papel crucial en la resistencia pacífica y la reconciliación. Sin embargo, sus propuestas y conocimientos han sido marginados en el diseño e implementación de políticas de paz, lo que limita el impacto de las iniciativas gubernamentales y genera una desconexión con las realidades locales.

Por otro lado, la falta de coordinación entre las organizaciones que trabajan por la paz es otro de los grandes desafíos. A pesar de los esfuerzos de muchos actores, la ausencia de una estrategia conjunta reduce la efectividad de las iniciativas y dificulta la incidencia en políticas públicas. Se requiere un mayor esfuerzo para articular acciones, compartir experiencias y generar sinergias entre las organizaciones de paz para movilizar, incidir, rodear, presionar y mantener los espacios de diálogo para la paz.  Es imprescindible que el Gobierno diseñe una política de paz que involucre de manera activa y estructurada a las organizaciones sociales, garantizando su participación en la toma de decisiones y asegurando que sus esfuerzos sean complementarios y no paralelos a las iniciativas estatales.

Una de las mayores falencias del proceso de paz es la falta de una estrategia integral que no solo guíe el accionar del Estado, sino que también permita una coordinación efectiva con la sociedad civil, la comunidad internacional y las políticas gubernamentales de cambio. Sin una hoja de ruta clara e integral, las acciones quedan dispersas, sin continuidad y sin impacto real en las comunidades. Es urgente una mayor voluntad política, un compromiso real con la sociedad civil y una estrategia clara que articule todos los esfuerzos. Sin estos elementos, la paz seguirá siendo un horizonte inalcanzable para muchos colombianos y colombianas.

Luis Emil Sanabria D.

La invitación del Papa Francisco a orar por la paz

El Papa Francisco ha instado a continuar orando por la paz y ha pedido que se «ponga fin a la violencia en Siria», después de haberse enterado «con preocupación» de la reanudación de la violencia en algunas partes de la zona.

Así lo ha indicado el Papa este primer domingo de Cuaresma desde el Hospital Gemelli de Roma, donde permanece ingresado desde el 14 de febrero, en el discurso que ha dejado escrito para el Ángelus, publicado por el Vaticano, en el que también da gracias por la atención que está recibiendo por parte de los trabajadores sanitarios.

 

«Me he enterado con preocupación de la reanudación de la violencia en algunas partes de Siria: espero que cese de una vez por todas, con pleno respeto de todos los componentes étnicos y religiosos de la sociedad, especialmente los civiles», ha manifestado el Pontífice.

El Papa ha hecho referencia a la crisis de violencia que ha estallado esta semana en la costa mediterránea de Siria, donde fuerzas de seguridad de las nuevas autoridades del país se están enfrentando con partidarios del antiguo régimen del expresidente Bashar al Assad, entre denuncias de masacres contra la población civil a manos precisamente de los efectivos de Damasco.

A este respecto, la organización Observatorio Sirio para los Derechos Humanos ha alertado de que han sido «ejecutados» más de un millar de civiles, la mayoría alauíes, en lo que ha descrito como una operación encubierta de represalia orquestada por las fuerzas de seguridad de las nuevas autoridades.

Disidencia continuará en la mesa de diálogos aun con la captura de alias ‘Araña’

El comandante de la Coordinadora Nacional Bolivariana, Walter Mendoza, a través de un video divulgado en redes sociales confirmó que el grupo ilegal continuará en la mesa de diálogos con el Gobierno Nacional, a pesar de la captura de Andrés Rojas, alias ‘Araña’.

Las declaraciones se hicieron en el marco de la crisis por la que atraviesan los diálogos de paz con este grupo ilegal, tras la detención y posible extradición de alias Araña, un hecho que califican como «traición» por parte del Gobierno Nacional.

 

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Mendoza pidió al presidente de la república, Gustavo Petro, «respeto» por la confianza en el proceso de diálogos que se realiza con la Coordinadora Nacional Bolivariana, solicitando además al primer mandatario hacer lo necesario para la inmediata liberación de Rojas.

“La mesa de diálogo (…) debe continuar en los territorios y de cara a las comunidades”, enfatizó Mendoza al final del video.

Sigue la polémica por la captura de Alias Araña

No se detiene la controversia por la captura de Giovanny Andrés Rojas, alias Araña, integrante de que ahora se llama Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano del Pueblo, que antes era la Segunda Marquetalia”, en cumplimiento de una circular roja de Interpol.

De acuerdo con la Fiscalía General de la Nación, alias Araña, es requerido por una Corte del Distrito Sur de California (Estados Unidos) por cargos relacionados con tráfico de estupefacientes, incluso estando sentado en la mesa de negociaciones de paz con el Gobierno de Gustavo Petro.

