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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Rafael Fonseca Zarate

Reivindicación de los “tibios”

En su artículo “Sin cruzar la línea” el abogado Archila hace gala de su asertividad para expresar su opinión, presumiendo que estará fuera y en contra del sistema al que pertenece, prioritariamente afín a Trump por ser también prioritariamente en contra de Maduro, y especialmente en contra de Petro (Archila, 2025). Un buen ejemplo de cómo correr el riesgo de ser tachado de “tibio” para intimidarlo y hacerlo regresar a redil, esgrimiendo fuerza argumentativa y contundencia.

En Colombia, “tibio” se volvió insulto. En cualquier discusión pública aparece alguien que exige definiciones absolutas, lealtades inmediatas, fidelidad emocional a un extremo político. Y si uno no grita igual, o no repite el catecismo ideológico del día, es declarado tibio. Y empieza la intimidación (el bullying). Ser tibio, dicen, es no comprometerse. No tener carácter. No jugársela. Esa caricatura ha hecho carrera porque la rabia es más ruidosa que el uso de la inteligencia. Hay que reivindicar a los tibios antes de que los fanáticos les roben hasta el nombre.

 

Lo normal es que la tibieza se asocie con el centro político para intentar tratarlo como una especie en vía de extinción. Pero no necesariamente es solo el centro, por lo que se puede definir de mejor forma como los no polarizados. Los polarizados lo hostigan por tres razones. Primero, porque el centro es ecuánime. No entiende la política como guerra santa ni como rito tribal. No necesita enemigos para vivir ni para sentir pertenencia. Y eso, para el fanático, es provocador: ¿cómo puede existir alguien que no odia lo mismo que él?

Segundo, porque el centro analiza cada situación con la convicción de que la realidad rara vez obedece a las etiquetas que facilitan la vida. Sabe, porque piensa, que casi nada es absolutamente bueno ni absolutamente malo, y que las decisiones públicas requieren distinguir matices, ponderar impactos y revisar alternativas. Esa paciencia intelectual es incomprensible para los devotos de la emocionalidad política, aquellos que no necesitan evaluar nada: ya saben lo que deben creer, ya saben a quién seguir, ya saben quién tiene la culpa de todo. En contraposición, el centro no tiene mesías; por eso molesta.

Y tercero, porque el centro vive rodeado de polarizados que gritan. Agotado por la agresividad cotidiana, aprende a callar. No por miedo, sino por cansancio. Aguantar a los polarizados se volvió una pereza emocional. Defender una idea rodeado de personas que no escuchan, no leen y no dudan, es un ejercicio de desgaste permanente. El silencio del centro no es cobardía: es hartazgo.

Pero hay un malentendido que sí hay que corregir: en este país confundimos a los tibios virtuosos, con los del centro, que piensan, contrastan, leen, evalúan y se toman en serio la responsabilidad de opinar. Pero también están los pusilánimes, esos que no saben de qué hablan, no quieren saber, y terminan tomando partido por quien más ruido haga. El centro reflexivo calla porque está harto de la agresión; el pusilánime calla porque no tiene nada que decir. Uno es moderación consciente. El otro es ignorancia escondida.

Estos últimos, los que se arriman al grito que esté más de moda, son los que han contaminado la palabra “tibio”. Pero no representan al centro. Comparten con los polarizados su renuncia al criterio. Y esa renuncia sí es peligrosa: convierte a ciudadanos a seguidores en rebaños. El fanatismo se alimenta de ese tipo de tibieza: la que no pregunta, la que no cuestiona, la que no sabe por qué cree lo que cree. ¡Qué paradoja! De los pensamientos de Arendt: el mayor mal en el mundo es cometido por personas que eligen no pensar.

Es importante recordar que el centro político no es un promedio entre extremos ni una mezcla aguada de posiciones irreconciliables. No es una suma de pedazos prestados. No parte de suavizar lo que dicen los extremos. El centro es una postura autónoma basada en principios: evidencia, responsabilidad, legalidad, proporcionalidad, ética pública. Su razón de ser no depende de quién gobierne ni de qué ideología esté de moda. Tampoco es el refugio del indeciso: es la casa del que piensa antes de hablar.

Al centro se le exige algo que no se le exige a nadie más: coherencia. Mientras los extremos operan con emociones, lealtades religiosas o identidades de grupo, el centro está obligado a evaluar. Por eso molesta. Por eso incomoda. Por eso recibe ataques simultáneos desde trincheras enemigas entre sí. Ser moderado en un país polarizado requiere más fortaleza que ser polarizado, de extremos: exige carácter para sostener ideas, aunque no generen aplausos en ninguna hinchada.

Reivindicar a los tibios es necesario porque la democracia no prospera en manos de fanáticos. Las sociedades prósperas requieren gente que piense, que se haga preguntas incómodas, que prefiera la complejidad antes que la comodidad de las presuntas certezas absolutas. Y necesitan ciudadanos capaces de decirle “no” a los mesías, a todos los mesías, incluso cuando creen tener buenas intenciones.

Los verdaderos tibios no son los que evaden el debate. Son los que se niegan a entregar su criterio a una tribu, a hipotecar su intelecto a un caudillo. Los que saben que la prudencia también es una forma de valentía. Los que resisten la obligación de odiar para pertenecer. Los que saben que defender la ley, la duda razonable y la evidencia es más duro, y más digno, que levantar la voz para encajar y ser reconocido en una barra brava moral.

No importa si siguen tratando de estigmatizar con “tibio” a quienes no son militantes polarizados de los extremos. A veces las mejores causas empiezan recuperando las palabras que otros usan para insultar. En un país lleno de gritos y vergüenzas, es una gran cosa poder elegir el lado de quienes todavía tienen pensamiento crítico, hacen análisis y toman decisiones informadas usando su propio intelecto.

Rafael Fonseca Zarate

Cuando el maestro pierde la autoridad en el aula, la sociedad pierde el rumbo

Se premia la mediocridad y se evita que haya diferencias entre unos alumnos y otros, confundiendo igualdad de oportunidades con igualdad de resultados”, escribió Ignacio Danvila del Valle al analizar el más reciente informe PISA de la OCDE (Danvila, 2025). Y no podría haberlo dicho mejor. La pérdida de autoridad del docente, y con ella, del principio del mérito y del valor del esfuerzo, se ha convertido en el síntoma visible de un deterioro cultural más profundo: el abandono de la idea de que la educación forma personas y no solo instruye mentes.

El maestro dejó de ser referencia moral y se convirtió en animador pedagógico. La escuela, que debía ser el espacio de aprendizaje de la responsabilidad, se ha ido convirtiendo en un terreno de negociación emocional donde cualquier exigencia se interpreta como agresión. Se confunde respeto con complacencia, inclusión con renuncia a la exigencia, y autoridad con autoritarismo.

 

El diagnóstico de Danvila es demoledor: al evitar la frustración, al borrar las diferencias entre los que se esfuerzan y los que no, estamos cultivando generaciones frágiles, sin rumbo, que crecerán sin entender que la vida no premia la intención sino el compromiso, el mérito y la constancia.

Una sociedad sin maestros que enseñen a ser

Como nadie puede enseñar lo que no es, el reto que tenemos hoy es superior. No contamos con una generación que le enseñe a la siguiente los fundamentos de la vida colectiva que se han ido degradando y hasta vilipendiando: integridad, ética, empatía, humanidad, civismo, respeto, responsabilidad, urbanidad, merecimiento, derechos y deberes. En muchos casos, ni los padres ni los profesores están preparados para esa tarea, porque también fueron educados en una cultura que ha venido cambiando sus valores en las últimas cinco décadas.

Y entre esa inversión de valores se ha refundido el concepto de autoridad. En la casa, en el aula, en la vida. La casa y el aula son radicalmente impactantes porque lo que se educa en aquellas épocas de la vida generalmente dura para siempre en las mentes futuras. Pero en el aula, fuera de casa, es donde principalmente se forma el humano-social al verse menos protegido por los lazos familiares mientras se expone al mundo, a la vista del mundo de los otros.

La consecuencia es previsible: cuando se diluye la autoridad del maestro, se erosiona la idea de orden social. La escuela deja de ser el primer espacio de convivencia civilizada y la anarquía comienza a germinar desde la infancia. Un país que no respeta a sus maestros ni fortalece su autoridad moral, está condenado a perder el norte ético de su desarrollo.

Danvila lo dice con crudeza: “Se detestan la cultura del esfuerzo, el afán de superación y la búsqueda de la excelencia”. Le asiste la razón. El problema parece no ser solo español, sino mundial. En Colombia, los síntomas son los mismos.

La otra cara del problema

Julián de Zubiría, en su serie de columnas recientes en El Espectador, ha insistido en que la calidad de un sistema educativo “no puede superar la calidad de sus maestros”. Advierte que no basta con aumentar salarios. Lo que está en crisis no es el ingreso, sino la formación integral del docente, su capacidad para ser líder, referente, orientador, dice.

De Zubiría denuncia que los maestros trabajan aislados, cada uno “remando para un lado distinto”, y que la pedagogía oficial ha desdibujado la figura del maestro como autoridad intelectual y moral. En otras palabras, lo que Danvila denuncia como pérdida de autoridad en el aula, De Zubiría lo traduce en un vacío de liderazgo educativo: una escuela sin norte, sin cohesión y sin propósito.

Y a ello se suma un actor clave: los papás. El trabajo del aula no puede prosperar si el maestro rema solo. Hoy muchos padres, lejos de ser aliados, alientan, reproducen y legitiman las mismas conductas que debilitan la formación de sus hijos: falta de responsabilidad, irrespeto, ausencia de límites. Peor aún, algunos interponen su poder para desacreditar al profesor exigente, lo que refuerza la mediocridad y destruye el sentido de misión del educador. La educación, sin corresponsabilidad familiar, es un barco sin timón.

No existirá un punto de inflexión hacia un mejor bienestar colectivo que no pase por un cambio significativo en el sistema educativo y en la educación que allí se imparta, advirtiendo que debe ser una educación que ahora también debe incluir a los papás y no solo a los niños. Sin esa transformación moral y formativa, cualquier política social será apenas un paliativo.

En los diagnósticos hay una misma advertencia: si el docente no ejerce autoridad, la sociedad pierde su brújula ética. La escuela ya no forma ciudadanos sino consumidores; ya no transmite valores sino emociones pasajeras; ya no enseña a pensar sino a reaccionar.

Autoridad no es autoritarismo

Recuperar la autoridad del docente no significa volver al látigo ni al miedo. Entre otras cosas porque sería prácticamente imposible. Significa recuperar la legitimidad de quien enseña porque sabe, orienta y da ejemplo. La autoridad auténtica no se impone: se gana. Se funda en el conocimiento, la coherencia y la confianza.

Una maestra o un maestro que ejerce su autoridad con justicia y empatía enseña mucho más que contenidos: enseña que la vida tiene reglas, límites y consecuencias. Enseña que el esfuerzo tiene sentido y que la libertad sin responsabilidad se convierte en caos.

Cuando el alumno aprende que puede desafiar sin razón, insultar sin sanción, copiar sin castigo, o pasar de curso sin mérito, está aprendiendo, desde la infancia, que las normas no importan. Y una sociedad que normaliza esa idea no está formando ciudadanos libres, sino individuos incapaces de convivir.

