Valorar al padre

En unos días será el día internacional de la mujer. Los medios de comunicación, las redes sociales, los podcasts… se llenarán de artículos, noticias, fotografías, emisiones y charlas hablando de lo mucho que han avanzado las mujeres en derechos, en la sociedad, en reconocimiento… Está genial, de verdad. Pero a mí me cansa este feminismo que pretenden imponernos, considero que en occidente ya se han ganado las batallas, y prefiero romper una lanza por el hombre. No por cualquiera, no, quiero romper una lanza por el hombre que es padre. Un padre bueno, ese que edifica a la hija y al hijo, y coopera en su educación y formación y lo mejor de todo, ama a su mujer.

La razón no es otra que poner en valor todo lo que un padre aporta en el crecimiento y maduración como individuo pleno, es decir, como individuo maduro, equilibrado, capaz y responsable. ¿Por qué? Porque del padre nadie habla.

Llevamos años de un feminismo combativo, también bastante histérico, que ha denigrado la figura masculina hasta el punto de querer hacer de ella algo totalmente prescindible en la vida y en los modelos de nuestros hijos. Ese feminismo que culpa al hombre de todos los males de la sociedad, cuando la sociedad es precisamente el fruto del trabajo en común de hombres y mujeres, cuya mejor escuela social es la familia, donde padre y madre trabajan por el bien de sus hijos.

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Hay vida más allá de la madre

Me niego a creer que el hombre, varón de la especie humana, es un ser salvaje que vive sin cordura, haciendo lo que se le antoja, más cercano a un animal que a alguien que tiene dominio de sí mismo. Me niego a ver en el hombre a un ser viciado con tan poca fortaleza que se deja llevar por cualquier red embaucadora de su propia voluntad. Me niego por la sencilla razón de que a mi alrededor no he visto a nadie así, y sé que haberlos haylos, pero son los menos. La mayoría son como los de mi alrededor; hombres fuertes, dinámicos, con dominio de sí mismos, enérgicos, analíticos, afectuosos, con su “nada”, su orden, sus límites, sus trabajos, sus vías de escape, sus virtudes y defectos…

La mujer madre es portadora de vida, es la transmisora de sentimientos, sensibilidades, belleza y es refugio seguro al que un niño herido, confundido y perdido puede siempre volver, porque ella es consuelo, alivio. Nadie duda de su importancia, ni de su papel crucial. La madre es la que permanece con él, la que le muestra el mundo interior y a la que el niño se siente unido hasta que aparece el padre, dicen los psicólogos que antes del año, para deshacer esa unión de un modo armonioso y brindarle el conocimiento del mundo exterior y ahí lo valida, le da salida al mundo. Y el niño tendrá que ir descubriendo el exterior, el mundo, primero con ayuda hasta que lo domine, y a la vez tendrá que descubrirse a sí mismo, en su mundo interno.

El reflejo del padre

La importancia del padre es crucial pues dicen los psicólogos que de las relaciones con él dependen en gran medida la salud mental, la autoestima, la asimilación de la norma y los límites, la aceptación, la autosuficiencia y hasta el análisis que hacemos en la toma de decisiones. Es el ejemplo en el que se miran los hijos varones y es lo que buscan las hijas cuando se enamoran de un hombre, somos animales que repiten conductas.

Cuando la relación de los padres, padre y madre, además es buena y edificante, porque ambos se aman y respetan, los hijos aspiran a lo mismo. Nadie puede negar que, cuando no hay traumas, la familia es el lugar social más seguro, ahí donde se nos quiere incondicionalmente.

Sociedad líquida

Obvio que cuando los modelos fallan, los hijos salen perdiendo, la familia se rompe y la sociedad adolece. En estos momentos, la sociedad occidental vive resentida porque el ataque a la familia viene de esa corriente que quiere cambiarlo todo, hasta lo biológico, para crear de la nada una antropología nueva, donde el hombre se feminiza hasta el punto de querer ser mujer, y reivindicar sus propios derechos. Y la mujer reivindica papeles tan masculinos que acaba perdiendo su feminidad, que emana de la propia fecundidad. Occidente está vuelto del revés y del revés se han puesto las cabezas.
A los que dicen que la figura del padre es sustituible, reemplazable, no les quito ni un ápice de razón, pues muchos son los huérfanos que crecen y maduran plenamente porque han tenido figuras masculinas plenas a su alrededor. A ellos también tocaría decirles que el padre es igual de sustituible que la madre. Y que cuando esta falta toca igualmente buscar modelos femeninos que aporten al niño lo que una madre da. Pero nunca lo ideal será sustituirlos. Y hay que aspirar al ideal, a lo mejor, por principios.

Todo lo que suena a padre, patriarcal, patrimonio… es malo, feo, caca, ¡no se toca, niño! Los acólitos de la pseudo antropología woke, quieren hacer ver (y pronto saldrán estudios) que las familias de todo tipo de combinaciones de adultos son igual de beneficiosas para los niños pues lo importante es el amor. Y con esta falacia destrozan al niño, al hombre y a la mujer, a la sociedad entera, pues el amor no es suficiente.

Se necesita plenitud de ser, rigor, salud mental, orden, valores, prioridades y esa balanza biológica que tiene el yin femenino, y el yan masculino, que en armonía, edifican a hombres y mujeres capaces de seguir con el orden natural de la vida y de encontrar la felicidad a pesar de las dificultades que la propia vida acarrea, persiguiendo sus metas y propósitos, sin eliminar a nadie de la ecuación.

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