Nunca me quitaré el sombrero para enaltecer a un personaje con un pasado violento y asesino con su ‘pueblo’. Les juro escrito en tablas de mármol -como hacen los mismísimos políticos en campaña- quitarme ese icónico accesorio ante la presencia desde el más humilde como María Segunda Fonseca, famosa por sus 60 años alimentando comensales de toda estirpe a punta de ‘pelanga’ hasta Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, con su apoteósica obra, Cien Años de Soledad, traducida en 48 idiomas y que excita el interés a millones por la lectura a través del ‘realismo mágico’. Ellos son patrimonio y símbolo de Colombia.
Símbolos como nuestra Bandera, Escudo e Himno Nacional por los siglos de los siglos son y serán los merecedores de todos nuestros honores. De Hecho, que nos sigan haciendo erizar la piel cuando los vemos y oímos con todos los menesteres en galas, premiaciones o eventos internacionales, en los que para envidia de muchos, los autores de esos sentimientos patrios vienen del esfuerzo corporal y sudor de la frente de cientos de atletas ungidos por las mieles de la gloria, casi siempre paridos en las condiciones de extrema pobreza y desatendidos por cada gobierno de turno hasta nuestros días. Siempre me les quitaré el sombrero.
Patrimonio cultural de mis tiempos deben ser declarados los maestros Jorge Veloza, que con sus carrangueros boyacos ‘levantaron la bata’ de criollos y gringos convirtiéndose en nuestro primer ‘made in Colombia’ en presentarse en nada más y nada menos, en su momento, en el mítico Madison Square Garden, escenario de las grandes figuras de la orbe de entretenimiento. ¡Se les había olvidado! A mi no! Porque desde ese momento muchos se dieron cuenta de nuestra fortuna musical muchas veces escondido por aquellas pendejadas de nuestra historia conquistada por extraños ibéricos. Esas ondas musicales y tropicales desencadenaron una oferta brutal de los Grupo Niche, Joe Arroyo, Carlos Vives, Shakira, Juanes, Entre otros grandes y me quedo corto en el recorderis…me les quito el sombrero
Este espinoso tema del sombrero me lleva a pensar que somos consecuencia de muchos símbolos y patrimonios culturales en exceso de relevancia interna, pero manchados por un legendario cumulo de errores siempre cercanos a la disputa verbal sin altura, luego a la personal y finalmente, siendo sinceros, a la escena del crimen sin dolientes familiares o estatales. Precisamente por eso debemos coronar nuestras cabezas con los sombreros: Aguadeño, Vueltiao, Suaceño, Wayuu, Topochero, Misak, Sandoná, en su gran mayoría tejidos a mano por nuestros coterráneos, siempre olvidados por la gran mayoría de una sociedad sin dolientes e interesada por un bienestar personal, económico y en esto caóticos momentos POLÍTICO. Por esto último, nunca me quitaré el sombrero.
Quiero retroceder el tiempo para ‘quitarme el sombrero’ ante mi fallecida madre porque es símbolo y patrimonio de ejemplo para todas esas cientos de mujeres cabeza de familia que por cosas de este cruel destino les toco afrontar los avatares de la vida. Ellas nunca atentaron contra la vida de un semejante por obra y gracia; por el contrario escribieron en su mármol familiar con puño y letra que la vida se enfrenta trabajando, estudiando y respetando.
“No es un símbolo nacional. Para mí, termina siendo un fetiche dada la situación económica y social muy delicada que vivimos en el país. No tiene por qué estar en la Casa de Nariño, allá está la espada de Simón Bolívar y es lo que corresponde por historia, es el símbolo de la libertad de la patria. No es respetuoso con el país, con la historia, la memoria de los colombianos que haya otro tipo de símbolos distintos a los que acogimos como nación”, Dice Everth Bustamante, exsecretario de relaciones internacionales del M-19.