 

El Comisionado de Paz, Otty Patiño no solo mostró su disgusto con la captura, sino que además defendió las actividades ilícitas que ejercía el capturado.

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Fue un ataque premeditado, pensando, con el fin de afectar profundamente el proceso de paz con lo que ahora se llama Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano del Pueblo, que antes era la Segunda Marquetalia”, dijo Patiño en diálogo con Noticias Caracol.

Frente a las actividades ilegales que ejercía Rojas desde la estructura armada ilegal, Patiño expresó lo siguiente: “todas las estructuras armadas viven de la ilegalidad, todas. Viven de negocios ilegales y uno de ellos es el tema del narcotráfico. No estamos ciegos, lo sabemos desde hace rato”.

Advirtió que la suspensión definitiva de asuntos relacionados con el narcotráfico aun no se han tratado en la mesa de negociaciones.

«Si en un acuerdo decimos ‘suspensión total de los negocios ilegales’ y si lo aceptan y no se cumple, esa conversación no vale la pena que se haga. (Pero) a ese punto no hemos llegado”, agregó.

Diálogos con el Clan del Golfo, más retos que certezas

La formalización de los diálogos con el grupo armado ilegal Clan del Golfo, que se hace llamar Ejército Gaitanista de Colombia, representa un pilar importante en la búsqueda de la paz y la estabilidad en Colombia. Este paso, aunque polémico, seguramente se fundamenta en la necesidad de abordar las causas estructurales del conflicto y de reducir la violencia que por décadas ha afectado a comunidades enteras.

Desde su consolidación como una de las organizaciones criminales más poderosas de Colombia, el Clan del Golfo ha sido responsable de múltiples violaciones a los derechos humanos, como asesinatos selectivos, reclutamiento de menores, desplazamiento forzado, confinamiento, extorsión, minería ilegal, trata de personas, narcotráfico. Su impacto en la seguridad nacional ha sido devastador, pues ha logrado infiltrar y construir alianzas con estructuras estatales y de gobierno, llegando a ampliar sus operaciones a nivel internacional. Por ello, cualquier intento de desarticulación de su estructura debe ir más allá de estrategias exclusivamente militares y considerar el diálogo como un mecanismo legítimo.

 

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El establecimiento de estas nuevas negociaciones responde a la urgencia de reducir la violencia en territorios donde el estado es débil o inexistente. En zonas de departamentos como Antioquia, Chocó y Córdoba, este grupo ha impuesto su ley mediante la intimidación y el terror, generando desplazamientos masivos y afectando gravemente la vida de comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas. La formalización del diálogo abre la posibilidad de establecer acuerdos que permitan desescalar el conflicto, proteger a las comunidades y su reinserción a la vida civil.

El diálogo y la negociación con esta organización no solamente debe busca desactivar la confrontación armada, sino también sentar las bases para una transformación de los territorios afectados por su presencia y dominio. Esto incluye la implementación de políticas de desarrollo rural, acceso a oportunidades laborales, programas de sustitución de economías ilícitas, fortalecimiento de la democracia participativa y de la institucionalidad. El Estado Social de Derecho debe emerger y fortalecerse en los territorios afectados, para salirle al paso al surgimiento de nuevas expresiones armadas.

A pesar de los beneficios potenciales, el proceso de diálogo con el Clan del Golfo seguramente enfrentará múltiples retos. Uno de los principales, puede ser el tema de si existe o no unidad de mano en la organización y la existencia o no de facciones internas con intereses divergentes. Asimismo, existen sectores de la sociedad que consideran que negociar con grupos de carácter narcotraficante podría sentar un precedente peligroso y debilitar la lucha contra el crimen organizado.

Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la vía exclusivamente militar no ha logrado desmantelar la estructura del Clan del Golfo ni erradicar la violencia en los territorios bajo su influencia. Un enfoque integral, que combine la acción judicial con mecanismos de diálogo directo, la instalación de procesos  de participación que incluya a las comunidades afectadas y un programa ambicioso de implementación de los acuerdos, puede ser más efectivo en la construcción de una paz duradera.

La paz en Colombia no se logrará únicamente con operativos militares, la salida negociada es un elemento imprescindible que debe ir de la mano con soluciones políticas, sociales y económicas que ataquen las raíces del conflicto y permitan construir un país más justo y equitativo.

Luis Emil Sanabria D.

Colombia: Un año de esperanza y el compromiso con la paz

El 2024 llega a su fin, y con él un año lleno de desafíos, aprendizajes y oportunidades para avanzar hacia un país más justo y en paz. La construcción de la paz en Colombia no ha sido una tarea fácil, pero cada paso dado nos acerca más al sueño colectivo de una nación reconciliada, equitativa y participativa.

