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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: sociedad

La ilegalización del hombre común

Si usted no pertenece a una minoría oprimida, usted es un hombre común. Pero, ¿qué es una minoría oprimida? Este es un concepto cada vez más amplio, que ha superado las cuestiones primarias de raza, género y clase, generando un entorno de ambigüedad moral en la medida misma que la sociedad se fragmenta en grupos que se definen como oprimidos y excluyen a otros.

Por ejemplo, según Global Christian Relief, entre noviembre de 2022 y 2024, 9.814 cristianos fueron asesinados en Nigeria y más de 18.000 iglesias fueron quemadas, en un país que es 95 % católico. Sin embargo, estas víctimas —que son negros y pobres— no son consideradas una minoría oprimida porque son cristianos. En cambio, Boko Haram, el Estado Islámico en África Occidental (ISWAP) y las milicias fulani armadas —que son los responsables de estos crímenes— sí son considerados representantes de una minoría oprimida porque son negros y musulmanes.

 

Para los sacerdotes del culto progresista, los negros cristianos de Nigeria merecen ser perseguidos y masacrados, porque ideológicamente ni siquiera son negros: es un imposible ser negro y conservador. Luego, la condición de oprimido no es ya una categoría objetiva, sino una visión que puede extenderse a los perros y a los peces. Si usted es un hombre común, puede estar viviendo en un país donde es un crimen la pesca deportiva.

Cada día emergen nuevas entidades simbólicas de la opresión, que reemplazan a las viejas que se quedan sin legitimidad. Lo nuevo son los palestinos, pero hay de todo: trans, okupas, inmigrantes ilegales, los catalanes… pero los kurdos no, las mujeres blancas pobres del sur de los Estados Unidos tampoco, ni los niños judíos franceses que echan a patadas de los aviones. Y así.

Se trata de una nueva moralidad que establece tropos preceptivos, en los cuales, si usted no se identifica con —o hace parte de— una minoría oprimida, entonces es porque usted es el opresor y, por lo tanto, puede ser perseguido, excluido, juzgado e ilegalizado. No se le considera sujeto de derechos, y su vida es un infierno de regulaciones.

Supongamos que, después de mucho trabajar y ahorrar, usted logró comprar un automóvil, un aparato criminal impulsado con hidrocarburos, porque solo los muy ricos pueden tener carros eléctricos: la iglesia ambientalista no recibe pobres. Usted tendrá que pagar un impuesto vehicular, algo extrañísimo que llaman “derechos de semaforización”, SOAT (un absurdo seguro que discrimina a las víctimas de accidentes), además del IVA, el impuesto al consumo… y como usted es un criminal en potencia, tendrá que pagar una revisión técnica porque se asume que usted contamina y mata, y debe certificar que no es así. Deberá pagar fotomultas, pico y placa, y peajes; y, para colmo, unos burócratas le indicarán qué días puede usar su carro, dónde parquearlo, a qué velocidad conducirlo y qué uso puede darle. Lo que significa que, para cualquier efecto práctico, ese carro no es su propiedad, como no sea para pagar impuestos. Porque de eso se trata: los políticos usarán sus impuestos para pagar a las minorías oprimidas que constituyen su base electoral.

Este ejemplo, entre muchos otros, ilustra las dificultades que enfrenta el hombre común solo para vivir en una sociedad donde grupos de interés reclaman derechos especiales, subsidios y reivindicaciones más allá de la ley, porque ya no hay una narrativa compartida.

La democracia es, por excelencia, el espacio político del hombre común. Al expulsarlo de la sociedad, lo que queda es un escenario de guerra constante entre facciones radicales luchando por capturar los recursos del Estado victimizándose, y el poder quedará en manos de la clase más fuerte o del partido mejor organizado. Por eso, se hace cada vez más urgente devolver la política al hombre común, restaurar sus derechos, su fuerza moral y su visión de la vida.

El hombre común es un realista constructivo, un hacedor y un conservador de las tradiciones. Y esto es importante, porque sin tradición no hay cambio. Las revoluciones y el caos criminal que implican siempre han estado dirigidos a ilegalizar al hombre común, y por eso no logran formar una sociedad viable.

