Es increíble como los seres humanos valoramos las cosas cuando ya es muy tarde. Esto es justamente lo que se está viviendo ahora en Bogotá, cuando empezó la demolición del Monumento a los Héroes, ubicado en el punto en donde la Avenida Caracas pierde, para muchos ciudadanos su nombre, y pasa a convertirse en la Autopista Norte. Ahora que es tardísimo y los mazos empezaron a tumbar los muros, aparecieron todos los expertos y cientos de oportunistas, a rasgarse las vestiduras por la que podía ser una cantada sentencia a muerte de un monumento que nunca utilizamos para nada.
Ubicado en un punto estratégico de la ciudad, esta gran mole de seis pisos logró sobrevivir cuanto cruce para carros y plan improvisado para el manejo del tránsito trajo cada nueva alcaldía a Bogotá. Y es que lo digo con conocimiento de causa, porque si la obra se inauguró en 1963, puedo decir sin temor a equivocarme que desde 1979 la puedo tener fija en mi recuerdo ya que viví a pocas cuadras y siempre me llamó la atención que ahí no pasaba mucha cosa.
Lo más llamativo que pudo haber sucedido de forma consistente fue un periodo de tiempo en el que, si no me falla la memoria, los miembros de la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova, le presentaban respetos al monumento y mantenían guardias a los cuales cambiaban con tonos de marcha y muestras de honores militares. Esas sencillas ceremonias no duraron muchos años y desde ahí en adelante fue más bien poco lo que sucedía, salvo algún vagabundo que lograba tumbar la puerta y vivir por pocos días en la edificación, hasta que la policía lo retiraba.
Su interior era un misterio para los que vivíamos cerca, que suponíamos debía ser un gran edificio por dentro, pero nunca lográbamos mirar más allá de los primeros metros que se podían ver desde la pequeñita puerta ubicada en el norte de la estructura.
En el año 2010 un grupo de visionarios colombianos y españoles, decidieron intervenir el monumento y por un momento algunos incautos pensamos que por fin habíamos dado en el clavo. El edificio se vistió de arte y diseño por 10 días con una inversión de cientos de millones de pesos que vinieron de recursos privados, consiguiendo atraer la mirada de los ciudadanos a un edificio que era ya parte del paisaje de la ciudad, un paisaje empobrecido y sórdido. La buena intención duró lo que estaba previsto en el permiso de intervención, y así como abrió la feria de arte, así cerró sus puertas otra vez el monumento de los héroes, firmando parte de lo que sería su último posible respiro para cobrar relevancia en una ciudad que carece de símbolos y espacios emblemáticos.
La gran mole de seis pisos nunca fue suficiente para que la viéramos como un lugar a intervenir y aprovechar, un área que podía rodearse de cafés o exhibiciones itinerantes, jamás se nos ocurrió convertirla en un museo para llenarla de niños que pudieran venir de las escuelas y colegios a ver de primera mano la historia de esos héroes. Tal vez los únicos que tuvieron visión sobre su gran explanada y espacio para establecerse, fueron los manifestantes que en el último año le dieron la estocada final, pisoteando su memoria y vandalizando todo cuanto pudieron. Después de ello para qué monumento.
Ahora nos lamentamos cuando no hicimos nada sino esperar y esperar… estamos a la expectativa de que llegue el proyecto del metro que justo necesita ese espacio específico para establecerse, un metro que llevamos más de 50 años aguardando y que ojalá no tome otros 50.
La suerte del Monumento a los Héroes debe servirnos para que aprendamos la lección y que nuestras ciudades hagan de su patrimonio y monumentos espacios vivos, dinámicos que hagan vibrar a los habitantes. Si no de qué sirven tantos expertos opinando y arrancándose los pelos, cuando la tarea nunca la hicieron y las alertas jamás las prendieron con la vehemencia que hoy están esgrimiendo.
Ojalá que Bogotá no se quede con un nuevo monumento a la desidia: los escombros de los Héroes y sobre ellos los planos inconclusos del metro.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner