El principal problema de los últimos 20 años ha sido la polarización, los extremos se necesitan y en el medio queda el ciudadano del común, el que debe trabajar más de las horas permitidas para llevar el sustento al hogar.
Desde los medios de comunicación se han dedicado a destruir o a catapultar a los “lideres” que aseguran tener la píldora o la pócima mágica para arreglar el país. Los que algunos llaman rigurosidad periodística es solo estar al lado de quien le brinde mejores posibilidades para continuar con su legado de injurias, falsas denuncias y agresiones al buen o mal nombre del personaje de turno.
Los analistas de campañas están con su pluma o con su ordenador afilados para continuar con su agenda del día, la agenda que anteriormente ponían las casas editoriales y ahora lo hacen las barras bravas de las redes sociales que “gracias” a sus seguidores los convierten en los dioses del olimpo de la opinión pública y juzgan al adversario de turno. Esos mal llamados influenciadores lo único que hacen es convertir un bonito día en un campo de batalla de likes. Convierten un cuento de Gabriel García Márquez (Aquí va a pasar algo) en el chisme más desesperado, en una verdad a medias o como decían los abuelos, en dañarle la honra a una gallina culeca.
Los dos personajes que van a segunda vuelta, son el prototipo del todo vale a costa de mandar en el país como si esto fuera una finca. Uno es un populista sin límite y el otro un demagogo sin remedio. Los dos fueron las alternativas que dejó la primera vuelta y las consultas internas, donde se quedaron las mejores opciones de país, las mejores opciones que no le convienen ni al populista ni al demagogo. Y esto sucedió porque cuando alguien diferente llega, los seguidores de uno y del otro lo convierten en un enemigo público, un monstruo del Lago Ness, el peor caníbal en la jauría local.
Trabajé con un candidato de estas elecciones por cuatro años, y puedo dar fe que ha sido una de las peores experiencias laborales que he tenido en mi vida profesional. Nunca le sirvió nada, siempre cambio de opinión en temas de ciudad. Cuando lo separaron de su cargo se dio a la tarea de obligar a los contratistas del distrito a marchar, a ocupar la Plaza de Bolívar y a escucharlo como si fuera el gran caudillo del pueblo.
Al otro no lo conozco, veo que no es nada diferente. Lo acusan de corrupto pero el populista es tan populista (el del tal pacto Histórico) que invitó a su equipo a tipos como Roy, Benedetti, Piedad, Prada, la gata entre otros, siempre tratan de burlarse de la inteligencia del votante (casi no nos ayudamos, es cierto) pero eso no les interesa, les interesa gobernar como si fuera su próxima venganza.
Al demagogo lo acusan de no saber cómo funciona el gobierno, ¿acaso Misael y Andrés Pastrana, Virgilio Barco, Tomás Cipriano de Mosquera, Ernesto Samper eran la panacea en cuanto a inteligencia se refiere? Eso no determina que su gobierno sea bueno o no. Es como si los estudiantes que siempre ocuparon los primeros lugares en el colegio hoy fueran los dirigentes, gerentes o líderes. En lo público las cosas no funcionan así, funciona como nos acostumbramos a verlo y a vivirlo.
Para terminar, quiero expresar que el principal error que nos dejó el pasado, fue el de decir que en la mesa no se habla de política, futbol o religión, ojalá habláramos siempre de eso, si no dejemos de hablar de eso, seríamos respetuosos con el otro, más críticos y menos viscerales, para debatir con argumentos, con conocimiento o por lo menos, sin desconocer lo que el otro me comunica y ante todo, sin tomarlo como un tema personal.