Por: Juan Camilo Castellanos M.
En tiempos de “noticias falsas”, de redes sociales, de “youtubers” e “influenciadores” y de inmediatez de la información, es claro que hay una competencia rapaz, voraz por el “me gusta”, por la reproducción, por la otrora llamada sintonía, la cual en viejas calendas era otorgada principalmente por el nivel de credibilidad y seriedad de aquellos comunicadores y periodistas, que entiendo, en una buena época fueron preparados en las aulas, pero muchos en los mismos micrófonos y salas de redacción.
Otra camada surgió a partir del 1957, a través de la revolucionaria pantalla chica, sin embargo, las grandes plumas, las que tumbaban ministros, congresistas y hasta alcaldes, seguían siendo las de la prensa escrita y radial, aquella que valiente y honestamente asumía unas posturas ideológicas, algunas veces partidistas, pero por lo menos lo hacían con altura, con sensatez las más de las veces, pero sobretodo con responsabilidad.
Hoy unas nuevas generaciones, a veces descontextualizadas de la historia, creen que la prensa debe ser relatora y no opositora, no controladora, cosa que me parece inaudita, sin embargo, así estamos, eso es lo que hay en este mar de información con poca profundidad, con laxitudes e “imprecisiones” dolosas y cuando menos culposas.
En este panorama, debemos voltear la mirada a una antigua escuela que sigue ahí, en la crónica de barrio, de la noticia de la madrugada que tiene contacto directo con la fuente y que luego los grandes medios a través de su súper estructura vuelven noticia nacional, aquella pequeña estructura periodística que aún se toma la molestia de preguntar el nombre del paciente, del vecino, de afinar el detalle elemental del verdadero lugar de la noticia y no quedarse con “desde el centro de Bogotá”, el cual tiene 4 localidades y unos 123 barrios como con unas 12 UPZ.
Esa es la prensa comunitaria y alternativa, aquella en la que hay miles de reporteros gráficos con más 30 o 40 años de experiencia, narradores y locutores que a la vez alternan con el campeonato de la localidad y sus barrios, aquellos que han tomado miles de fotos que seguramente reproducen otros sin darles su merecido reconocimiento, como no lo hacen las y los jefes de prensa de las entidades, locales, distritales o nacionales.
Ese mundo que muchos han olvidado es una escuela de precisión, de humanidad al momento de dar la noticia, incluso, de algo increíblemente valioso, del hacer seguimiento en carne propia a las políticas públicas que aprueban o hacen aprobar, presidentes, alcaldes y gobernadores, en las diferentes modalidades, variedades y nivel de impacto para el que son diseñadas, de ser los testigos directos.
Bogotá debe amparar este segmento de la vida informativa de la ciudad, no estamos hablando de subsidios, tan de moda en el populismo barato que hoy impera en la vida politiquera, no, estamos hablando de respeto, de dignidad, de reconocimiento al aporte para la democracia que dicho segmento genera al darle voz al ciudadano del común, al abrir micrófonos y paginas para que se expresen realmente con libertad, abriendo paginas para que el “gran” pequeño comercio se promocione, se crezcan las ventas de la economía popular que es generadora de impuestos y empleos en la ciudad.
Bogotá debe darles pauta, buenos asientos en las transmisiones de los eventos grandes y pequeños de la ciudad, darles la información de los programas sociales, comunitarios, de salud, de protección y bienestar animal, servicios públicos domiciliarios, transporte público, en fin, de tantos temas y programas donde muchas veces se despilfarran los presupuestos o no se aprovechan al máximo por que la ciudadanía simplemente no se entera.
Esto sucede a menudo y es repetitivo en la ciudad, donde las comunidades no se enteran de beneficios o auxilios estatales y no lo hacen porque a los grandes medios no les parece interesante, pero esa información es determinante para el mejor vivir de millones de ciudadanos en esta capital, donde en una sola localidad como Suba, Ciudad Bolívar o Kennedy, hay más habitantes que en 2 o 3 ciudades capitales del país.
Pero también creemos que Bogotá les debe un gran reconocimiento a esa labor, les debe espacios y escenarios de participación, de consulta, donde su voz se escuche en conjunto, donde sus necesidades puedan traducirse en políticas públicas, donde haya incidencia para que su labor siga siendo atendida, para que no siga sucediendo lo que en este periodo de gobierno sucedió, una inclusión en un plan de desarrollo distrital, en unos planes de desarrollo locales y aun así casi que nula la ejecución de esas metas de inversión destinadas en norma distrital.
Un consejo distrital de medios alternativos y comunitarios es requerido, la ciudad avanza si sus apasionados periodistas y comunicadores tienen espacios de dialogo e incidencia en la política pública, pues ellos no solo viven la vibrante ciudad, sino que a través de sus plumas, pantallas y micrófonos nos la muestran día a día, cuadra a cuadra, en sus máximas realidades y gracias a eso muchas veces se pueden tomar las medidas de mejora a tiempo.