La ideología, en su acepción que se refiere a “conjunto de ideas que caracterizan a una persona, escuela, colectividad, movimiento cultural, religioso, político, etc.”, tiene el poderoso efecto de hacer que cualquier persona con poca argumentación tenga una fuerza desproporcionada para defender hasta lo que no entiende.
El filósofo y escritor español Ayllón tiene una explicación a este fenómeno cuando le otorga tres grados a la credibilidad que le damos a nuestros conocimientos: dudas, opiniones y certezas. Se observa que entre más conocimientos tenemos sobre algo menos seguros estamos de saber todo al respecto y por eso los científicos viven llenos de dudas, mientras que en el otro extremo, quien poco sabe de algo tiende a creer que ya sabe todo de aquello y por eso puede sentir que tiene certezas al respecto. Antes lo había advertido Russell, también filósofo y escritor además de matemático inglés, con su conocida y más cruda frase “el problema es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes está llenos de dudas”. Lo más seguro es que no sea cuestión de estupidez o de inteligencia, todos la tenemos, sino de nivel de conocimiento y de ganas por tener el conocimiento adecuado, porque no se puede olvidar que no hay peor ignorancia que la de aquel que teniendo disponible el conocimiento prefiere ignorarlo. Eso parece pasar con la ideología. Una vez alguien se vuelve activista o militante de alguna, por un acto milagroso, se llena de certezas. Y con ellas, sale a embestir lo que sea, así no haya coherencia.
Pasó con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Cuando se pronunciaba sobre la situación de la brutal represión en Venezuela, los militantes de derecha estaban complacidos mientras los de izquierda estaban molestos. Cuando la CIDH se pronunció exactamente sobre la misma situación en Colombia, ya era una guarida de izquierdosos para los derechistas y una aliada para los izquierdistas.
La misma confusión emergió con fuerza en las recientes protestas en Cuba: las manifestaciones son válidas para los de derecha y hay que apoyarlas, siendo preciso condenar la represión brutal que han sufrido, pero el espejo de la misma situación en Colombia es completamente contrario. Y viceversa para la izquierda.
Mientras no logremos evolucionar y acostumbrarnos al pensamiento crítico no es posible discernir entre lo que está bien siempre y lo que está mal siempre. La ideología pone el freno mental necesario para respaldar lo que sea, gústele a quien le guste, como se suele decir cuando se está dispuesto a actuar “a lo bestia”. Y es que discernir en estos casos pasa por comprender los complejos equilibrios entre la autoridad, el ejercicio de la autoridad, la amenaza de una desestabilización generalizada, la brutalidad del uso desmedido de la fuerza, la brutalidad de las reacciones sin límite de los vándalos que contaminan una protesta y los actos de criminalidad que se pueden fácilmente refugiar en medio de una movilización social con reclamos válidos, todo esto en la superficie mientras que en el fondo lo que está en juego es la disposición real de buscar soluciones de largo plazo para la situación tan angustiante para los que sólo tienen carencias y tan amenazante para los que tienen sobrados privilegios, o quedarse en represión como históricamente se ha respondido para mantener esos privilegios de unos ignorando las carencias de los otros.
No poder analizar con sentido crítico también podría permitir que estemos siendo peones de guerra o de la conspiración de fuerzas oscuras, incluso internacionales, que quieren desestabilizar el Estado, o de la conspiración gubernamental muy arriesgada de dejar que las cosas se pongan invivibles dejando hacer bloqueos para lograr la derechización de los no ideologizados, cuyo efecto, deliberado o no, sí sucedió en alguna medida.
Por simple que parezca es necesario recordar que “la realidad es la realidad” y no la que nos logran enmascarar desde las ideologías para podernos manipular y hacernos sus peones de guerra. Hay que librarnos de esas ideologías para poder construir un país de verdad con prosperidad para todos.
La tarea es personal y consiste en derrotar la intolerancia a las ideas de las contrapartes; por más contrarias a nuestras ideas, las otras personas tienen aspectos e ideas que resultan válidas o dignas de ser consideradas. Es preciso abrir esta posibilidad y empezar a leer y escuchar a todos desde los diferentes puntos de vista, con el objetivo de comprender qué piensan y por qué han llegado a eso que piensan. Así podremos decantar lo que entendemos por nuestra realidad y cómo mejorarla. Y quizás, ponernos de acuerdo. Como vamos, si seguimos igual, ya lo debiéramos saber, solo empeoraremos las cosas y nos llevará a acciones de extremos, siempre violentas, que no solucionan mayor cosa para todos pero que sí logran o el statu quo o cambiar a una nueva élite que también buscará mantener su propia estabilidad con violencia.