Por: David Benítez
Los fuertes vientos que azotan la sabana se convierten en la invitación perfecta para una tradición arraigada: la elevación de cometas. Más allá de un simple pasatiempo, esta actividad encarna un ritual colectivo que llena los cielos de color y convoca a las familias en espacios públicos, dinamizando además una parte de la economía local.
Es una imagen que se repite año tras año, cuando la brisa bogotana —que puede alcanzar los 35 kilómetros por hora durante el día, según datos recientes del IDEAM (Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales) en agosto de 2025— crea el telón de fondo perfecto para este espectáculo aéreo.
Los parques metropolitanos de la ciudad, como el emblemático Simón Bolívar, se convierten en verdaderos escenarios de encuentro. Familias enteras, grupos de amigos y hasta solitarios entusiastas acuden a lugares como el Parque Regional La Florida, el Parque Metropolitano El Tunal, el Parque Timiza, el Parque de Los Novios y el Parque Metropolitano San Cristóbal.
Estos espacios, adecuadamente dispuestos por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD), ofrecen las extensiones necesarias para que cometas de todas las formas y tamaños —desde las artesanales hasta las más modernas— surquen el cielo. Es allí, bajo la inmensidad del cielo capitalino, donde la destreza para manejar el viento se convierte en juego, y las risas de los niños se mezclan con la nostalgia de los adultos.
Esta pasión por las cometas no solo se vive en los parques; también impulsa un mercado que se activa con la temporada de vientos. Aunque no existen cifras globales exactas sobre el impacto económico total, Fenalco (Federación Nacional de Comerciantes) ha indicado que, en promedio, una persona invierte alrededor de $36.000 pesos colombianos en una cometa.
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Este gasto, multiplicado por los miles de participantes, genera un movimiento económico notable que beneficia tanto a los productores locales —quienes aportan aproximadamente el 60 % de la oferta de cometas nacionales— como a los importadores.
Lorena Mosquera, quien cada agosto participa de esta tradición, comenta:
«Para mí, elevar cometa es una tradición familiar y de amigos. Cada año salimos al parque más cercano y es increíble cómo algo tan simple nos une. Es una pausa necesaria del día a día, y ver la cometa arriba, contra el viento, siempre saca una sonrisa.»
Cristian Pastrana, otro aficionado que no falla a la cita de agosto, añade:
«A veces se enreda, uno se frustra, pero cuando finalmente la cometa toma vuelo y se queda ahí arriba, es una satisfacción enorme. Es un momento para compartir, para desconectarse un poco de todo y solo mirar al cielo.»
Sin embargo, en medio de esta alegría y tradición, es crucial recordar los desafíos que presenta la elevación de cometas. La seguridad es una prioridad, especialmente cuando las cometas interactúan con la infraestructura eléctrica.
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Enel Colombia, la empresa de energía de la región, informa sobre incidentes anuales. En agosto de 2024, por ejemplo, retiró 443 elementos de las redes, en su mayoría cometas. Históricamente, las cuadrillas de Enel-Codensa han llegado a retirar un promedio de 3.100 cometas de la red durante el mes de agosto.
Por ello, entidades como Enel Colombia, la Alcaldía de Bogotá y el Cuerpo Oficial de Bomberos hacen un llamado a la precaución. Recomiendan encarecidamente elevar cometas solo en áreas abiertas y lejos de cables de energía y árboles.
Es vital utilizar hilo o cuerda de materiales no conductores, evitar la actividad durante lluvias o tormentas eléctricas, y jamás intentar recuperar cometas enredadas en las redes eléctricas. En su lugar, se debe reportar la situación a la línea de atención de la empresa de energía (línea 177). Además, está prohibido elevar cometas desde terrazas, balcones o ventanas, pues estos sitios aumentan significativamente el riesgo de accidentes.
Así, la elevación de cometas en Bogotá trasciende ser un simple evento estacional: es una expresión cultural vibrante que une a las personas, fomenta la actividad al aire libre y mantiene viva una valiosa artesanía. Con la conciencia sobre las prácticas adecuadas y el apoyo constante de las entidades para garantizar un disfrute seguro, esta tradición puede y debe continuar volando alto en los cielos de la capital, llenando el paisaje urbano de color y creando memorias compartidas para miles de familias cada agosto.
Es una práctica que, con responsabilidad, seguirá siendo un símbolo de la alegría y la conexión en Bogotá.
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