Mi Vida y el Palacio: Construyendo memoria alrededor de nuestra historia

Relato sobre la toma del Palacio de Justicia

Helena, recoge tus cosas y ve a la secretaría que tu mamá te vino a buscar –es lo que recuerdo haber oído  sorprendida de no haberme ganado un regaño y de que mi mamá estuviera en la escuela, pero a la vez contenta por irme antes de tiempo. Me levanté, salí del salón de clase y después del edificio donde estaban los cursos medios. Atravesé el patio donde se estacionaban los buses, hasta llegar a otro edificio donde quedaba la secretaría de la escuela. Nosotras las estudiantes, rara vez íbamos allí.

Mi mamá alcanzó a verme entrando por la puerta que comunicaba con el interior del colegio, al otro lado de un amplio pasillo, ubicado al otro extremo y me siguió con su mirada hasta que estuve frente a ella.

Su rostro estaba tenso.

De repente, mis hermanas, Anahi y Maireé, se nos unieron.

Entonces mi mamá dijo: “El papá me llamó a decirme que las venga a buscar al colegio, porque hay unos disparos en el primer piso del Palacio de Justicia”.

Eso fue todo lo que dijo mi madre y salimos sin hablar del colegio. Una de las monjas a cargo de la secretaría, llamó un taxi que nos recogió en la salida de la carrera 9ª y nos llevó hasta la calle 72 para después tomar la carrera quinta hasta el barrio La Macarena, a casi seis kilómetros de distancia, donde vivíamos.

No hablamos en todo el recorrido. Mi mamá transpiraba angustia. Yo estaba muda y quizá desde ahí decidí no volver a decir mucho para protegerme de sentir. Tenía mucho miedo. Me desconecté del trayecto, de mis hermanas y de mi madre y no volví a hablar por muchos meses más.

El taxi subía con dificultad las calles empinadas sobre los cerros del lado oriental de Bogotá; perdía fuerza, se colgaba hasta lograr lentamente llegar a la cima de la pendiente, entonces retomaba la velocidad inicial. No hacía mucho que mis padres habían vendido el Renault 4 comprado justo en nuestra llegada a Colombia y con el que habíamos recorrido y conocido gran parte del país. Ahora teníamos un jeep de marca LADA. Era un carro con fama de ser resistente, fabricado en la URSS, que ese día mi papá había parqueado en los sótanos del Palacio de Justicia, y en el que nunca llegaríamos a viajar. Finalmente llegamos a nuestro apartamento en la carrera quinta con calle 27. Ya era poco más del medio día.

Entré y me fui a mi cuarto. Era muy amplio, de hecho era el más grande de toda la casa y el único que daba hacia el patio del edificio, así que era el menos ruidoso de todos. Me senté en la cama por un momento. Mi cama estaba separada de la de Maireé, por una mesita de noche en la mitad. Yo compartía cuarto con mis hermanas menores. La menor, que seguía siendo una bebé, a veces dormía con nosotras en su cuna, a veces con mis padres. Anahi, que ya entraba en la adolescencia, tenía un cuarto para ella sola, algo más pequeño.

Recuerdo que el cuarto era frio, sobre todo en las noches y por eso para dormir me metía entre las cobijas de lana, evitando las sabanas heladas. Había muñecas por todos lados. Mis hermanas jugaban con ellas. A mí, en cambio, nunca me habían gustado mucho.

En el cajón de la mesita de noche guardaba mis lápices, borradores de colores de olor a fresa. Lo que más cuidaba eran las hojitas con impresiones de muñequitos japoneses y garabatos que nos gustaban a las niñas de mi colegio y que por alguna razón llamábamos esquelas. Abrí el cajón y revisé que estuviera todo en su lugar, como buscando asegurar mi pequeño mundo. Lo volví a cerrar y fui a la sala.

Mi mamá ya no estaba. Había vuelto a salir a recoger a la menor de las hermanas al jardín infantil. Había tenido que tomar un taxi nuevamente.

En la sala de la casa las ventanas iban de extremo a extremo y se podía ver toda la ciudad. En una de ellas mi papá había pegado un poster con un dibujo de una paloma blanca que simbolizaba la paz. Hacía un año que se había firmado un acuerdo de paz entre el gobierno y varios grupos guerrilleros como las FARC o el M19.

Las ventanas tenían unas cortinas delgadas para opacar un poco la luz que entraba al salón de forma directa desde el mediodía y durante toda la tarde. Corrí una cortina hacia un lado y me metí entre ella y la ventana, y ahí me puse a mirar el horizonte. De repente, y como en una película, vi acercarse y pasar delante de mis ojos, por la carrera quinta en dirección sur, un tanque de guerra,  uno de esos monstruos pesados, diseñados en los países del norte para las guerras que se libran en el sur . Iba listo para el combate, listo para matar. Iba en dirección hacia donde se encontraba mi papá. Sentí mucho miedo pero no comenté nada a nadie.

Los segundos y minutos pasaban y yo permanecí ahí mirando hacia afuera, sintiéndome como elevada, por encima de lo real, como inexistente dentro de lo que acontecía, mi cerebro no podía ir a la velocidad del momento, ni entender qué pasaba. No lograba ordenar lo que oía, o lo que veía, yo era insignificante, todo pasaba, pero yo no podía actuar.

¿Un tanque de guerra pasando por mi casa, hacía donde estaba mi papá? ¡No podía ser verdad! Solo el pavor me parecía real. Pero no dije nada, me lo guardé para mí. Me guardé todo el ruido, me guardé todo el espanto que viví y todo se fue poniendo más duro dentro de mí.

Muchos años después, cuando finalmente hablé de aquél recuerdo, supe que ese no había sido el primer tanque que había ido a parar al Palacio de Justicia y que Anamaría también había visto algunos sobre la Carrera Séptima poco antes, cuando iba camino a mi colegio.

Nota relacionada: El Palacio de Justicia: 35 años de silencio e impunidad

Cuando mi mamá regresó a la casa con la menor de las hermanas,  ya sabía que el M-19 se había tomado el Palacio de Justicia y libraba una batalla con las Fuerzas Armadas en pleno corazón de la justicia de Colombia. A medida que fueron pasando las horas y la situación dentro del Palacio se ponía peor comenzó a llegar a nuestra casa más y más gente.

Y el teléfono no paró de sonar…

Sobre Helena:

Nació en Lovaina, Bélgica, en 1975, hija de madre uruguaya y padre colombiano. Estudió Ciencias Políticas en Colombia y Maestría en Estudios Latinoamericanos, Lingüística y Medios en Hamburgo, Alemania. Se ha desempeñado en campos como la investigación, la cooperación al desarrollo, el periodismo, la promoción de la paz, la memoria y la democracia, la defensa de los derechos humanos y como asesora parlamentaria del Bundestag Alemán.

Ha colaborado como columnista de la Revista Cambio, el diario El Espectador y El Diario.es. En 2020 presentó su libro: Mi Vida y el Palacio, Ed. Planeta; un relato político autobiográfico desde la mirada de una niña de 10 años sobre la peor tragedia institucional de violencia política en la historia de Colombia: la toma del Palacio de Justica; la experiencia del exilio para una niña y el peso de la impunidad.

Extracto del libro:

Mi Vida y el Palacio: 6 y 7 de noviembre de 1985

Autora: Helena Urán Bidegain

https://www.planetadelibros.com.co/libro-mi-vida-y-el-palacio-6-y-7-de-noviembre-de-1985/322327

 

Twitter: @HelenaUranBideg

 

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