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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Juan David Quintero

El “matriculazo” que vacía a Bogotá: la jugada ya cobra 1,1 billón de pesos

Bogotá y Cundinamarca deben actuar de forma coordinada y armónica, con el fin de atender debidamente las necesidades de sus habitantes. Pero para alcanzarlo es indispensable que su actuar se caracterice por lealtad y transparencia. Por eso, cuando identifiqué que Cundinamarca activó un esquema diseñado para drenarle recursos a la capital, levanté la voz.

Nada de esto ocurrió de la noche a la mañana: el “matriculazo” se instaló como una práctica silenciosa que opera desde hace años y ya generó una pérdida de 1,1 billones de pesos para la ciudad. Y sí, lo digo con toda claridad: Cundinamarca se aprovecha de Bogotá violando la ley y generando una competencia desleal.

 

El mecanismo funciona con precisión quirúrgica. Primero, varios municipios ofrecen tarifas bajas para atraer matrículas de carros que en realidad circulan casi todo el tiempo en Bogotá. Luego, la gobernación entrega descuentos del 50% y del 20% en el impuesto vehicular durante los dos primeros años. Todo esto pese a que el Consejo de Estado ya declaró, en 2014 y 2022, que los descuentos sobre el impuesto de vehículos establecidos por los distritos y departamentos son ilegales.

Aun así, el plan continúa y produce un incentivo perverso: que miles de propietarios registren sus vehículos y paguen impuestos fuera de la ciudad, a pesar de que circulan cotidianamente en la capital. En otras palabras, Bogotá pone las vías, Bogotá pone el trancón, Bogotá pone el aire contaminado… y otros se quedan con la plata.

Desde el 2015, Bogotá ha dejado de matricular 241.000 vehículos. Cada uno de esos carros circula, contamina y desgasta nuestras vías todos los días. Tres de cada diez vehículos que transitan por la capital se matriculan en otro territorio. El desbalance tributario se vuelve insostenible. Para que se hagan una idea, con esos 1,1 billones de pesos perdidos se pudieron haber financiado seis Centros de la Felicidad completos. Ese dinero ya no volverá.

Ante este escenario, actuaré. Presentaré una demanda de nulidad contra la Ordenanza 002 de 2024 de la Asamblea Departamental de Cundinamarca que establece los descuentos sobre el impuesto de vehículos, porque viola de manera abierta la Ley 488 de 1998 y la Constitución. Los departamentos no tienen competencia para conceder descuentos sobre un impuesto que es propiedad de la Nación. La norma es clara y el precedente judicial también.

Sin embargo, el beneficio sigue operando como si nada. Por eso, la acción judicial que impulsaré no busca un choque político, sino restaurar el equilibrio y frenar una práctica que lesiona e impide ilegalmente el recaudo al que tiene derecho Bogotá.

El Alcalde Galán, consciente del rezago tributario, anunció como medidas para 2026 que los vehículos no matriculados en Bogotá tendrán pico y placa dos sábados al mes y un incremento del 50% en el pico y placa solidario. La ciudad decidió cerrar una puerta que permaneció abierta demasiado tiempo.

Teniendo en cuenta estas medidas, y con el propósito de nivelar la cancha desde ya, propongo al Gobierno distrital que los municipios de Cundinamarca que nivelen la tarifa de la matrícula con la de Bogotá, sean exentos de la medida de pico y placa cada dos sábados al mes.

Además, propongo abrir la discusión nacional sobre el domicilio fiscal de los vehículos: no puede seguir siendo solo el domicilio del organismo de tránsito donde se registra, sino también el lugar donde realmente reside y circula el propietario o poseedor.

Gobernador Jorge Emilio Rey, el “matriculazo” contra Bogotá es inaceptable. No se puede hablar de unión y armonía entre territorios, mientras no hay justicia ni lealtad.

Bogotá se respeta. Quien genera la carga, debe contribuir a pagar el costo. Y yo seguiré defendiendo esa premisa. Mi deber como concejal de la ciudad es actuar. Aquí no hay improvisación: hay justicia tributaria.

Juan David Quintero

Blindar el Sistema Integrado de Transporte Público es defender los derechos de los bogotanos: ahora los ciudadanos serán los que hablen

Hace unos días, Bogotá volvió a vivir lo que más la paraliza: el caos en las calles por manifestaciones traumáticas y, en muchos casos, violentas que bloquearon el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP). Un nuevo bloqueo en la 26, en la 30, en el Portal Norte y en las Américas dejó a millones de personas caminando con maletas hacia sus destinos.