El hombre común sabe algo que los políticos ignoran, y que de manera clara lo enunció Edmund Burke:
«La sociedad es un contrato entre los muertos, los vivos y los que aún no han nacido.»

Jaime Arango

Los de arriba, los de abajo… y los distintos

Vivimos en una sociedad que enfrenta serias dificultades para asumir, de forma auténtica, los principios democráticos. Aunque nuestro sistema político se fundamenta en la igualdad, la dignidad humana y el respeto por la diferencia, los comportamientos cotidianos —y también los estructurales— reflejan otra realidad: segregación, discriminación y relaciones de dominio.

Surgen entonces preguntas urgentes: ¿por qué, siendo todos seres humanos, reproducimos prácticas tan arraigadas que nos llevan a clasificar, jerarquizar y excluir? ¿Por qué ejercemos micro-poderes cotidianos para imponer nuestras verdades, ridiculizar lo distinto o negar la existencia del otro? ¿Por qué optamos por dominar en vez de convivir?

 

Nuestra Constitución, en su artículo 13, es categórica: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley” y, por tanto, deben recibir el mismo trato y gozar de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin distinción alguna por razones de sexo, raza, origen, lengua, religión u opinión. Más aún, el Estado está llamado a garantizar no solo la igualdad formal, sino también la real y efectiva, adoptando medidas que favorezcan a quienes han sido históricamente marginados y sancionando cualquier forma de abuso.

Sin embargo, este mandato legal es uno de los más ignorados. Como si la igualdad no fuera ni legal ni legítima, cada día presenciamos cómo se desacredita al que piensa distinto, se ridiculiza al disidente y se ejerce violencia —física, verbal o simbólica— como si aplastar al otro fuera una vía válida de ascenso social.

En este punto vale citar a Herbert Marcuse, quien en su crítica a la sociedad industrial contemporánea plantea una idea inquietante: vivimos en una “sociedad unidimensional”, un sistema totalitario disfrazado de democracia liberal. Aunque parece haber pluralismo, en realidad opera un control casi absoluto sobre los individuos, ejercido a través de la tecnología, el consumo y la cultura de masas. Se impone una visión única del mundo que aplana la diversidad y reduce las expresiones culturales y étnicas a una plantilla homogénea.

Lo más alarmante, decía Marcuse, es que este modelo limita la capacidad de pensar críticamente. Al aceptar sin cuestionamientos lo establecido, se anula la posibilidad de transformación. ¿Cómo puede cambiar una sociedad cuyos individuos han perdido la capacidad de imaginar algo diferente?

La tecnología, que podría ser herramienta de emancipación, se convierte en instrumento de control; el consumo masivo satisface necesidades artificiales, impidiendo la realización auténtica. Lo evidenciamos en la producción constante de contenido para redes sociales, en la lógica de acumulación de seguidores y la necesidad de validación externa que estas plataformas refuerzan.

En este escenario, los seres humanos se alejan cada vez más de una conciencia crítica. Se vuelven pasivos, conformistas e intolerantes ante la diferencia. La diversidad no se valora: se teme. La alteridad se percibe como amenaza. Y todo esto consolida un orden social excluyente, donde la discriminación se normaliza y la segregación se presenta como necesaria.

Por eso es urgente recuperar la capacidad de pensar críticamente, cuestionar el statu quo y reconocer al otro como legítimo, igual y distinto.

Porque si no construimos una sociedad que abrace la diferencia y garantice la igualdad, seguiremos atrapados en una idea falsa de éxito que solo oprime, uniforma y silencia.

Marcela Clavijo

Una acción integral, para salir de los círculos de violencias

Las organizaciones sociales y comunitarias, siguen explorando múltiples maneras para desarrollar de forma coordinada, iniciativas culturales, sociales y políticas, que hagan posible crear acuerdos para la superación de las causas que originan las violencias y las graves consecuencias políticas, económicas y sociales que estas siguen generando. Diversas expresiones sociales en ciudades como Medellín, Bogotá o Cali avanzan, hasta donde las condiciones lo permiten, en la generación de procesos cuyo reto fundamental es la convocatoria amplia, motivada e informada de todos los sectores de la sociedad, a participar en la construcción de la paz integral.

