Afirmaba en pretérito artículo este columnista que cada día vivimos menos conscientemente y hombres y mujeres se encuentran imbuidos por millones en las redes sociales, entramado virtual maravilloso y complejo que está acabando con el ideal de vida plena y satisfactoria de la humanidad. Las gentes que deambulan por las principales ciudades del mundo, dentro de las cuales cabe destacar las de la China moderna y las principales de la Europa continental, son robots, zombies, sonámbulos, autómatas y máquinas programadas dependientes en grado mayor del adminículo que constituye el fetiche de estos tiempos: el móvil celular por medio del cual utilizan la potente red virtual y los mecanismos de comunicación y enlace universal, llamados redes sociales.
Me haría extenso en describir el fenómeno que se vive a diario en lugares públicos dentro de los cuales cabe incluir templos e iglesias, lo que refleja el grado de imbecilidad y dependencia de muchos usuarios de estos aparatos modernos de la ingeniería cibernética.
Años atrás afloraba ignorancia en el esnobismo y la desvergüenza de hombres y mujeres hablando en voz alta por medio de su teléfono móvil, contando y participando a su vecino la vida privada que solo a él le interesaba. Pasamos en una década a la epidemia del exhibicionismo, del automatismo y la robotización en el manejo de celulares en el que su propietario lo lleva consigo, lo utiliza en el trabajo, en lugares masivos de transportes, en plazas, calles, hasta caminando se hace uso de este pequeño aparato sin que haya diferencia entre niños, jóvenes, adultos o personas de edad avanzada, incautos que además de adentrarse en el mundo imaginario, creen sentirse importantes por poseer y usar el más moderno de estos aparatos, pero inadecuadamente utilizado.
Fue el científico Albert Einstein el inventor o precursor de la bomba atómica, de orígen alemán instalado en los Estados Unidos al servicio de esta poderosa nación en el siglo pasado en su segunda mitad. Fue exaltado como un genio matemático y su figura se vendió por millones en afiches que lo mostraban entrado en años y con un pelo alborotado, fue en suma, un admirado, respetado y venerado hombre de ciencia que enloqueció a su país de orígen y a los Estados Unidos, que lo consideró hijo adoptivo.
Su mayor logro fue haber contribuido con otras personas a crear la bomba atómica, aparato tenebroso de destrucción masiva con el que se amenazaron durante muchos años Estados Unidos y la Unión Soviética, especialmente en los años sesenta con la conocida crisis de los misiles instalados por esta última nación en Bahía Cochinos en Cuba. Cuentan los biógrafos de Einstein que en sus últimos años de vida lamentó que su talento e ingenio hubiera estado al servicio de la guerra y la potencial destrucción de la humanidad y se sintió frustrado advirtiendo que hubiera preferido haber ejercido otra profesión más fructífera y aportante a la sociedad.
Otro tanto está ocurriendo con los inventos geniales y asombrosos de Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg, pioneros y figuras rutilantes de la modernísima ingeniería cibernética. Se enriquecieron desproporcionadamente estos tres inventores de la tecnología virtual e hicieron un buen aporte al desarrollo y progreso de la humanidad, pero al mismo tiempo descubrieron la bomba atómica moderna ideada por ingenieros nucleares, ambas destructoras potenciales de la humanidad. La última permanece como una amenaza, la primera ya está acabando con millones de vidas de jóvenes, niños y adultos que viven inmersos en un mundo irreal, imaginario, que les impide vivir su vida real y plena. Estalló la bomba atómica virtual.