El reto mayor: educar para la humanidad

Si desde el colegio se pierde el sentido de la autoridad, la anarquía crecerá y será cada vez más difícil controlarla. No se trata de un problema disciplinario, sino civilizatorio. La autoridad del maestro es la primera forma de autoridad legítima que conoce un niño fuera de casa. Allí aprende que hay jerarquías que no humillan, normas que protegen y límites que educan.

Educar para la humanidad, como diría Morin, exige restituir esa figura del maestro como portador de sentido. No hay aprendizaje posible sin respeto, ni respeto sin reconocimiento de una autoridad que lo merezca.

En un mundo saturado de información, la verdadera revolución educativa no será tecnológica, sino ética: ante todo, volver a creer en el poder del ejemplo. Porque cuando el maestro pierde la autoridad, no es solo la escuela la que fracasa, es la sociedad entera la que se descompone.

Rafael Fonseca Zarate

El fin de la democracia

Hemos sido advertidos una y otra vez sobre las implicaciones que trae la info-tecnología, como la llamó Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI (2018), y, sin embargo, la mayoría la seguimos considerando lejana, casi abstracta, aunque ya esté en marcha. Desde el temor al reemplazo laboral hasta la manipulación algorítmica de la opinión pública, convivimos con una sensación ambigua: fascinación y negación al mismo tiempo. Sabemos que el cambio viene, pero lo imaginamos todavía como ciencia ficción para no abordar sus riesgos implícitos.

En estos días me encontré con los comentarios de Marcelo Longobardi, periodista argentino serio y experimentado en geopolítica y economía; me permitieron concluir: el futuro no se acerca, ya está aquí. Su lectura del mundo digital es una alarma lúcida frente a un debate que se preferiría evitar. Mientras seguimos atrapados en discusiones locales o en polémicas efímeras de las redes, el planeta avanza hacia un orden nuevo, impulsado por una inteligencia artificial que ya no sólo escribe textos o dibuja imágenes, sino que reconfigura las bases del poder. Nos distraemos, quizá como mecanismo de defensa, para no sentir la ansiedad que produce reconocer que todo está cambiando demasiado rápido.

 

Pero esta reflexión de Longobardi tiene una característica clave: ya no es procedente de autores que son pensadores, historiadores o filósofos, sino directamente de los exitosos que están al frente de la tecnología, que tienen una mirada desde un ángulo completamente diferente.

Longobardi centra su análisis en una publicación del medio europeo Le Grand Continent, donde aparece un texto de Sam Altman, CEO de OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, acompañado por los comentarios de Giuliano Da Empoli, autor de El mago del Kremlin y Los ingenieros del caos. Da Empoli actúa allí como un curador intelectual: reúne y da forma al pensamiento de lo que podría ser una nueva élite tecno-política, que empieza a configurar un orden donde la democracia liberal queda desplazada y la tecnología asume el papel de gobierno.

El texto de Altman, elevado por Da Empoli al rango de La ley fundamental de la inteligencia artificial, expone sin rodeos su visión de futuro. Altman prevé que en pocas décadas la mayoría de los trabajos humanos serán realizados por máquinas capaces de pensar y aprender. Dice que el poder pasará del trabajo al capital, y si las políticas públicas no se adaptan, la mayoría de las personas estarán peor que hoy. Y se atreve a reconfigurar cómo deberá ser la política redistrubutiva y la erradicación total de la pobreza. Afirma que la forma de generar riqueza para todos será como resultado de la reducción de costos lograda con la utilización de la tecnología en todo. Propone gravar con impuestos a las empresas y a la tierra, que serán los activos centrales del nuevo mundo, para distribuir equitativamente la riqueza futura. Su horizonte no es la catástrofe, sino una promesa: una renta universal financiada por la productividad de las máquinas, en una sociedad donde la escasez desaparecerá porque los costos tenderán a cero. Todo sonaría a utopía humanista, si no viniera de un actor que ha sido parte muy importante del cambio absoluto del mundo en que “vivíamos” y que sintetiza como la cuarta revolución basada en la inteligencia artificial, y porque implica también el reemplazo de la política por la administración algorítmica.

Los nombres que rodean a Altman, citados por Longobardi, completan el cuadro ideológico. Peter Thiel, cofundador de PayPal y primer inversor de Facebook, es el pensador del capitalismo tecnológico: libertario, defensor de la innovación por encima de la democracia, partidario de que las corporaciones gobiernen con más eficiencia que los Estados. Curtis Yarvin, ideólogo neo-reaccionario, sostiene que las democracias deben ser reemplazadas por “monarquías corporativas” gestionadas por expertos. Elon Musk, con su mezcla de mesianismo y poder real, encarna el impulso prometeico de crear una nueva humanidad a través de la IA, la robótica y la conquista espacial. Larry Ellison, fundador de Oracle (y pilar del apoyo de los super ricos a Trump), simboliza la vieja guardia del capital tecnológico, el poder estructural que provee la infraestructura y financia el sueño de estos visionarios.

De esa convergencia intelectual, económica y simbólica, surge una ideología diferente: la del fin de la democracia, reemplazada por un orden tecnocrático global donde la eficiencia sustituye la deliberación, y la concentración de datos equivale a la concentración del poder. Longobardi advierte, con razón, que en esa visión la política tradicional se vuelve obsoleta: los Estados quedarían reducidos a operadores de un sistema hiper-eficiente, en el que las decisiones las tomarán las corporaciones que controlan la inteligencia artificial. Y en ese sistema, el ciudadano dejará de ser sujeto político para convertirse en usuario.

Esa conclusión, que comparto, no es paranoia ni futurismo. Es la proyección coherente de las ideas de esta nueva aristocracia tecnológica, pero esta vez en palabras de sus propios actores. La promesa de bienestar universal puede terminar siendo la coartada perfecta para la concentración absoluta del poder, un mundo donde todo funcione, pero nadie decida. Lo predijeron autores tan renombrados como George Orwell con su vigilancia total, Byung-Chul Han con su sociedad del rendimiento, y Harari con su advertencia sobre el homo dataísmico.

Y ya no es dentro de un siglo: es ahora.

Rafael Fonseca Zarate

La democracia amenazada

Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, ha lanzado una advertencia que trasciende las fronteras de Estados Unidos: la democracia más influyente del mundo está en peligro, y advierte que su deterioro no se debe únicamente a Donald Trump, es más estructural. En su más reciente artículo, Krugman sostiene que el expresidente es solo el síntoma de una enfermedad política más profunda, incubada durante décadas en el Partido Republicano, que hoy se ha convertido en una fuerza abiertamente autoritaria (1). Aquí sus principales planteamientos que resultan preocupantes para el mundo libre.

Una democracia iliberal

 

El economista cita a Bright Line Watch, grupo de politólogos que monitorea la calidad democrática global, según el cual Estados Unidos ya puede considerarse una “democracia iliberal”: un sistema donde las elecciones se mantienen, pero el poder del Estado se usa para castigar a los disidentes, manipular instituciones y premiar leales.

Krugman describe cómo la administración Trump, respaldada por aliados en la Corte Suprema, el Congreso y algunos medios ideológicos, instrumentalizó el aparato público como arma política, desde el Ejército hasta la justicia y las agencias reguladoras.

La banalización del autoritarismo

El fenómeno no pasa inadvertido, sino normalizado. Krugman critica que buena parte de los medios tradicionales sigan abordando los abusos de poder como si fueran simples escándalos, comparables a Watergate. Pero esa comparación, afirma, “es ridículamente ingenua”: lo que en los años setenta habría sido un delito de Estado, hoy ocurre varias veces por semana.

Esa banalización del autoritarismo no es solo estadounidense. Es global. Ocurre cuando el poder se disfraza de libertad y el discurso del “pueblo contra las élites”, el populismo, se convierte en coartada para vaciar la democracia desde adentro.

El centro político que desapareció

Krugman trae un muy interesante análisis que se apoya en los datos de Voteview que mide el comportamiento legislativo en el Congreso: en la época de Nixon existía un centro político que permitía acuerdos bipartidistas; muestra que ese espacio hoy ha desaparecido. Mientras los demócratas permanecen cerca de la socialdemocracia europea, los republicanos se desplazaron radicalmente hacia la derecha, al punto de parecerse más a los partidos ultranacionalistas de Europa oriental, como Fidesz en Hungría o AfD en Alemania.

Ese viraje tiene raíces históricas: el antiguo sur segregacionista, los Dixiecrats, abandonó el Partido Demócrata en tiempos de Reagan y colonizó el Partido Republicano con su carga ideológica de racismo, conservadurismo religioso y resistencia a la igualdad. El resultado: un GOP (Grand Old Party, sigla y sobrenombre que conserva el Partido Republicano) que ya no es un partido, sino un movimiento identitario cerrado sobre sí mismo.

El problema no es Trump, sino su ecosistema

Para Krugman, Trump es un hombre cruel y vengativo, “el peor que haya ocupado la Casa Blanca”, pero lo realmente grave es el ecosistema político que lo sostiene.

El Partido Republicano ha adoptado el Führerprinzip, el principio del líder, donde la voluntad del caudillo sustituye a la ley. Cuando la lealtad personal reemplaza la lealtad institucional, la democracia deja de ser un sistema de reglas y se convierte en un culto al mando.

Las raíces del malestar

Krugman no reduce el fenómeno a una sola causa. Lo explica como una tormenta de factores interconectados:

• El poder plutocrático, es decir, la captura del sistema político por una élite económica que concentra riqueza e influencia.
• El abandono de regiones enteras, víctimas de la desindustrialización y la desigualdad territorial.
• El declive del empleo masculino y la pérdida de estatus de los sectores blancos tradicionales.
• La fragmentación social provocada por Internet, que multiplica la desinformación y destruye los consensos.
• Y el racismo persistente, que reaparece con fuerza en tiempos de incertidumbre.
Todo ello alimenta una frustración colectiva que el populismo autoritario convierte en resentimiento político.

Una advertencia que nos incluye

Lo que Krugman denuncia sobre Estados Unidos no es una excepción, sino una advertencia universal. La captura del Estado por fuerzas que desprecian la democracia, pero saben usar su lenguaje, se repite, con variaciones, desde Washington hasta Budapest y también rondan en nuestras capitales latinoamericanas, donde la polarización erosiona el juicio al mismo tiempo en que la corrupción saquea las instituciones (en las últimas décadas también lo habíamos visto desde la extrema izquierda, en La Habana, Caracas y Managua).

Hoy, la amenaza a la democracia ya no necesita ni golpes ni tanques. Basta con el desgaste lento de las normas, la manipulación del discurso público y la indiferencia social ante la mentira.

Epílogo

Trump es solo un síntoma, dice Krugman. La enfermedad es más antigua y más profunda: un sistema político que perdió el sentido moral de la libertad y lo reemplazó por la voluntad de dominar.
Y esa enfermedad no se detiene en las fronteras estadounidenses. Su propagación en la era digital, del poder plutocrático y de la desinformación masiva, amenaza a todas las democracias. Defenderlas ya no significa solo votar, sino repensar la libertad bajo el lente de la ética. Su cura, si aún la hubiera, dependerá de recuperar el valor de la verdad, de los límites del poder y de la responsabilidad de la ciudadanía.