Vi ciudadanos desesperados por no perder su vuelo, madres con niños en brazos, trabajadores corriendo bajo la lluvia. Lo repito sin miedo: eso no fueron manifestaciones pacíficas, sino un constante castigo a los ciudadanos.

 

No me quiero quedar callado, a las y los moteros que bloquearon la semana pasada y a los capuchos que lo hacen cada tres días les digo: más de cuatro millones de personas dependen del SITP. Bloquearlo nunca es un acto democrático ni de justicia social, es un ataque directo a los derechos fundamentales de la mayoría de los ciudadanos.

Empatía no significa justificar el caos, significa evitarlo. Por eso el 28 de octubre radiqué con mi equipo, ante el Concejo de Bogotá, un Proyecto de Acuerdo para garantizar la prestación del servicio del SITP, cuando se presentan manifestaciones pacíficas o violentas y, así, garantizar los derechos fundamentales de millones de ciudadanos. Lo hicimos porque defender el servicio público de transporte masivo de la capital es defender a la mayoría.

Durante años, algunos han disfrazado la violencia de protesta. Pero cuando se rompe un bus, se incendia una estación o se bloquea una troncal, no se defiende un ideal: se violan los derechos fundamentales al trabajo, al estudio, a la salud y a la libre circulación.

El transporte público es un servicio esencial, así lo establece la ley. Y el Estado tiene la obligación de garantizar su debido funcionamiento, no de observar cómo lo destruyen y bloquean en nombre de falsas protestas.

Bogotá necesita orden y los hechos lo demuestran. Por ejemplo, la Secretaría Distrital de Gobierno estimó que 8 de cada 10 manifestaciones producen afectaciones a la movilidad por bloqueos de vías. También reportó 6.836 casos de manifestaciones públicas entre el 11 de marzo de 2021 y el 31 de mayo de 2025, de los cuales cerca del 80% generó algún tipo de afectación sobre las vías, ya fuera de forma intencionada o como un efecto secundario al desarrollo de la manifestación.

Según TransMilenio, entre enero de 2020 y junio de 2025, se identificaron 219 días afectados, con una pérdida estimada de 51,2 millones de validaciones y un ingreso no percibido de aproximadamente 105 mil millones de pesos, como consecuencia de las limitaciones en la prestación del servicio generadas por manifestaciones sociales. También la entidad advirtió que, al 7 de octubre, más de 14 millones de personas se han visto afectadas por estos hechos.
Y es que cuando se aplica el orden en la capital se nota. Durante el puente de Halloween, gracias al Decreto Distrital 528 de 2025 que adoptó restricciones transitorias a la circulación de motocicletas en la ciudad, se logró que las muertes por siniestros viales bajaran en un 75%, y los heridos disminuyeran en un 13%. Más de 3.500 uniformados y agentes civiles trabajaron día y noche para cuidar a la ciudadanía. Esa fue la prueba de que cuando la autoridad se ejerce con decisión, la ciudad gana.

Bogotá no puede seguir atrapada entre el miedo y el exceso de permisividad. Se convirtió en el escenario de un garantismo extremo que protege más a quien bloquea el sistema de transporte masivo que al ciudadano de a pie. El diálogo es esencial, pero también la defensa de los derechos fundamentales de más del 50% de la población de la ciudad.

Por eso, continuaré trabajando por blindar el Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá. No para silenciar las voces de quienes se movilizan, sino para lograr un verdadero equilibrio de derechos: el de manifestarse y el de moverse. Ambos valen, pero uno no puede destruir al otro.

Y si lo llevamos más lejos, ¿por qué no dejar que la gente decida? ¿Por qué no una consulta popular donde se les pregunte a los ciudadanos por el equilibrio que debe existir entre el derecho a manifestarse y los derechos de los usuarios del transporte público masivo? Tal vez llegó el momento de que Bogotá hable. Porque si queremos que la capital sea realmente una ciudad humana donde se pueda vivir feliz, el derecho a moverse también debe asegurarse.

Juan David Quintero

No más “capuchos”: Bogotá no soporta otro día paralizada

Bogotá vive bajo la sombra de bloqueos violentos y falsas manifestaciones que convierten el supuesto derecho a la protesta pacífica de unos cuantos en un escenario de vandalismo. Miles de ciudadanos sufren la parálisis del transporte público, mientras unos pocos destruyen lo que tanto esfuerzo ha costado construir.