Sin embargo, estas acciones que, deberían concitar el más amplio interés ciudadano, no logran generar el entusiasmo y compromiso requerido, que haga posible detener y revertir fenómenos delincuenciales graves y avanzar hacia una sociedad lo suficientemente desarrollada, que permita gozar plenamente de los derechos humanos. Colombia sigue siendo uno de los países más inequitativos del mundo, con los mayores índices de corrupción y de pobreza, un país que reporta anualmente una de las tasas de homicidios más altas, cercana a los 27 asesinatos por cada 100.000 habitantes, un Estado que tolera y sufre en su territorio el genocidio sobre los migrantes que caminan por el llamado tapón del Darién, una sociedad que justifica el uso de armas por parte de civiles y le abre paso a la privatización de la seguridad, ante la incapacidad del Estado de garantizar el derecho a la vida, y un país que reporta tener la mayor cantidad de estructuras y mercados criminales del continente.

 

¿Por qué un gran porcentaje de miembros de la sociedad, no se siente convocada a participar en la búsqueda de soluciones a estas graves problemáticas? ¿qué hace que la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades prefieran mantener una actitud pasiva, y en ocasiones, activa, frente a las violencias? Pudiéramos buscar las respuestas en la cultura del todo vale, que se apoderó de la vida cotidiana de millones de compatriotas, en la llamada cultura “traqueta” adquirida desde la fuerte influencia del narcotráfico, o de la tradicional forma de solucionar a sangre y fuego los conflictos cotidianos y políticos que se naturalizó en sesenta años de conflicto armado interno; pero, ninguno de estos marcos conceptuales y vivenciales, servirían para respaldar por completo, unas posibles hipótesis que nos sirvan para caracterizar debidamente, esta forma de actuar de grandes capas de la sociedad, que es señalada como indolente o inconsecuente.

Asimismo se puede establecer que, este grave comportamiento tiene su origen, como en algunas ocasiones se ha manifestado, en el hecho de que a la sociedad no se le ha dotado, por parte del Estado y de los gobiernos, tanto territoriales como nacionales, de herramientas pedagógicas y metodológicas que hagan posible que se desarrolle una sociedad, capaz de transformar sus problemas y conflictos pacíficamente, y poder romper con el miedo y la indiferencia; o también, como dicen en la calles, ante la incapacidad de los gobiernos y el Estado de proteger la vida de líderes y lideresas, y garantizar las actividades de las organizaciones, el miedo se apodera de la gente y es mejor, “no buscar problemas”.

Podríamos pensar además que, la falta de compromiso o la pasividad de la sociedad, que le impide tener un rol más activo en la construcción de la paz, es el resultado de doscientos años de aplicación imperfecta, del modelo occidental de democracia, y que lo que hay que hacer es desarrollar a profundidad la llamada democracia liberal y regular la economía de mercado, adobado todo, como es debido, con la descentralización y/o la federalización, para posiblemente avanzar hacia un país de regiones; o promover, como también se ha propuesto en otras ocasiones, el justo equilibrio entre la democracia representativa, bajo una reforma política que le devuelva a las regiones y a los electores el control político sobre el elegido, y la democracia directa, debidamente fortalecida, que haga posible el sueño represado de muchos sectores de izquierda, de avanzar e instalar la soberanía popular y el poder vinculante y decisorio del pueblo, como lo señala el Artículo 3º de la Constitución, para desarrollar a plenitud la llamada democracia participativa.

De otro lado, y esto parece inadmisible, corresponde en estos tiempos plantearlo y al llamado Gobierno del Cambio hacerlo, continuar desafiando el modelo global capitalista, retomar y desarrollar las utopías expuestas en tesis económicas y políticas que privilegian la igualdad social, y empezar a rociar con amor eficaz, el espejismo de vida feliz y la invisible línea arribista que venden exitosamente desde los metarrelatos generados por los monopolios de las comunicaciones y algunas academias, y el enrejado que rodea las mansiones, edificios y conjuntos residenciales exclusivos, creados para proteger a sectores sociales privilegiados, separándolos de los millones de excluidos y empobrecidos, como si estos últimos tuvieran una grave enfermedad viral, al estilo de las películas de zombis o muertos vivientes, con los cuáles se debe mantener distancia, y contra quienes, lo legítimo es organizar brigadas de “limpieza social”, o en el mejor de los casos, mirar para otro lado, por temor a contagiarse de pobreza y de violencia.

