Resulta sorprendente como la sociedad ha ido migrando a posiciones de tibieza en nuestras relaciones en el primer entorno, el más cercano a uno mismo. Al que, paradójicamente, muchas veces le mostramos más indiferencia. Es aún más sorprendente como criticamos sin piedad las vidas de desconocidos, vidas que nos importan un pito en realidad, mientras nos callamos los mejores deseos a las personas que sí queremos. ¿Cuántas veces no nos arrepentimos de no decirle a un amigo o un familiar que va por mal camino? Que si sigue así acabará mal… Y efectivamente, ese camino hace que se estrelle contra la vida. A mí me ha pasado y estoy seguro que a la mayoría de ustedes. Por ello reivindico el derecho (y la obligación) a decirse las cosas a la cara, si es posible. De frente. Sin miedo, Con mucho amor.
Nos puede más el pudor, el confrontarnos a la realidad (dura) muchas veces. No soportamos el rechazo de las personas que queremos y, por supuesto, le huimos a las verdades incómodas por miedo a herir los sentimientos de esas personas. Pensamos ingenuamente que los problemas se solucionan solos, o simplemente, que no es de nuestra incumbencia traspasar esa línea de intimidad.
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Si son personas que amamos, al no actuar demostramos ser inmaduros, cobardes y tener la piel fina ante la primera ofensa que nos puedan decir. Se entiende también que siempre hay que actuar de buena fe y con la sana intención de alertar al ser querido. Si una vez aconsejado, éste no quiere y prefiere persistir en el error, también es válido darle su espacio para que encuentre el camino correcto o definitivamente se estrelle si es lo que quiere.
Cambiemos nuestro ‘pequeño mundo’
Soy un fiel convencido de que no nadie es tan importante como para poder cambiar el mundo, pero sí TODOS podemos mejorar con pequeños gestos ‘nuestro pequeño’ mundo. Nuestro entorno. Y muchos cambios de muchos pequeños mundos, sí cambian el mundo realmente. Por ello no se calle. No tenga miedo a expresar con respeto, educación y, sobre todo, mucho amor, las cosas que le parezcan mal de las personas que le importan. Si no hubiera sido tan cobarde, es posible que un amigo siguiera con vida, o no, pero queda la sensación de que uno pudo hacer más y se calló.
Si tu hermano fuma mucho y su salud corre peligro, dígale. ¿Qué tu mejor amigo es un loco manejando el carro y sientes miedo cuando vas de copiloto? dígale. Si tu padre no pasa tiempo con la familia porque está todo día trabajando, dígale. El día que uno tenga cáncer de pulmón, el otro se estrelle en la autopista o tu madre le pida el divorcio a tu padre, será demasiado tarde.
Trasladado al ámbito político, todos tenemos nuestro cupo de responsabilidad social por hacer el mundo mejor. Los que tenemos una ventana abierta en estos espacios editoriales, más, porque llegamos a miles de personas. Pero cualquiera desde su entorno físico más cercano, hasta en sus redes sociales, debe saber defender el derecho a decir las cosas. El derecho a la crítica constructiva. A la construcción de esos pequeños entornos para hacer mejor el micromundo en el que vive. Sea en una megaciudad, sea un pueblo de 1.000 personas.
No nos callemos, denunciemos cualquier retroceso en el estado de derecho. Alabemos al político honesto, honrado, al tiempo que arrinconemos las conductas de los corruptos. Levantemos la mano y la suspicacia social ante cualquier carencia que veamos en el régimen de libertades que nos hemos ganado las últimas décadas. No nos dé miedo denunciar y acorralar a los totalitarios: a los liberticidas, a los fascistas o a los comunistas que sus ideas intransigentes quieren robarnos la vida.