Sin embargo, este cierre de año nos invita a reflexionar sobre algunos componentes de la construcción de paz. El 25 de mayo de 2025, por ejemplo, es una fecha que pudo marcar un antes y un después en nuestro camino hacia la paz duradera. Ese día estaba previsto que se firmara el cierre de la implementación del acuerdo #28 con el ELN, centrado en la participación de la sociedad. Este hito fundamental habría abierto las puertas hacia un proceso irreversible en los diálogos y en la transformación social del país.

 

El acuerdo #28 no es solo un compromiso técnico; representa una apuesta por un modelo de país donde la participación activa de las comunidades sea el eje de las decisiones políticas. Su implementación plena habría consolidado la confianza de las comunidades en las instituciones y reforzado la legitimidad de los diálogos, especialmente en momentos cruciales de reformas políticas y del sistema general de participación.

Es crucial que las partes en la mesa de negociación Gobierno Nacional – ELN realicen un esfuerzo real y profundo, pensando en las necesidades y anhelos del pueblo colombiano, y en el futuro político del país. De lo contrario, el diálogo corre el riesgo de deslegitimarse como un mecanismo expedito y efectivo para alcanzar un acuerdo que transforme las condiciones estructurales que perpetúan la violencia.

En el 2024, el contexto de los diálogos se complica profundamente y se cuestiona por diversos sectores sociales, debido a las dificultades con unos frentes del llamado Estado Mayor Central de las FARC, su decisión de continuar una estrategia de lucha ligada a acciones terroristas, al narcotráfico y a la minería ilegal, entre otras, llevaron al rompimiento definitivo de los diálogos con dichos frente. A pesar de los obstáculos, se han mantenido activos los diálogos con las disidencias de las FARC que cuentan con reconocimiento político, lo que constituye un logro importante para la búsqueda de soluciones negociadas y sostenibles.

A nivel urbano, las mesas de diálogo en Medellín, Buenaventura y Quibdó han demostrado avances significativos. Estos espacios han permitido abordar las problemáticas locales desde una perspectiva participativa, generando soluciones que responden a las necesidades de las comunidades urbanas más afectadas por la violencia. Estos logros son un ejemplo de que la paz no solo se construye en las mesas nacionales, sino también en los territorios; sin embargo, las comunidades siguen alzando su voz solicitando mayores espacios de participación y mecanismos que prevean desde ya el acogimiento a los y las futuros hombres y mujeres de paz.

En este escenario, también se hace urgente continuar avanzando en el establecimiento de diálogos con las estructuras paramilitares, cuyas actividades continúan siendo la mayor amenaza para la estabilidad y seguridad de muchas regiones. Estos actores, aunque diferentes en su naturaleza y motivaciones, deben ser incluidos en una estrategia integral de paz que aborde todas las dimensiones del conflicto colombiano.

Un elemento preocupante ha sido la débil participación de la sociedad civil en rodear el proceso de paz y en incidir para que se mantengan los diálogos. La exigencia del respeto al Derecho Internacional Humanitario, especialmente en temas relacionados con el reclutamiento de menores, el confinamiento, el secuestro, las amenazas y los asesinatos a líderes y lideresas sociales, ha sido insuficiente. Además, las organizaciones y sectores que trabajan por la paz no han contado con el respaldo y apoyo necesarios para mantener un movimiento por la paz activo, cohesionado y autónomo frente a las partes.

No se ha logrado desatar una gran campaña nacional coordinada a todo nivel, en todos los escenarios y con todos los actores, que instale con más fuerza una cultura de paz en el imaginario colectivo. Esto constituye un reto urgente que debe abordarse para que la paz no solo sea un acuerdo firmado, sino una realidad vivida y construida de manera colectiva.

El próximo año será decisivo. Las reformas deben materializarse con un enfoque que garantice la inclusión, la transparencia y la equidad, mientras que la reforma del sistema general de participación debe priorizar el fortalecimiento de los territorios y el reconocimiento de sus particularidades. Cada paso en estas direcciones no solo será un avance técnico, sino también una afirmación de que la paz es posible y necesaria.

A medida que cerramos este año, invitamos a todos los colombianos a mantener viva la esperanza y a trabajar juntos por un futuro mejor. La paz es un proceso que requiere paciencia, voluntad y acción colectiva. Que el 2025 sea un año de grandes avances, de diálogo sincero y de pasos firmes hacia una Colombia que pueda vivir sin miedo, sin exclusión y sin violencia.

¡Que el nuevo año traiga consigo la paz que todos soñamos!