La tantas veces repetida fabula del “perro y el reflejo”, unida a las habituales historias, que han hecho creer que esta es la sociedad más feliz del mundo,  o la más “viva”, y los cuentos prefabricados de que la sociedad nacional y mundial ha llegado a la cima de la armonía y que este es el fin de la historia, no permite a la sociedad colombiana, soñar con la posibilidad real de cambio, y esta se aferra a la moraleja que le hace creer que es mejor conformarse con lo que hay, no soltar el hueso, antes que luchar por un mejor país. Una acción integral, que involucre todas las hipótesis señaladas y otras que seguramente se plantean desde distintos sectores políticos y académicos, sería lo más adecuado, si lo que se quiere realmente es salir de los círculos de violencias.

La paz demanda desatar una ambiciosa acción pedagógica y comunicativa, acompañada de garantías reales a la vida y a las organizaciones, capaz de generar una alta dosis de unidad, presión política y movilización pacífica, de quienes han soportado el dolor de las violencias, de los empobrecidos y esclavos contemporáneos, que les haga perder el miedo al cambio y los enamore de la solidaridad, la equidad y la justicia social; este sueño de paz, deberá también, convocar una fuerte dosis de amplitud y desobediencia de quienes, aunque temen perder sus privilegios y aun prefieren, a manera de los asistentes al circo romano, seguir presenciando el espectáculo de la muerte, son imprescindibles para crear; y lo más difícil, convencer con argumentos y lograr generar cierto grado de inteligencia y bondad, en quienes han impuesto las políticas económicas ligadas al modelo global dominante, para evitar que den el paso final que nos lance al abismo donde habita el irreversible fracaso.

Luis Emil Sanabria D.

La sociedad impersonal

El sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman (1925-2017) tenía razón al argumentar que la vida social se ha transformado en vida electrónica o cibervida, escenario acentuado con la Pandemia del Sars Cov-2 que sirvió para acelerar el proceso de la ciberactividad. La sociedad humana ha dejado de ser una sociedad de personas para convertirse en una sociedad de sujetos de derechos mediados por los algoritmos que, no son más que un listado de instrucciones que le indican a un dispositivo electrónico qué hacer en una mina de datos bajo el reinado de la Inteligencia Artificial.

Las relaciones interpersonales heridas de muerte, agonizan entre un desenfreno de datos que marcan el compás del devenir social en la manera como las personas se relacionan en la recreación, la educación, los deportes, el gobierno, la banca, la empresa, la salud y hasta en el sexo. Qué épocas aquellas cuando el interlocutor era otra persona y se podía ir a un punto geográfico para dialogar, para quejarse, para divertirse, para aprender, para llorar por el ausente o simplemente por el placer de ver o escuchar al semejante.

 

Las organizaciones de toda índole han echado mano de la novedosa interacción digital en todas sus presentaciones, bajo el amparo del argumento de la correcta prestación de sus servicios a un menor costo operacional llegan a sus usuarios y a todo aquel que demande de sus servicios. Ya no se trata de una sociedad de personas, sino de sujetos de derechos que establecen relaciones cada vez menos dialógicas frente a una pantalla. Los otrora establecimientos utilizados con el fin de contactar personas para atender inquietudes en la materia que fuere, son utilizados para que las personas asistan a interactuar con dispositivos digitales, raramente se encuentra allí una persona, en su reemplazo hay sujetos de derechos que han sido entrenados para responder según un flujograma de información. Los humanos se hacen cada día más máquinas, las máquinas, más sujetos.