Notas
(1) Krugman, Paul, 2025. Declining American Democracy: Trump is a Symptom, Not the Cause. The modern GOP is inherently authoritarian. Paul Krugman Blog, Notes on economics and more. https://paulkrugman.substack.com/p/declining-american-democracy-trump?r=3r4l4j&utm_medium=ios&triedRedirect=true

Rafael Fonseca Zarate

Polarización en la era digital: el verdadero poder tras la IA y el Big Data

En un artículo reciente (Ideologías y polarización: enfrentamiento insulso, 26 de agosto de 2025) señalaba que la polarización política en Colombia y en el mundo suele ser un debate vacío, atrapado entre visiones extremas de izquierda y derecha ya sin vigencia, solo con fines manipulativos de la opinión pública. El punto de quiebre en ese artículo era el papel del Estado: unos defendiendo su reducción al mínimo, otros justificando su expansión ilimitada. Pero advertía que esa discusión resultaba estéril frente a los problemas estructurales del capitalismo contemporáneo: concentración económica, captura del Estado y corrupción sistémica.

En este artículo esa reflexión necesita ampliarse, y por lejos. El escenario contemporáneo ya no se limita a la economía industrial o financiera: estamos frente al capitalismo digital, dominado por la inteligencia artificial (IA), el Big Data y las plataformas tecnológicas que concentran poder en una escala inédita. Si antes el debate entre Estado y mercado era el terreno de la polarización, ¿qué ocurre cuando el verdadero poder se desplaza hacia corporaciones privadas, transnacionales, capaces de controlar no solo los datos, la información y la manera en que pensamos, sino hasta concentrar ilimitadamente el dinero del mundo?

 

Un poder sin precedentes

La IA y el Big Data transforman radicalmente las bases sobre las que se discutían las funciones del Estado en el siglo XX. Tres elementos ilustran esta mutación:

  1. Información en tiempo real. Lo que Hayek consideraba como conocimiento disperso, o la imposibilidad de que alguien centralizara toda la información, se ha convertido en la materia prima de algoritmos que procesan millones de datos al instante. El problema discutido perdió vigencia y ahora ya no es la escasez de información, sino su concentración en pocas manos.
  2. Capacidad predictiva. Así como las corporaciones hoy usan algoritmos para anticipar la demanda minimizando cada vez más el error de estimación, los gobiernos pueden usar IA para ayudar a los pequeños agricultores con la predicción de la demanda de sus productos para su siguiente ciclo de cosecha, gestionar tráfico, identificar patrones de criminalidad, prever crisis energéticas o una infinidad de información útil para evitar que la información se convierta en un instrumento de manipulación de unos pocos que la disponen, sino que la previsión legítima sea un activo real de la sociedad.
  3. Nuevo monopolio. Plataformas como Google, Meta, Amazon, Alibaba o Microsoft concentran capital, datos y la infraestructura tecnológica que hoy es esencial para la vida económica y social. No son solo empresas grandes, sino actores globales con más capacidad de influencia que muchos Estados.

Estos factores no eliminan los viejos problemas como monopolios, captura, corrupción, sino que los amplifican, y en qué manera. El poder económico ahora incluye la capacidad de condicionar opiniones, vigilar ciudadanos y moldear democracias.

Viejas teorías, nuevos retos

Los economistas clásicos del liberalismo ofrecen luces parciales frente a esta nueva realidad.

  • Mises y el problema del cálculo. Su argumento contra la planificación central pierde fuerza: hoy es posible procesar volúmenes masivos de datos sin precios de mercado. Sin embargo, sigue en pie la pregunta que ningún algoritmo resuelve: ¿quién decide qué es justo, prioritario o ético?
  • Hayek y el conocimiento disperso. La ironía es brutal: el orden espontáneo que él defendía desembocó en la mayor concentración de información de la historia. En lugar de mercados libres, tenemos gigantes digitales que actúan como gobiernos privados.
  • Galbraith y el poder compensatorio. Su advertencia sobre oligopolios industriales parece una caricatura frente a monopolios digitales que dominan simultáneamente mercados, información y opinión pública. Los contrapesos tradicionales (partidos, prensa, sindicatos) son insuficientes ante corporaciones que superan fronteras y regulaciones nacionales.

El nuevo eje de la polarización

La polarización que antes se centraba en la pregunta “¿más Estado o más mercado?” pierde sentido frente a este panorama. El verdadero dilema ahora es otro: ¿cómo equilibrar la balanza frente a corporaciones que concentran el poder digital global?

La respuesta es relativamente fácil de exponer: no con las añejas ideologías, sino con instituciones capaces de regular en nombre del interés general. Pero dificilísimo de implementar: el Estado no puede retirarse ni contentarse con ser un árbitro pasivo; debe reinventarse como garante de transparencia, de la regulación algorítmica, protección de datos, la cooperación internacional y las nuevas formas de participación ciudadana en lo digital.

Este no es un debate menor. Si los Estados no asumen esa función, la gobernanza mundial quedará en manos de empresas cuyo único fin es el lucro, sin humanitarismo y menos basados en la ética. El riesgo ya no es solo la desigualdad económica, sino la erosión de libertades básicas: privacidad, autonomía, y la capacidad de deliberar sin manipulación.

Hacia un Estado del siglo XXI

Hablar de más o menos Estado es un falso dilema en el contexto contemporáneo. El reto está en construir Estados más inteligentes, éticos y cooperativos, capaces de enfrentar corporaciones que operan sin fronteras. Lo que implica: regular monopolios de datos y algoritmos, no solo de precios; proteger los derechos fundamentales en el entorno digital; fomentar la cooperación internacional para evitar que la regulación de un país se vuelva irrelevante; y desarrollar instituciones que combinen innovación tecnológica con control democrático. Un reto descomunal, y mayor aún si se advierte que fracasamos con el anterior, que consistía en lograr sociedades menos desiguales, superar la pobreza, erradicar la violencia y ejercer plenamente las libertades individuales.

El capitalismo digital exige un Estado con nuevas competencias, capaz de proteger la libertad y el bienestar en una era donde el poder ya no reside en fábricas o bancos, sino en códigos invisibles que organizan la vida social.

La polarización ideológica que parecía insulsa frente a los problemas del capitalismo contemporáneo resulta aún más inútil en la era digital. Mientras seguimos perdiendo el tiempo discutiendo sobre estatismo o anarquismo, el verdadero poder se concentra en plataformas tecnológicas que pueden moldear el futuro de la humanidad.

Hoy el debate no debería dividirse entre izquierda y derecha, sino entre quienes entienden la urgencia de regular democráticamente la IA y el Big Data, y quienes prefieren mirar hacia otro lado mientras las corporaciones diseñan el mundo a su medida.

El riesgo ya no es ideológico: es civilizatorio. Están en riesgo: la deficiente democracia que tenemos, las libertades individuales que aún conservamos, la precaria ética y el sentido humanidad que nos queda, y la sostenibilidad social. Nada menos.

Rafael Fonseca Zarate

El proceso está bien, son los seres humanos los que no

La abogada Balanta fue protagonista de la elección de un magistrado de la Corte Constitucional por parte del Senado hace dos semanas. Y perdió. En una entrevista en la W Radio la semana anterior, y ya al final, ante una pregunta eficaz de uno de los periodistas en torno a lo que ella había visto mal del proceso y que debería mejorarse, afirmó (no literalmente) que el proceso estaba bien, pero que detrás estaban seres humanos, dando a entender que ellos fueron los que estuvieron mal.

Ese proceso, que la abogada dice que está bien, escogió a su contendor el abogado Carlos Camargo, cuyo mayor mérito era el de haberle dado puestos y contratos a familiares y allegados de senadores, magistrados y políticos cuando ocupó los puestos de Defensor del Pueblo, en la Federación de Departamentos, Consejo Electoral, Registraduría, sin experiencia en la rama judicial (Orozco, 2025), como si no se necesitara gran experiencia y una trayectoria plena y amplia para ser magistrado de una Alta Corte. Llegó a la política por sus relaciones familiares con políticos conservadores de Montería y un par de padrinos. Clientelismo en toda la extensión de la palabra, pasando por encima de los intereses de la Nación. Una barbaridad.

 

La abogada Balanta, por el contrario, no tenía vínculos con la política, 45 años de experiencia en la rama judicial y muy estudiada. Su único pero fue que el presidente Petro se alineó con ella, lo que marcó que medio país la detestara sin saber nada de quién era, presumiendo que sería una magistrada de bolsillo y que, con ello, la Corte podría volverse petrista (W Radio, 2025).

Y como si esto no fuera poco, al terminar el proceso, el presidente Petro le pidió la renuncia a tres ministros pertenecientes a partidos cuyos senadores no votaron por su candidata. Una demostración del clientelismo y del uso de los puestos clave del Gobierno para “alinear” congresistas y lograr que apoyen las iniciativas del ejecutivo. Todo mal.

Con este recuento no queda sino criticar a la abogada Balanta por su frase. Obviamente el proceso no está bien. En sí misma es una frase pusilánime, de alguien que no quiere entrar en confrontaciones y usa eufemismos para tratar de no molestar en sus respuestas. La frase, aunque cierta, nada funciona porque no existen las personas adecuadas, declina cualquier posibilidad de mejora hacia adelante.

Si el correcto funcionamiento de la aplicación de las leyes y normas del país se basara en que las personas fueran correctas, bondadosas y transparentes, entonces no tendríamos ninguna esperanza para lograr que tengamos una sociedad próspera que genere bienestar para todos. Tendríamos que cambiar a las personas que integran esa sociedad. Eso implicaría cambiar la cultura de esa sociedad, en la cual se tendría que privilegiar la educación para lograrlo en varias generaciones. Pero siempre habría que contar con una primera generación que pudiera educar a la siguiente con los valores adecuados; pero no existe esa generación. Es decir, no tenemos esa posibilidad, y siendo optimistas, lo lograremos en varias generaciones dependiendo de lo que nos pueda influir el mundo, que tampoco está bien al respecto.

Por lo tanto, no es práctico que nos quedemos en esta solución, de corte romántico y utópico como todas las que apuntan al “debiera ser”, pero que la realidad muestra que no “pudiera ser” por las condiciones actuales. Así que, por más exaltaciones que los periodistas hicieran sobre la demostración de sabiduría de la abogada, caemos todos en la trampa de que, a la manera religiosa, como no podemos cambiar lo que está mal lo único que queda es rogar para tener la serenidad de aceptarlo. Nada más mediocre que una declaración de no futuro como esta, una declaración pusilánime.

Lo esperado es que las personas que, como la abogada Balanta, han llegado a acumular una experiencia notoria en su campo, y sufren el atropello de las maquinarias politiqueras, el clientelismo y el manzanillismo, hagan propuestas de cómo cambiar el proceso, puesto que a las personas es imposible cambiarlas. Necesitamos rediseñar esos procesos constitucionales que quedaron mal, para que pese a los malos seres humanos que son los actores que los operan, sí obtengamos buenos resultados para todos los colombianos.

Rafael Fonseca Zarate

Ideologías y polarización: enfrentamiento insulso

Las polarizaciones nacen en los extremos ideológicos y suelen ser alimentadas por quienes necesitan que la lealtad ciudadana los lleve lejos en sus proyectos políticos, sean estos buenos o malos. Por eso, casi siempre vienen acompañadas de populismo: la manipulación de prometer lo que se sabe imposible de cumplir, pero que enciende a quienes desconocen esa imposibilidad.

Los extremos ideológicos son una causa de la polarización. No la única, pero sí su fundamento. Y cuando hablamos de extremos, nos referimos, en lo esencial, a derecha e izquierda. Una de las discusiones centrales entre ambos es el papel del Estado.

