El Astara Golf Championship en Bogotá, una plataforma deportiva que catapulta a jóvenes jugadores al PGA Tour y cuyo patrocinador principal es la compañía líder en movilidad, detona la reflexión sobre la relación del ser humano con la naturaleza fortaleciendo la conciencia ambiental.
El golf, como ningún otro deporte, confronta a la humanidad sobre los retos ambientales que enfrenta en este milenio, cuando su supervivencia está en juego. Un deporte que despierta el diálogo interno de aquel que lo practica y también de los espectadores, y, a la vez, resignifica la relación del ser humano con la tierra, el viento, el sol, las aves, los árboles, lo que obliga a ser hábil en la lectura de las condiciones del entorno. Un aliado o un rival.
Su grandeza se encuentra tanto en el ballet de los golpes, en la afilada táctica y en la estrategia para embocar una pelota en el hoyo, como en la virtud de invitar al hombre a reflexionar y tomar acción en respuesta al cambio climático. Los campos de golf y los clubes son escenarios de divertimento y de exigencia competitiva, de recreación y consecución de la excelencia, que desempeñan su rol vital para la vida en el planeta como sumideros de carbono gracias a sus extensiones fenomenales de árboles y de plantas que favorecen la regulación del clima local; o de santuarios de diversidad de aves, indicadores fehacientes de la salud de la zona.
Con arte y precisión, su magia interpela al hombre sobre su responsabilidad ambiental. “El ser humano es un eslabón del sistema. Uno más. Y el que tiene poder de decisión, que es el dato mayor. El deporte es lúdica, pero también tiene la capacidad de darnos formas múltiples de entender el mundo”, afirma Luisa Cárdenas, antropóloga social y consultora. Las modificaciones en las prácticas golfísticas son evidencia de la evolución consciente del deporte. La introducción de tecnologías sostenibles en el mantenimiento de los campos, la implementación de sistemas de riego eficientes, o la promoción de prácticas agrícolas respetuosas con el medio ambiente, son algunas de las formas en las que el golf ha adaptado sus métodos para armonizar con la naturaleza.
Esa misma visión de respeto por la naturaleza inspira la evolución de la movilidad, que no es ajena a la necesidad de una nueva mentalidad sobre la sostenibilidad, en línea con la pulsión del ser humano de moverse libremente a la conquista de nuevos horizontes y de hacerlo con sentido. La visión de las marcas, en una nueva era de la historia impulsando avances e innovaciones en la fabricación de piezas de sus automotores con materiales reciclables o la utilización de energías limpias, están transformando la forma de movilizarse, respetando ese aire que se rejuvenece gracias a campos de golf como el del Country Club de Bogotá, sede del Astara Golf Championship, torneo que integra el Korn Ferry Tour del PGA. El escalón previo a la cúspide del golf. El certamen hospeda a 156 jugadores de 17 países y tres continentes (América, Asia y Europa).
Por tercer año consecutivo, esa compañía líder en movilidad con un enfoque centrado en las personas y comprometida con la sostenibilidad, es su patrocinador oficial. “Estamos convencidos de que el deporte tiene el poder de impulsar el cambio social. Estos golfistas que han surgido en el golf mundial gracias a este certamen tan importante en la región superando obstáculos nos motivan a seguir apostando por oportunidades que pueden cambiar vidas. Además, este certamen es un espacio perfecto para dar a conocer el proceso de transformación que vive la industria y la forma en la que Astara, como líder en movilidad, se ha venido preparando. Junto a las marcas que representamos, trabajamos para hacer que el golf y la movilidad sean más sostenibles e inclusivos”, aporte Andres Aguirre, Country Manager de Astara Colombia.
El hogar del mejor golf del mundo, el Country Club desde el que se trabaja para resguardar este bastión natural, es un escenario deportivo y un corredor ecológico de alto valor en Bogotá, el único en medio del área urbana que conecta los Cerros Orientales y los Cerros de Suba, trayecto que las 39 especies de aves como el zambullidor, el cucarachero o la polla de agua recorren para anidar, buscar alimento, desparramar semillas. En sus 100 hectáreas sobresalen más de 5.000 individuos de árboles, entre ellos pinos, cedros, robles y nogales. Un estudio de la Fundación Aquae, se estima que, al año, un árbol absorbe entre 10 y 30 kilogramos de CO2.
A medida que el mundo lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero, estos oasis verdes que son los clubes y los campos de golf ―en Colombia existen cerca de 85 clubes sociales con más de 400.000 socios―, se convierten en aliados silenciosos en la absorción de CO2, contribuyendo al esfuerzo global por mitigar el cambio climático. “Si queremos establecer un diálogo profundo de sostenibilidad desde el golf tenemos que enfocarnos en la conservación de la biodiversidad, y en pensar en cómo revitalizar y regenerar los lugares en donde se practica para que tengan más vida. No podemos proteger lo que amamos y no podemos amar algo que no conocemos. Por eso, el primer paso, disfrutar los olores, los sonidos de la naturaleza, el viento o las aves, allí puede empezar a nacer una verdadera conciencia ambiental”, dice Juan Sebastián Gómez, relacionista internacional e investigador en conservación de naturaleza.
El golf se presenta como un modelo de cómo la actividad humana puede cohabitar y preservar los ecosistemas vitales. En una analogía poética: el hoyo de campo de golf es el camino en una autopista: contempla una dirección, un objetivo, cumbres y valles, condiciones atmosféricas. En silencio y con maestría, como una medicación en movimiento, invita a repensar el lugar del ser humano en el mundo y recrea la forma en que el hombre se relaciona con la naturaleza. En un mundo que enfrenta desafíos apremiantes, este espejo de la vida ―esencial en los deportes― motiva la búsqueda de prácticas más armoniosas con la naturaleza.