LA BOGOTÁ QUE YO QUIERO Por: Juan Gómez | @ZascaSiiu
Cuando se nos pregunta acerca de las razones por las que gustamos o sentimos afecto por un ser u objeto, solemos irnos por ramas lejanas a sus raíces y usamos cliches y frases de cajón para afirmar nuestros débiles argumentos. En el caso de referirnos a un espacio geográfico como Bogotá, vamos nombrando cualidades escuetas como su arquitectura, sus espacios recreativos, sus propuestas culturales y quizás una de las más hipócritas razones, pero preferida por su valor emocional, su gente.
En mi caso, debo decir que siento un terco amor por Bogotá y digo terco por que muchas veces he renunciado a situaciones mejores solo por quedarme en esta ciudad y como una pareja dependiente ignoro sus defectos. Mi dependencia es tal que al estar más de unas semanas alejado de Bogotá ya me empiezo a sentir enfermo. Una prueba más de que el amor se construye en gran parte gracias a la costumbre. En ocasiones amo a Bogotá por la sencilla razón de que es mi ciudad, buena o mala es lo que tengo
También es sabido que amamos algo porque nos vemos reflejados en su ser. Y es que Bogotá es un espacio que llenamos de animas, al que impregnamos de una determinada personalidad.
Esta es la raíz de mi amor ciego y obsesivo, Bogotá es mi alter ego. Es una ciudad monstruosa de espacios en blanco y callejones oscuros, un recuerdo de mis bajos instintos, esos que debo reprimir a diario. Siento tan mías todas sus desesperaciones, analogías de mis deficiencias emocionales. Sus congestiones vehiculares, incapacidad de respirar; formas y estructuras asimétricas, tumores que le duelen al dar un tímido paso; tejida por parches poco articulados y disimiles, imposibilidad de definirse homogénea o al menos organizada. Aun así sigue teniendo presunciones de vanidad y arrogancia, siente ser el centro de su mundo, un altar de civilización y etiqueta, bastión de una sociedad desarrollada en medio del collage de provincias que forman a la republica. Por ello cuando ve que alguna de las otras ciudades del país da un paso por delante de ella, actúa con envidia, humilla y descalifica, olvida que el centralismo murió con el nacimiento de la constitución del 91. Y esta no es más que otra muestra de su decadencia, de su esquizofrenia, por ello dan ganas de abrazarle y tranquilizarle, decirle que todo pasara, que comprendo su sufrimiento, que la amo así, tan imperfecta y vulnerable.
Y después del llanto intenta levantarse, recuerda que esa cultura de la que se ufana, es en si misma una gran responsabilidad, que si el resto del país es pobre es por que ella lo ha despojado e ignorado. Al aceptar sus culpas se hace humanista, sonríe y tiende su mano, acoge a tristes gentes, tan llenas de frustraciones como ella. Así sea renegando, da lo que puede para su niños y jóvenes. Esos generaciones que son reflejo de ese sentimiento esperanzador que quiere renovar y reinventar los sentimientos de amor por Bogotá.
