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Cómo volver a poner a la ingeniería al servicio de la innovación en Colombia

Según Hausmann, el principal obstáculo para el desarrollo económico de Colombia no está en la inversión, ni en la educación, ni siquiera en la infraestructura, sino en la incapacidad de producir y aplicar tecnología (charla en Políticas Públicas, profesor Ricardo Hausmann). Y que, en el fondo de esa brecha, hay una desconexión entre conocimiento y producción, entre universidad y empresa, entre ingeniería y realidad. Este fue el tema de mi anterior artículo.

Durante el conversatorio posterior a la charla del profesor Hausmann surgieron ideas y ejemplos para vislumbrar caminos para transformar esa situación, algunos que presento aquí, además de algunas experiencias propias en estos campos.

El hospital universitario como modelo replicable

Hausmann hizo una mención que sirve para una reflexión obligada en ingeniería. En medicina, la articulación entre conocimiento, práctica y desarrollo tiene nombre propio: el hospital universitario. Allí se juntan profesores, estudiantes y profesionales para resolver casos reales, investigar patrones, validar tratamientos, y producir conocimiento útil, no solo para un paciente, sino para todos los que enfrenten una enfermedad similar. Allí habitan el pensamiento científico y la investigación aplicada, y producen desarrollo además de su función primaria de atender y mejorar enfermos.

Una analogía muy retadora: ”hospitales universitarios de ingeniería”. Espacios donde universidades y empresas productoras, constructoras, consultoras o interventoras atiendan trabajo real y al mismo tiempo sean laboratorios “en vivo” en los que se resuelvan retos concretos del país, se documenten aprendizajes, se generen nuevos métodos, productos y tecnologías. Llevar a cabo algo así implicaría una gran innovación en la enseñanza que no solo haría más pertinente la formación de ingenieros, sino que multiplicaría la capacidad del país para innovar desde el terreno, donde están los problemas reales.

Cuando universidad y empresa se sientan a la misma mesa

Una de experiencias en ese sentido y bastante prometedora mencionada en el conversatorio, fue el modelo de formación dual impulsado recientemente en el Valle del Cauca que expuso Daniel Gómez del Consejo Privado de Competitividad. Cuatro empresas grandes y algunas universidades definieron en conjunto un sistema en el que los estudiantes trabajan y estudian simultáneamente, con planes diseñados en diálogo con las necesidades reales del sector empresarial. Esto permite que los futuros ingenieros identifiquen oportunidades de innovación, de mejora, de nuevas oportunidades de mercado, de nuevas oportunidades tecnológicas, puesto que, al estar en la línea de las operaciones, son los que mejor información tienen para ello.

Estamos hablando de la de conexión empresa-universidad desde hace décadas y ampliándola al Gobierno, aunque Hausmann se mostró proclive a acciones que no dependan de su participación. A finales de los años 80, me correspondió liderar —desde Cementos Diamante— el diseño del sistema de mercadeo de cemento en Colombia, una transformación completamente disruptiva para la época que marcó la ruta que seguiría la industria de ahí en adelante. Fue una iniciativa que involucró a profesores de Administración de la Universidad de los Andes y que incluyó la creación de un MBA a la medida para ingenieros civiles de la empresa cementera, seleccionados en distintas universidades del país, para convertirlos en super gerentes-vendedores. Fue un esfuerzo conjunto entre conocimiento académico, el diagnóstico empresarial y la formación estratégica que prueba que se puede construir innovación cuando hay propósito común.

Un caso que no funcionó (y por qué debemos entenderlo)

Durante el mismo conversatorio el exrector Rudolf Hommes relató la historia de una empresa estadounidense que donó a una universidad colombiana un laboratorio de tecnología metalmecánica de última generación. Se intentó fomentar una relación entre los profesores de ingeniería y empresarios locales, incluso con espacios de encuentro informales. Pero los docentes definitivamente no mostraron interés.

A partir de una visita posterior a centros tecnológicos en Italia, Hommes destacó cómo allá los gobiernos locales, universidades y empresas trabajan juntos para resolver retos industriales específicos. Equipos mixtos de doctores, ingenieros y técnicos desarrollan soluciones tecnológicas de alta sofisticación con base en demandas reales del sector productivo.

¿Qué impide que algo así funcione aquí? Hausmann mencionó los incentivos académicos mal diseñados. En Colombia, el prestigio de un profesor universitario se mide por la cantidad de papers publicados, no por su impacto en la economía real. La desconexión entre investigación y desarrollo es estructural. Este punto es crítico: si no revisamos los incentivos institucionales que privilegian la publicación sobre la innovación, seguiremos produciendo conocimiento que no transforma nada. Por aquí hay que empezar.

Inventar juntos, con reglas claras

Si se quiere fomentar la colaboración entre universidades y empresas, otro asunto esencial es la propiedad intelectual. En una experiencia fallida al respecto, pude entender que las empresas que participan en investigaciones conjuntas con universidades necesitan saber que pueden proteger sus resultados al menos durante un periodo prudente. Esto no es mezquindad: es lógica empresarial. Se necesita un marco normativo que permita compartir riesgos y beneficios, garantizar confidencialidad estratégica cuando sea necesaria, y dar claridad a ambas partes sobre cómo se manejarán los avances, los inventos o las mejoras que surjan en proyectos conjuntos. Sin esto, muchas alianzas nunca despegarán.

La dirección equivocada, como reacción a las realidades del mercado de la educación

Por otra parte, desde mi observación de las tendencias actuales, lamentablemente muchas universidades están reaccionando al descenso en matrículas y al aumento de la deserción con medidas que van en sentido contrario al que necesitamos para salir del estancamiento. Han reducido la duración de los programas, flexibilizado requisitos y disminuido exigencias, en el intento por atraer estudiantes. Es posible que sea la hora para establecer un pregrado básico, que gradúe ingenieros dirigidos a la ejecución en forma competente, pero que no tienen curiosidad científica; y otro pregrado más exigente, que prepare a los estudiantes para participar activamente en la construcción de soluciones a problemas reales, desde el pensamiento científico, la integración de saberes y el contacto con el sector productivo que pueda generar investigación aplicada y desarrollo de soluciones localizadas.

Parte de las innovaciones que requerimos no nacen en los centros de investigación, sino en el lugar donde las cosas fallan: en la planta, en la línea de producción, en la obra. Necesitamos formar personas capaces de ver, entender y transformar esas fallas en oportunidades.

Pensar fuera de la caja (y rediseñar la caja)

Edward de Bono decía que pensar fuera de la caja es la única forma de encontrar soluciones verdaderamente nuevas. En nuestro caso, además de pensar diferente, necesitamos rediseñar la caja: el sistema educativo, los incentivos académicos, la manera como vinculamos a la ingeniería con el desarrollo. Solo así podremos esperar resultados distintos. Porque si seguimos esperando innovación desde un sistema que pareciera haber sido diseñado para evitarla, el único progreso será el de nuestras frustraciones. Y estaremos destinados a seguir en el estancamiento perennemente.

(Todo el texto está escrito en términos generales; por supuesto, siempre hay destellos memorables de lo contrario: necesitamos multiplicarlos para que nos iluminen el camino que nos lleve a salir del estancamiento).

Rafael Fonseca Zarate

Rafael Fonseca

refonsecaz@gmail.com

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