Estimados lectores que cada semana siguen de cerca lo que les cuento, tengo una crisis articulística (permítanme el palabro) debido a la gran cantidad de temas actuales con los que ha empezado este 2023.
De las cosas que más ansiedad me generan; sólo quedan siete años para llegar al maná de la sociedad próspera en la que se convertirá el mundo en 2030. La famosa Agenda 2030 de la ONU. Esa con la que las élites políticas (dirigidos a golpe de talonario por los intereses de unos pocos) nos apremian; la nueva religión pagana que persigue una vez más la paz mundial a través de la prosperidad, la participación colectiva de las personas en este planeta. A los objetivos (todos muy buenos) de acabar con el hambre o la pobreza, el acceso universal a un sistema básico de salud, erradicación de la violencia contra las mujeres, la creación de empleo decente (qué tipo de especificación es ésta) para los jóvenes… A todos estos objetivos, un total de 17, se une proteger y preservar la ecología, atendiendo al cambio climático.
Aquí en Alemania, desde donde escribo, no hay tonto sin su auto eléctrico o híbrido, hasta yo tuve un eléctrico, y acabé harta y rabiosa de la dichosa autonomía de la batería, que ‘clara-mente’ no me daba para los casi 100 kilómetros que hago al día en mi pueblecito alemán. Ya les contaré cómo me hice ecológica a la fuerza. Nunca he sentido más presión social.
Escepticismo político
No soy una loca fervorosa de las teorías conspiratorias que aúnan grandes fortunas y objetivos supranacionales en principio buenos pero que esconden algo turbio, como acabar con el orden establecido, o crear un nuevo orden social. Más bien soy una escéptica del hombre sin valores, que por desgracia abunda, pero que quiere creer en algo que huele a bueno, porque en muchas ocasiones tendemos a suplir con los demás lo que nos falta. Les recomiendo que vean The Dropout, la serie de Netflix, que narra el éxito y la caída de Elizabeth Holmes. Una joven de buen corazón y grandes ideales y ambiciones fundadora de Theranos, una empresa de tecnología biomédica. O que vean Dopesick, el caso del auge de los opiáceos en Estados Unidos. O Madoff, el lobo de Wall Street. Todas narran la vida de grandes personas, con objetivos maravillosos, pero sin valores sólidos y que acaban dejándose llevar por la ambición. Todos a prisión.
Con la ONU, me pasa un poco como con estas personas vacías de valores sólidos. No me causa ninguna confianza. ¿A ustedes? Sólo un dato, desde su creación en 1945 (si ya sabemos que el germen de la misma, la Sociedad de Naciones, se fundó en 1919 tras la I Guerra Mundial) la ONU no ha conseguido parar o mediar en ninguno de los más de 100 conflictos bélicos y armados de envergadura que se han producido en distintos puntos del planeta, en los que se calcula (según One World in data) que más de 30 millones de personas han perdido la vida. ¿De verdad? ¡Qué les corten la cabeza!
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Perseguir y desear la paz es uno de los objetivos universales más honorables. Cómo se haga, eso ya es cosa de otro cantar. Nada me gustaría más que el Gobierno de Colombia y el ELN lleguen la próxima semana en Caracas a algún buen puerto que permita la convivencia pacífica y no se hagan concesiones como las que se hicieron en España. Recuerden, que en España, años atrás, los que mataban y apretaban gatillos con un balance de terror estremecedor; 853 asesinatos, 2.632 heridos, más de 7.000 víctimas, 86 secuestrados y un número desconocido de amenazados, exiliados y damnificados económicamente, hoy son socios políticos del Gobierno español. Dejaron las armas, pero nunca pidieron perdón a las víctimas de sus atrocidades. No vayan a repetir la historia. La Paz se conseguirá cuando se encuentre un camino justo y se pida perdón a los que se les destrozó la vida. Ahí se lo dejo.
Shakira, mujer de la semana
Creo que a Shakira le tocará componer una canción en son de paz a Piqué, para seguir haciendo caja, por el bien de su familia rota y para que reine la paz entre ellos, que es lo mejor que puede pasar en un divorcio con niños pequeños en medio. Les reconozco que a mí, la canción me chifla. Que siempre he sido del team Shakira – que he cantado a gritos todas sus canciones cuando rompía con un novio, cuando me volvía a enamorar, y a todas horas- y que si me hubiera preguntado, le habría presentado a millones de amigos, buena gente, del Madrid y más guapos que Gerard. No te piques.
El exceso de información al que estamos sometidos y la facilidad para dar nuestra opinión sobre lo que ocurre, parece que nos acreditara a juzgar temas tan triviales, como la monetización de una rabieta emocional. He visto y leído opiniones de todos los gustos. Las feministas se han quedado con “las mujeres ya no lloran, ahora facturan”, los medios han analizado con expertos lo que “esconde psicológicamente” la actitud de la cantante colombiana, para ganar clicks en sus páginas webs; hay quién se ha acordado de los niños, de lo que pensarán de la canción, de lo que les dirán en el colegio… Twingo y Casio ganando en popularidad, Rolex y Ferrari haciendo mutis por el foro. No quieren ser comparados. Los medios han alimentado de ocio y música sus páginas. Todos han sucumbido al tirón del tema.
A mí me inquieta que Brad Pitt haya aparecido radiante y con muchas menos arrugas en los Golden Globe Awards, ¿hay tanta presión por parecer joven eternamente? Investigaré sobre esto.
Y se han dejado para el último pixel de la página dos noticias de calado; que ya no hay delito de sedición en España, sino de desórdenes públicos, en el que se rebajan también las penas, y han cambiado el concepto del delito de malversación, ya no hace referencia a la administración desleal, sino la apropiación de patrimonio público que tenga a su cargo la autoridad o funcionario público. Vamos, que pronto veremos de nuevo a Carles Puigdemont pasearse por Girona, lo imagino bajando solemne los peldaños de un avioncito privado, como el ‘pope’ de independentismo catalán, vestido con su mejor traje de marca alemana, que tienen fama de sobrios, elegantes y caros, aunque saquen brillos en la primera puesta en los bolsillos y la entrepierna, acompañado de los suyos, de los que le han aguantado desde 2017 en su refugio en Waterloo, donde casi se vuelve loco de paranoia.