Para algunos de quienes nos consideramos apolíticos y que preferimos conservar prudente distancia con ese mundo, es necesario tomar partido, al menos desde estas tribunas, en coyunturas como la agenda energética global, porque las decisiones que allí se toman nos incumben y a todos por igual.
Así las cosas, llamó mi atención la frase “… La solución es un mundo sin petróleo y sin carbón” pronunciada por el presidente Gustavo Petro en su intervención en la COP27. Quizá en el largo plazo tenga razón, pero no para el corto y menos para el mediano y explicó algunas de mis razones.
Del cacareado asunto de la no suscripción de nuevos contratos de exploración, el propio gobierno sabe que no podrá ser así (no tengo pruebas, pero tampoco dudas), porque lo que estaría en juego es la soberanía energética y el país se vería abocado a importar hidrocarburos, debido a que la demanda por sus derivados es una realidad creciente y el país no tiene cómo sustituirla con tanta celeridad. Importar hidrocarburos sería la solución, pero con un escenario de alta incertidumbre habida cuenta del manejo político de nuestro vecino país petrolero (valdría la pena recordar el alto costo que está asumiendo Alemania al depender de otro país para atender la demanda doméstica de energía), y la volatilidad de las condiciones de mercado, sería irresponsable con sus habitantes y con consecuencias impredecibles.
Luego no tiene sentido dejar enterrados los hidrocarburos que garantizarían la soberanía energética, solo por cumplir con una agenda ambiental liderada por países con enormes huellas de carbono. Dicho de otra manera, equivaldría a que los países más pobres, con menores emisiones de gas efecto invernadero – GEI, subsidien ambientalmente ahora a aquellos países que cargan la mayor responsabilidad del deterioro del medio ambiente que ya estamos padeciendo.
Ello no quiere decir que la política nacional deba ser mezquina con el resto de planeta haciendo caso omiso al cambio climático y seguir emitiendo GEI sin responsabilidad. Por el contrario, el desarrollo de una política de Estado, que garantice una transición energética apropiada para el país y no de una agenda de gobierno para un cuatrienio, es y será de buen recibo por el mundo entero, lo cual aseguraría la financiación para implementar aquellas medidas ambientales que viabilicen una transición energética en función de la realidad del país, así como mantenernos dentro de niveles apropiados de la huella de carbono que le permitan a la mayoría de la población colombiana mejorar sus condiciones de vida. Permítanme ilustrar esta última parte:
Suena bastante bien en los foros locales, pero especialmente en los internacionales, comprometerse con metas como la reducción de 51% de las emisiones GEI y lograr carbono-neutralidad para 2030 y 2050 respectivamente, pero al revisar las cifras, pareciera que la balanza no está de nuestro lado, como lo evidencia este pareto: según Glen Peters, del Center for International Climate and Environmental Research, en Oslo, en términos de población mundial, casi el 50% de la huella de carbono atribuida a los hábitos de consumo, es producida por el 10% de la población de mayores ingresos, mientras que sólo el 10% de ésta, lo aporta el 50% más pobre.
¿Y cuál es el tamaño de esa huella ambiental? De acuerdo con cifras de Banco Mundial, para el 2019, ésta era de 4,4 toneladas por año per-cápita como promedio del mundo. Pero como promedio que se respete, esconde los matices, veamos esa huella de carbono para algunos casos a fin de comparar nuestra realidad: la Unión Europea 6,4, Norteamérica 14,8, el mundo árabe 4,3, Qatar 32,8 (inverosímil), miembros de la OCDE 8,5, LATAM y el Caribe 2,6, Brasil 2, Argentina 3,7, Chile 4,6 y Colombia 1,6 (juzguen ustedes mismos); por otra parte, está entidad clasifica a Colombia dentro de los países con ingreso mediano y bajo, grupo que aportó 3,4 ton por año de las emisiones de GEI, para el mismo año.
Muchos de los países que han alcanzado niveles de desarrollo altos, consecuentemente clasificados en ingresos altos por el mismo buró, se financiaron, entre otros, con el desarrollo de su industria extractiva (mientras Colombia exporta sus materias primas sin desarrollo profundo de su aparato productivo) y ahora que el planeta se está calentando, nos piden que aportemos en la misma medida. Respetuosamente, debo manifestar que no coincido con esa postura y mucho menos con la suspensión de los contratos para nuevas exploraciones de hidrocarburos. Coincido con aquellas voces que aseguran que dejar enterrados nuestros hidrocarburos, por cuenta de estas ambiciosas metas, implicaría una presión fiscal innecesaria y el sacrificio de la fuente de financiación natural que requiere una transición energética responsable para el país, con el costo adicional del desvanecimiento de la esperanza para que muchos de los menos favorecidos mejoren sus condiciones de vida.
Esa política de Estado que nos permita hacer una transición energética apropiada para el país debe: i) no ser solo un plan de un gobierno; ii) debe considerar la ejecución de los actuales contratos de exploración para hidrocarburos y la suscripción de nuevos mejorando las condiciones para el estado, prestando mucha atención inclusive a los hidrocarburos no convencionales; iii) materializar la inversión anunciada de USD200 millones anuales del estado para combatir la deforestación de la Amazonia Colombiana; iv) reestructuración de sector de ganadería extensiva, que, junto con el anterior, son los mayores aportantes de emisiones GEI en el país y finalmente, v) Colombia debe continuar con la mejora de la composición de su matriz energética, particularmente en la sustitución de fuentes fósiles por renovables sin sacrificar el consumo de sus reservas de hidrocarburos. Larga y difícil tarea, pero ese es el camino.
Nota: ¿Qué espera el Gobierno Nacional para incentivar a los actuales agentes del mercado de combustibles líquidos, que permiten la generación de energía en las zonas no interconectadas del país, para hacer una sustitución a gas y quizá gradualmente a nitrógeno, gris por ahora, con la participación de Ecopetrol?
Darío Fierro