Tumaco tiene memoria

Tumaco tiene la oportunidad de recuperar la memoria que se puede perder por causa de la guerra que la cerca y la golpea constantemente. La Casa de la Memoria del Pacífico Nariñense recoge y expone esos elementos físicos que permiten comprender el drama que se vive en este puerto sobre el Océano Pacífico

En el centro de la ciudad de Tumaco, frente a uno de los almacenes más tradicionales del puerto, se alza una casa que guarda uno de los más preciados tesoros de la comunidad del litoral del Pacifico.

La Casa de la Memoria del Pacífico Nariñense es un espacio en el que la Diócesis de Tumaco ha logrado cristalizar el sueño de muchos defensores de derechos humanos que han visto como la realidad de este importante puerto ha ido cambiando hasta convertirse en un hervidero de violencia que azota a la población.

El 19 de septiembre de 2013, fruto del trabajo de la pastoral social de Tumaco después de la muerte de la hermana Yolanda Cerón, se fundó esta casa de dos pisos en la que funciona un espacio para reconstruir la memoria de la sociedad tumaqueña y otro espacio para realizar talleres y actividades de sensibilización para jóvenes.

La iniciativa surgió después de que se notara que el archivo fotográfico existente sobre Tumaco solo era expuesto en la semana por la paz. De esa manera se buscó que existiera una forma de preservar estas memorias.

Johanna Olaya, a sus veintiún años es la encargada de este casa, que cuenta con el apoyo del Centro de Memoria Histórica de Bogotá. Ella reparte su tiempo entre su hijo de 5 años, sus estudios en pedagogía, sus prácticas profesionales y el manejo de este centro de memoria.

Su labor ha consistido en recopilar fotografías sobre la historia de la ciudad. Entre esas historias se deben contar 500 imágenes de personas asesinadas en medio de la violencia que llegó a mediados de los 90 a esta ciudad.

Para Johanna “el reto más grande de este centro de la memoria es tratar de hacer paz en medio del conflicto; visibilizar lo que pasa sabiendo que sigue ocurriendo todo el tiempo. Además, que la gente entienda que las masacres, las bombas no son algo normal. Hay que hacerle entender a la gente que cada muerte es irreparable e irreversible y que no es normal que esté pasando en un municipio que ha sido pacífico. Así como la violencia llegó aquí, también se puede ir”.

El salón que recoge las imágenes de muertos de esta ciudad parece una capilla por la solemnidad que se siente al mirar los rostros de mujeres, hombres y niños que han caído por las balas de una violencia que cada vez más se enquista en este puerto nariñense. La expectativa de Johanna es compartida por muchos de los que habitan esta ciudad: “Solo espero que los nietos que yo tenga vivan en un Tumaco en paz”.