El 23 de mayo de 1618 los consejeros del emperador Fernando II fueron arrojados de una ventana (o fenestra) del palacio de Praga por un grupo de nobles y representantes de la Liga Protestante de Bohemia. Este hecho fue una especie de florero de Llorente que desencadenaron la Guerra de los Treinta Años, uno de los conflictos más sangrientos de la historia europea. El verbo defenestrar se usa desde entonces para describir la caída súbita y violenta de una persona con poder y autoridad. No es un verbo cualquiera.
No quiero ahondar sobre la gravedad de las palabras de John Marulanda cuando llamó claramente y sin ambigüedades a defenestrar a Petro. Ya mucha tinta ha corrido al respecto. El asunto es que esas palabras tienen resonancia en un sector de la sociedad que tiene una pasión casi devota por la autoridad violenta e impositiva, muy contraria a la democracia. Y creo que, si eso se suma con otro sector que aún cree en soluciones armadas a las crisis o a los problemas endémicos, la democracia colombiana puede estar en riesgo.
Colombia hoy tiene prácticamente todas las cartas de sus actores expuestas, sus heridas abiertas y un ambiente de incertidumbre en el que no es fácil llamar a la calma. Además, el mundo está lleno de crispación, y los golpes de Estado no son un asunto del siglo XX. Según la base de datos de golpes de la Universidad de Harvard, ha habido 28 golpes de Estado en el mundo entre el 2000 y el 2020. Más de uno por año. En nuestro caso hay un asunto más. Entre los escenarios posibles, el presidente Petro puede llegar a sentirse muy cómodo llamando a la movilización contra un enemigo interno, que otrora estaba representado por el uribismo, pero que hoy es etéreo.
Eso le garantizaría al presidente lo que no tiene hoy: la indignación que se necesita para grandes movilizaciones. Nadie sale a las calles a apoyar políticas públicas. El ejemplo reciente de Pedro Castillo es clarísimo: su popularidad y respaldo era casi nulo en la sociedad peruana, nadie le apoyaba sus acciones, reformas o menos sus nombramientos. No obstante, en el momento en que es defenestrado los movimientos que lo eligieron salieron masivamente a las calles porque se convirtió en un problema de indignación colectiva, en la defensa de los propios votantes, no de Castillo.
Pero contar con las masas indignadas tiene un alto costo: No se puede gobernar al mismo tiempo que se dedica todo el tiempo y la energía a defenderse. De hecho, es de las peores condiciones que puede afrontar un gobernante, especialmente cuando intenta hacer reformas. En eso, las élites colombianas, la clase política más tradicional, los actores armados y hasta el propio ELN juegan de local. Desestabilizar hoy es una tarea relativamente sencilla y la movilización social tiene puntos de agotamiento. Es decir, nada garantiza que se salga avante de una crisis tal. Es mucho mejor tratar de evitar este escenario.
Para esto, el presidente tiene que tomar decisiones. No como las del revolcón ministerial, todo lo contrario. Debe priorizar y estabilizarse en las políticas más relevantes para este gobierno: la seguridad y la paz. Si estas dos condiciones avanzan puede avanzar en las reformas por las que quiere ser recordado, incluso puede empezar de cero la reforma a la salud y lograr un proyecto mucho mejor del que hay. Puede avanzar las discusiones sobre los minerales necesarios para la transición energética justa y conectar a las regiones históricamente desconectadas y en abandono.
Es fundamental para la estabilidad del país y también para la del gobierno que concrete una política pública de paz, más allá de la producción de leyes. Hoy, con la implementación del acuerdo final de paz con las FARC, los PATR y la institucionalidad actual tiene muchas herramientas para avanzar con éxito en la transformación rural. Incluso, es altamente posible que la Reforma Agraria avance con celeridad, incluida la jurisdicción agraria.
Sé que el gobierno está ante muchos retos, cada uno más difícil de encarar que el anterior. También soy plenamente consciente de que no tuvo la mejor línea de base para arrancar. Sin embargo, nada le impide priorizar, detenerse y dar los pasos necesarios para avanzar en la paz. Si uno deja lo que está sucediendo con la paz total al azar, nos va a ganar el corazón la violencia.