El totalitarismo que se nos viene

Marcial Muñoz

El nuevo totalitarismo tiene disfraz de populismo, y a diferencia de lo que creemos, no se da solamente en nuestro entorno latinoamericano. Es un movimiento global que no se limita a la confrontación partidista de la política. El nuevo totalitarismo populista tiene un trasfondo cultural de largo recorrido. Es una nueva forma del control usada por los poderes para controlar la sociedad desde las mismas personas. Dominar sus pensamientos y acallar las voces discordantes mediante el mensaje único y el señalamiento público al que no se alinee con esas ideas. Al tiempo, construye una masa fiel apegada a esos dogmas. El ‘votante random’ cada vez se pregunta menos el porqué de las cosas, simplemente sigue a su líder, su mesías, haga lo que haga.

El populismo en política tampoco es nuevo, de siempre han existido los ‘salvapatrias’ y ‘tiranos amables’ en todas sus formas y colores. Grandes personajes históricos como Alejandro, Napoleón, Hitler o Lenin eran populistas. ¿Qué cambia en los últimos años respecto al resto de la historia? Que estamos en un proceso de involución social, cultural e intelectual asociado al régimen de libertades. Esas libertades que la sociedad se fue ganando tras la II Guerra Mundial. Da la impresión de que el pueblo se hubiera aburrido de ser ‘libre’ y necesite al tirano de turno que les diga que tienen que comer, cómo tienen que moverse, en cómo emplear su tiempo libre o incluso el qué y con quien tener sexo.

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La ingeniería social que imponen los populistas se fundamenta en argumentos engañosos, medias verdades, victimizaciones, la normalización de la mediocridad y la penalización del talento o el esfuerzo personal. Imponiendo el axioma perverso de que lo corriente es lo bueno. Un sobreproteccionismo del más débil mal entendido y peor desarrollado. Una igualación a lo mediocre. Valores como el talento, el esfuerzo, el éxito o el riesgo quedan bajo sospecha. La devaluación de la meritocracia. Por eso llega al poder gente tan corriente o vulgar. Por eso destaca y se hace famoso y millonario cualquier idiota en YouTube.

El populismo actual no se alinea con ese retrógrado concepto de derechas o izquierdas. El populismo es de eliminar libertades a las personas para entregarle el poder a un señor o señora, presuntamente legitimado por el pueblo. Bien es cierto que mientras el comunismo evolucionó a lo que hoy conocemos ‘socialismo del siglo XXI’, el fascismo clásico prácticamente desapareció en el mundo, no supo reinventarse y perdió su espacio que tuvo en los 30’s. Los comunistas se dieron cuenta hace ya varias décadas que no podían cambiar la sociedad mediante políticas. Ese fue el fracaso de la Unión Soviética frente al capitalismo en los 70-80’s. La sociedad se cambia transformando radicalmente a las personas, ‘apropiándose’ de sus vidas mediante una alienación cultural.

No es un proceso sencillo ni es a corto plazo. La clave de su éxito es hacerles creer que son libres mientras dicen y hacen lo que el sistema quiere: “dales un dispositivo electrónico y una red social y se sentirán libres”. Mientras por otro lado controlan la justicia e implantan modelos de enseñanza y control de la educación de los jóvenes desde las organizaciones supranacionales. Construyen una telaraña de instituciones y medios de comunicación que durante años lanzan mensajes desprestigiando el sistema (ojo, no a las personas corruptas, al mismo sistema). Y a partir de ahí construyen en las nuevas generaciones la idea de que es necesario un cambio hacia una sociedad supuestamente mejor. Su nuevo modelo totalitario.

La eliminación del modelo político vigente

El buen populista ve necesario terminar con “el régimen anterior”, No importa que en ese régimen, los índices globales de los últimos 60 años fueran, con extraordinaria diferencia, los de más crecimiento de la historia de la humanidad. Lo mismo se puede decir de los avances revolucionarios en los sistemas de producción, las telecomunicaciones, el ‘boom’ cultural, musical o audiovisual… da lo mismo, el objetivo es derribar ese antiguo régimen para imponer el suyo. Cambiar el modelo para que el populista legitime su poder alejado de la democracia.

Lamentablemente, la historia y la realidad actual nos enseña que el populista totalitario no busca la transformación social, ni mejorar la vida de las personas. Sólo quieren poder, y para ello necesitan cambiar el sistema. No busca servir al pueblo, sino a su proyecto político o el suyo personal, y normalmente, a su propio bolsillo en forma de cuentas billonarias en las Islas Caimán o en Suiza. Un inmoral reparto de la pobreza mientras el líder y sus amigos se quedan la riqueza.

En estos días, si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír. En el momento que perdamos ese nivel de tolerancia, habremos perdido la libertad. No se dejen confundir con discursos buenistas, los intolerantes son aquellos que ejercen la violencia, verbal y física, para imponer su discurso, y lamentablemente cada vez son más en forma de jóvenes que se ofenden por todo, que no toleran la discrepancia de ideas y a los que les da pereza o miedo debatir.

La ‘guerra’ en la que ya estamos metidos es la del totalitarismo sociocultural frente a la libertad. Y cada persona no solo puede, sino que debe hacer suya la batalla. Es una guerra distinta a las que se libraron en el Siglo XX, pero con el mismo trasfondo moral de dominio. Defiendan cada uno su parcela de libertad y cuestionen los intentos del poder en controlarles. Y, mientras tanto, no queda otra que soportar a los políticos mediocres que no solo son incapaces de ver la solución, sino que ellos mismos son parte del problema.

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