Episodio III de la serie de Ismos que amenazan el mundo
Sociólogos, antropólogos o psicólogos vienen advirtiendo desde hace años sobre el infantilismo de los jóvenes en la sociedad digital. La población envejece, pero los rasgos adolescentes permanecen en una porción significativa de personas adultas, mientras transmitimos a los más jóvenes esa misma sensación de ‘eterno Peter Pan’. Las nuevas generaciones aceptan el rol desde las comodidades de un estado de bienestar que está por matar de éxito el propio estado de bienestar. Valores como la experiencia o el conocimiento que se acumula en la vida ya no es una virtud, sino un lastre, casi que un delito, a partir de los 50 años.
Madurar es adquirir la capacidad de juicio. Distinguir lo que está bien del mal mediante la formación de los propios principios y, sobre todo, la disposición a aceptar responsabilidades. Y nuestros políticos han puesto todos sus esfuerzos en diluir las responsabilidades individuales para dárselo todo a ‘Papá Estado’. Este estado paternalista aseguró al ciudadano de a pie que resolvería hasta la más mínima de sus dificultades a cambio de renunciar al pensamiento crítico, de delegar en los dirigentes todas las decisiones. Fue la promesa de una interminable infancia despreocupada y feliz en los últimos 40 años en Occidente.
“Exigir el derecho a la mediocridad”
El gran pensador español José Ortega y Gasset reflexionaba hace ya 100 años sobre el nacimiento del hombre-masa. Hijo del progreso industrial sin precedentes que los más inteligentes ya vislumbraban en esa época. La búsqueda del dinero y de la ‘utilidad’ había empobrecido lo que él llamaba la ‘conciencia moral’ para producir, decía, ‘un ser vulgar, consciente y orgulloso de su condición, exigiendo su derecho a la mediocridad’.
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La visión más infantil del ciudadano contemporáneo, trasladado a la política actual, se simplifica en el discurso. Lo dogmatiza, se limita a consignas simplonas. Se rebaja el nivel del debate y se pierde la complejidad que correspondería a un electorado adulto. En concordancia con la visión adolescente del mundo, no se exige en los líderes políticos ideas, capacidad de elaboración, sino belleza, atractivo, tópicos, frases bienintencionadas que gusten a la mayoría, aunque sean irrealizables o peor, contraproducentes en el mediano plazo.
Los derechos imperan sobre los deberes
En este mundo infantilizado, la impulsividad, los instintos primarios o el egoísmo dominan a la reflexión y la construcción de sociedad. El placer a corto plazo se antepone a la búsqueda del horizonte y, por supuesto, los derechos imperan sobre los ‘aburridos’ deberes que tiene normalmente un adulto. La inclinación a la protesta, al pataleo, domina a la autosuperación. Y la imagen se antepone al mérito y el esfuerzo.
Especialmente en épocas de crisis, como la que vivimos en estos días, surge una sociedad del pánico, ultraconservadora, que sólo ve peligros, no oportunidades. Una colectividad asustadiza.
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En lo intelectual nunca fuimos tan temerosos de escribir lo que nos ocurre o de expresar lo que sentimos. Somos una sociedad cobarde, insegura, que se asusta de todo: de lo que come o respira, aun siendo la más privilegiada de la historia en abundancia de bienes y servicios. Un marco donde predomina quien más patalea o apabulla. O el que tiene mejores contactos. El camino corto es sinónimo de éxito, sin importar los modos.
Inmadurez de las nuevas… y las anteriores generaciones
El populismo al que me refería la semana pasada constituye la fase final del infantilismo, el perfeccionamiento del proceso, tendente a eliminar los restos de responsabilidad individual. Líderes adolescentes y caprichosos para una sociedad de niños, anestesiada, entretenida con los juguetes digitales que los poderosos ponen en sus manos. Una sociedad donde cada vez las virtudes de ser adulto (autonomía, responsabilidad, capacidad de decisión y, sobre todo, libertad) tienen cada vez menos prestigio.
El ciudadano del siglo XXI necesita supervisión y motivación para afrontar el más mínimo esfuerzo. Inconsciente de su problema, la sociedad infantilizada malcría a las nuevas generaciones. Los niños crecen en madurez social a través de las redes sociales, pero se muestran francamente desanimados ante el compromiso y el esfuerzo. La mayoría de jóvenes se cree que ser un ciudadano compromiso es publicar en Instagram por su causa favorita o derribar una estatua de 300 años. Y realmente se lo creen.0
La educación autoritaria de otras generaciones nos trajo los actuales adultos reprimidos. En las nuevas generaciones, el permanente control a distancia en las familias impide el desarrollo de la facultad de decidir y afrontar los contratiempos, de equivocarse, caer y volver a levantarse, dado que la figura paternal irá rápido a solucionar el problema puntual. La aparente sobreprotección de este padre acomplejado, será la agonía de la iniciativa de la nueva generación.
Vivimos en una sociedad ‘light’. Nos hemos convertido en ciudadanos de talla única y de ideas únicas. Apegados al centro protector (lejos de los extremos) donde escuchar la discrepancia del otro nos incomoda y preferimos el adictivo camino gregario. La nueva masa de Ortega, peor sin tomar las riendas de nuestra propia vida y renunciando a la libertad.
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