El artista neoyorquino de origen puertorriqueño Ray Villafañe, celebra Halloween en la Gran Manzana tallando esculturas en calabazas. El artista es famoso gracias a su tradición
Calificado por el diario The Wall Street Journal como “El Picasso del tallado de calabazas”, Villafañe repitió este año, tras el éxito de 2011, como maestro escultor para la exposición “El jardín encantado de calabazas” del Botánico de Nueva York, situado en el barrio del Bronx.
Villafañe, estudió en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York y reside en Arizona. Descubrió este talento escondido hace trece años, cuando empezó a tallar calabazas de Halloween para los niños del colegio en el que daba clases de arte.
“Algunos niños se asustan demasiado como para acercarse a ellas, pero la mayor parte de la gente se queda intrigada porque no puede creer que lo que está viendo es una calabaza”,manifiesta el artista.
Después de tres intensos días de trabajo, el primero de ellos ante la atónita mirada de los pasajeros de la estación Grand Central de Manhattan, Villafañe y su equipo de escultores consiguió convertir uno de esos inocuos frutos en un zombie, a tamaño real, del que se pueden ver sesos, tripas y sangre brotando.
“Quiero que el tallado de calabazas en el Botánico durante Halloween se convierta en una de las actividades necesarias de Nueva York, como el alumbrado del árbol de Navidad en el Rockefeller”, asegura Villafañe, reconocido además por su creación de figuras de superhéroes de cómic para Marvel y DC Comic.
La escultura de Villafañe es el plato fuerte de una exposición hasta donde han viajado las mayores calabazas de todo Estados Unidos, como una de 850 kilos cultivada en Greene (Rhode Island), que ha batido el récord mundial de peso que se había alcanzado el año pasado.
Los visitantes y curiosos que se acerquen hasta el Botánico también podrán ver otra calabaza de 835 kilos, procedente de Boscawen (New Hampshire) y una tercera de 800 kilos de Pleasant Hill (Oregon), todas ellas ganadoras de un concurso interregional realizado en Estados Unidos.
Su capacidad para ir más allá de los triángulos y boca tradicionales y crear en ellas verdaderas obras de arte provocó que “no parasen” de hacerle pedidos, incluso los padres de sus alumnos, y la popularidad llegó a ser tal que, finalmente, decidió dejar la enseñanza para sumergirse de lleno en la escultura.
Si bien esas creaciones se multiplican hasta quedar en manos de miles de personas alrededor de todo el mundo, sus elaboradas calabazas tienen fecha de caducidad, puesto que terminan por pudrirse. Pero, lejos de molestarle, ése es precisamente una de los factores que más le atrae de tallar esos frutos.
“Cuando tallas estas obras de arte temporales realmente tiendes a gravitar más alrededor de esa pieza, tienes memoria de ellas que son, en muchas ocasiones, mejores que las demás, la experiencia perdura en tu cabeza y se amplifica”, explica.