 

Incluso en las corrientes que más defienden las libertades individuales, como las de Mises y Hayek, hay consenso en unas funciones del Estado mínimas e indiscutibles: garantizar la seguridad y defensa de la sociedad, proteger los derechos de propiedad y hacer cumplir los contratos, administrar un sistema judicial imparcial que resuelva conflictos y proveer el marco legal e institucional para que el mercado funcione. Estas tareas no suelen ser objeto de debate: son la base sobre la que cualquier economía puede operar, propias de un Estado reducido al mínimo.

Nota recomendada: Ponencia de Benjamín Ortiz y Álvaro Hernán Prada asegura que la campaña Petro Presidente violó los topes de campaña

Sin embargo, la realidad evidencia los problemas estructurales del capitalismo contemporáneo, lejos del modelo competitivo ideal. Se exhiben tendencias sistémicas que socavan el interés general: concentración económica y monopolios, con conglomerados que dominan sectores enteros (tecnología, farmacéuticas, energía); concentración de la riqueza, con beneficios crecientes para las élites y estancamiento para la mayoría; captura del Estado, donde el poder económico condiciona al político mediante financiamiento electoral, lobby, puertas giratorias y control mediático; y corrupción estructural, con subsidios hechos a medida, regímenes tributarios regresivos, aranceles y normas diseñadas para favorecer a unos pocos. Todo ello configura un sistema que opera en favor de las grandes corporaciones y quienes ostentan el poder económico, y no de la sociedad en su totalidad. Las tesis de Mises y Hayek, basadas en la fe en el “orden espontáneo” del mercado, resultan ingenuas ante un capitalismo donde el mercado ha sido colonizado por una minoría que moldea las reglas a su conveniencia, anulando el ideal competitivo que pretendían proteger.

Frente a esto, las acciones necesarias para que el Estado vuelva a servir al interés general, más cercanas a Keynes y Galbraith que al individualismo radical, pasan por: una regulación efectiva contra monopolios y prácticas anticompetitivas; transparencia y control ciudadano para reducir la corrupción; una política fiscal progresiva y la eliminación de privilegios corporativos; e inversión pública estratégica en educación, salud, ciencia y tecnología, orientada al bienestar colectivo. Esto incomoda a corporaciones y élites beneficiarias de las distorsiones del capitalismo actual, pero no implica comunismo. El comunismo, con planificación central que elimina el mercado, ya mostró que al suprimirlo también se suprimen las libertades individuales, lo que solo se puede imponer por la fuerza y acaba siendo insostenible y con resultados desastrosos para la sociedad.

Así, el desafío contemporáneo no es escoger entre laissez-faire o estatismo, sino liberar al Estado de la corrupción, desmantelar la captura corporativa y diseñar instituciones que sirvan al interés general en un mundo donde el poder económico concentra no solo riqueza, sino datos, influencia política y capacidad de moldear el futuro. Desde el pragmatismo, carece de sentido polarizarse alrededor de las diferencias ideológicas en economía política: un Estado moderno debe nutrirse de ambas visiones, sin importar su origen, sino su capacidad real de generar desarrollo y bienestar para el país.

Rafael Fonseca Zarate

Feudalismo mental

Lo más probable en nuestro medio es que la mayoría de las personas no haya oído hablar del primera ministra danesa, holandés o finlandés, y que pocos sepan quiénes son el canciller alemán o el primer ministro inglés. Sin embargo, con facilidad sabrán quiénes son Trump, Putin, Petro, Milei, Maduro, Jinping, e incluso Erdogan y Orbán. Aparte de que los líderes de los países poderosos se conocen por su impacto global y el despliegue mediático que eso conlleva, los de Colombia, Argentina, Venezuela, Turquía o Hungría comparten una visibilidad similar, principalmente por sus comportamientos como líderes iluminados.

Los primeros funcionan sin necesidad de estar permanentemente en el centro del escenario. No provocan titulares mundiales todos los días, no protagonizan escándalos, ni se autoproclaman salvadores. Lo más interesante es que están al frente de sociedades con altos niveles de bienestar, baja corrupción, estructuras institucionales estables y mayor confianza ciudadana. Con liderazgos casi técnicos, la política está desdramatizada y lo central es el funcionamiento institucional, no la épica personal.

 

Los segundos, en cambio, lideran una porción considerable de la humanidad que parece estar presa de una especie de feudalismo mental. A diferencia del sistema feudal clásico de vasallos, castillos y juramentos de lealtad al señor, hoy hablamos de una necesidad de aferrarse a figuras que concentran el poder, aunque sus resultados sean mediocres, con ética dudosa y proyectos que son más un espectáculo de ruido y confrontación. Los antiguos lazos de vasallaje han mutado. Antes, el señor feudal ofrecía protección a cambio de obediencia; hoy, nos convence de enemigos cercanos y ofrece narrativas salvadoras, con promesas de redención, logrando sumisión por pertenencia simbólica. Y la masa -nosotros- se somete, no por miedo al castigo, sino por miedo a esos enemigos figurados. Nos identificamos con el señor feudal moderno impulsados por la necesidad innata de creer, por la extraña comodidad de delegar el destino en quien parece más fuerte porque grita más fuerte, aunque gobierne mal.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han explica cómo el poder moderno ya no oprime por la fuerza, sino que seduce, se mimetiza en la promesa de libertad, y logra que las personas se auto exploten o se autoconvenzan de lo que no es. Por eso hoy no necesitamos dictaduras para vivir sometidos, basta con la ilusión de que elegimos a quien nos representa, aunque en realidad sólo elegimos al que mejor confirma nuestras frustraciones.

Hace casi un siglo, José Ortega y Gasset lo había advertido cuando describió al “hombre-masa” como ese sujeto que no busca comprender el mundo sino imponer su opinión poco razonada, que desprecia al experto, se burla del mérito, y se enamora de la simpleza. ¿Cómo no va a florecer, entonces, el liderazgo mediocre? ¿Cómo no va a prosperar el que simplifica todo en un enemigo, en un discurso violento o en un trino ofensivo?

Hay una relación directa entre la cultura política de una sociedad y el tipo de líder que produce. Donde la educación cívica es débil, donde la ética pública es frágil y donde los medios prefieren el escándalo a la explicación, lo más probable es que surja un nuevo señor feudal que saca provecho de nuestras debilidades como vasallos mentales; su prioridad no es la gestión para lograr el beneficio común sino ostentar el poder, no es la convocatoria nacional sino la polarización, no son los resultados sino las emociones.

Así como el feudalismo histórico fue superado en el transcurso de al menos dos siglos por el avance de las instituciones, el mayor conocimiento general y a un mejor ejercicio de ciudadanía, también este feudalismo mental se irá desmontando en el largo plazo a medida que el pensamiento crítico vaya emergiendo en las mismas sociedades.

Pero en lo personal podríamos avanzar más rápido y aportar al cambio estructural necesario. Algunas ideas para reflexionar:

  • Desmitificar el liderazgo: no necesitamos caudillos, sino gestores. La épica del héroe debe ser reemplazada por la ética del servidor público. Hay que hacer visible al que resuelve, no al que grita.
  • Privilegiar sistemas que impidan la concentración del poder, aunque la ciudadanía lo pida. La democracia no consiste solo en votar, sino en construir equilibrios que nos protejan incluso de nuestras propias pasiones.
  • Premiar el rol de los medios de comunicación que se dediquen más a explicar procesos y menos a amplificar personajes. Informar no es emocionar: es ayudar a entender.
  • Fomentar una cultura de deliberación, no de opinión reactiva. Enseñar a discutir, a cambiar de idea, a escuchar. Si no cambiamos la manera como pensamos juntos, seguiremos atrapados en las tinieblas políticas actuales.
  • Promocionar una épica de servicio, no de poder. El líder que más transforma no es el que ocupa portadas, sino el que logra que las cosas funcionen y que la gente viva mejor sin siquiera saber su nombre.

La solución masiva pasaría, claro, por la educación. Una educación que enseñe a pensar críticamente, a ejercer la ciudadanía, a desconfiar sanamente del poder. Una educación que nos prepare no para repetir sin discernir, sino para deliberar, construir, exigir. Pero requiere una necesaria evolución de nuestra comprensión de lo que significa la educación para un país próspero, y no para dejársela solo a los profesores. Todos podríamos contribuir desde ya, y en la medida de nuestro círculo de influencia, a trascurrir más rápido al mayor desarrollo mental necesario.

Podemos empezar por nombrar el vasallismo mental actual por su nombre; es necesario cuestionarlo, a mirar con otros ojos el grotesco espectáculo político que consumimos a diario, a concientizarnos que tenemos que desarrollar pensamiento crítico. Quizás, más temprano que tarde, descubramos que no eran esos líderes quienes nos tenían sometidos, sino nuestra propia necesidad de tenerlos.

Rafael Fonseca Zarate

Foro sin fundamento en Valledupar: ferrocarriles, discursos y silencios (1/2)

Resulta legítimo preguntarse qué motivó a la Contraloría General de la República a organizar un foro sobre laPolítica Pública del modo ferroviario en Colombia, avances y retos hacia un desarrollo más eficiente y sostenible, desde la perspectiva del Control Fiscal, si de esto último -que debe ser su foco de interés- poco o nada se habló.

La contraloría recordó cómo el trayecto La Dorada – Chiriguaná ha estado priorizado en el Plan Maestro de Transporte Intermodal y el Plan Maestro Ferroviario (2020), y celebró que se hubiera adjudicado la APP e invitó al Gobierno a seguir en este trabajo “garantizando que siempre haya suficiente carga y pasajeros a movilizar”, una invitación físicamente inviable y conceptualmente ingenua, si se analizan las condiciones reales del país. Dijo también que “persiste como tarea pendiente” la actualización tecnológica del sector y el cambio a trocha estándar (la red abandonada y la recuperada están en trocha yárdica, salvo el tren del Cerrejón).

 

En general, la lógica de estos planes ha sido recuperar las vías abandonadas, salvo la línea de El Cerrejón que fue concebida dentro del proyecto carbonífero para reducir los costos de transporte desde la mina al puerto (un pequeño trayecto, en un terreno plano, pero para millones de toneladas despachadas con mucha frecuencia, que justificaron financieramente su construcción). Por ejemplo, el trayecto Chiriguaná – Santa Marta, usando la infraestructura que había, y mejorada por el operador actual FENOCO, que reúne a exportadores de carbón del Cesar, aún en trocha yárdica ha sido exitosa para reducir el costo de transporte de millones de toneladas en una pequeña longitud y sobre terreno plano.

También en general, para que el transporte ferroviario se justifique se requiere una combinación de factores que no son fáciles de combinar en Colombia: largas distancias, terreno plano y mucha cantidad de carga en ambos sentidos. La mayor larga distancia y plana en el país se podría referir a Santa Marta – La Dorada, pero este puerto fluvial no es un centro de atracción y generación de cargas. A lo que debemos enfrentarnos ahora, como se hizo por fin con las carreteras desde los años 90, es a dominar la topografía montañosa donde están ubicados los centros de atracción o generación de carga, como Bogotá, Medellín o el departamento de Boyacá (carbón coquizable para producción de acero, que se exporta al mundo). Esto se hace a través de obras como túneles y viaductos que permitan mantener las pendientes entre 0% y 1.5%, rango en el cual la capacidad de carga y la velocidad son competitivas como modo de transporte, lo que implica grandes inversiones que entran también en la evaluación y toma de la decisión correspondiente. ¿Competitivas frente a qué? Expresado en términos más prácticos, que los fletes resultantes en tren compitan (sean menores) a los del modo que actualmente se utilicen, predominantemente los camiones. Pero hay condiciones adicionales como el tiempo total y la mayor certeza de entrega a tiempo, que no le son favorables al tren. Tampoco lo son las estaciones de transferencia de carga de un modo a otro, por los costos de la misma transferencia y los usualmente altos costos de último kilómetro, en camiones. O sea, hay una multiplicidad de factores propios de cada caso, lo que hace fácil comprender que también en cada caso hay que hacer las cuentas muy bien.

