Confidencial Colombia. Opinión. Desde mi Rincón
Cuando pasen varios años y veamos con perspectiva lo que nos ha dejado la pandemia, dimensionaremos realmente los cambios tan extraordinarios que llegaron a nuestras vidas de un día para otro. El cómo nos relacionamos con amigos, familia o el mismo médico; como empezamos a comprar cosas naturalmente mediante plataformas digitales de pago que hace unos meses era impensable para muchos; como trabajamos a distancia, como estudian los niños en los colegios, o el cambio experimentado a la hora de consumir ocio y entretenimiento son sólo unos ejemplos.
Hemos aprendido a aprender distinto. A adaptarnos a las circunstancias impuestas por la improvisación de nuestros políticos, mediocres en su mayoría. Este camino, sin duda, ha traído cosas buenas, como la optimización de procesos y tiempos que antes gastábamos innecesariamente, la mejora de la movilidad, la disminución de la contaminación en las grandes ciudades, el redescubrimiento de muchas familias que pasan más tiempo juntas en casa…
Por el contrario, hay otras consecuencias negativas inherentes a la pandemia, evidentes unas y algo más sutiles otras, aún en esta primera fase de adaptación a la nueva realidad en la que estamos. Las evidentes son las víctimas mortales, por millones en el mundo, o la ruina económica para muchas empresas y personas. Esa fase, afortunadamente, ya la está superando la humanidad. Pero detrás de ello quedan maneras y comportamientos que sí parece que vinieron para quedarse y que son una ruina en el largo plazo. Enumero los cuatro principales: la verdad, la libertad de las personas, la calidad de la educación; y la salud mental de las personas.
Aumento de los suicidios
El estigma de la enfermedad mental hace que las cifras no sean todas las que son, pero para la propia OMS, éste se ha convertido en un tema esencial, alertando incluso que para 2030 será el principal problema de salud en el mundo. La pandemia aumentó un 20% los cuadros de ansiedad, y en Europa los suicidios de jóvenes ya son la principal causa de mortalidad, por encima de los accidentes de tránsito. Las causas que nos llevaron a estos son múltiples: soledad, aislamiento, sobreinformación (llevamos dos años hablando casi de lo mismo), miedo social inoculado a través de los medios y las redes sociales, mensajes sobreactuados por parte de las autoridades médicas y políticas; incertidumbre en las economías domésticas, aumento de la pobreza… Lo cierto es que todos tenemos familiares o amigos que no son los mismos desde marzo 2020. La pandemia les cambió para peor. Y seguimos acumulando costes psicológicos –muchas veces sin solventar– que incluyen estrés, ansiedad, depresión, frustración, incertidumbre, hay que ver hasta dónde llegamos.
Otro de las grandes víctimas de la pandemia ha sido la verdad. La noticia pura y dura, el hecho objetivo. Que venía herido de muerte desde años atrás. En la última década se ha producido un cambio de paradigma en el consumo de información. Las redes sociales pueden con cualquier medio de comunicación, y sin los tradicionales filtros vienen las mentiras o la manipulación de la realidad. Esto no quiere decir que no las hubiera antes, sí las había, la de los gobiernos que usaban a los periodistas para difundir lo que ellos querían, pero a esas, ahora hay que añadirle la de 7000 millones de personas, algunas malintencionadas, y otras simplemente autómatas. Distribuimos millones de hechos falsos a diarios, como si fueran verdad, medias verdades o verdades manipuladas. Están logrando que la gente cada vez sienta menos interés por informarse, al ser muy difícil distinguir lo cierto de falso. Y porque casi toda noticia es negativa o genera pánico. Este fenómeno, la infocalipsis, es de una gravedad extrema en el medio plazo, un pueblo desinformado es pasto fácil de los políticos voraces. Nos volvemos presas fáciles para ser manipulados.
Leyes arbitrarias
El tercer elemento en peligro está relacionado con el anterior y se refiere a las libertades individuales y a la calidad de la democracia en general. Bajo el paraguas de la pandemia cabe casi todo. En nombre de la defensa de la salud pública en general se han cometido y se cometen todo tipo de atropellos a la Ley. Piensen que en 2019 la mayoría de países tenían una legislación del uso privado de los datos, habeas data, tan restrictiva, que muchas veces era imposible hacer campañas de publicidad para anunciantes, por ejemplo. Es más, aún hoy está prohibido preguntar por el sexo, género, edad, u otro tipo de datos personales, pero sí es legal el si estás o no vacunado. Con la pandemia, el Estado cambia leyes arbitrariamente sin el Congreso, se mete en tu casa, te puede prohibir salir a la calle, coaccionar tus movimientos, tu forma de relacionarte, de viajar o tus hábitos de consumo en base a decisiones políticas cambiantes que muy poca gente se cuestiona si son legales o no. “Es la pandemia” y parece que todo vale, hasta la censura en la libertad de expresión.
Criterios dogmáticos que quieren hacer pasarlos por evidencias científicas. A día de hoy todo es más experimental que científico, solo por los tiempos y la premura que también se les exige a los investigadores que sí quieren hacer su trabajo. Las evidencias llegarán más adelante, quizás en años, y no a las pocas semanas o meses de iniciar una investigación seria. Todo esto hace que cada vez nos condicionen más nuestras vidas. Nos intentan controlar, muchos no se enteran, y lo que es más grave, menos les importa. Llegará un día que no haya marcha atrás si no reaccionamos como sociedad civil. En esta batalla, pasito retrocedido, pasito perdido para siempre.
Educación bajo mínimos
Y termino con la cuarta víctima del Covid-19, que no es menos importante: la educación de los jóvenes, o la calidad de la misma. La formación académica de las nuevas generaciones. Los millones de chicos y chicas que están sufriendo en sus carnes y en sus cerebros el deficiente modelo educativo virtual, que nos tocó sufrir porque al parecer no había de otra forma. Y es posible que así fuera. Nunca funcionó, ha sido un año y medio perdido con lo que ello significa especialmente en la primera infancia. Los colegios se han visto obligados a igualar el nivel académico por el suelo para no dejar a los niños con menos recursos atrás. Aprobados generalizados, deficiencia intelectual y de formación. Y una sociedad que no forma a sus jóvenes, les condena a la pobreza estructural para el resto de sus vidas y la de sus hijos. Si no se vuelve a la presencialidad 100%, asistiremos a un ‘genocidio cultural’ sin precedentes en el que por primera vez los hijos tendrán menos opciones de progresar en la vida que sus padres.