Crónica especial desde Madrid,
Por José Antonio Salazar Cruz, empresario, historiador y abogado colombiano
Después de varios días de iniciales ilusiones e interminables colas de curiosos, -pocas bolsas de compras al salir-, empiezo abonándome al grupo de los “decepcionados” y aunque no se menciona mucho, al de los “alarmados”.
Por lo que se percibe, esta será una de las últimas Ferias del Libro impreso, mágico artilugio que ha cumplido su misión milenaria y que está en vía de desaparecer como novedad. Seguirá, y así lo deseo de corazón, existiendo como objeto de colección para satisfacción de los anticuarios y bibliófilos y perdiendo cada vez más terreno como vehículo de transmisión de la palabra. Secuencialmente con el libro están mutando hasta desaparecer como impresos los periódicos, las revistas, librerías y demás derivados herederos de la tinta y el linotipo. Estamos llegando al capítulo final de la Historia del Libro cuyo último, por cierto maravilloso intento, está en “El infinito en un Junco”. Recomendable. Por ahora se impone la llamada edición digital lo cual sin duda abaratará el costo de aprender de las experiencias y cogitaciones ajenas pero nos privará del erotismo que nos produce el contacto físico con el papel, remitiéndonos a la frialdad de la tecla y la pantalla… (el corrector insiste en cambiar “tecla” por otra palabra menos fría).
Colombia ha sido el país invitado de la 80 edición de la Feria del Libro de Madrid, septiembre 2021Cierto es que en el inmenso corredor de la Feria hay un solo puesto “con una cantidad generosa de libros colombianos”, más otra exhibición de Random House “con su baraja de escritores locales (SIC)”. Creo que quiso decir colombianos. Lo demás es triste precariedad. Impresiona la ausencia o baja presencia de reconocidos y premiados autores compatriotas nuestros. Ninguno seleccionado o vetado por el gobierno. Fueron seleccionados por los organizadores de la Feria, léase editores. No haré listas porque todas son excluyentes. Siguen anclados en Gabriel García Márquez. La exhibición de Juan Gabriel Vásquez, el que más me gusta y promete, y además también se llama Gabriel, es lamentable. Ya los veremos corriendo detrás de él cuando reciba el Nobel del cual algunos hablan y muchos le deseamos.
Así varios otros paisanos merecedores de todos los honores y reconocimientos. Otra oportunidad perdida. Pero, repito, esto no es culpa ni responsabilidad del gobierno como algunos, malamente predispuestos, quieren hacerlo ver, sino del menosprecio con el cual miran los grandes editores, promotores del evento, negociantes del libro, a los emergentes valores colombianos. No quieren correr ningún riesgo y el éxito de la gestión económica de su trabajo lo aseguran con contratos y aportes que en su triste mayoría están lejos de las posibilidades de los noveles (con “v”) escritores. Son unos contratos de adhesión, de “entrega total”, como el bolero. Usualmente el costo de la edición y la impresión debe ser financiado por el escritor, previa cesión de sus derechos por si el asunto sale bien y la gestión “editorial” se limita a la amable distribución del libro en su redes comerciales. ¿Alguno de ustedes ha intentado editar algo con Penguin Random House o con Planeta, u otros del mismo calibre? Entonces sabrán de que hablo. Si no, con mucho gusto puedo ser más explícito.
Folklore criollo en Madrid
Lo que comenta negativamente el narrador sobre la exhibición de “hamacas, carteras de iraca, mochilas wayuú, sobreros vueltiaos…”, en el pabellón central de la exposición es lo usual. En otras ferias, dedicadas a otros países, la temática de las imágenes y sonidos se impone sobre la intelectual. Estoy seguro de que si el país invitado fuera Grecia los decoradores y animadores le darían más espacio a Fidias o Praxíteles que a Pitágoras y a la máscara y al coturno que al mismo Eurípides. Para la gran mayoría de estos expertos la percepción del mundo es visual no racional y buscan impresionar a través de los sentidos. En este entorno, lo folclórico, el color, es prioritario.
Abundando el censor añade: “solo faltó el indígena del Putumayo cantando con tótem cheroqui o un sombrero apache”. No entiendo estas últimas alusiones a imágenes propias de la tradición popular norteamericana. Son innecesarias cuando tenemos en Colombia todo el simbolismo agustiniano o los bellos tocados de pluma de los tofanes.
Tampoco comparto la infundada sospecha de un intento por parte del gobierno colombiano de enmascarar crueles e injustas realidades que mal intencionados compatriotas, desde sus, para algunos, dorados exilios: Caballero, (qepd); Samper, Coronel… etc., poco o nada hacen para solucionar y se empeñan en divulgar y promocionar como reiteradas imágenes de nuestra maltrecha Colombia. Eso fue lo que vimos y oímos el domingo 12 de septiembre en la Puerta de Alcalá cuando unos pocos cientos de colombianos alebrestados mediante poderoso equipo de sonido, -pagado quien sabe por quién- , con ese “ceceo” propio de torero recién llegado, protestaban por una imaginaria y fantasmagórica visita del presidente Duque a Madrid con motivo de la Feria.
Realismo mágico. Ciertamente la algarada fue, junto con la chocolatina Jet, lo más típicamente colombiano de este evento y para muchos, los únicos nostálgicos contactos que mantienen con el terruño.