¿Por qué convoca la Contraloría un foro que, en la práctica, no lo es? Los foros suponen llegar a conclusiones o consensos a través de la discusión. Se ha vuelto costumbre que a estos llamados foros se invite a personas que representan diferentes temas, pero no necesariamente diferentes puntos de vista sobre un mismo tema. Pero también sucede que los invitados no discutan nada; solo exposiciones que no generan discusión. O sea, cada expositor está de acuerdo con los otros expositores, o quiere estar de acuerdo para no tener controversia. Deberían llamarse por su nombre, jornadas de conferencias sobre un tema común. Y para felicitar al Gobierno por un contrato e invitarlo a lo obvio, no se necesitaba toda esta reunión, y menos por ser citada por una entidad de control que anunció en el saludo que quería revisar el tema fiscal pero que no mostró ese alcance en el evento.

Estuvo como invitada central la Ministra de Transporte, María Fernanda Rojas Mantilla.

La ministra se aferró discursivamente a la visión ferroviaria expresada por el presidente Petro en estos años. Incluso su presentación magistral apuntaba insistentemente a demostrar que no era tan loco (literalmente) que se unieran el Pacífico con el Atlántico por tren, y por eso su reiteración en la conformación de la red, puesto que, con esa red ferroviaria se podría ir de Buenaventura hasta Santa Marta, e incluso hasta Puerto Bolívar. Recordamos que lo que dijo el presidente en esa intensa noche de campaña en Buenaventura era sobre una línea elevada de Buenaventura a Barranquilla, que eso sí era loco. Y que había que unir los puertos por tren; la Ministra habló de unir los centros de producción del interior con los puertos, lo cual es más apropiado como propósito en borrador. Probablemente nadie querría llevar su carga de Buenaventura a Santa Marta en tren, así se pudiera, por el costo y el tiempo no competitivos; de ninguna manera esto sería competencia para el Canal de Panamá, como sí pudiera serlo la línea especial Turbo – Cupica, pasando antes por fuertes análisis de vulnerabilidad estratégica y todos los de factibilidad económica.

Ya que se estaba hablando de política pública, entonces hay que hablar sobre lo hablado de política pública, lo cual exige atención en los conceptos sobre los cuales se construyó.

Conviene entonces revisar tres ideas que han hecho carrera a cuasi-dogmas, que impregnan todo el discurso sobre los trenes:

El primero, es “… reducir costos logísticos y agilizar el flujo de bienes de importación y exportación desde … (el) puerto”, en palabras de la Ministra. Ya desde la apertura, el Contralor había hablado de reducir los costos logísticos en un 26% (del Conpes).

El segundo es un relato que ya se ha vuelto generalizado: acabamos con los trenes en los años 70 por la desidia de los gobernantes de la época y que hay que recuperarlos porque este país sería otro si no se hubiesen desmantelado, expresado con una nostalgia sin base empírica. Otro cuasi-dogma adoptado. La Ministra lo evocó magistralmente en su presentación: “la sensatez de construir una red férrea con conectividad no solo en términos de transporte sino como articula y conecta regiones, de hecho la gente en La Dorada cuenta las historias de cómo usaba el tren el sábado, el domingo, visitaba sus familiares, almorzaba, tenía novio o novia por allá cinco pueblos adelante, iba a misa, almorzaba, visitaba su familia, pasaba el día, cogía el tren y visitaba uno u otro familiar y llegaba a su casa; el tren era integración”.

El tercero es que obsesivamente hay que lograr la red, por aquello de la integración regional, y poder llegar de Buenaventura a Santa Marta, incluso -siguiendo el discurso del presidente- unir los puertos, como requisitos de un país desarrollado.

Ninguna de estas expresiones se puede dar por cierta, simplemente por construir o haber recuperado los trenes. Con base en estos tres cuasi-dogmas no se puede plantear la política pública del transporte ferroviario en el país. Como sabemos, la política pública debería apuntar a la logística y no a uno de los modos de transporte, y con más alcance, para no equivocarse, debería estar enmarcada en la búsqueda de una mayor competitividad del país y en general, un mayor bienestar para los colombianos. (continuará).

Rafael Fonseca Zarate

Estancados: reconectar el conocimiento con el desarrollo (2)

Cómo volver a poner a la ingeniería al servicio de la innovación en Colombia

Según Hausmann, el principal obstáculo para el desarrollo económico de Colombia no está en la inversión, ni en la educación, ni siquiera en la infraestructura, sino en la incapacidad de producir y aplicar tecnología (charla en Políticas Públicas, profesor Ricardo Hausmann). Y que, en el fondo de esa brecha, hay una desconexión entre conocimiento y producción, entre universidad y empresa, entre ingeniería y realidad. Este fue el tema de mi anterior artículo.

Durante el conversatorio posterior a la charla del profesor Hausmann surgieron ideas y ejemplos para vislumbrar caminos para transformar esa situación, algunos que presento aquí, además de algunas experiencias propias en estos campos.

 

El hospital universitario como modelo replicable

Hausmann hizo una mención que sirve para una reflexión obligada en ingeniería. En medicina, la articulación entre conocimiento, práctica y desarrollo tiene nombre propio: el hospital universitario. Allí se juntan profesores, estudiantes y profesionales para resolver casos reales, investigar patrones, validar tratamientos, y producir conocimiento útil, no solo para un paciente, sino para todos los que enfrenten una enfermedad similar. Allí habitan el pensamiento científico y la investigación aplicada, y producen desarrollo además de su función primaria de atender y mejorar enfermos.

Una analogía muy retadora: ”hospitales universitarios de ingeniería”. Espacios donde universidades y empresas productoras, constructoras, consultoras o interventoras atiendan trabajo real y al mismo tiempo sean laboratorios “en vivo” en los que se resuelvan retos concretos del país, se documenten aprendizajes, se generen nuevos métodos, productos y tecnologías. Llevar a cabo algo así implicaría una gran innovación en la enseñanza que no solo haría más pertinente la formación de ingenieros, sino que multiplicaría la capacidad del país para innovar desde el terreno, donde están los problemas reales.

Cuando universidad y empresa se sientan a la misma mesa

Una de experiencias en ese sentido y bastante prometedora mencionada en el conversatorio, fue el modelo de formación dual impulsado recientemente en el Valle del Cauca que expuso Daniel Gómez del Consejo Privado de Competitividad. Cuatro empresas grandes y algunas universidades definieron en conjunto un sistema en el que los estudiantes trabajan y estudian simultáneamente, con planes diseñados en diálogo con las necesidades reales del sector empresarial. Esto permite que los futuros ingenieros identifiquen oportunidades de innovación, de mejora, de nuevas oportunidades de mercado, de nuevas oportunidades tecnológicas, puesto que, al estar en la línea de las operaciones, son los que mejor información tienen para ello.

Estamos hablando de la de conexión empresa-universidad desde hace décadas y ampliándola al Gobierno, aunque Hausmann se mostró proclive a acciones que no dependan de su participación. A finales de los años 80, me correspondió liderar —desde Cementos Diamante— el diseño del sistema de mercadeo de cemento en Colombia, una transformación completamente disruptiva para la época que marcó la ruta que seguiría la industria de ahí en adelante. Fue una iniciativa que involucró a profesores de Administración de la Universidad de los Andes y que incluyó la creación de un MBA a la medida para ingenieros civiles de la empresa cementera, seleccionados en distintas universidades del país, para convertirlos en super gerentes-vendedores. Fue un esfuerzo conjunto entre conocimiento académico, el diagnóstico empresarial y la formación estratégica que prueba que se puede construir innovación cuando hay propósito común.

Un caso que no funcionó (y por qué debemos entenderlo)

Durante el mismo conversatorio el exrector Rudolf Hommes relató la historia de una empresa estadounidense que donó a una universidad colombiana un laboratorio de tecnología metalmecánica de última generación. Se intentó fomentar una relación entre los profesores de ingeniería y empresarios locales, incluso con espacios de encuentro informales. Pero los docentes definitivamente no mostraron interés.

A partir de una visita posterior a centros tecnológicos en Italia, Hommes destacó cómo allá los gobiernos locales, universidades y empresas trabajan juntos para resolver retos industriales específicos. Equipos mixtos de doctores, ingenieros y técnicos desarrollan soluciones tecnológicas de alta sofisticación con base en demandas reales del sector productivo.

¿Qué impide que algo así funcione aquí? Hausmann mencionó los incentivos académicos mal diseñados. En Colombia, el prestigio de un profesor universitario se mide por la cantidad de papers publicados, no por su impacto en la economía real. La desconexión entre investigación y desarrollo es estructural. Este punto es crítico: si no revisamos los incentivos institucionales que privilegian la publicación sobre la innovación, seguiremos produciendo conocimiento que no transforma nada. Por aquí hay que empezar.

Inventar juntos, con reglas claras

Si se quiere fomentar la colaboración entre universidades y empresas, otro asunto esencial es la propiedad intelectual. En una experiencia fallida al respecto, pude entender que las empresas que participan en investigaciones conjuntas con universidades necesitan saber que pueden proteger sus resultados al menos durante un periodo prudente. Esto no es mezquindad: es lógica empresarial. Se necesita un marco normativo que permita compartir riesgos y beneficios, garantizar confidencialidad estratégica cuando sea necesaria, y dar claridad a ambas partes sobre cómo se manejarán los avances, los inventos o las mejoras que surjan en proyectos conjuntos. Sin esto, muchas alianzas nunca despegarán.

La dirección equivocada, como reacción a las realidades del mercado de la educación

Por otra parte, desde mi observación de las tendencias actuales, lamentablemente muchas universidades están reaccionando al descenso en matrículas y al aumento de la deserción con medidas que van en sentido contrario al que necesitamos para salir del estancamiento. Han reducido la duración de los programas, flexibilizado requisitos y disminuido exigencias, en el intento por atraer estudiantes. Es posible que sea la hora para establecer un pregrado básico, que gradúe ingenieros dirigidos a la ejecución en forma competente, pero que no tienen curiosidad científica; y otro pregrado más exigente, que prepare a los estudiantes para participar activamente en la construcción de soluciones a problemas reales, desde el pensamiento científico, la integración de saberes y el contacto con el sector productivo que pueda generar investigación aplicada y desarrollo de soluciones localizadas.

Parte de las innovaciones que requerimos no nacen en los centros de investigación, sino en el lugar donde las cosas fallan: en la planta, en la línea de producción, en la obra. Necesitamos formar personas capaces de ver, entender y transformar esas fallas en oportunidades.

