Hablar de una mujer trans en Colombia es hablar de resistencia, dignidad y belleza en medio de la adversidad. Son historias que rara vez ocupan titulares, pero transforman vidas. Esta no es solo una crónica de valentía; es también una denuncia ante un país que sigue fallando en lo más básico: garantizar el derecho a existir.
Conocí a mi primera amiga trans en Chapinero: Laura, una mujer dulce y brillante, en ese entonces estudiante de Historia, ella era judía, quien años después fundaría el GAAT, y con este el mundo de los tránsitos. Luego vinieron Tatiana, contadora, interventora de proyectos, ejecutiva, determinada, ha ocupado altos cargos públicos; a Deisy activista de los derechos de la población LGBTIQ+;siempre en la lucha por nuestros derechos hoy la primera mujer trabajadora en el Concejo de Bogotá a Charlotte, Cubana estadista de la salud y lo mejor su imponente puesta en escena que la deja ser esa cantante poderosa; Vicky, ingeniera ambiental oriunda de Arauca quien tuvo que salir del país y en Alemania completó su tránsito y encontró en las redes la mejor forma de expresar quién es. También conocí a Emanuel, a Mateo quienes gradualmente han hecho su tránsito y hace muy poco leí sobre Georgina Epiayú, de La Guajira, con más de 70 años quien hace muy poco adquirió su reconocimiento por su comunidad como una mujer trans.. Cada una, son mis muxas son un símbolo que con su fuerza, ilumina un país que aún las margina.
Pero mientras escribo, la realidad sacude: solo en los primeros días de 2025 se reportaron siete asesinatos de personas LGBTIQ+, tres agresiones a mujeres trans y una desaparición. El cierre de 2024 fue alarmante: discursos de odio en aumento, retrocesos legislativos y ataques sistemáticos.
Caribe Afirmativo documentó más de 50 asesinatos en 2024, además de amenazas y violencia policial, especialmente contra personas trans. La violencia tiene rostro y forma: asesinatos en vía pública, agresiones físicas y verbales, desapariciones impunes.
En medio de este dolor, nombro vidas que no deben olvidarse:
Andreina García García, Eder José García, Margarita Enith, Natalia Andrea Santodomingo, Betsy Mariel, Magdalena Medio, Diany Ruiz y hoy a Sara Millerey, quienes fueron asesinadas por el odio, pero también por la indiferencia, ojalá sus historias nos toquen y pensemos en que esto también es una pandemia…
Cada nombre es memoria y resistencia. No son cifras: son artistas, contadoras, ingenieras, activistas, mujeres que han amado, soñado y construido comunidad.
Y hay que decirlo con fuerza: en Colombia, ser trans es un riesgo de muerte. Mientras no haya garantías para vivir con dignidad y respeto,mientras contemos sus asesinatos y no haya vida plena para ellas, seguiremos siendo un país desigual. .
Porque nuestras vidas no pueden seguir apagándose sin consecuencias. Porque la memoria, el amor y la rabia también son formas de justicia.
La transformación social empieza por el reconocimiento del otro como legítimo. Cada acto de respeto, cada conversación que humaniza, cada espacio que se abre sin miedo ni prejuicio es una forma de resistencia. No podemos seguir construyendo país sin todas las voces, sin todas las identidades, sin todos los cuerpos.
La historia no se escribe solo con leyes ni cifras, sino con vínculos reales. Que esta sea una invitación a mirar con otros ojos, a preguntar por esas vidas, que se nos cruzan y nos enseñan.
Porque no es posible un país sin justicia, sin memoria, si no hay amor por la diversidad.

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