Por eso, presentaré un Proyecto de Acuerdo ante del Concejo que busca blindar el Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá (SITP), al reafirmar su carácter de servicio público esencial y asegurar su prestación adecuada cuando se presenten actos vandálicos y bloqueos violentos en las manifestaciones. La ciudad no puede seguir atrapada y paralizada por el caos disfrazado de reclamo social.

 

Según TransMilenio, a agosto de este año, 751 protestas y disturbios han golpeado la movilidad de Bogotá, 300 más que en 2024. Hasta el 7 de octubre, 14,5 millones de personas resultaron afectadas. Cada uno de esos bloqueos violentos impide que trabajadores lleguen a tiempo, que estudiantes asistan a clase y que enfermos reciban atención médica. La violencia callejera reemplaza el diálogo, y el ciudadano de a pie paga el precio más alto: su seguridad, su tranquilidad, la pérdida de su tiempo y su derecho fundamental a moverse libremente por su ciudad.

Defiendo el derecho a protestar pacíficamente, pero dejo claro que vandalizar buses, romper estaciones o bloquear violentamente vías no representa un ejercicio democrático. Es una agresión directa contra millones de bogotanos. Las cifras lo demuestran: entre 2020 y abril de 2023, los actos vandálicos causaron pérdidas por 17.000 millones de pesos; este año 53 buses han sido vandalizados y el sistema ha dejado de percibir más de 12.600 millones por validaciones no realizadas.

Nota recomendada: Juan David Quintero busca la declaración de TransMilenio como servicio esencial

Los costos no se miden solo en dinero, sino también en oportunidades perdidas. Cada bus frenado significa clases suspendidas, empleos en riesgo y ciudadanos atrapados en medio de la impotencia. Por eso exijo que las autoridades actúen oportunamente para levantar bloqueos violentos, judicializar a los responsables y garantizar la movilidad, tal como lo establece el ordenamiento jurídico.

De acuerdo con el artículo 365 de la Constitución y la Ley 336 de 1996, el transporte público es un servicio público esencial. No es un privilegio, es un servicio que garantiza derechos fundamentales: la libre circulación, la salud, el trabajo y la educación. Según la Encuesta Bogotá Cómo Vamos, en la capital, el año pasado, más del 53% de los ciudadanos se movilizaron en transporte público masivo y el 71% lo hizo en medios sostenibles (transporte público, bicicleta y a pie). Si ese sistema colapsa, la ciudad entera se paraliza.

¿Por qué el Estado ha podido actuar en otros casos y garantizar la prestación adecuada del servicio público de transporte? Por ejemplo, con lo ocurrido en la huelga de pilotos de Avianca en 2017, cuando la Corte Suprema la declaró ilegal por afectar un servicio público esencial. También traigo a colación la condena a “Epa Colombia” de 5 años y 2 meses, por destruir una estación de TransMilenio y participar en actos vandálicos contra una URI en 2019. En ambos casos, el Estado actuó. Hoy exijo la misma contundencia frente a los “capuchos” que vandalizan y bloquean violentamente el transporte público de la ciudad.

El diálogo siempre es el primer camino. Pero cuando la violencia reemplaza la palabra y los derechos de millones son pisoteados, la autoridad no puede quedarse inmóvil. Bogotá ya habla: no más “capuchos”, no más manifestaciones violentas, no más parálisis.

Juan David Quintero

Juan David Quintero busca la declaración de TransMilenio como servicio esencial

El concejal de Bogotá, Juan David Quintero, anunció la radicación en los próximos días de un proyecto de acuerdo con el que busca la declaración del transporte público del sistema TransMilenio como servicio esencial.

Según Quintero, la ciudad no puede continuar permitiendo que falsas protestas violentas afecten la movilidad de más de 4 millones de ciudadanos que diariamente utilizan el transporte público para llegar a sus trabajos, estudios y centros de salud.

 

En caso de ser aprobado, los miembros del UNDEMO podrán intervenir en un bloqueo al carril por el que circulan los buses de TransMilenio, sin tener que esperar a que se cumplan los protocolos.

“Con este proyecto la administración distrital y las autoridades tienen que actuar inmediatamente para levantar esos bloqueos violentos, judicializar a los responsables y garantizar la protección efectiva de los derechos fundamentales de los ciudadanos”, sostuvo.