Pensar fuera de la caja (y rediseñar la caja)

Edward de Bono decía que pensar fuera de la caja es la única forma de encontrar soluciones verdaderamente nuevas. En nuestro caso, además de pensar diferente, necesitamos rediseñar la caja: el sistema educativo, los incentivos académicos, la manera como vinculamos a la ingeniería con el desarrollo. Solo así podremos esperar resultados distintos. Porque si seguimos esperando innovación desde un sistema que pareciera haber sido diseñado para evitarla, el único progreso será el de nuestras frustraciones. Y estaremos destinados a seguir en el estancamiento perennemente.

(Todo el texto está escrito en términos generales; por supuesto, siempre hay destellos memorables de lo contrario: necesitamos multiplicarlos para que nos iluminen el camino que nos lleve a salir del estancamiento).

Rafael Fonseca Zarate

Educando para la corrupción: el aberrante caso de una universidad

En estos días conocí el caso aberrante de una universidad que no cumplió con el requisito de enseñar inglés a sus estudiantes y ahora que ya están para graduarse no podrían hacerlo porque no tienen el nivel suficiente del idioma, y la solución de la institución es que cada estudiante se consiga un certificado que diga que sabe inglés y así les entregará el grado.

Ninguno de los estudiantes a graduar sabe inglés, pero eso no les importa, si quieren graduarse pueden traer un certificado “chimbo” y así los graduarán. La universidad tenía que haber tenido entre sus materias los niveles de inglés necesarios, pero como aún es una institución en construcción, se les olvidó este detalle.

 

Hay una frase que se le atribuye a Einstein que enfatiza que el ejemplo no es una forma de enseñar sino la única. Esta universidad debería ser suspendida inmediatamente por estar enseñando corrupción con el ejemplo. Y tratando de saber más sobre lo que pasa en la institución encontré que hay casos de acoso sexual, cuentas poco claras con un único contratista para construcción que a la vez es empleado, todo tipo de nepotismo en varios niveles, en fin, toda una olla podrida. Yo espero que quienes han vivido todo esto, incluyendo los estudiantes, lo denuncien en la oficina del observatorio de universidades del Ministerio de Educación.

Como lo he sostenido aquí en varios artículos anteriores, uno en especial (Debe retirarse con prioridad el mal ejemplo), la peor corrupción no es en la que más se roba o impacta negativamente algo en un evento sino la que hacen las personas más visibles dentro de una sociedad, puesto que dan mal ejemplo y ese mal ejemplo se multiplica en muchas personas que reciben el aprendizaje de que ser corruptos no es malo; si, además, esa persona visible roba o hace cualquier acción corrupta y no le pasa nada, y por el contrario sale impune, el aprendizaje es doblemente peor, porque se reafirma que ser corrupto es valioso dentro de nuestra cultura. ¿Qué decir si eso se aprende en la universidad donde la institución completa es la que imparte el mal ejemplo?

Esta universidad está enseñando a ser corruptos a esos muchachos.

Hace medio año tuve oportunidad de ofrecer una conferencia en el marco de un evento de Acofi (la asociación de las facultades de ingeniería) en donde hice el planteamiento que las universidades son la última frontera de esperanza que tenemos para luchar contra la corrupción; para ello se requiere que los estudiantes puedan tener una vivencia de la ética y de hacer lo correcto en todos los aspectos y actividades que enfrenten en su paso por la universidad, incluyendo todas sus interacciones con sus maestros e incluso con los trámites administrativos: todo bien hecho. De esta forma, se podría esperar una generación nueva de ingenieros que hubieran vivido unos años dentro de un ambiente completamente ético, con la esperanza que cuando se vieran enfrentados a las acciones corruptas que le toca vivir a un profesional en su realidad nacional, tuviera la estructura moral bien reforzada para hacerle frente a esos embates, y nos ayudara a cambiar al país para bien. Entre muchos egresados de unas renovadas universidades muy comprometidas con un propósito tan superior para nuestro desvencijado país, se podría lograr un cambio significativo.

Por el contrario, lo que supe en esta universidad que cito es realmente frustrante, porque apunta a todo lo opuesto. Ahora tiene la palabra el Ministerio de Educación para limpiar esta monstruosidad y retirar este mal ejemplo lo antes posible.

Rafael Fonseca Zarate

Ordenamiento territorial: hay que superar la desarticulación

En la reciente inundación de la Autopista Norte de Bogotá, un evento que paralizó a miles de habitantes, se reveló con dramática claridad un problema estructural de nuestro ordenamiento territorial: la desarticulación institucional y una baja implementación en el Ordenamiento Territorial (OT). Este caso puntual no es un accidente aislado, sino el síntoma de una problemática más profunda que afecta el desarrollo urbano y ambiental del país.

Los POT son “instrumentos técnicos y normativos de planeación y gestión del territorio; conformado por un conjunto de acciones y políticas, administrativas y de planeación física, que orientan el desarrollo del territorio municipal en el corto, mediano y largo plazo, regulando la utilización, ocupación y transformación del espacio físico urbano y rural” (Instrumentos, MinVivienda). Pese a que en el marco legal su enfoque tiene en cuenta las complejas interrelaciones que existen entre las dinámicas urbanas, los cuerpos de agua y los ecosistemas regionales, aún su aplicación se observa desarticulada, lo que es particularmente perjudicial cuando se trata de recursos tan sensibles y vitales como el agua. En Bogotá y su región, esto es especialmente evidente en la Reserva Thomas Van Der Hammen y los humedales circundantes, cuyos equilibrios hídricos se ven amenazados por proyectos de infraestructura desarticulados.

 

La desarticulación institucional: un obstáculo al desarrollo

El caso de la inundación de la Autopista Norte no solo expone fallos en la infraestructura existente, sino también un problema de gobernanza: la multiplicidad de entidades con competencias superpuestas y una falta de coordinación entre ellas. Por un lado, el Ministerio de Ambiente y las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) velan por la protección de los ecosistemas; por otro, las entidades encargadas de la ejecución de proyectos de infraestructura, como la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) o el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), priorizan las necesidades urbanas. Sin una visión integral y concertada que alinee estos objetivos, los proyectos se convierten en una lucha de intereses que termina por entorpecer cualquier solución real.

El ejemplo de esta desconexión es el proyecto de ampliación de la Autopista Norte mediante una estructura elevada que busca, no solo mejorar la movilidad, sino también restaurar los humedales que conectan los cerros orientales con el río Bogotá. Aunque tiene el potencial de reconciliar las demandas de desarrollo urbano con la necesidad de proteger los recursos hídricos y los ecosistemas, su ejecución se ha visto obstaculizada por la falta de articulación entre las entidades responsables. La demora en decisiones muestra las consecuencias de un sistema que no entiende el territorio y las necesidades de sus habitantes como un todo.

¿Por qué necesitamos una visión regional y nacional?

Un enfoque integral, regional y nacional del ordenamiento territorial permite abordar problemas como el manejo del agua, la prevención de desastres y la planificación de infraestructura con una perspectiva más integral que excede la municipal. En lugar de tratar los ríos, humedales y ecosistemas como problemas locales, este enfoque reconoce su carácter intermunicipal y los beneficios que aportan a toda una región. Esto es especialmente relevante para el río Bogotá, cuya cuenca abarca no solo a la capital, sino también a más de 40 municipios de Cundinamarca.

La visión regional y nacional también permite superar los conflictos de competencias entre entidades como el Ministerio de Ambiente, las CAR y los gobiernos municipales. Es necesario establecer el marco de gobernanza que priorice el bien común y facilite la ejecución de iniciativas que equilibren desarrollo y sostenibilidad, y entienda las particularidades locales, integradas a una estrategia coherente que entienda el territorio como un sistema interconectado.

Este marco de acción está debidamente contemplado en la Ley 388 DE 1997, artículo 10, modificado por el artículo 32 de la Ley 2294 de 2023, con la visión de niveles superiores como marco rector para la elaboración de los POT municipales, de la siguiente manera: “Nivel 1. Las determinantes relacionadas con la conservación, la protección del ambiente y los ecosistemas, el ciclo del agua, los recursos naturales, la prevención de amenazas y riesgos de desastres, la gestión del cambio climático y la soberanía alimentaria; Nivel 2. Las áreas de especial interés para proteger el derecho humano a la alimentación de los habitantes del territorio nacional localizadas dentro de la frontera agrícola…; Nivel 3. Las políticas, directrices y regulaciones sobre conservación, preservación y uso de las áreas e inmuebles consideradas como patrimonio cultural de la Nación y de los departamentos, incluyendo el histórico, artístico, arqueológico y arquitectónico…; Nivel 4. El señalamiento y localización de las infraestructuras básicas relativas a la red vial nacional y regional; fluvial, red férrea, puertos y aeropuertos; infraestructura logística especializada…; Nivel 5. Los componentes de ordenamiento territorial de los planes integrales de desarrollo metropolitano”. Esta claro el orden jerárquico.

Además, en la Ley 614 del 2000 se crearon los comités de integración territorial, cuyo objeto es establecer mecanismos de integración, coordinación y armonización de las diferentes entidades competentes en materia de ordenamiento del territorio para la implementación de los POT, y en el Decreto 2367 DE 2015 se establece el “Consejo Superior de Ordenamiento del Suelo Rural como un organismo del Gobierno nacional encargado de formular lineamientos generales de política, y coordinar y articular la implementación de políticas públicas en materia de ordenamiento del suelo rural, considerando factores ambientales, sociales, productivos, territoriales, económicos y culturales…” y su primera función es “Actuar como instancia máxima en la asesoría, coordinación del Gobierno nacional en materias relacionadas con el ordenamiento y planeación del suelo rural”.

Pero el diseño institucional parece no responder completamente a lo establecido en el marco normativo, con buen desarrollo, pero que, su aplicación no es la adecuada y posiblemente por eso encontramos las situaciones de problema en el territorio. Se deben buscar las estrategias bajo las cuales se puedan cumplir las normas, tener análisis de cómo ha sido la implementación de los comités de integración territorial, si en la práctica son utilizados como lo establece la Ley, qué casos de éxito se han tenido y con ese diagnóstico ver si han sido sub-utilizados o si han funcionado adecuadamente, y así tener argumentos para promover mejoras sobre la aplicación de las normas o si se requieren modificaciones a ellas. No se encuentran instrumentos de seguimiento y control en el arreglo normativo ni en el institucional actual, y son necesarios para poder identificar las mejoras y sus prioridades como punto de partida para una mejor aplicación.

Lecciones y Retos

El caso de Bogotá y su región metropolitana deja lecciones claras: la aplicación de la planeación territorial no puede seguir desarticulada si queremos garantizar un desarrollo sostenible. La ejecución de proyectos como los tramos elevados en la Autopista Norte y la ALO demostrarían que es posible integrar el desarrollo urbano con la restauración de los ecosistemas, pero su éxito dependerá de la voluntad política y la capacidad de las entidades de trabajar de manera conjunta. El agua, como recurso esencial, debería ser el eje central de esta visión articulada regional, ya que su manejo trasciende los límites municipales y afecta directamente la calidad de vida de millones de colombianos.

Mientras sigamos abordando los problemas desde una lógica de desarticulación institucional en la práctica, continuaremos enfrentando inundaciones, deterioro ambiental y proyectos paralizados por la burocracia. Adoptar la visión integral, regional y nacional prevista en el marco normativo no es solo una necesidad técnica, sino un imperativo moral para garantizar un futuro sostenible.

