Cada 15 días trato de trabajar temas fuera del espectáculo noticioso y opto por generar una mirada más alrededor de un tema coyuntural. En esa línea, un titular de la @RevistaSemana, letras más, letras menos, “#Cali se convirtió en una fábrica de sicarios de exportación”[1], me invita a reflexionar sobre los ‘pelaos’ usados para con frialdad asesinar sin pudor a un semejante por el dinero fácil, salir de la pobreza sin esforzarse, satisfacer una vida opulenta y sus vacíos elementales para ser actores sociales con alentadores proyectos de vida.
El amarillista titular, los hechos, sus autores y la víctima -candidato a la presidencia de #Ecuador, Fernando Villavicencio- fueron tendencia en medios de comunicación y las redes sociales, pero con el paso de los días se enfrió este brutal acontecimiento para la democracia del vecino país en el que están detenidos y señalados del atroz crimen varios colombianos, que por información de las autoridades, tienen prontuarios delictivos de grueso calibre y propios de sicarios al muy estilo “Made In Colombia”. No son ‘angelitos’ caídos del cielo.
Por eso, las autoridades nacionales e internacionales deben caer con todo el peso de la ley contra toda persona que atente contra la vida de otro. En este caso el acusado de apretar el gatillo contra el candidato es un ciudadano compatriota con apenas 19 años de edad. Pensaría una persona racional, con toda una vida por delante que podría ‘tragarse’ el mundo entero y hacer posible muchos sueños. Pero la realidad de muchos colombianos, como el “gatillero, alias Hito”, presunto autor de la muerte del aspirante ecuatoriano, tienen en su vida personal y social debilidades que les llevan a una vida antisocial con honores como ser señalados por ser sicarios, pistoleros o mercenarios internacionales. Nada más y nada menos…
Es sencillo señalar en artículos de prensa, editoriales y columnas a estos seres humanos de carne y hueso como consecuencia de uno de los tantos males endémicos producidos por nuestra decadente sociedad tras históricos años de violencia y disque porque dentro de nuestra sangre llevamos ese instinto. La verdad es que en el caso de los menores de 20 años inmiscuidos en esta clase de actos aberrantes deben ser abordados con responsabilidad porque seamos sinceros a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes de las comunidades más vulnerables (estratos uno y dos, especialmente) del país es poco o casi nada las oportunidades que les brinda el Estado para desde su gestación tengan acceso a educación de calidad, vivienda propia, mínimo los ‘tres golpes’, estabilidad familiar, entretenimiento fuera del horario escolar y serias oportunidades para mejorar sus calidades de vida. Soñar no cuesta nada…
“(…) Este fenómeno viene de la necesidad. Los jóvenes viven, diariamente, rodeados de violencia. Y, de repente, viene alguien y te pone un arma en la mano y con 13 o 14 años eso te deslumbra. Y así es como empiezan los sicarios”[2] , describe sin decoro un asesino a sueldo con más de 25 años en este, para ellos, lucrativo negocio que tiene su nacimiento en Medellín, Antioquia, por esas cosas del narcotráfico en cabeza de Pablo Escobar. Este fue el punto de partida para que la problemática se extendiera a Cali, luego a Bogotá, siguió a las regiones Atlántica y Pacífica. Es decir, un negocio nacional con secuelas diarias que nos dejan perplejos al observar en televisión y redes sociales como los jóvenes son artistas de fugas en motos al asesinar a diario a personas de todos los niveles de nuestra sociedad. Vamos muy mal.
Siempre hay cifras, datos, estudios sobre todas las calamidades cotidianas en nuestro país. La inmersión de nuestros jóvenes en el bajo mundo del asesinato a sangre fría viene mereciendo un importante abordaje desde la identificación del problema con todo un amplio contexto familiar, social, económico y cultural y una fuerte carga teórica, pero donde están las acciones puntuales de los gobiernos locales, departamentales y nacionales? Creería, a título personal, que las iniciativas deben estar encaminadas a generar apoyos directos a las comunidades más débiles, iniciando por empezar a exterminar de raíz a grupos paramilitares, crimen organizado, disidencias, combos y oficinas de sicarios, lo cual abordaría culminar con la contratación de nuestro capital humano –juventudes- para acabar con la vida de sus semejantes.
Debemos invitar a nuestra adolescencia a ir a la escuela, al colegio, a la universidad, a leer un libro, a aprender un nuevo idioma, a practicar deporte, a liderar procesos de acción comunal, a liderar iniciativas de responsabilidad social, a generar una idea de emprendimiento, a innovar, a ver lo hermosa que es la vida, pese a las dificultades propias de un país manchado por la sangre y la violencia. Todas esas hermosas acciones a cambio de ofrecerles un millón de pesos para que dejen de asesinar, es decir, dejar de apretar el gatillo por dinero. Debemos preferir ciudadanos con honoris causa por su talante para luchar y conseguir una mejor calidad de vida al honor de obtener desde un vientre a #Sicario #MadeInColombia.
Edgar Martínez Méndez Es Asesor, Estratega, Periodista, Reportero, Redactor Y Especialista En Diversas Formas De Comunicar. @EdgarMMDircom.
[1] https://www.semana.com/nacion/cali/articulo/tristemente-cali-se-convirtio-en-una-fabrica-de-sicarios-de-exportacion-los-detalles-son-escabrosos/202336/
[2] https://www.elindependiente.com/sociedad/2019/03/20/medellin-la-cuna-los-sicarios/