Mi lengua materna, la opinión de Almudena González Barreda

Tengo la necesidad de escribirles sobre mi lengua materna. Probablemente también la de ustedes, que me leen. En mis años de escuela aprendí lengua castellana. Así se llamaban los libros de texto que se usaban entonces: gramática, vocabulario, sintaxis, redacción…

En algún momento de mi juventud, supongo que andaría yo en otros menesteres, se empezó a diferenciar el español, lenguas habladas en España, del castellano. Supongo que la política (con sus aires identitarios) vino a embarrarlo todo y la cosa quedó en que español es lo que hablamos los hispanohablantes, siendo el castellano la lengua oficial del Estado, llamándose también español al catalán, al gallego y al vasco, pues estas son también lenguas habladas en España. Para al final hacer del español y el castellano dos sinónimos. Les apunto unos datos, anótenlos, que siempre es bueno tener una perspectiva numérica de lo que estamos hablando.

La cifras de mi español

El castellano, como sinónimo del español, es lengua romance, procedente del latín hablado. Lengua oficial en 21 estados. Es idioma oficial en Naciones Unidas, idioma de referencia en las relaciones internacionales. Es la segunda lengua materna del mundo, hablada por 493 millones de personas, es decir, un 6,3% de la población mundial. Es la tercera lengua en un cómputo global. Si sumamos a los nativos, los que tienen competencia limitada y a los estudiantes, sus hablantes superan los 591millones de personas.                      

La Constitución española, carta magna de la España europea hasta que los políticos hagan con ella un abanico de papel para el recuerdo, define el castellano como lengua oficial del Estado español que todos tienen derecho de usar y el deber de conocer. El castellano, además, es anterior a España como país, pues se hablaba antes de que políticamente se creara como estado o como concepto político.

La salida de Reino Unido de la Unión Europea favoreció la posición del español en las instituciones, pues el efecto Brexit repercutió en el porcentaje de hablantes que tienen inglés como lengua materna y quedó reducido del 13% al 1% en los países de la Unión.

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¿Qué has hecho Pedro?

Años de diplomacia en las instituciones europeas para que el español fuera reconocido como lengua de trabajo y Pedro tira a la basura todos esos años al iniciar una campaña a favor del catalán y renunciar al español como lengua de trabajo en la Unión Europea. Un puñal por la espalda a tu lengua, a tus diplomáticos y a la ciudadanía, sí también a los que te votan. Pedro, ahora, ¿cómo vas a justificar que el español sea reconocido y se le otorgue la importancia que tiene en Europa, si tú mismo dices, pregonas e inicias un “viaje propagandístico” diciendo que no es el único idioma de España y que el catalán también importa? La verdad es que no. El catalán no importa. Te importa a ti, en cuanto que te da votos, pero el catalán se habla en Cataluña, y poco más.

Nadie que tenga dos dedos de frente puede comprender que un país que habla un mismo idioma, que cuenta con la riqueza de tener además otras lenguas reconocidas en algunos de sus territorios, tenga que utilizar traductores para que sus políticos se entiendan. Este circo del Parlamento español no dice nada bueno de quienes lo habitan. ¿Por qué le van a dar un lugar de importancia en Europa si ni en su propia casa es reconocido y acaban de quitarle su principal papel? Sí, el de unir a los españoles de todos los rincones de la España europea.

A mi escaso y joven entender, este espectáculo español tendría lógica si no habláramos una lengua común como es el caso de Bélgica, que tienen parte francesa y neerlandesa, o en Suiza, que tienen cuatro idiomas (francés, alemán, italiano y otro propio muy minoritario). Pero en España, tierra de conquistadores y de exploradores, que hablan todos un idioma común… circo.

La conquista del mundo

Es importante que cada hispanohablante sepa el privilegio y el orgullo que ostenta por hablar español. No es una chulería, aunque un poco sí, les reconozco que debemos hablar alto y claro y además sentirnos orgullosos de nuestra la lengua materna. La de Cervantes, que decía; “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Pues Pedro, te falta leer y viajar.