Este artículo fue posible por el trabajo en equipo con los expertos ingenieros Carolina Henao y Javier Báez. Agradecimientos especiales por la generosidad con sus conocimientos y su dedicación.

Rafael Fonseca Zarate

Biodiversidad en peligro: una crisis invisible que amenaza nuestra supervivencia

El colapso silencioso de la biodiversidad global

El mundo está enfrentando una catástrofe silenciosa: la pérdida acelerada de biodiversidad. Desde los vastos bosques tropicales hasta los océanos más profundos, el planeta está viendo desaparecer especies a un ritmo que no se había registrado desde la extinción masiva de los dinosaurios hace 65 millones de años. La humanidad ha puesto en marcha lo que muchos científicos llaman la Sexta Gran Extinción, y las cifras son alarmantes: un millón de especies de plantas y animales están en riesgo de desaparecer en las próximas décadas.

 

Los ecosistemas que sostienen la vida tal como la conocemos están colapsando. Según el Informe de Evaluación Global sobre Biodiversidad de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, 2019), la biodiversidad está disminuyendo en todas las regiones del mundo a una velocidad sin precedentes. En menos de 50 años, hemos perdido cerca del 68% de las poblaciones de animales vertebrados, entre ellos especies icónicas como el rinoceronte blanco del norte, cuyo último macho murió en 2018, dejando a la especie al borde de la extinción (BBC News, 2018). En el Amazonas, los incendios y la deforestación han destruido miles de hectáreas, poniendo en peligro especies únicas como el delfín rosado y el jaguar (WWF Amazon, 2022).

Este colapso no solo afecta a los animales y plantas. La biodiversidad es el tejido vivo del planeta: regula el clima, purifica el agua y el aire, y asegura la polinización de los cultivos que alimentan a la humanidad. La Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advierte que la pérdida de biodiversidad agrícola está poniendo en peligro la seguridad alimentaria global (FAO Report, 2019). Por ejemplo, más del 40% de las especies de anfibios están en peligro de extinción, con consecuencias directas para el control natural de plagas y la salud de los ecosistemas de agua dulce.

A nivel marino, los arrecifes de coral, que sustentan a una cuarta parte de las especies marinas, están desapareciendo rápidamente debido al calentamiento de los océanos y la acidificación. Si la tendencia continúa, se prevé que más del 90% de los corales desaparezcan para 2050. Esto impacta no solo a la vida marina, sino también a las economías costeras que dependen del turismo y la pesca (National Geographic, 2018).

El colapso de los ecosistemas: las delicadas conexiones que sostienen la vida

La biodiversidad no es solo una colección de especies exóticas que habitan rincones remotos del planeta. Es un entramado de relaciones complejas y frágiles que sostienen no solo los ecosistemas, sino también la vida humana. Cuando una especie desaparece, sus efectos se extienden en cadena, a menudo con consecuencias devastadoras para la salud, la economía y la seguridad alimentaria de las personas. Tres ejemplos impactantes nos muestran cómo la desaparición de una sola especie puede alterar por completo el equilibrio de la naturaleza y tener efectos directos sobre los seres humanos:

El colapso de los buitres en India: una catástrofe sanitaria

En las décadas de 1990 y 2000, las poblaciones de buitres en la India disminuyeron en más del 95% debido al uso del medicamento veterinario diclofenaco en la reses, que resultó ser letal para estas aves. Los buitres, que juegan un papel clave en la eliminación de cadáveres de animales, vieron sus números colapsar casi por completo en menos de dos décadas. Esto provocó un aumento alarmante de las poblaciones de perros callejeros y ratas, que ocuparon el nicho ecológico que dejaron los buitres. Estos animales comenzaron a alimentarse de los cadáveres que antes los buitres devoraban, lo que disparó la propagación de enfermedades zoonóticas como la rabia. Se estima que este desequilibrio contribuyó a la muerte de unas 50,000 personas por rabia en los años siguientes, junto con enormes costos sanitarios y económicos para el país (Ecological Economics, 2008).

El regreso del ratón en la isla Macquarie: un desastre ecológico

La isla Macquarie, situada entre Australia y la Antártida, es un caso emblemático de cómo la introducción o eliminación de una especie puede desatar un efecto dominó devastador. En la década de 1980, la eliminación de gatos para proteger a las aves marinas en peligro parecía ser una medida ecológica correcta. Sin embargo, al eliminar a los gatos, la población de ratones y conejos —que los gatos controlaban— se disparó, lo que llevó a una sobreexplotación de la vegetación de la isla y la destrucción del hábitat de muchas especies endémicas. El costo de restaurar el equilibrio en la isla ha sido monumental, tanto en términos financieros como en la pérdida irrecuperable de especies nativas (Parks Tasmania, 2017).

La desaparición de los lobos de Yellowstone: la cascada trófica

Un ejemplo icónico de las interrelaciones dentro de un ecosistema es la eliminación de los lobos en el Parque Nacional Yellowstone en Estados Unidos durante gran parte del siglo XX. Los lobos fueron erradicados por considerarse una amenaza para el ganado y los ciervos, pero su desaparición causó un fenómeno conocido como «cascada trófica». Sin lobos, la población de ciervos y alces se disparó, lo que resultó en un sobrepastoreo de plantas y árboles jóvenes como los álamos y sauces, esenciales para la biodiversidad local. Esto afectó a otras especies, como los castores, que dependen de estos árboles para construir sus presas, lo que a su vez impactó los cursos de agua y el ecosistema acuático del parque. Los lobos fueron reintroducidos en la década de 1990, y con su regreso, se restauró el equilibrio ecológico: las poblaciones de ciervos se controlaron, la vegetación se recuperó y las comunidades de otras especies volvieron a prosperar (National Geographic Yellowstone, 2019).

A pesar de la magnitud del problema, la pérdida de biodiversidad es una crisis invisible para gran parte de la opinión pública y los líderes globales. Mientras que la emergencia climática ha ganado mayor atención mediática y política, la destrucción de la biodiversidad se encuentra en un segundo plano, cuando en realidad ambas crisis están profundamente entrelazadas.

La COP16 sobre biodiversidad, que se celebra en Cali, vuelve a ser el escenario en el que los líderes mundiales enfrenten a esta catástrofe ecológica. Pero las decepciones de ediciones anteriores sugieren que no se lograrán las acciones urgentes que se requieren. El hecho de que continuemos priorizando el crecimiento económico a corto plazo sobre la salud del planeta y el sustento de nuestra propia especie, revela una desconexión entre lo que sabemos que debemos hacer y lo que realmente hacemos y, por lo tanto, una muy precaria inteligencia colectiva humana. Así, el desafío de la pérdida de la biodiversidad no es solo un asunto ecológico o económico, sino ético, de responsabilidad y justicia hacia las futuras generaciones y los otros seres vivos.


Referencias

IPBES. Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services, 2019. Disponible en: IPBES Report.

WWF. Living Planet Report, 2020. Disponible en: WWF Report.

BBC News. Last Male Northern White Rhino Dies, 2018. Disponible en: BBC News.

WWF. Amazon Deforestation, 2022. Disponible en: WWF Amazon.

FAO. Biodiversity for Food and Agriculture, 2019. Disponible en: FAO Report.

IUCN Red List. Global Amphibian Declines, 2020. Disponible en: IUCN Amphibians.

National Geographic. Coral Reef Decline, 2018. Disponible en: National Geographic.

Markandya, A., et al. «Counting the cost of vulture decline—An appraisal of the human health and other benefits of vultures in India.» Ecological Economics, 2008. Disponible en: Ecological Economics.

Parks and Wildlife Service Tasmania. «Restoring Macquarie Island: An Environmental Success.» 2017. Disponible en: Parks Tasmania.

National Geographic. «The Wolves of Yellowstone.» 2019. Disponible en: National Geographic Yellowstone.

Rafael Fonseca Zarate

Enfrentando la probable escasez de trabajo futuro en ingeniería

El Encuentro Internacional de Educación en Ingeniería (EIEI), organizado por la Asociación Colombiana de Facultades de Ingeniería (ACOFI), fue un evento de gran nivel, lleno de presentaciones inteligentes y esmeradamente trabajadas. La semana pasada tuve la oportunidad no solo de asistir al evento, sino de presentar mi visión crítica sobre las amenazas que se ciernen sobre las posibilidades de trabajo de los ingenieros, acompañada de una propuesta concreta para transformar el proceso de educación en ingeniería que ayude en enfrentarlas.

Comencé señalando las tres amenazas que identifico como las más importantes para la pérdida de trabajos de ingeniería: corrupción, globalización e inteligencia artificial. Las dos primeras concentran el trabajo en unos pocos mientras la otra lo reduce en proporciones mayores, aunque lo puede también transformar. A pesar del potencial de nuestros jóvenes ingenieros, el panorama es sombrío, y debemos abordarlo desde una perspectiva positiva, aun cuando la realidad se perfile tan dura.

 

La corrupción, en el sentido práctico, inhibe la pluralidad en los procesos de contratación reduciendo el número de ingenieros con contratos. La globalización también, porque genera concentración de oportunidades, favoreciendo a grandes empresas extranjeras y dejando sin opciones a pequeñas empresas locales, que antes formaban la base de experiencia para muchos ingenieros (escuelas).

En cuanto a la inteligencia artificial, de la que ya todos estamos sintiendo sus efectos positivos y empiezan a verse los negativos, y que ya no son solo advertencias de los expertos, recordé que hace apenas 5 años Harari predecía que para el año 2030 el 50 % de los empleos, tal como los conocemos hoy, habrán desaparecido. Pero que ya ese término ya no se visualiza tan lejos y en algunos casos ya se está viviendo. Comenté un caso en el que una aplicación de inteligencia artificial tiene la capacidad de elaborar el 80% del documento de formulación de un proyecto público para una entidad estatal en cinco minutos pagando $80,000. Como normalmente una formulación le llevaba a un profesional, que bien podría ser ingeniero industrial o similar, entre 3 y 4 meses, quiere decir que 4 de cada 5 de esos profesionales se quedaron sin trabajo.

Son realidades que nos desafían a repensar la formación y preparación de los futuros ingenieros.

Vulnerabilidades en la Educación de la Ingeniería

En cuanto a las vulnerabilidades del ingeniero hoy en día, abordé las más importantes que afectan su ejercicio profesional (advirtiendo que son generalizaciones que obviamente tienen meritorias excepciones):  la cultura reinante con valores invertidos, el no cuestionamiento para aproximarse a la verdad y la postura pasiva frente a los problemas reales que afectan a sus comunidades, el no arraigo de la filosofía de calidad, la ausencia de criterio frente a la interpretación de códigos y normas, la no comprensión del riesgo como variable de diseño, la falta de preparación para enfrentar al cambio climático, la enseñanza que tiende a ser disciplinaria, lo cual limita la capacidad de los ingenieros de enfrentar problemas complejos que requieren la integración de diferentes disciplinas y saberes, el enfoque predominante que se concentra en la técnica dejando de lado el componente social de la profesión, los conocimientos limitados del territorio en que se desarrollan los proyectos, las limitaciones en la capacidad de emprendimiento, gerencia, liderazgo y trabajo en equipo, entre otras.

La Transformación de la Educación

La propuesta que presenté se basa en los Pilares 8C y en la Resignificación de la Ética para la transformación necesaria. Representan una visión integral de la educación, que busca preparar a los ingenieros no solo técnicamente, sino con un sentido de compromiso social y una ética sólida. Abandonar la enseñanza en ingeniería y asumir el reto pleno de la educación de ingenieros.

