El 7 de agosto de 2022, en su acto de posesión como presidente de la República de Colombia, con la plaza llena y con trasmisión de todos los medios a todo el país, Gustavo Petro le rindió homenaje a la espada de Simón Bolívar. Unos meses después, el ministro de Cultura, con el respaldo de Petro, celebró los 50 años de la creación del M-19. Luego, en un colegio de Zipaquirá, Gustavo Petro encumbró a esa organización y esta semana convirtió el sombrero de Carlos Pizarro, quien fuera jefe del M-19, en un símbolo nacional.
Quien no sepa que el M-19 se robó la espada de Bolívar para anunciar que con violencia se tomarían el poder, pensará que esa organización y sus dirigentes le hicieron grandes y positivos aportes al progreso de Colombia en el campo de la ciencia, la educación, la salud, las artes, el deporte, el sindicalismo, la economía o la política, razón por la cual el presidente Petro decidió convertirlos en ejemplo a seguir para todos los colombianos.
Pero el M-19 fue una organización armada que durante 16 años robó, secuestró y mató, les hizo un daño enorme a las ideas democráticas y afectó negativamente el empleo y la generación de riqueza en Colombia. Y Pizarro fue comandante en jefe de esa guerrilla y responsable de incontables actuaciones repudiables.
Por razones obvias, si el Presidente de Colombia encumbra a la guerrilla del M-19, por qué no hacerlo con las otras organizaciones que se alzaron en armas con los mismos fines, incluidas las que siguen disparando. Y alguien podría proponer tomar igual decisión con las organizaciones que se enfrentan a bala con los guerrilleros, con las unas y la otras haciendo “justicia por su propia mano”, aunque de justicia no tenga nada.
Aunque los registros son incompletos, el horror de estas violencias ha sido inconmensurable. Sumaron 700 mil las víctimas mortales entre 1964 y 2019. Entre 1985 y 2016 hubo 450 mil homicidios y 121 mil desapariciones forzadas, 50.770 secuestros entre 1990 y 2018 y más de ocho millones de desplazados entre 1985 y 2013 (1). Cuán dolorosos han sido los dramas de madres, padres, hijos y amigos sobrevivientes que provocaron con estos excesos.
Unas violencias que unos pocos justifican, pero que el país sabe que han sido por completo estériles, como bien lo resumió el padre Francisco De Roux, profundo conocedor de esta tragedia, cuando dijo que ese horror “no arregló nada y lo empeoró todo”, según puede demostrarse hasta la saciedad.
Acertó el M-19, vencido por los hechos, al entregar las armas y renunciar a la violencia. Pero ha sido un gran error de Gustavo Petro no haber reconocido públicamente la equivocación que cometieron ni haberles pedido perdón a Colombia y a las familias de las víctimas por las desgracias que provocaron. Y es el colmo que ahora, abusando de su poder, intente imponernos a los colombianos aplaudir una historia que es un ejemplo de lo que no debe hacerse.
Y por otras razones, es repudiable que el presidente de Colombia ande ensalzando al M-19. Porque así no estimula a las organizaciones armadas que actúan en el país con fines políticos a ponerse en modo de firmar un acuerdo paz, desmovilizarse y renunciar a la violencia. Porque su desatino puede estimular nuevas declaratorias de guerra al Estado colombiano, pensando que ahora sí van a tomarse el poder a bala. Y porque es un dislate notable, además contrario a la Constitución, utilizar las violencias de Colombia, las peores de América Latina, para envenenar el ambiente político nacional y profundizar la división entre los colombianos.