Cupido también escribe cartas

El amor ha suscitado bellas y románticas cartas a lo largo de la Historia entre escritores, presidentes, pintores y actores

El filósofo Francis Bacon dijo que “es imposible amar y ser sabio”, pero los hechos le contradicen, porque si existe algo que ha inspirado a los más ilustres escritores es el amor, un sentimiento que iguala a todos los seres humanos y que les invita a decir con letras impresas lo que la voz a veces no puede.

Oscar Wilde, Ernest Hemingway, Gustave Flaubert, Víctor Hugo y James Joyce son plumas con genio que han perfumado sus obras con gotas de amores platónicos o prohibidos, aunque no hace falta formar parte de la historia de la literatura para escribir sobre las mariposas que, dicen, aparecen en el estómago cuando uno se enamora.

Las misivas de amor más recordadas de la historia partieron de reconocidos escritores, actrices, políticos o pensadores, pero también el anonimato ha firmado hermosas confesiones, lo que demuestra que “una de las ocasiones en las que casi todas las personas intentan escribir versos es cuando están enamoradas”, recoge Philip Ardagh en “La verdad sobre el amor” (Siruela).

¿El fin del romanticismo?

El romanticismo de una carta de amor enviada en un sobre con sello de lacre se sustituye por mensajes de 140 caracteres que confiesan amoríos y cuernos públicamente sin la magia que encierra una declaración solo a dos voces. La realidad virtual ahoga la dulce complicidad de lo íntimo y transforma las relaciones humanas, más reales, complejas y variables al otro lado de la pantalla.

Pablo Neruda, el gran poeta del amor, legó poemas y cartas cuyas letras aún encienden mejillas y alcobas: “La haré huir escapándose por uñas y suspiros, hacia nunca, hacia nada”, escribió en una de sus obras más recordadas (y subidas de tono), “Material nupcial“.

En el papel original, la forma inclinada y difusa de su letra encierra tanto significado como el contenido, algo inapreciable en la homogénea tipografía que viste todos los textos en internet.

Desde Napoleón a Franz Kafka, pasando por Winston Churchill, Karl Marx, Frida Kahlo, Marilyn Monroe y Yoko Ono, el amor se ha bendecido o desechado en pequeñas servilletas, entre las pastas desgastadas de cuadernos escolares, en las esquinas de famosos escritorios y en esas cartas de amor “que consiguen unir las almas más que los propios versos”, decía el pensador John Donne.

Frida Kahlo no solo pintó su vida, también relató con palabras el tormento de su relación con el artista Diego Rivera, al que solía escribir sentidas cartas: “Nada comparable a tus manos y nada igual al oro verde de tus ojos”, le decía en una de estas misivas.

La trágica relación de Ana Bolena y Enrique VIII también es una de las más recordadas. El promiscuo rey solía escribir románticas cartas para agasajarle, aunque ya se sabe, del amor al odio hay un paso, y de querer enamorarla ordenó finalmente su decapitación.

Los poemas de amor de Shakespeare, Lord Byron y John Donee descansan hoy entre las lujosas pastas de la alta literatura, pero el listón que dejaron a la hora de hablar de amor no ha abrumado a otros que, casi igual de célebres, han empleado la palabra escrita para atraer conquistas o renovar sus votos de amor.


Amores modernos

La más reciente es la supuesta carta que Brad Pitt dedica a Angelina Jolie, y en la que confiesa algunos problemas que han marcado su vida en pareja. Pese a los obstáculos, Pitt consiguió “a la mujer más bella de la tierra”, se sincera entre letras.

La realeza europea también recupera las clásicas fórmulas de cortejo, como indica otra carta escrita por Laurent de Bélgica a su mujer, la princesa Claire; en realidad, se trata de un comunicado oficial, pero medios de todo el mundo lo han calificado como una declaración pública de amor en toda regla.

Los emoticonos, esas caritas que denotan nuestro estado de ánimo cuando escribimos mensajes web o en el móvil, resuelven el impulso instantáneo de expresar emociones, mientras que las cartas expresan, con calidez y reposo, sentimientos más arraigados. Lo importante, al final, es atreverse a decir lo que uno siente, el medio que se elija para hacerlo es algo más secundario.

EFE / Isabel Peláez