La sociedad humana se desmorona sin ser consciente de ello, es menos colectivo de personas en su sentido ontológico moral. Las personas son reemplazadas por sujetos de derechos y de deberes regidos por la ley; ley que poco a poco será sustituida por algoritmos. Pareciese que nadie lo notase o silentemente se aceptase el mezquino destino de la humanidad. Las organizaciones fracasan en la consideración moral para y con las personas. Los éxitos empresariales van en detrimento de la persona en favor del ciudadano digital. No importa la persona, importa el consumidor que se manifiesta en estadísticas representativas de satisfacción. Pareciera que las empresas, entre ellas, las encargadas de prestar servicios personales fundamentales como la educación, la salud, la religión, la energía, el agua potable no fueran regentadas por personas, en su lugar hubiese humanoides tras los hilos directivos para quienes el éxito se traduce en aparentar con la mediación de dispositivos electrónicos la satisfacción de las necesidades de sus consumidores.

Bauman en la Introducción de su libro El Arte de la Vida (2009) sobre la pregunta ¿Qué hay de malo en la felicidad? señalaba que son las etiquetas, logos y marcas los términos del lenguaje de reconocimiento que han dado imagen a la identidad y que las personas huyen de sí mismas para llegar a ser otras personas fabricadas a su medida. Valdría la pena añadir que esas personas hechas a su medida son diseñadas por el digitalismo bajo el imperio de la Inteligencia Artificial. Las personas desaparecen para ser sustituidas por la mejor versión de sujetos de derechos que los “likes” pueden crear. Gran responsabilidad atañe a los dirigentes de lo público y de lo privado frente al ocaso de la sociedad de personas. Se está frente a la sepultura de la sociedad personal, en su lugar, se gesta la sociedad impersonal.

 

 

 

 

Una sociedad sin maestros

Vengo de demostrar la decadencia y crisis sufridas en muchos países hace muchas décadas, este factor, ya se dijo, constituye uno de los primordiales o principales problemas para entender lo que viene ocurriendo en la convulsionada sociedad desde mediados del siglo pasado y las dos décadas del presente. La educación mal concebida y también en decadencia en los últimos tiempos, ha contribuido a la crisis aguda que vivimos como tejido social en esta llamada sociedad moderna.

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Colombia mata a sus niños

El lunes 9 de febrero cientos de personas salieron a las calles de Florencia, Caquetá para rechazar el asesinato de cuatro menores en la vereda El Cóndor; dos días después en La Vega, Cundinamarca una muchedumbre recorría el municipio para darle el último adiós a Robinson Correa, un pequeño que fue encontrado desmembrado en la vereda Nagui Alto; ese mismo día 800 personas en el corregimiento de Borrero Ayerbe, en el Valle del Cauca, caminaron para alzar la voz de rechazo por la muerte Juan David Velandia de seis años, quien fue asesinado por su padre.

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“¿Quién es uno para no imponerle la muerte a otro?”

El cineasta colombiano Rubén Mendoza, estrena su segundo largometraje Tierra en la lengua. En él, Silvio Vega, un hombre crido en la orfandad y la violencia del campo Colombiano, en el ocaso de su vida, viaja con dos nietos para forzarlos a que lo maten antes de que lo haga la vejez. Por ello, Confidencial Colombia habló con Mendoza sobre el derecho a morir dignamente.

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La voz de la sociedad civil para la paz

Como una iniciativa para que la sociedad civil participe activamente en los diálogos de paz de La Habana, el presidente Juan Manuel Santos instaló el Consejo Nacional de Paz. Esta figura, creada a finales de la década de los noventa, propende que la gente entregue sus propuestas para darle fin del conflicto armado del país, en este caso a los diálogos que se desarrollan en La Habana con las Farc.

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La fuerza de la mujer radica en su poder sexual

La doctora en psicología y terapeuta Mireia Darder sostiene que toda la fuerza de la mujer radica en su poder sexual, que supera al del varón, tesis que plantea en su ensayo “Nacidas para el placer”, donde reivindica disfrutar al máximo de todas las sensaciones, sin tabúes.

 

“Propongo a las mujeres que miren en su interior, que dejen fluir el sexo y que actúen en función de lo que sienten, lo que les pida el cuerpo y lo que desean, en detrimento del tópico patriarcal de que el hombre basa sus relaciones en la sexualidad y que la mujer se centra en la emoción”, enfatiza Darder.