Advirtió que, durante este año se registraron 751 protestas, contingencias y disturbios, más de 300 eventos adicionales en comparación con 2024. Solo hasta el 7 de octubre, 14.5 millones de personas resultaron afectadas por bloqueos que impidieron la operación del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP).

Quintero afirmó que “nadie cuestiona el derecho a protestar, pero vandalizar buses y bloquear vías no es un ejercicio democrático, sino una violación a los derechos fundamentales de millones de bogotanos”.

La marcha que paralizó Bogotá y reveló el plan político de Petro

Lo que ocurrió en Bogotá el pasado 7 de octubre con las marchas a favor de Palestina y contra la guerra en Gaza fue una instrumentalización del derecho a la protesta social pacífica y a la libertad de expresión. Fue un mensaje político calculado. La ciudad colapsó, la movilidad se desplomó y el vandalismo reinó en varios puntos. Aunque comenzó como una protesta pacífica y legítima de muchos, terminó convertida en un laboratorio de caos por unos pocos, con miles de usuarios caminando por la 26 porque TransMilenio se bloqueó y nadie respondió.

Vi una capital secuestrada por intereses ajenos al bienestar ciudadano. Vi a padres que no pudieron recoger a sus hijos, trabajadores atrapados y estudiantes que caminaron kilómetros. Todo porque unos pocos decidieron que su causa valía más que el derecho a la movilidad y a la seguridad de miles de personas. Lo inaudito fue el silencio del Gobierno nacional, que aplaudió la “resistencia” mientras Bogotá ardía.

 

Cuando la autoridad se volvió espectadora, la capital se volvió rehén. Lo que comenzó como un acto de solidaridad con Gaza, terminó en caos y en una puesta en escena política. Me pregunté si había algo en común entre Daniel Quintero con la bandera de Gaza y los capuchos que incendiaron la movilidad. Pareciera que todo apuntara a un mismo libreto.

¿Usó Petro el conflicto de Gaza para activar una agenda interna de desestabilización y caos? Al parecer sí. Y ese caos se sintió aquí, en las calles de Bogotá, con una Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden – UNDMO desautorizada y una institucionalidad neutralizada por cálculo político.

Las cifras hablan por sí solas. El Distrito reportó bloqueos viales y agresiones a establecimientos de comercio, espacio público y buses troncales y zonales de TransMilenio. Concretamente, TransMilenio informó que 275.479 usuarios, 106 rutas y 63 paraderos resultaron afectados por los disturbios del martes 7 de octubre.

Esto no es nuevo en la ciudad. En agosto de 2025, TransMilenio reportó 751 protestas y disturbios en campus universitarios y zonas aledañas, 300 más que en todo 2024. Los daños por vandalismo en los últimos cuatro años le han costado a Bogotá más de 17.000 millones de pesos. Las troncales Caracas Centro, Américas y Carrera Décima fueron las más vulnerables. ¿Y quién asume estos costos? Todos los bogotanos.

La protesta pacífica es un derecho, pero cuando es instrumentalizado con fines políticos y convertido en caos y vandalismo, deja de serlo. No olvidemos que son fines esenciales del Estado garantizar nuestros derechos y asegurarnos una convivencia pacífica. Y que tenemos el derecho a circular libremente y a que se nos garantice la prestación de servicios públicos esenciales, como el transporte público.

Bogotá no soporta otro experimento de poder disfrazado de manifestación “pacífica”. Lamentablemente la protesta social se está instrumentalizando y convirtiendo en chantaje, y la movilidad, en rehén de un plan. Al final lo que sucedió el martes no se trató de una manifestación social, sino una estrategia de desgaste utilizada por unos pocos.

Los bogotanos no podemos permitir que nuestros derechos y libertades sean utilizados caprichosamente con fines políticos. Hacemos un llamado al alcalde Carlos Fernando Galán, a las autoridades distritales y a la Policía, para que defendamos nuestros derechos y el orden público.

La ciudad necesita convivencia pacífica y autoridad, no cálculo. Necesita orden, no manipulación. Lo que pasó con la protesta del martes sirvió para medir hasta dónde llega el guion de Petro: cuando la política reemplazó al liderazgo y a la unidad nacional, Bogotá terminó en caos y paralización.

Juan David Quintero

Bogotá pedalea hacia su futuro: la bici toma la ciudad

Vivimos una Semana de la Bicicleta que transformó a Bogotá en un verdadero escenario mundial para este medio de transporte. Desde el inicio, recordamos que la red de ciclorrutas enfrenta graves problemas de seguridad y de respeto de las normas de tránsito. Por eso, dimos a conocer nuestro Proyecto de Acuerdo sobre agentes de tránsito dedicados a las ciclorrutas, y la ciudadanía entendió que llegó el momento de priorizar la seguridad de peatones y ciclistas.