Toca hacer del español un idioma aún más grande, tanto como lo hizo Cervantes, o Góngora, o Lope de Vega, o cualquiera de los autores a uno y otro lado del Atlántico, como Isabel Allende, Neruda, Borges, Cortázar o los innumerables premios Nobel del último siglo de habla española  desde Echegaray hasta Vargas Llosa, pasando por Gabriela Mistral, García Márquez o Miguel Ángel Asturias. Sigamos implantándolo en escuelas de idiomas y llevándolo a todos los rincones del planeta. Seguro que les ha pasado que allá donde van, uno escucha su idioma y le sale de inmediato una sonrisa. Pues yo les digo que además cuando vives fuera, allá donde pocos saben idiomas y te oyen en tu lengua materna, les sale una sonrisa: el español gusta, se aprende y además cae bien.

Toca empezar por nuestra casa, por España, dándole a los cientos de niños que nacen en las comunidades con lengua propia la oportunidad de aprenderlo, el derecho a usarlo y el deber de conocerlo. Como lo conocen al otro lado de Atlántico. Ahí donde hace más de cinco siglos llegaron barcos con españoles, de Extremadura, de Aragón, de Castilla, de Andalucía, de Cataluña y hasta seguro había algún gallego. Ellos llevaron su lengua castellana a las tierras de ultramar y la enriquecieron con la lengua familiar y la divulgaron entre los criollos. Llevaron los versos de unos, la prosa de otro, enseñaron la lengua de sus antepasados, la de ellos y la de sus descendientes, muchos de los cuales hoy reniegan. Por paletos, por poco leídos, por poco viajados. ¡Si hasta la hablaron Babieca y Rocinante!

90 mil palabras de entendimiento

Necesitamos que venga un Cervantes, que escriba todas las atropelías que le hacen a esta lengua nuestra. No podemos permitir que la dejen pequeña, ridiculizarla o peor, degradarla a una lengua más. ¡No señor!  Qué poco saben los que se atreven a tanto. 90 mil palabras, y ojalá yo supiera el significado de todas. 90 mil palabras que podemos usar para ponernos de acuerdo, comunicarnos y hasta amarnos.

El inglés tiene más de 150 mil, el alemán… puede hacer combinaciones hasta 5,3 millones, según los filólogos de Berlín, aunque la última versión de Duden, el diccionario ortográfico germano las contabilizara en 145 mil. A más palabras, menos entendimiento entre las personas, más inabarcable es el pensamiento y el sentir. Son nuestras 90 mil palabras, las que nos conforman el pensamiento, la vida, en entendimiento, las que acercan a millones de personas en todo el mundo, las que hacen grande nuestro idioma. ¿Paradójico, no?

La España europea o las otras Españas lingüísticas de ultramar, como las llamaba Gerardo Diego, viven unidas en hermandad. Todos los hispanohablantes, nos reconocemos en cierto modo hermanos en la lengua. Son nuestras diferencias mínimas y a la vez enriquecedoras: de frutillas a fresas, del sancocho al cocido, de apalizar a pegar con fuerza, de apachuchar a mimar o abrazar pegado al pecho; a uno grande y generoso, de la chachalaca al parlanchín, del pajero al mentiroso, del arrecho al cabreo o al enfado en grado máximo, del que pena con usted al lo siento mucho… tanta riqueza escondida en 90 mil palabras. Tan cerca que nos mantiene y tan lejos que quieren ponernos los políticos independentistas, enemigos históricos de España.

Políticos necios

Lo que ahora se pretende con los otros españoles es de necios y petulantes, de mimados y egoístas, pues dónde se va a igualar la lengua de miles a las lenguas de un puñado de gentes que, venidas a más, con ciertos aires de grandeza, se han creído que tenían o podían alcanzar al menos el mismo peso institucional. ¿Dónde? En la disparatada España, que lejos de hacerse grande se dispara a sí misma al pie, y es capaz de romper la unidad, no sólo de bandera, escudo e himno, sino ahora también de idioma, por un puñado de votos. Porque ahora, amigos, es el español, pero seguro que en un tiempo pedirán la cabeza del Rey.

Para terminar, se pongan como se pongan ni el gallego, ni el valenciano, ni el catalán serán jamás a la lengua de la que proceden, el romance, por no ser, ni siquiera sustituirán a la lengua con la que conviven, hablan y aprenden millones de personas en todo el mundo, porque para eso hay que tener grandeza y los políticos de hoy no saben más que mirarse el ombligo. ¿Y el vasco? Esa es otra que nadie sabe de dónde viene.