Hoy vamos con otra historia real de idiotas contemporáneos. Y ya son tantos que cada vez es más difícil determinar cuál alcanza el nivel más alto de imbecilidad. La sensación es de que estamos rodeados.
En estos días, en Canadá, un país supuestamente avanzado, un Consejo escolar que agrupa a 17 colegios de Ontario, quemó 5.000 libros destinados al público juvenil. El peregrino argumento no fue otro que “hacer un gesto de reconciliación con las Primeras Naciones y mostrar repudio contra al racismo”, es decir, que los mensajes de esos libros infantiles eran racistas.
Las peligrosas historias que terminaron en cenizas fueron los cómics de Astérix, Lucky Luke, Tintín o la mismísima Pocahontas. Todos ellos y sus autores quedaron ya marcados como tremendos racistas, peligrosos para la sociedad, por estos nuevos ‘puritanos de mercadillo’ de la moral moderna.
He de confesar que en mi infancia fui un ferviente lector de las aventuras de Astérix y Obélix, y de Tintín. Y la verdad ya les digo que aquellas interminables tardes de lectura en la cama no crearon ningún sesgo racista en mi personalidad. Al contrario esas historias, bien contadas, divertidas, me trasladaban a otros países lejanos y tiempos pasados, desconocidos para cualquier niño de los 80’s sin Internet, obviamente. Esos cómics me enseñaron geografía, valores como la amistad, la audacia, el riesgo o la curiosidad por descubrir o investigar. Es posible que sean estos valores lo que ofenden en este mundo lleno de tarados mentales con micropoderes reales.
Líderes tibios contra la intransigencia
Lo más preocupante, al margen del hecho físico de la propia quema, es la tímida reacción de las autoridades educativas canadienses. Sólo “Lamentando” el hecho. O el mismísimo Primer Ministro del país, Justin Trudeau, que se despachó con un tibio “Nunca estaré de acuerdo con la quema de libros”. ¿Cómo que no está de acuerdo con quemar libros?… Podría estar de acuerdo. Es el colmo.
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Los libros siempre los quemaron los totalitarios. Del color que sean, desde los nazis o comunistas de siempre, a los más recientes hechos protagonizados por feminazis de salón o independentistas radicales en Cataluña, España. Cualquier persona que atenta contra un libro debería estar lejos de de una escuela. Esas dosis de intransigencia, incultura u odio inoculado no pueden ser buenas para la formación de los jóvenes. Salvo que lo que busquen precisamente sea eso, crear una generación de borregos ideologizados.
Victimización y mediocridad
Uno de los problemas de las sociedades modernas es la hipersensibilización de muchos de nuestros conciudadanos. Es la evidencia de la mediocridad intelectual que vivimos (y padecemos). Es más fácil quemar un libro que crear una buena historia. Es más fácil denunciar en las redes un hecho cotidiano como racista o homófobo, que luchar de verdad por los derechos de las personas, construyendo y no destruyendo. Es mucho más fácil victimizarse y culpar a la sociedad de un fracaso personal que sobreponerse a las dificultades.
Las élites políticas (lejos de ser élites intelectuales) nos quieren idiotizados, que no pensemos por nosotros mismos. Para manejarnos. Nos ‘venden’ ideas que no podemos ni siquiera cuestionar ni salirnos del discurso único. No se dejen ‘colectivizar’ por ningún político de medio pelo. Ser intelectualmente libre sólo depende de cada uno. Entiendo que es el camino más exigente, pero merece la pena.
Se empieza quemando a Tintín y se terminarán censurando por xenófobas o cualquier otra pamplina obras maestras de la cultura como la ‘Marcha turca’, de Mozart o ‘La carga de los mamelucos’, de Goya, por poner dos ejemplos. El revisionismo histórico y la corrección política, vista desde la óptica de analfabetos, es lo que tiene. Es implacable porque esa destrucción es el camino para ocultar su propia mediocridad. Esta dinámica puritana es tremendamente peligrosa para las libertades y para el motor creador de corrientes creativas, que durante siglos han marcado el camino de occidente.
Termino parafraseando a Astérix, quien en sus libros solía decir: “estos romanos están todos locos”. Por increíble que parezca, en aquellos años en donde millones de niños leíamos estas historias, los italianos no se ofendían por ese comentario… De hecho los autores eran ¡¡franceses!! y se reían de ellos mismos y las costumbres de los antiguos galos. Hoy sería impensable en este mundo de inaguantable corrección política y censura intelectual. Pues bien, cambiemos “estos romanos” por “estos canadienses” y nos iremos acercando a la realidad: locos e idiotas. No se dejen contagiar de la imbecilidad humana y lean a Astérix, a Tintín o a quien les dé la gana.