Los atentados de la maratón de Boston, el accidente aéreo de Germanwings… La lista de tragedias que se hicieron virales es larga. ¿Nos está dejando tocados tanta mala noticia en 140 caracteres?
No es fácil saber qué va a convertirse en viral. Hay productos que parecen estar hechos para el éxito, a veces porque son prefabricados y otras porque enarbolan sentimientos universales como el humor o la nostalgia. Emociones por lo general positivas, sí, pero también hay un reverso oscurso: rumores, leyendas urbanas y tragedias que acaparan la atención de miles o millones de personas.
Ya sucedía cuando nos informábamos de forma exclusiva a través de medios de comunicación, y se ha acrecentado ahora que estamos expuestos a un mayor número de informaciones negativas con las redes sociales. ¿Qué hay detrás de todo ello? ¿Por qué tantas noticias tristes se conviertan en virales? ¿Qué sentimientos nos producen?
El profesor Alfred Hermida ha tratado de responder estas y otras preguntas en su libro Tell Everyone: Why We Share and Why It Matters, un ensayo sobre cómo las ideas y las historias se difunden y con qué intención. Hermida repasa tragedias mundiales como los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres, la matanza en un cine estadounidense durante la proyección de El caballero oscuro: la leyenda renace o las bombas de la maratón de Boston en 2013.
Todas tienen en común su difusión masiva a través de internet, con claves individuales como el periodismo ciudadano en el caso de Londres o la viralidad de plataformas como Facebook y Twitter en los casos más recientes. En los atentados de Boston, internet bullió: surgieron todo tipo de rumores y especulaciones mientras se intentaba recabar información sobre los sospechosos. En ese frenesí, se llegaron a apuntar nombres de personas inocentes. Por su parte, el 7-J supuso un antes y un después en la forma de contar las noticias: aquella noche, los informativos utilizaban vídeos filmados por gente de la calle; al día siguiente, los periódicos incluían numerosas fotos tomadas por los viajeros.
La BBC recibió en las seis horas posteriores a la explosión más de 1.000 fotografías, 20 vídeos, 400 mensajes de texto y 20.000 correos electrónicos, de acuerdo con los datos que maneja el propio Hermida, que fue editor de la web de la cadena pública británica. Aquello fue un anticipo de lo que estaba por llegar, pero ¿qué nos lleva a distribuir ese tipo de historias?
Según explica Hermida a Teknautas, cuando inundamos nuestro muro de noticias luctuosas, lo hacemos para “verificar con nuestros amigos puntos de vista similares sobre el mundo y que todos pertenecemos al mismo grupo”. Nuestra intención no es compartir el miedo “para que nuestros amigos se asusten”, indica el profesor, sino que lo hacemos “como un bien social”. En su opinión, “intentamos compartir la advertencia”, un aviso sobre el mundo trágico que nos rodea.
En el caso concreto de las tragedias, afirma Hermida, también compartimos para expresar nuestra condena, para unirnos a un sentimiento colectivo de apoyo. “Nos sentimos identificados con vosotros” es el mensaje que intentamos transmitir a los demás, en especial a las personas afectadas, cuando nos sumamos a este tipo de conversaciones.
La empatía es la clave
La psicóloga Lourdes Fernández, que ha trabajado en equipos de emergencia durante episodios similares, refrenda las palabras del profesor: “Las personas nos sentimos implicadas directa o indirectamente con las noticias tristes, de tragedias o catástrofes, generándonos empatía”. Según Fernández, nos ponemos en el lugar de los que están sufriendo la desgracia “por ser sucesos o circunstancias con características similares a las nuestras que bien nos hubieran podido pasar a cualquiera de nosotros”.
Una muestra extrema es lo que sucedió en 2012 tras la matanza en un cine donde se proyectaba El caballero oscuro: la leyenda renace. Jessica Ghawi, de 24 años, fue una de las fallecidas. A través de sus perfiles en redes sociales pudimos descubrir algunas de sus ilusiones, como ser periodista deportiva o madrina de un bebé. Sus últimos mensajes mostraban la emoción por asistir al prestreno de la película. La joven había incluso reprochado a una amiga, en tono jocoso, que se iba a perder la sesión.
“Las noticias de este horrible crimen nos llegaron de manera más cercana por todos los rastros que Jessica Ghawi había dejado en línea. Dejó de ser una extraña para los que leían sobre ella en la noticias”, explica Hermida en su libro. “Leer detalles tan personales hizo su pérdida más terrible y vívida. Fue un notable ejemplo de cómo los medios sociales pueden afectar a cómo nos sentimos sobre algo que está ocurriendo lejos y hacer que nos preocupemos”.
Recientemente, un estudio concluyó que compartir noticias violentas a través de medios sociales puede producir síntomas parecidos a los del estrés postraumático. Según explicó Pam Ramsden, de la Universidad de Bradford (Reino Unido), “las redes sociales han hecho posible que historias e imágenes violentas lleguen a la audiencia sin censura. Asistir a estos acontecimientos y sentir la angustia de quienes los sufrieron directamente puede tener un impacto en nuestras vidas diarias”.
Para llegar a esta conclusión se analizó cómo había recibido un grupo de voluntarios diferentes noticias, desde el 11-S hasta tiroteos en institutos o atentados suicidas. Un 22% se mostró visiblemente afectado por ellas, aun cuando no habían sufrido experiencias traumáticas en el pasado ni estaban presentes en el lugar de los hechos: tan solo los habían seguido a través de los medios de comunicación. Lo mismo se podría concluir observando noticias más cercanas y recientes como el vuelo siniestrado de Germanwings o el chico que mató a sus profesores con una ballesta en un instituto de Barcelona.
“Personas especialmente sensibles, o incluso con alguna patología psicológica, pueden verse muy afectadas por las noticias violentas”, coincide Fernández, “hasta el punto de sufrir reacciones psicológicas y fisiológicas negativas como si lo estuvieran viviendo en primera persona”. La experta pone como ejemplo lo que sucedió tras los atentados del 11-M en Madrid, cuando, durante seis meses, los servicios de emergencia recibieron “cientos de llamadas” de personas con síntomas como ansiedad matutina, dificultad para dormir y para ver las imágenes de la televisión una y otra vez, “a pesar de que no tenían ningún tipo de relación directa con el suceso”.
Una vez más, la empatía entra en juego: las personas “se identifican personalmente mucho más con los sentimientos y el malestar de otras personas, no pudiendo mantener la distancia emocional necesaria, sintiéndose mucho más implicados, a veces de forma inapropiada”, sentencia la psicóloga. Que las tragedias se vuelvan virales puede dejarnos tocados.