La psicóloga cuestiona todos los convencionalismos y propone a la mujer “obrar en consecuencia con sus deseos”, consciente de que aún queda mucho para lograrlo en un entorno en el que se exige a la mujer ser una buena madre, una excelente esposa, una gran amante, tener un cuerpo perfecto y ser una brillante profesional.

“Planteo a la mujer que se suelte y se olvide de tanta perfección, que acepte su cuerpo tal y como es, que se dé permiso para sentir y que se distienda con técnicas corporales de yoga o estiramientos, porque un buen sexo está totalmente reñido con el estrés”, recalca.


Para Mireia Darder, el modelo de mujer propugnado por la sociedad patriarcal es “la Virgen María”, algo que no es de recibo en pleno siglo XXI, aunque reconoce que cuesta trasgredir el esquema tradicional por un sentimiento de culpa producto de “un comportamiento milenario cuyo cambio requerirá como mínimo tres generaciones”, argumenta la experta.

Darder reconoce que la mujer ha ganado en igualdad y derechos políticos y sociales, con leyes equitativas, pero subraya que poco ha cambiado en el aspecto principal, ya que “no hay modelos positivos en femenino favorables a que una mujer pueda jugar distintos roles sexuales y vitales”, enfatiza.

“Incluso en las relaciones sexuales, la sociedad patriarcal construye a la mujer para que esté pendiente del placer del otro, y yo reivindico el placer para una misma, sin perder de vista a la pareja, pero sabiendo lo que yo quiero y lo que me satisface”, remacha esta psicoterapeuta.

Consciente de que algunas de sus observaciones puede levantar ampollas, Darder, cofundadora de Instituto Gestalt de Barcelona, en cuya editorial ha publicado este ensayo, anticipa que están basadas en sus reflexiones personales y observaciones como psicoterapeuta.


Así, la experta sostiene que “en el fondo, el patriarcado no deja jugar a otro tipo de relación sexual que no sea el abuso ya que si, como afirma este tipo de sociedad, la mujer no siente deseo y el hombre sí, la relación sexual solo se puede sostener desde el abuso de él hacia ella”.

Mireia Darder está convencida también de que la mujer es capaz de mantener simultáneamente varias relaciones a la vez, “como ocurre en algunas sociedades ancestrales, en la que la comunidad es la cédula de la convivencia y no la pareja”.

Por último, la psicoterapeuta considera que el hombre se siente desbordado en la actualidad porque no sabe cuál es su “rol” en las relaciones sexuales, ya que “estamos en un momento en el que el hombre no se sabe situar en una relación de menos poder”.

Tomado de EFE Salud/NANA DE JUAN

Desempleo Juvenil, ¿una lacra que se puede resolver?

Estamos cansados de leer y recibir noticias sobre jóvenes con serios problemas de delincuencia, violencia de género, y otros desarreglos sociales de nuestro tiempo. Miles de sicarios en las bandas de narcotraficantes, expresiones de violencia entre las hinchadas de fútbol, hurtos callejeros, abusos a la propiedad privada o violencia intrafamiliar, agresión verbal por aburrimiento o por afición. ¿Qué ocurre en nuestra sociedad para que estas sean las noticias que protagonicen muchos jóvenes, y no las que resalten una juventud aplicada, brillante, deportista y solidaria? Jaime Polanco. Presidente de Confidencial Colombia.

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“La ingeniería está triste y de luto”: Sociedad de Ingenieros

La tragedia en el sector del Poblado en Medellín que dejó una torre de apartamentos en el suelo tras desplomarse parte del conjunto residencial Space encendió las alarmas sobre qué está pasando con la ingeniería y la construcción en Colombia. Expertos, empresarios y profesionales de la ingeniería coinciden en afirmar que hay una falla humana que debe determinarse por fuera de la especulación.

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¡Soy un campesino!

Insistiendo en que el Día del Campesino son los 365 días del año, el Presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, Rafael Mejía, hizo una fuerte crítica a los ministerios que de una u otra forma tienen en sus manos el desarrollo de políticas mucho más estructuradas para favorecer y proteger al pequeño agricultor que solo vive de lo que la tierra produce.

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