Los cien días de Lula da Silva en el gobierno brasileño

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha alcanzado este lunes sus primeros cien días de gobierno en esta nueva etapa al frente del gigante sudamericano, marcada aún por la alargada sombra de su predecesor, Jair Bolsonaro, y con el principal reto de “reconstruir” el país en todos los sentidos.

“Brasil ha vuelto”, proclamó el domingo Lula en un artículo en el ‘Correio Braziliense’ en el que hizo un breve repaso de sus primeros cien días, “un periodo corto comparado con los 1.460 días de trabajo” que le encomendó la ciudadanía brasileña en las elecciones de 2022.

“Aun así, cien días han sido suficientes para revertir un escenario atroz”, ha destacado el mandatario brasileño, que ha lamentado los “problemas heredados” y abogado por la vuelta a la unidad tras años marcados por la polarización política y social. “No hay dos Brasiles, el Brasil de los que votaron por mí y el Brasil de los que votaron por otro candidato. Somos una nación”, ha proclamado.

Lula ha concluido sus primeros tres meses con un nivel de aprobación del 38 por ciento, según un sondeo publicado este mes por el periódico ‘Folha de Sao Paulo’. Mejora en seis puntos los datos de Bolsonaro a estas alturas, pero está por debajo de los niveles con los que arrancó sus mandatos previos, en 2003 y 2007, cuando acumulaba un 43 y un 48 por ciento de popularidad, respectivamente.

Lula ha confirmado como presidente lo que ya había anticipado como candidato, entre otras cosas que volvería a situar a Brasil en el escenario internacional y situaría de nuevo en la agenda aspectos de los que Bolsonaro se había desligado como la lucha contra el cambio climático. También ha mantenido una intensa agenda de viajes, con China como gran objetivo a corto plazo.

El Gobierno repasa en su página web “250 logros que han cambiado el rumbo de Brasil” en estos primeros cien días, con especial énfasis en el ámbito social, en el de infraestructuras y en materia productiva. También en el terreno institucional, en un país “capaz de plantar cara a los intentos de golpe de Estado y recobrar la esperanza”.

No en vano, el tercer mandato de Lula, que volvió a la primera línea tras zafarse de una condena por corrupción salpicada de irregularidades, vivió su primera gran crisis política apenas una semana después de arrancar, cuando el 8 de enero miles de personas arengadas por Bolsonaro asaltaron las sedes de las principales instituciones del país.

La simbólica revuelta en la Plaza de los Tres Poderes fue respondida desde el Gobierno con un llamamiento a la unidad y con cientos de detenciones en un primer momento que se tradujeron a medio plazo en investigaciones policiales que afectaron también al terreno político, entre otras razones para examinar hasta qué punto pudo haber connivencia con los ‘bolsonaristas’.

El expresidente, entretanto, se limitó a una tímida condena desde Estados Unidos, país al que llegó a finales de diciembre –antes de la toma de posesión de Lula– y del que no regresó hasta finales de marzo. Bolsonaro sigue defendiendo en redes sociales los supuestos logros de su etapa al frente de Brasil, sin descartar volver a presentarse a las elecciones, y se sigue junto a su antiguo ministro Sergio Moro entre los objetivos recurrentes de críticas por parte de Lula.

EL FRENTE ECONÓMICO

Lula también ha tenido que lidiar con el empeoramiento de la crisis humanitaria de los indígenas yanomamis y, en el terreno económico, ha plantado cara a grandes directivos de la banca y se ha enfrentado públicamente con el Banco Central, a cuenta principalmente de los elevados tipos de interés y de la supuesta falta de autonomía de su presidente, Roberto Campos Neto.

El mandatario, que quiere precisamente aumentar el gasto público y revisar el sistema fiscal de Brasil, se encuentra ante un escenario frágil en el terreno de los mercados. Para este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que el PIB brasileño aumente un 1,2 por ciento.