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No es hora de callar. No más violencia contra la mujer


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Diferentes expresiones y frases de solidaridad contra las que han sido víctimas del maltrato, recorren las redes sociales, de las que yo estoy pendiente una buena parte de mi día por gusto y por trabajo.

Yo fui golpeada en la madrugada de ayer por dos jóvenes. Podría asegurar que uno de ellos no era mayor de edad todavía, y con tragos en su cabeza, me pegó un puño en la mejilla. El golpe fue tan certero, que me desestabilizó por completo y caí al piso. Ni él ni sus amigos hicieron nada para ayudarme a levantar, ni ninguno reaccionó a mi favor después del hecho. Del lugar en el que estaba, que no era un sitio público, lo sacaron.

Estaba adolorida, por supuesto, estaba asustada, brava e indignada. No estaba en mi casa, estaba en la de un amigo que cometió un error al prestarle su vivienda a una empresa de eventos para realizar la fiesta de fin de año de un joven de un reconocido colegio de Bogotá.

Mi celular estaba descargado y no veía un teléfono fijo, por lo que no llamé a la Policía. Temía que se armaran peleas y saliera alguien herido y la culpa fuera de mi amigo, quien estaba intentando poner orden en el lugar.

Ya era de madrugaba, quizá habían pasado las 2 de la mañana y la gente seguía ahí. 2 personas, completamente inexpertas y sin tener por qué, cumplíamos la labor de logística y seguridad llevados por la necesidad del momento. Siendo así, nos correspondía pedirles a los estudiantes que salieran.

En ese momento llegó el encargado del evento. Le dije que se estaban robando las cosas, que ya me habían golpeado y que necesitábamos que se fueran lo más pronto posible. Debo reconocer que en ese punto de la fiesta, yo estaba agotada, furiosa y muy indignada por el golpe que me habían dado. Le indiqué por donde quedaba la puerta por la que debía salir y él, después de un par de gritos, me empujó contra las escaleras que conducían al segundo piso.

Afortunadamente yo no estaba ebria y eso me permitió tener control sobre mis movimientos, así que caí de espaldas contra un escalón y no alcancé a pegarme en la cabeza. Además, alcancé a jalarlo, buscando de pronto un punto de apoyo, y cayó también.

En ese momento llegaron 2 uniformados de la Policía Nacional, y cumpliendo el llamado de un ciudadano que estaba molesto con el ruido. Me acerqué a uno y le dije que me habían golpeado dos veces en la noche, que él señor del segundo golpe estaba enfrente mío y pregunté que como debía proceder.

La respuesta de uno de los agentes fue indignante. Me dijo que tenía que tener varios testigos del hecho y que en “ese estado” en el que yo estaba no podía hacer nada. Yo estaba perfectamente sobria pero afectada. Cuando le pedí el favor al agente yo estaba llorando, me dolía el golpe y sabía que no podía ir a urgencias porque no tenía seguro médico.

Procedió a preguntarle al agresor que si había sido él, quien desde luego lo negó. El agente dijo que el primer agresor ya no estaba y que no podía hacer nada. “Si vuelven a llamar a la Policía nos llevamos a su amigo”. Y se fueron.

Puse a cargar mi celular, no sabía qué hacer. De pronto encontraría un consuelo en mi cuenta personal de Twitter, donde a veces están a esa hora mis amigos, los que no estaban ocupados haciendo orden en una casa que se había convertido en un bar donde robaban, peleaban y había desorden.

Conté lo que había pasado por encima, uno que otro me dio su tuit de solidaridad. Más tarde nos movilizamos. Mis grandes amigos supieron lo sucedido y comenzamos a pedir respuestas de la Policía Nacional. No tuve ninguna asesoría, defensa o cualquier cosa que se le pareciera. No había ido a Medicina Legal porque no sabía cómo debía proceder. Mi movilidad estaba limitada, los golpes dolían.

En las horas de la tarde se comunicó conmigo la jefe de prensa del general de la Policía Metropolitana de Bogotá, Eduardo Martinez, pidiéndome una disculpa en su nombre. Luego lo hizo el general en nombre de la Policía Nacional, argumentando que no todos los uniformados eran como los que no me habían ayudado. El caso entró en investigación con una coronel.

También me contactó el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quién amablemente y de manera pública dijo que ese era su deber y que no debía haber más maltrato.

Ahora sigo golpeada. Puedo decir que en la cara no hay un morado que alerte a nadie, es más, quien no me conozca podría decir que tengo la cara hinchada y que se corrió el maquillaje. El dolor de la espalda sigue haciendo que mi movilidad sea limitada, pero aun así puedo escribir.

No es hora de callar, no es hora de permitir que haya más maltrato contra la mujer. No quiero seguir oyendo casos de mujeres que se quedan esperando que la Policía actúe buscando responsables, ni de hombres que golpean como si se tratara de un balón de fútbol. Yo conté con la suerte de ser contactada por el alcalde y el general, pero ¿y el resto de mujeres que no han podido denunciar porque no saben cómo, o porque no les ponen atención?

Me decían que si yo iba a medicina legal, seguramente no habría atención porque no tenía un morado que escandalizara. No lo sé.

Yo no espero justicia, pero espero que lo que me pasó a mí no le pase a ninguna mujer más. Afortunadamente mi caso fue de ese día y ya, pero conozco mujeres que sus maridos, novios, familiares o amigos les pegan casi que diariamente. No más intolerancia, no más maltrato, no más violencia y menos contra las mujeres, quienes muchas veces dejamos las cosas así por miedo a otro golpe o a cualquier otro maltrato.

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