Javier Milei, el deschavetado presidente de Argentina, por estos días se vino lanza en ristre contra el jefe de Estado colombiano Gustavo Petro. “Comunista asesino qué está hundiendo a Colombia”, le dijo a la periodista Angela Patricia Janiot en una reciente entrevista. El mismo tono gritón y destemplado uso para despacharse en hijueputasos contra el Papa Francisco y contra medio mundo democrático. Es el mismo Milei, que con motosierra en mano engañó prometiendo desalojar “La Kasta” del poder para terminar gobernando con ellos y para ellos, y cumplir eso si su amenaza de triturar las políticas y los derechos sociales de las mayorías argentinas como ha empezado a hacerlo.
El sectarismo de la derecha criolla no oculta su excitación con este energúmeno personaje y el extasis que le generan las ofensas al presidente colombiano. El nacionalismo, valor tradicionalmente invocado por las derechas ha quedado convertido en una devaluada máscara y el patriotismo de otros tiempos se ha revelado como un grito demagógico. Ni una sola palabra de reproche al loquito del sur se ha escuchado desde ese rincón de la política colombiana. Sin sentido de Estado, se enclaustran en el oscurantismo ideológico.
Más allá de lo anecdótico, vale la pena que reconozcamos que Milei no es solo un loquito de ojos exorbitados y pelo desgreñado disparando diatribas a todo lo que sea distinto a El. Es el síntoma de una anomalía política de más hondo calado. Es una expresión, igual de estridente a un Trump en EEUU o un Bolsonaro en Brasil, de una extrema derecha que se presenta como una opción para cambiar el mundo democrático. Una falsa ilusión de cambio que nos quiere devolver al pasado empaquetándolo en una mezcolanza de nacionalismo, antiestatismo, xenofobia, racismo y machismo. Habilidosamente, esta “derecha alternativa” como la denomina muy bien el profesor argentino Pablo Stefanoni, le tira piropos a algunos ecologistas despistados o a uno que otro desesperado activista de la comunidad Lgbtiq+. Se venden como los nuevos rebeldes arrebatando dicha actitud a ciertas izquierdas perplejas y desconcertadas.
Se hacen llamar “libertarios” los miembros de esta tribu de la política contemporánea. En lo económico se plantan frente al Estado de bienestar o Estado Social de Derecho descalificándolo por “comunista”, acudiendo a las ideas ultraconservadoras de la Escuela Austriaca fundada a finales del siglo XIX por Carl Menger y remozada en la década del 70 del siglo pasado por Friedrich Hayek, renombrado economista entusiasta simpatizante del dictador chileno Augusto Pinochet y propagandista de lo que el mismo denomina “anarcocapitalismo”. “Libertarios” que recogen las banderas de las derechas más reaccionarias en boca de líderes estrambóticos que se proponen representar a sectores de la sociedad atrapados en una suerte de malestar social. Esta “derecha alternativa” pone en marcha estrategias de guerra cultural desplegando una inmensa capacidad de copamiento del mundo digital. Pretende ahora ser los reyes de la calle y del internet.
Corresponde no solo rechazar este y cada uno de los futuros desvaríos del loquito Milei, que prometen ser muchos. Tenemos, los progresistas de Colombia y el continente, que salir del marasmo y los lugares comunes para entender las lógicas de esta derecha extrema que se nos presenta como “nueva” y “alternativa”. La tarea que tenemos es inmensamente desafiante en términos creativos para retomar la calle, conquistar el ancho mundo digital y liderar una agenda democrática y transformadora desde el gobierno y la movilización social y ciudadana. Y sobre todo, apertrecharnos para librar una colosal batalla cultural contra estos fachos de nuevo tipo.