El poder del agradecimiento

Por: León Sandoval

EL rey David, luego de Jesucristo, con toda seguridad, ha sido el hombre más amado por Dios, entre otras cosas, porque David encierra como los clarosobscuros del tablero de ajedrez, todos los vicios y las virtudes humanas. Fue un hombre valiente, corajudo, justo, decidido con alto valor, pero también fue un hombre que tuvo momentos de vida licenciosa, en la que se entrego a las pasiones, al licor, a la estupidez humana e incluso al amor irrefrenable, al punto que llegó a cometer actos oprobiosos de lujuria que sin lugar a dudas dejaron grandes consecuencias. Pese a lo anterior, fue de tal tamaño el amor de Dios hacia David, que no sólo lo ungió como rey en sustitución del rey Saul, le llamó de lo más sencillo del pueblo de Israel, y por amor a su nombre, no arrebató jamás la corona de su hijo y sucesor, el Rey Salomón. De hecho, cuando Dios puso en el corazón de David la necesidad de construir un templo para Dios, El Señor le dijo a David que sus manos habían derramado tanta sangre, que no sería la persona adecuada para construir un templo, le pidió en su lugar que aprovisionara todos los recursos necesarios para ello, y que, su sucesor sería, quien, con unas manos puras, sin mancha de sangre, edificaría el añorado templo.

El Rey David reunió en una sola persona todo el catálogo completo de pasiones, vicios, defectos, virtudes, bondades y emociones positivas y negativas que la naturaleza humana puede albergar, pero ¿Porqué que el Supremo Arquitecto del Universo le dispensó infinito amor y misericordia a un hombre perfectamente imperfecto?, la respuesta es fácil hallarla en las crónicas del profeta Samuel, en los libros de Reyes, y en los Salmos que el mismo Rey David compuso. Ante todo, David el pastorcillo, el jovenzuelo que se encargó de cuidar los ganados de su padre Jesé, luego el héroe que destruyó a Goliat, posteriormente el preferido del rey Saul, y finalmente, el líder amado por su pueblo que logró la unificación de las doce tribus de Israel bajo su mano, tuvo algo, y era el poder del agradecimiento, que le permitió hallar gracia para ante Dios.

David fue un hombre con defectos, seguramente un hombre de temperamento que oscilaba entre colérico y sanguíneo, siempre dispuesto a reaccionar inmediatamente muchas veces sin meditar, un hombre impetuoso y pasional, pero siempre agradecido. En boca de David siendo el hijo menor de su padre, el que no estaba llamado a heredar, o siendo el gran Rey que gobernó durante 40 años, siempre afloro la Gratitud. La palabra Gracias fue la palabra que siempre estuvo en boca de David, aún fastuoso por los títulos, siempre agradeció por todo y por nada.

El agradecimiento entraña un mantra de poder, una acción de visualización del pasado, del presente y del futuro. Quien agradece ora dos veces, agradecer en la mañana, al medio día, en la tarde, en la noche, y no dejar de agradecer. No basta simplemente, en leer textos como 1 Crónicas 17, 2 Samuel 22, o piezas tan hermosas como el Salmo 86 o el Salmo 144 para entender como de la boca, de las manos y de todo el Ser de David brotaba el agradecimiento perenne hacia su creador.

A lo largo de mi vida he aprendido que el agradecimiento es parte esencial de la existencia, no hay vitalidad sin agradecimiento. Una de las personas más maravillosas que he tenido la oportunidad de topar en mi vida, tiene tatuada la palabra Gracias, y así como está grabada en su piel, también la tiene grabada en su alma y me ha enseñado sobre el agradecimiento. No sé si aspirar a ser el rey David en tiempos de algoritmos sea posible, pero lo que sí sé, que es posible ser agradecidos por todo y por nada, así el mundo vaya en sentido contrario y sientas que todo va en contra tuya, da las gracias siempre y no dejes de hacerlo, porque como le diría el Rey David en sus últimas palabras a su hijo Salomón: “Yo sigo el camino de todos en la tierra; esfuérzate, y sé hombre”, al final es el alma agradecida la que queda…