Luis Emil Sanabria

“Al ELN no se le ha ofrecido ni se le ha otorgado nada”: Iván Cepeda

El senador del Polo Democrático y negociador del Gobierno en la mesa de diálogos con el ELN dice en entrevista para Confidencial Colombia, que al grupo guerrillero no se le ha ofrecido ni se le ha otorgado nada, más allá de la posibilidad de construir de un diálogo social con los diferentes sectores del país.

Al proceso de paz con el ELN se le ha dado un voto de confianza ¿No cree usted que ya han sido demasiada las oportunidades?

 

Iván Cepeda: El Estado colombiano libra con el Ejército de Liberación Nacional una guerra de más de 60 años y para construir una solución de ese conflicto se requiere ante todo una construcción paciente. Uno entiende que hay un cansancio en el país y una exigencia para que se avance, pero a los que estamos en el papel de negociadores nos corresponde tener la paciencia de la construcción, sin olvidar la urgencia de los resultados.

¿Qué más se le puede ofrecer al ELN?

Iván Cepeda: La pregunta es, ¿qué es lo que se la ofrecido tan desmesuradamente? ¿Qué es lo que se les ha entregado? Absolutamente nada, más allá de la posibilidad de crear un proceso de participación social para que diferentes sectores digan que transformaciones se requieren para superar en los territorios este conflicto armado.

Da la impresión de que una cosa quieren los negociadores y otra los integrantes del ELN que están en los territorios en medio de la guerra

Iván Cepeda: Eso ocurre en toda organización de este tipo. Al interior del ELN también hay discusiones y seguramente también contradicciones fuertes. El comandante de esta guerrilla, Pablo Beltrán, dijo que el Gobierno tenía dos cabezas negociando y la pregunta es: ¿Cuántas cabezas tiene el ELN?

¿Seguirá acompañando la negociación con el ELN?

Iván Cepeda: Por supuesto. Estaré ahí hasta que el presidente así lo decida, y así no estén en la mesa de negociación en el ELN seguiré trabajando por la paz de Colombia las 24 horas.

Nota relacionada: “Con el ELN no se puede llegar a algo más concreto de lo que ya existe”: Laura Bonilla

Firmantes del Noroccidente colombiano marchan en Medellín

Este lunes 25 de noviembre, a las 9am, cientos de firmantes de paz se concentrarán en el Parque de Bolívar de Medellín para reafirmar su compromiso con el Acuerdo Final de Paz que firmaron en La Habana en 2016. Conmemoran 8 años de la firma del Acuerdo de Paz con la consigna: #FirmesConElAcuerdo

Al cumplirse 8 años del Acuerdo Final de Paz firmado por el Estado colombiano y la entonces guerrilla de la FARC-EP, quienes dejaron las armas, exigen garantías para la vida tras 438 asesinatos de personas en reincorporación en el país, 41 de ellas en Antioquia.

 

Con una marcha por el centro de Medellín, doscientos hombres y mujeres que firmaron el Acuerdo de Paz y dejaron las armas en el marco del Acuerdo Final de Paz de La Habana, reafirman su compromiso de continuar su lucha en la política y piden garantías para la vida y la reincorporación en el territorio antioqueño y los vecinos departamentos de Chocó, Córdoba y Eje Cafetero.

Los derechos a la tierra, a la vivienda, al empleo, entre otros, siguen siendo deudas con la población en reincorporación en Antioquia y el país, por lo cual los firmantes marcharán desde el Parque de Bolívar hasta la Alpujarra por la Avenida Oriental, y después San Juan, en la mañana del próximo lunes, entre las 9 y el medio día. Lo anterior se suma a la  jornada de Conmemoración de la Firma del Acuerdo el domingo 24 de noviembre en la Plazuela de San Ignacio donde se le hará un reconocimiento a organizaciones y personalidades PRO-PAZ en Antioquia y el Noroccidente Colombia.

Ambos espacios, así como múltiples diálogos que se desarrollarán en la Universidad de Antioquia y otros escenarios, tienen en el centro la solicitud por el compromiso de aceleración de la implementación integral del Acuerdo de parte del Gobierno Nacional, pero también de los mandatarios municipales y departamentales.  “La paz requiere de políticas claras frente a la reincorporación política, económica, social y comunitaria. Esto incluye, de manera prioritaria, acceso a la tierra y a la vivienda para quienes adelantamos nuestra reincorporación en territorios tanto rurales como urbanos, así como acciones contra la estigmatización que vivimos los firmantes a la par con los militantes del Partido Comunes”, afirma Marcos Urbano, Consejero político del Partido Comunes

Se invita a la ciudadanía en general a acompañar las actividades y rodear el Acuerdo de Paz, como pilar fundamental hacia la Paz Total y el Cambio en Colombia.

Pedro Baracutao