COP30: Finanzas Climáticas – De las promesas al mutirão
En 2023, escribí sobre la COP28 preguntándome si estas conferencias eran realmente eficaces contra el cambio climático. Concluí entonces que las COP son instancias políticas positivas y fundamentales, pero que su verdadera eficacia dependía de las acciones concretas que las respaldaran. Hoy, en medio de la COP30 en Belém, Brasil, esa pregunta cobra una urgencia renovada, especialmente cuando hablamos de finanzas climáticas: uno de los eslabones crítico entre la ambición climática y la implementación real.
Los números son contundentes. Según el Reporte de Brecha de Adaptación 2025 de United Nations Environment Program , los países en desarrollo necesitan entre 284 y 339 mil millones de dólares anuales solo para adaptación climática. Sin embargo, en 2023, los flujos internacionales de financiamiento público alcanzaron apenas 26 mil millones de dólares, una cifra que incluso disminuyó respecto a los 28 mil millones del año anterior. Estamos hablando de una brecha que es 12 a 14 veces mayor que los flujos actuales.
En Belém, hay señales de que finalmente estamos reconociendo la magnitud del problema. La COP29 estableció una nueva meta colectiva cuantificada (NCQG) que llama a escalar el financiamiento climático a los países en desarrollo a al menos 1.3 billones de dólares anuales para 2035, con una meta intermedia de movilizar al menos 300 mil millones de dólares anuales para ese mismo año.
La Hoja de Ruta Baku-Belém, presentada justo antes de la COP30, pretende identificar conjuntos de acciones y medidas para escalar el financiamiento. El desafío está en transformar este documento en flujos financieros reales, predecibles y accesibles, especialmente para los países más vulnerables.
Aquí es donde las finanzas verdes y los vehículos de impacto innovadores pueden marcar la diferencia real. El mercado de bonos verdes, sociales y sostenibles (GSS+) alcanzó 1.1 billones de dólares en 2024, con un mercado acumulado que supera los 5.7 billones de dólares. Los bonos verdes por sí solos representaron entre 669 y 670 mil millones de dólares en emisión alineada ese año.
Sin embargo, estos instrumentos han favorecido desproporcionadamente proyectos de mitigación sobre adaptación, y han fluido principalmente hacia economías desarrolladas o mercados emergentes de mayor renta. Las finanzas de adaptación, que podrían ahorrar hasta 15 dólares por cada dólar invertido en sistemas de alerta temprana, representan solo el 5% del total de los flujos de financiamiento climático.
Para transformar las promesas de Belém en acción tangible, pueden existir cinco líneas de trabajo inmediatas.
Finanzas Mixtas (Blended Finance) a Escala: El sector privado tiene el potencial de aportar hasta 50 mil millones de dólares anuales en financiamiento para adaptación, pero solo con el respaldo de políticas adecuadas y soluciones de financiamiento mixto. Los fondos estructurados en tramos (senior, mezzanine y junior) pueden desbloquear capital privado al reducir riesgos percibidos. El tramo junior, financiado por organizaciones de impacto climático y países de la OCDE, es catalítico: asume los mayores riesgos que típicamente están más allá de la capacidad de los bancos multilaterales de desarrollo.
Bonos de Transición y Bonos Vinculados a Sostenibilidad: No todos los países pueden dar el salto inmediato a economías verdes. Los bonos de transición, propuestos por Japón en 2023 alineados con su hoja de ruta hacia cero emisiones netas en 2050, reconocen que la descarbonización es un viaje, no un salto. Los bonos vinculados a sostenibilidad (SLBs), que vinculan el costo del capital al logro de objetivos predefinidos de sostenibilidad, pueden incentivar progreso incremental en sectores tradicionalmente «marrones» (industrias intensivas en carbono o con alto impacto ambiental negativo).
Bonos Climáticos con Certificación y Garantías: La certificación de bonos climáticos a través del Estándar de Bonos Climáticos puede ayudar a movilizar capital privado al aumentar la confianza de los inversionistas. Complementariamente, las garantías de entidades con alta calificación crediticia como el Banco Mundial (AAA) o garantías de grado de inversión de entidades como GuarantCo pueden hacer que emisiones de países en desarrollo sean más atractivas para inversionistas institucionales.
Instrumentos de Financiamiento para Resiliencia Climática: Los bonos de catástrofe (cat bonds), pioneros como los emitidos por Swiss Re en colaboración con el Banco Mundial para naciones en desarrollo, pueden proporcionar liquidez inmediata tras desastres climáticos. Estos instrumentos de transferencia de riesgo deben escalarse significativamente, especialmente para pequeños estados insulares y países vulnerables que enfrentan pérdidas económicas cada vez mayores por eventos climáticos extremos. Solo en 2024, los desastres relacionados con el clima causaron pérdidas económicas de 320 mil millones de dólares globalmente.
Taxonomías Unificadas y Reporte de Impacto Obligatorio: La coexistencia de múltiples sistemas (desde la Taxonomía de Finanzas Sostenibles de la UE hasta el Catálogo de Bonos Verdes de China) genera confusión para inversionistas transfronterizos. Una taxonomía unificada, idealmente respaldada por la Plataforma Internacional sobre Finanzas Sostenibles, es esencial. Además, el reporte de impacto obligatorio y la verificación por terceros deben convertirse en normas industriales, como ya exige Francia con su regulación Artículo 173.
Ahora bien, por más que innovemos en finanzas verdes, la adaptación climática seguirá descansando fundamentalmente en el sector público. A diferencia de la mitigación, muchos proyectos de adaptación no generan retornos financieros suficientes para atraer capital privado a escala. Infraestructura resiliente al clima, sistemas de alerta temprana, protección costera: estas inversiones salvan vidas y economías, pero rara vez generan flujos de efectivo que justifiquen inversión privada sin subsidios.
La realidad es que el compromiso de 300 mil millones de dólares anuales de la NCQG para 2035 es insuficiente por dos razones. Primero, ajustando por inflación al ritmo de la última década, las necesidades estimadas de financiamiento para adaptación en países en desarrollo aumentan de 310-365 mil millones de dólares anuales (precios 2023) a 440-520 mil millones para 2035. Segundo, estos 300 mil millones cubren tanto mitigación como adaptación, lo que significa que la adaptación recibirá una proporción menor.
La COP30 ha sido llamada la «COP de la verdad». Cerrar la brecha de financiamiento para adaptación es la prueba de fuego de la voluntad política para proteger a los más vulnerables. Esta prueba no se pasará sin un camino claro hacia un nuevo compromiso de financiamiento para adaptación, esfuerzos redoblados para escalar financiamiento privado para adaptación, y una operacionalización real del Artículo 2.1(c) del Acuerdo de París para hacer que todos los flujos financieros sean consistentes con un camino hacia desarrollo resiliente al clima.
Las finanzas verdes y los vehículos innovadores de impacto aquí propuestos pueden marcar una diferencia significativa, pero solo si se despliegan con la urgencia y escala que la ciencia demanda. El tiempo de las buenas intenciones acabó. Ya no estamos negociando; estamos, como dijo el Secretario General de la ONU António Guterres, en tiempo de «implementación, implementación e implementación».
Belém puede ser el punto de inflexión, Brasil, como anfitrión, ha dejado claro que la COP30 debe mover al mundo de la negociación a la implementación. El concepto de «mutirão» (una palabra de la comunidad tupí-guaraní que significa «tarea colectiva») ha guiado la conferencia, y esto es justamente lo que se necesita para que la innovación financiera se encuentra con voluntad política real y concretemos avances acordes al nivel del desafío.

