Desde que las encuestas de opinión revelaron que la mayoría de las personas, con especial atención a los jóvenes, están cansados de los extremos de derecha e izquierda, y prefieren lo que en el espectro político marcado por esos dos polos se le dice centro. En esta columna hemos tratado el tema con detalle y sin sesgo, para encontrar qué elementos son los que podrían denominar ese centro, en una visión moderna, que en últimas es una combinación de objetivos de derecha como de izquierda, como las libertades individuales, la propiedad privada, la democracia y el capitalismo, tanto como la solidaridad institucional del Estado con sus capacidades redistributivas y de generación de bienestar para todos. De eso debería tratarse, de la búsqueda de un equilibrio en la que la sociedad como un todo llegue a maximizar su bienestar. Pura teoría, y muy potente para cualquier discurso politiquero en el cual las palabras producen votos y poco comprometen las acciones, que deberían ser el termómetro real en este tema.
En menos de dos años pasamos de vilipendiar al centro, con lo de tibio, para ahora quererlo sublimar como la razón de vida política de todos. Ahora hasta el presidente Duque se declara de puro centro, arreglando su frase después como de extremo centro, para que no sonara de puro centro democrático. Los petristas tendrán que esforzarse para tragarse sus propias palabras en cuando a la tibieza de Fajardo, cuando su líder se ve forzado a tratar de colonizar el centro lo antes posible para poder tener aspiraciones reales. Los, alguna vez liberales, Barreras y Benedetti se han pasado de la militancia de derecha a la de izquierda, hablando en términos prácticos, en su búsqueda de promediar y caer en el centro. Todos de alguna forma teniendo que negar a su mamá ideológica para poderse reformular al centro y acomodarse lo mejor que puedan para lucir creíbles al pueblo a cautivar. Con un problema serio a resolver: si se fijan en su propia historia de éxito, ha sido la polarización la que los ha llevado a ese éxito y no las posiciones moderadas, reflexivas y conciliatorias que son características del centro. Los liberales puros, que no se sabe si existan, están en mejor posición de adoptar decididamente el centro, porque por definición son de centro. El senador Lara por ejemplo, con su implacable retórica deja sin argumentos al los del centro tibio para definir el centro puro y duro en la social democracia. Esa a la cual Duque trata de apuntar con su centro extremo en su discurso manipulativo de última hora.
La lucha política en los países del mundo se mueve pendularmente entre los extremos, algunos con más fuerza que otros, corrigiendo el resultado periódicamente, y siempre tendiendo al equilibrio que es la norma de todo lo que podemos interpretar en la naturaleza. La misma historia de la humanidad está plagada de ejemplos. Recientemente lo registramos en USA donde se corrige el rumbo para buscar nuevamente el equilibrio. Como se sabe desde hace ya tiempo atrás, las sociedades más avanzadas del norte de Europa disfrutan de mejores niveles de bienestar para sus ciudadanos con la aplicación de la social democracia con la que combinan bien el capitalismo con toda su competencia basada en el individualismo y el emprendimiento y esfuerzo individual, con el Estado que construye la base de competitividad de su sociedad en la cual todos los ciudadanos tienen las mismas mínimas oportunidades; estas mínimas son en la práctica bien altas con respecto a los países en desarrollo y tienen que ver con bienes comunes que van hasta la educación. Para lograrlo tienen tasas de impuestos altas pero con un Estado que funciona con altos niveles de servicio para todos. Esos países también tienen pequeñas oscilaciones del péndulo de la política, relativamente hablando.
En lo que deberíamos enfocarnos no es en la ideología, que cualquiera puede vociferar y adornar como le permitan sus capacidades intelectuales. Tanto así que por amedrentamiento o por convencimiento pasamos por bobos apoyando a unos u otros, que lo que quieren lograr finalmente no va más allá de conservar o llegar al poder, y no es arreglar el curso de la situación y buscar un mejor futuro para todos, solo para ellos. El poder es fascinante para quien tiene claro todo lo que se puede hacer desde allá en términos de riqueza y bienestar personal, usando todas las herramientas de corrupción sofisticadas que ya hemos visto con frenesí en los últimos años. El poder es abrumador en cambio, para un político real que quiera arreglar el rumbo y mejorar estructuralmente la situación de bienestar de la mayoría de los ciudadanos. Una tarea tremenda, llena de enormes desafíos para derrotar lo que hoy nos parece imposible y que se cierne con desesperanza para la mayoría, como la pobreza, la inequidad, y sobre todo, la corrupción que transversalmente complica y contamina cualquier buena intención. Deberíamos concentrarnos en las acciones que se deben hacer para ir en ese camino de arreglo estructural y de búsqueda del equilibrio, en donde el bienestar de todos mejore. Bienestar es una de esas palabras de las que se abusa permanentemente, pero que resume lo necesario; aquí una definición de diccionario: es ese estado de la persona cuyas condiciones físicas y mentales le proporcionan un sentimiento de satisfacción y tranquilidad (Oxford Languages).
Para dimensionar la tarea de un gobernante realmente comprometido con la búsqueda de un mejor bienestar para todos, basta pensar en todo lo que debe hacer para lograr que cada persona en el país llegue a tener ese sentimiento: eso pasa por todas las condiciones dignas de vida que implica el mejoramiento decidido de la salud, de la alimentación y de la vivienda hasta propiciar que todos tengan las mismas oportunidades como una educación de calidad. Es ahí donde se pueden catalogar las propuestas con que nos tendrán bombardeados en las próximas campañas, en ver cómo es que apuntan a que cada ciudadano mejore integralmente sus condiciones, y hay que repetirlo siempre, cómo es su compromiso en la lucha contra la corrupción, incluyendo su historial al respecto que habla más que las palabras bonitas que pueda expresar en los discursos de campaña. Sin avanzar en el desmonte de la corrupción, poco o nada podremos hacer.
En este punto tan grave pero tan práctico es que hay que recodar el adagio popular de que una golondrina no hace verano, y no es un caudillo el que podrá derrotarla sino un numeroso grupo de políticos limpios y decididos a no permitir la corrupción, sin importar si quiera su ideología, la que nos podrá cambiar la funesta tendencia. Buenos políticos como alcaldes y gobernadores (de los cuales tenemos un buen ejemplo en Bucaramanga, donde se puede observar cómo cambian las cosas cuando el bolsillo personal del gobernante no es el real programa de gobierno), buenos senadores y representantes, buenos políticos en todas partes que presionen el nombramiento de buenos funcionarios, limpios y honestos, haciendo una mejor patria.
La misión de los buenos ciudadanos está clara. Nada de quejarse ni estar preocupados por la triste realidad. Más bien ocuparse en elegir cuidadosamente, revisando la historia y las tendencias de cada aspirante a cada puesto público, desde el presidente hasta el edil, a estar vigilantes de las reales intenciones de cada uno y debatir, para combinar y complementar conocimientos, con otros que estén en la misma misión. Obviamente, esto no se puede con los polarizados ni hay que perder el tiempo. Es con la mayoría, que está agotada de los polarizadores y polarizados, y que tienen que fijar un criterio fuerte para mover el país hacia el equilibrio necesario.
@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en competitividad.