Ante el mismo pequeño hecho de tener un vecino fiestero y ruidoso a horas de madrugada, lo que determina si las consecuencias de una acción correctiva de su parte para restaurar su derecho al descanso serán a favor o en contra de su bienestar, es la vecindad en que se encuentre. Si se haya en Australia, por ejemplo, la posibilidad misma de que se presente tal situación es baja, pero de presentarse usted tiene la opción fácil de llamar a la policía, y en cinco minutos estarán solucionando el problema, e incluso si es preciso, el vecino infractor irá a la cárcel o tendrá una multa. Si se encuentra en Colombia, ya sabemos que el “pequeño hecho” puede terminar hasta con su muerte a manos del energúmeno al que usted se atrevió a pedirle el favor de bajarle a su música. Esta realidad tan abismalmente desigual es la consecuencia de 200 años de historia que partieron casi en el mismo momento pero apuntando a valores completamente diferentes.
De la prolongada visita que hace varios años tuve oportunidad de realizar allí, me quedaron claras dos características dominantes que lo resumen todo: respeto y ausencia de pobreza. Con historias paralelas que arrancaron en épocas similares, expresidiarios allá y mercenarios aquí, se forjaron las sociedades que hoy observamos tan distintas con resultados en términos de bienestar para sus ciudadanos diametralmente opuestos. En las palabras de los economistas Acemoglu y Robinson (Por qué fracasan los países) mientras allá se erigían instituciones políticas y económicas basadas en la libertad y la justicia, aquí perpetuábamos el diseño mediocre y de corruptela de la colonia que hoy nos niega preciados bienes comunes como la justicia y la educación para la vida en sociedad.
Allá, no es que José respete a Juan, y ambos respeten a sus policías, y todos a la institucionalidad de la nación, sino que la institucionalidad de la nación también los respeta a todos, sus policías respetan a Juan y José, y lo mismo Juan a José. Respeto que empieza con el sentido de respetabilidad que se cimienta en una historia prologada de respetos entre todos. Seguramente estas frases tan generales tengan sus excepciones, pero los predominantemente positivos resultados están a la vista. Y claro, el más pobre allá (más o menos un estrato 3 aquí) tiene un enorme bienestar comparado con un pobre de nuestro estrato cero, así como un rico allá goza de pleno bienestar mientras que un rico aquí vive en zozobra y asustado.
Se podría acuñar un dicho popular que dijera “dígame en que vecindad vive y le diré que esperanza de bienestar tiene”. No puede ser más desesperanzadora la conclusión para un colombiano de cualquier condición socio económica. En contraste, la magnífica promesa de la vida para un danés, por traer otro ejemplo, en palabras de la historiadora Diana Uribe en su muy atinada síntesis sobre su visita a Dinamarca, que dice que “el éxito de cada danés consiste en el éxito de todos los daneses”, que no es otra cosa que el bienestar como objetivo superior de toda una nación. Hay que entender que el bienestar individual está fuertemente condicionado por el bienestar de la colectividad circundante, y si no existe lo segundo lo primero es precario. No es una frase bien acuñada para un artículo, es un principio fundamental que hay que entender ya, especialmente por quienes tienen algo de relativo bienestar.
Si tuviéramos claro que los resultados tan malos que como sociedad hemos alcanzado (pobreza, desigualdad, desesperanza) empezaríamos a trabajar sobre el problema, buscando afanosamente las causas para corregirlas. Pero, tan no hay claridad de que el objetivo de la sociedad y del contrato social debería ser la búsqueda del bienestar de los ciudadanos, que es fácil encontrar a “prominentes” miembros de esa sociedad poniendo su intelecto al servicio de mantener las pésimas consecuencias del problema y en nada, buscando las causas para podernos concentrar en la solución. Es una verdadera tristeza ver documentos de mentes brillantes y bien capacitadas poniéndose al servicio del problema, atizando la polarización y agudizando la falta de caminos hacia la solución. Los hay en los dos bandos y que a diario andan tratando de colonizar la capacidad de pensamiento de los demás.
Para los más desesperanzados, para arreglar el problema tendríamos que desandar los doscientos años de historia y repetirla con los valores correctos, lo cual nos deja sin opciones prácticas, porque volver a empezar requeriría un imposible que es la reconfiguración masiva en nuestras mentes, y forjar de nuevo esa sociedad en una historia similar requiere un enorme plazo. En una visión más positiva, y comprendiendo bien que no habrá ni sistemas ni ideologías mágicas y que nadie vendrá a solucionarnos nada, nos queda la vía de la educación para la vida en sociedad, tomada como una misión vital para cada quien que se convierta a ser parte de la solución y deje de ser parte del problema.
No es la escolaridad con aritmética y ciencias básicas lo que nos hará ser los ciudadanos de un país próspero, sino el entrenamiento en pensamiento crítico, el enraizamiento de la empatía como sentimiento fundamental, la comprensión de los enormes resultados que provienen del respeto generalizado, y derivado de todo esto, una nueva moralidad que expulse completamente la corrupción de nuestra vida cotidiana. No aportan nada esos “grandes pensadores”, abogados en su mayoría, llenos de sesgos y rebosantes de ideologías que no explican cómo salir del problema enorme que tenemos, en forma convincente y conveniente para todos los colombianos. No aportan nada porque solo buscan consolidar su posición, ya dogmática, y recibir los aplausos de su tribu afín. Por el contrario, agrandan el problema.
Necesitamos una tropa de conversos a ser parte de la solución, que piensen lo que deseen pero que lo haga como producto de un proceso de pensamiento crítico y asegurándose que sus frases aportarán a la construcción del bienestar de todos, que sientan empatía por sus congéneres y por todos los seres de la naturaleza, que comprendan con total suficiencia la relación causa-efecto que produce y multiplica el respeto, y que no solo no sean corruptos en nada, sino que no toleren la corrupción. Cuando esta tropa de gente, esa sí de bien, reclute con argumentación y explicación a tantos seguidores, con sus acciones acumuladas empezaremos a sentir el principio del fin de la tristeza y de la desesperanza, y las primeras piedras para la construcción del bienestar colectivo y de un país con esperanza de prosperidad para todos los colombianos.
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