El diálogo con el nuevo Gobierno se ha convertido para muchos en un misterio. Minorías, equidad, sostenibilidad, transición energética, paz y medio ambiente, han subido al centro de las discusiones y los puntos de conversación parecen pasar por un momento de incertidumbre entre empresas y administración. ¿Cómo hablar con la nueva administración y en qué términos para que se pueda construir una conversación y no una ruptura o un enfrentamiento? Lejos de pensar que la solución es mágica o existe una única fórmula, la pregunta trae en sí una reflexión que puede ser tan enriquecedora como desafiante: Estamos partiendo del supuesto de que el discurso anterior, las narrativas empresariales existentes basadas en empleos generados, inversiones, rentabilidades y utilidades, no están haciendo el trabajo. Pensamos que la forma de argumentación ya no es válida; y este punto puede ser más valioso que cualquier otra pregunta que pueda cruzarse en nuestro camino.
Históricamente cuando hemos visto que no tenemos argumentos para persuadir a nuestros interlocutores, nos vemos obligados a revisar los viejos puntos de vista, pensar en lo que ha dejado de funcionar y buscar nuevas formas para poder entablar conversaciones diferentes. Esta reflexión, claramente no es el objetivo del Presidente Gustavo Petro y mucho menos el de la mayoría de sus miembros del gabinete, pero sí que se convierte en un gran descubrimiento y a su vez reto, para los líderes empresariales y equipos asesores que por muchos años han estado construyendo narrativas y buscando mecanismos para generar espacios de reflexión y diálogo entre diferentes actores, que en muchos casos se sientan en orillas ideológicas diferentes.
Para la inmensa mayoría, ha sido una gran revelación ver que sus mensajes no estaban pensados para llegar a las comunidades en donde tienen operaciones. Sus estrategias, vistas bajo esta nueva óptica son absolutamente endogámicas y bastante narcisistas. Nos gusta hablar de nosotros y desde nosotros, mirándonos el ombligo y pensando que eso es relevante para otros que nos escuchan sin entendernos, porque para ellos nuestras necesidades son superfluas, vacías y en la mayoría de los casos absolutamente banales. Tal vez desde hace mucho tiempo los discursos corporativos transmitían este sonsonete individualista y nadie nos lo había dicho en la cara.
¿A qué comunidad (entendiéndola acá de la forma más amplia posible), le puede ser de interés que a X o Y producto le suban un impuesto, que rara vez puede adquirir en una tienda que nunca visita? Navegar en un país como Colombia en donde las abismales diferencias y brechas no son para nadie un secreto y las cuales hemos sobre-diagnosticado manera constante por años y años, hace evidente que algo no estábamos haciendo bien. Al menos hoy, gracias a un discurso gobiernista que parece desordenado, lleno de enriquecidos qués y con muy poquitos cómos, el paradigma de no encontrar puntos claros de contacto está obligando a que revisemos y veamos que esas realidades deben estar incluidas en nuestro trabajo y discurso empresarial. Puede ser la única forma genuina de ser parte de la solución y no que sigamos como perros persiguiéndonos la cola sin nunca alcanzarla.
Claro, dirán algunos que ellos ya pagan los impuestos, que generan empleos y que se encargan de promover los mejores estándares en su industria, pero acaso no es esto lo mínimo que se debería hacer. No es esto lo que tenemos por obligación realizar los que nos metemos a crear empresa, promover empleos y fomentamos el desarrollo del país. Con lo mínimo hacemos la tarea para nuestros accionistas, pero no cambiamos realidades, ni transformamos sociedades como es claro que no ha sucedido en nuestra querida Colombia por años y años.
El miedo de no hacerse entender no puede paralizar las acciones ni las apuestas por un mercado que tiene todo el potencial de continuar creciendo y abriéndose a evoluciones y cambios necesarios para un desarrollo sostenible en el tiempo. El cambio que se nos propone requiere de realmente mirar por la ventana e interpretar de la mejor forma posible las necesidades latentes de una sociedad que se acostumbró a vivir en medio de un país empobrecido. Un territorio inundado de informalidad y corrupción, en donde se cultiva un clasismo endémico y en el que los mismos problemas históricos nos persiguen a pesar de que queramos esconderlos debajo de la alfombra: la falta de oportunidades, la escasa conexión entre centros urbanos y la ruralidad, la inercia creada por el dinero fácil del narcotráfico y los espejismos de una riqueza que no perdura en el tiempo y se diluye en violencia y cartelización.
Insisto que no creo que sea el objetivo de este Gobierno venirnos a ensañar que debemos abrir los ojos y ver otra realidad, pero me gusta pensar que nos está invitando a que si queremos entablar conversaciones el punto de partida no será los empleos que generamos o las utilidades que producimos, esos son, como las llaman ahora en las redes sociales, unas lindas métricas de vanidad que nos dicen lo fuertes, lo grandes y lo bonitos que somos, pero que para nada reflejan el impacto que tenemos en la construcción de país.
Las nuevas narrativas son realmente difíciles de encontrar porque talvez necesitan de sustancias que antes creíamos superfluas para nuestro accionar empresarial y hoy no solamente no son triviales; sino que están en la agenda global, incluidas en temas de sostenibilidad, equidad, gobierno corporativo y tantos otros términos que nos entraban por una oreja y nos salían por la otra.
Quiero ser optimista y veo este gran desafío de los próximos años en el país como una oportunidad para que el empresariado realmente enriquezca su argumentación, valore el trabajo de fondo que hace en los territorios y con las comunidades, y que fomente esos programas que parecían irrelevantes pero que son hoy los que más valor agregan a su operación.
Puede que sea difícil el cambio y que a pesar del esfuerzo nadie nos quiera escuchar, pero al menos abrimos los ojos a una realidad que es verdaderamente dispar y que seguro, con el tiempo hará que la misma sociedad entienda el gran valor que tiene el fuerte tejido empresarial del país, su alcance y sus limitaciones. Eso quedará y será más valioso que cualquier discurso sin cómos, sin dóndes y sin con quiénes.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
Kreab Colombia