Desde la aparición del fenómeno del narcotráfico, Cartago ha sido uno de los epicentros de la violencia en Colombia. El cartel del norte del Valle, los paramilitares en confrontación con la guerrilla y ahora las Bandas Criminales azotan a una región que parece condenada a ser víctima del conflicto.
Lo que para cualquier ciudad del mundo sería una ventaja, para Cartago es una maldición: estar ubicado cerca a una maravilla natural, el Cañón de Garrapatas. Aparte de la belleza del lugar, la fértil tierra esconde en sus entrañas la posibilidad infinita de cultivar droga y de crear laboratorios recónditos para las autoridades.
Ese Cañón también sirve de corredor estratégico, que han utilizado unos y otros, para sacar la droga y las armas al Océano Pacífico. El Comando Conjunto de Occidente estableció sus bases financieras en este sector del país y logró adueñarse, en los años 80, de gran parte del territorio que rodea a la ciudad.
El país, en ese momento, comenzaba a presenciar un fenómeno que emergía en varias zonas de la región. Con la excusa de defender a los ganaderos y empresarios de varias zonas del país, ejércitos paramilitares utlizaron el negocio del narcotráfico para justificar y financiar su lucha “contrainsurgente” y llegaron, como casi todos los armados, al norte del Valle del Cauca.
Sin embargo, los “reyes de la zona” durante años fueron los grandes capos del narcotráfico. Mientras en Antioquia mandaba Pablo Escobar y en el sur del Valle del Cauca dominaban los hermanos Rodríguez Orejuela, en Cartago se hacían cada vez más famosos los nombres de Orlando Henao, Diego Montoya, alias ´Don Diego´, Wílber Varela, alias ´Jabón´, Iván Urdinola Grajales, alias ´don Iván´, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias ´Chupeta´, Hernando Gómez Bustamente, alias ´Rasguño´.
Mientras el cartel de Medellín y el de Cali discutían y negociaban su entrega a la justicia, el Cartel del Norte del Valle –con sede en Cartago– incrementaba su poder financiero y se adueñaba de cultivos y laboratorios. Por primera vez, los cartagüeños se enfrentaron a un fenómeno que marcaría la historia del país.
El poder del ‘clan Henao’, amos y señores del cartel del Norte del Valle llegó hasta finales de los noventa. “En 1998, cuando asesinaron a Orlando Henao Montoya, apodado ‘el capo del capos’, el Cartel del Norte del Valle se dividió en dos facciones: una liderada por Diego Montoya Sánchez y la otra bajo el mando de Wílber Varela, quien era el jefe del aparato sicarial de Henao Montoya. En ese momento, coinciden desde analistas hasta autoridades, empezó “el reinado de los gatilleros””, dice el periódico El País de Cali.
Desde entonces, señalan expertos, el cartel se dividió en “por lo menos 20 ‘mini-carteles’” y el negocio del narcotráfico se dividió en esa misma fracción. “Mandos medios de la organización, escoltas y algunos empleados de confianza de los capos se convierten en Dones”, dice Camilo Chaparro en su libro ‘Historia del Cartel de Cali’.
Si el modelo de control del negocio era violento por parte de los grandes capos, con la diversificación de jefes se multiplicaron los mecanismos represivos. “El control del negocio se hace con violencia”, señala el politólogo Gustavo Duncan.
A comienzos del nuevo milenio se estableció, según fuentes policiales, una intensa persecución contra los líderes de los carteles que operaban en la zona. “En Cartago, cuna de narcos como ´Rasguño´, Jhon Edilber Cano, alias ´Jhonny Cano´ y Aldemar Rendón, alias ´Mechas´, entre otros, el ambiente se respira especialmente denso pues jóvenes ambiciosos se están matando por quedarse con el mando de los caídos jefes”, afirma la revista Semana a mediados de la década.
Tras la negociación paramilitar en Ralito, los mandos medios de estas estructuras criminales asumieron el poder que sus jefes, extraditados, dejaron en las regiones. Producto de este proceso, para muchos fracasado, nacieron varios de los grupos que hoy tienen sitiada a la ciudad valluna, tales como los Urabeños o los Rastrojos.
Las cifras oficiales de Cartago –dice Semana en 2009– dicen que el homicidio está frenado, 117 asesinados en 2008, frente a 118 del año anterior y que incluso, este año, las cosas van mejor pues en 45 días han ocurrido 6 muertes violentas en comparación con las 20 que hubo en el mismo período del año pasado. “Estamos trabajando muy duro para bajar las tasas de homicidio”, dijo el coronel Germán Gallego, comandante del Sexto Distrito de Policía en el norte del Valle.
Ahora las ollas de droga inundan la ciudad. Los parques se han convertido en expendios donde niños de 15 y 16 años, como alias ‘El diablito’, mandan a matar a quienes no hacen parte del negocio del microtráfico y no aceptan sus reglas. Las instituciones denuncian a medias, las autoridades tienen miedo y los habitantes viven bajo la zozobra de un pueblo que no se puede olvidar de la violencia, porque la vive todos los días desde hace años.