Los Pilares 8C se pueden sintetizar así:

Constructivista: Promover el aprendizaje activo, donde el estudiante sea protagonista y construye su propio conocimiento enfrentando problemas reales. La enseñanza debe ser aplicada y práctica.

Crítico: Desarrollar el pensamiento crítico es esencial para sobreponerse a este nuevo mundo de información y desinformación. Atreverse a cuestionar el conocimiento vigente es parte del mejoramiento.

Complejo: La enseñanza debe fomentar un pensamiento complejo, que conecte los diferentes aspectos de un problema y lo aborde de manera multidisciplinaria. La ingeniería debe trabajar de la mano con otras áreas del conocimiento.

Calidad: La calidad debe ser un compromiso moral y no solo técnico. Hacer bien el trabajo desde la primera vez es una responsabilidad hacia la sociedad.

Criterio: Fomentar el criterio para tomar decisiones fundamentadas y contextualizadas. Los ingenieros deben tener la capacidad de evaluar la mejor solución para cada problema, teniendo en cuenta sus implicaciones sociales y el entorno.

Curiosidad: La curiosidad es el motor del aprendizaje continuo. Debemos motivar a los estudiantes a seguir explorando, innovando y cuestionando, aun después de graduarse.

Colectivo: La ingeniería tiene un papel colectivo. Los ingenieros no solo deben ser técnicos, sino también actores sociales, comprometidos con el bienestar de la comunidad. Por otra parte, hay que educar para el trabajo en equipo, la colaboración y el liderazgo, puesto que todos los trabajos en ingeniería requieren una gran interacción.

Cambio: Finalmente, el Cambio es un pilar fundamental. La única constante es el cambio mismo. Los ingenieros deben aprender a adaptarse, a desaprender y a liderar transformaciones.

Reconfiguración de la Ética en la Educación de la Ingeniería

El componente ético fue un aspecto que destaqué especialmente. En un país como Colombia, más que una asignatura la ética debe ser una vivencia constante durante todo el proceso educativo si se quiere que eche raíces fuertes en la mente de los futuros ingenieros. Es en la universidad, donde los estudiantes tienen la oportunidad de experimentar y desarrollar un sentido ético sólido, práctico, que guiará todas sus acciones futuras. Lejos de cumplir reglas y normativas solamente, se trata de formar un compromiso personal y consciente con hacer las cosas bien, con generar bienestar para su sociedad y respetar el ambiente.

La ética práctica debe impregnar cada actividad formativa, desde los talleres y prácticas hasta los proyectos reales. Esto implica que los profesores, además de enseñar la técnica, deben ser ejemplos de actuar ético. Mencioné en la presentación: “El ejemplo no es una forma de educar, es la única manera de educar”, una cita atribuida a Albert Einstein. Necesitamos que los estudiantes vean la ética como algo tangible en sus profesores, que aplican en cada decisión y que tiene un impacto real.
La Última Esperanza de Rescate y Transformación

La vivencia ética en la universidad es la última frontera de esperanza que tenemos para rescatar al país de la corrupción y devolverle un camino de construcción de bienestar. Los ingenieros que estamos formando hoy serán quienes construyan el país del mañana. Necesitamos que tengan las habilidades técnicas necesarias, sí, pero, sobre todo, que tengan el coraje, las herramientas y la integridad para enfrentar los desafíos del futuro con compromiso y ética.

Durante el EIEI, mi mensaje fue claro: la transformación de la educación en ingeniería es urgente. No podemos conformarnos con graduar profesionales técnicamente, no serán competentes si no tienen el sentido ético práctico, y la capacidad de liderazgo que el país necesita. La ingeniería debe retomar el liderazgo de transparencia, de calidad, de compromiso social y de progreso. La universidad, como el lugar donde se forjan las mentes de nuestros futuros ingenieros, debe ser el espacio donde se viva y se desarrolle la ética práctica. Así, podremos enfrentar un futuro incierto y sombrío, y transformar nuestras vulnerabilidades en oportunidades para construir un país mejor para todos.

¡Únete a la reflexión y ayuda a construir el futuro que necesitamos!

Rafael Fonseca Zarate

Lockout o knock out camionero

El significado de lockout es un cierre patronal (empresarios), inverso a las huelgas de trabajadores, que se usa para presionar que los empleados acepten a la fuerza alguna medida que quieren los patrones. O para forzar a que los Gobiernos cambien políticas públicas (Álvarez, 2024).

El término resultó no aplicando bien al uso dado por el presidente Petro durante el paro camionero: no eran los empresarios del transporte los que estaban haciendo el paro sino los pequeños propietarios de los camiones; así lo indican los resultados del levantamiento del paro (Medina, Rodríguez, 2024).

 

El mercado del transporte son realmente dos mercados y no uno. El nivel de arriba (por ponerle un nombre) es entre los generadores de la carga (los clientes, industriales y comerciantes, es decir, la demanda de transporte de carga) y los empresarios del transporte (las empresas habilitadas por el MinTransporte, que según el Registro Nacional de Despacho de Carga -RNDC- fueron 2,003 en el 2022 que son la oferta), y el nivel de abajo entre los empresarios del transporte (que en este nivel son la demanda de camiones para transporte de carga) y los propietarios de los vehículos de carga (en este caso, los camiones, que según el RNDC en el 2022 fueron 143,762 vehículos de todas las especificaciones los que hicieron los 10,571,701 de viajes que fueron respaldados por Manifiestos de Carga, que es el documento oficial que respalda la legalidad de  cada viaje en el territorio nacional). Pero las cifras oficiales registradas en el RNDC pueden tener subregistro, y tampoco registran los viajes urbanos en general, lo cual deja por fuera a los camiones pequeños de reparto, las volquetas y camiones de la construcción, como ejemplos, que sí participaron activamente en el paro y no era lo usual.

En esos dos mercados las transacciones son principalmente pactadas por fuerza del propio mercado. En el mercado de abajo, los camioneros, como se conocen, el 82% de los camiones pertenecen a un propietario que tiene uno, dos o hasta tres camiones, es decir, aún muy democratizada la propiedad. No es exactamente que cada conductor maneje su propio camión, pero a veces sí coincide. El resto, como en todos los mercados, la propiedad se ha ido concentrando en los empresarios de transporte (que son grandes y medianos propietarios), pero no lo suficiente como para transportar toda la carga demandada. Por supuesto, los empresarios usan primero sus camiones que los del mercado de los camioneros, y salen a contratarlos buscando las mejores negociaciones posibles.

Conociendo lo anterior y la lógica del traslado de mayores costos a la tarifa explicado en el artículo precedente ¿Por qué es errado el paro camionero por alza al combustible? (Fonseca, 2024), se puede comprender que el meollo del paro no era el aumento del precio del combustible, sino la dificultad que los pequeños camioneros tienen para trasladar a su precio (los fletes de mercado) a los empresarios.

El Gobierno, representado por el ministro de Hacienda, como todo tecnócrata, no le veía problema a la subida puesto que suponía que los agentes del mercado (los camioneros y los empresarios) la trasladarían con sus fletes a sus clientes y así sucesivamente, como lo explicamos en el artículo anterior. Lo que evidencia el Gobierno a través de su ministra del Transporte, es que los camioneros necesitan ayuda para esa transferencia porque sus clientes (los empresarios) la resisten y logran evitarla.

Esa ayuda se hace a través de regulación del mercado. No es nueva. En 1995 se introdujo la Tabla de fletes (1995) para intentar acabar los paros sucesivos de la época, y que fue reemplazada en 2011 por el Sice-tac para calcular los fletes (costos mínimos que deberían pagarse por un viaje) para cualquier trayecto, tipo de camión y de carga, y condiciones del servicio (Mariño, 2021).

Para calcular un flete se requieren no solo los datos del trayecto y los consumos específicos promedio del camión tipo para calcular los costos variables en cada viaje, sino también el número de viajes al mes que debería lograr un camión en condiciones normales (que dependen de los tiempos de la operación, es decir, de la logística aplicada, buena o mala) para distribuir los costos fijos en cada viaje, y así, sumando todos los costos por viaje y dividiendo por el número de toneladas por viaje, obtener el flete que es igual al costo por tonelada transportada. En cada paso hay muchas variables y también la posibilidad de introducir distorsiones.

El mayor cuidado está en el número de viajes por mes: si hay poca carga (en general en el país) los camiones hacen menos número de viajes al mes y así los camioneros querrán reflejarlo en el Sise-tac, por lo que los fletes calculados serán más altos. Lo que se logra es el flete mínimo para cubrir la ineficiencia del mercado, por tener más camiones de lo requerido, o sea, en vía contraria a la competitividad del país, y emitiendo mensajes incorrectos a estos mercados. Este es uno de los serios problemas de esta forma de regulación. Un knock out para la economía si se aplicara la regulación.

El otro gran problema de esta regulación, y ya demostrado tozudamente en estas últimas tres décadas, es que su implementación es casi imposible. Durante los primeros dos o tres meses, la policía de carreteras controla las transacciones del viaje a través de los Manifiestos de Carga registrados en el RNDC y consultados en línea desde el celular del agente en la carretera que le reporta a la Superintendencia de Puertos y Transporte, que a su vez levanta casos en contra de las empresas y así las obliga a cumplir con los mínimos que se establecen en la regulación. Pero al cabo de ese breve tiempo, la fuerza del mercado ha terminado por hacer olvidar el control, hasta finalmente desaparecer.

Por lo que se puede avizorar que entre más fuerte sea la promesa del Gobierno de cumplir con ese tipo de regulación, por más buena intención, más probable será que el paro vuelva tarde o temprano, con una temporada anual como teníamos antes. Y faltan $5,600 por galón, porque los $400 logrados por el Gobierno solo son el 6.7% de su meta de alzas en el precio. Otro knock out para la economía cada vez que ocurra.

El difícil reto para los camioneros y el Gobierno es buscarle una salida sostenible a la situación problemática y crónica. Seguramente sí pasa por medidas restrictivas como la limitación del parque automotor con su debido programa de chatarrización y las obligadas medidas anticorrupción para prevenir las mafias en ese programa. Pero no es suficiente y tendrán que usar su mayor capacidad innovativa para que los camioneros integren empresas fuertes de logística que actúen en el mercado y que puedan defenderlos en el traslado de los aumentos de costos a las tarifas y que al mismo tiempo deban competir para que la regulación no termine castrando las mejoras en competitividad logradas por mejor eficiencia proveniente de una mejor logística de algunos empresarios o las inducidas por avances tecnológicos de los equipos. 

La solución de fondo la planteamos en el artículo Racionalizar antes que decrecer (Fonseca, 2022); teniendo en cuenta que en el transporte de carga el desperdicio de energía llega al 65% en los motores de los camiones y que el factor de eficiencia actual es del 30% para el total del parque (relación entre los rendimientos actuales con respecto a los rendimientos de la mejor tecnología disponible) (UPME, 2019), es la racionalización del consumo de combustible con la conversión de los camiones viejos a nuevos, que cambian radicalmente los consumos (hay que acelerar al máximo el programa de chatarrización) y tan pronto como se pueda, su electrificación (cuya energía debe asegurarse que provenga de fuentes limpias). Solo así se esquivaría el knock out que podríamos seguir encubando.

Rafael Fonseca Zarate