Lo que comenzó hace más de veinte años con apenas 10 kilómetros de ciclorrutas, se consolidó en más de 660 y proyecta llegar a 754 en 2035, según la Secretaría de Movilidad. Cerca de 900.000 viajes diarios demuestran que la bicicleta dejó de ser una alternativa marginal y se convirtió en un motor de movilidad.

 

A mitad de semana acompañamos una gran rodada organizada por colectivos, ciudadanos y ciudadanas que se movilizaron preocupados por la seguridad vial y por la defensa de las ciclorrutas y la ciclovía.

El evento nació como un compromiso de la Mesa Técnica por la Defensa de las Ciclorrutas, que se efectuó el 3 de septiembre en la Cinemateca. Allí, numerosas voces coincidieron en que la Ley 2486 de 2025 sobre “motos” eléctricas pone en peligro la seguridad vial y es necesario trazar una hoja ruta para su defensa y la protección de las ciclorrutas y la ciclovía.

La rodada cumplió con su objetivo: crear comunidad, levantar conciencia y demostrar que el respeto por la bicicleta y la ciclo-infraestructura nunca fue un asunto de discusiones políticas, sino de vida.

El viernes seguimos con nuestra visita a la nueva ciclorruta de la Carrera 50 con Calle 3ra. Ese punto se convirtió en símbolo de tensión entre carros, peatones y ciclistas, pero demostramos que este proyecto no es un capricho sino una garantía a la seguridad vial: ocho de cada diez lesionados en este sector eran peatones, ciclistas y motociclistas.

La obra conectará con la Estación de la Primera de Mayo del Metro de Bogotá que tendrá 500 cicloparqueaderos, y sumará más seguridad a la movilidad sostenible. Allí ratificamos que el amor por la vida y las ciclorrutas pesó más que la incomodidad momentánea de algunos conductores.

El domingo cerraremos con la primera edición de la Crono del Codito, en Usaquén. El ascenso será una fiesta comunitaria: deporte, turismo y cultura de la bicicleta se unen para fortalecer la ruta, mejorar la percepción de seguridad y consolidar la convivencia en el sector.

Vecinos, líderes sociales e instituciones compartirán un mismo propósito: demostrar que los Cerros Orientales se disfrutan mejor en dos ruedas y que el territorio se defiende pedaleando. La Crono del Codito deja claro que la bicicleta no sólo cuida la salud y el ambiente, sino que también teje comunidad y construye confianza.

La Semana de la Bicicleta no quedó en un festejo pasajero. Pedaleamos con fuerza para demostrar que Bogotá avanza en consolidarse como una verdadera capital mundial de la bicicleta. Los ciudadanos buscan felicidad y, cuando rodamos en bicicleta en Bogotá, nos enamoramos. La bicicleta no es moda, es futuro y vida.

Juan David Quintero

Bogotá se hunde en basura: declaramos la emergencia o nos tragará la crisis

Esta columna no es una más. Ya es hora de levantar la voz con toda la fuerza que exige el momento: la ciudad se hunde en basura y necesitamos acción inmediata.

Si no declaramos la emergencia sanitaria ahora, en 150 días Bogotá quedará cubierta de residuos. Frente a esa amenaza, le demando al Distrito una reacción urgente que la capital no puede seguir aplazando.

 

Bogotá ya ha vivido crisis de basuras como la que tuvo Petro en 2013; no podemos permitir que se repitan. El alcalde Carlos Fernando Galán asumió con liderazgo la emergencia del agua y de los incendios; ahora le pido que, con la misma determinación, se ponga al frente de la emergencia de las basuras. La sala de crisis debe activarse con todo el gabinete alrededor de este desafío inaplazable.

El gobierno distrital se limitó a la discusión sobre el nuevo esquema de recolección que iniciaría en 2026, mientras la crisis ya nos desbordó en el presente. En los próximos 150 días se deben revisar todas las capacidades del Distrito, porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de tener una ciudad más sucia por la que no podremos ni caminar, con consecuencias nefastas en salud pública y convivencia.

Propongo medidas concretas que no requieren reformas legales y nos evitan más excusas:

  1. Que la Secretaría de Gobierno y las Alcaldías Locales por fin impongan sanciones a ciudadanos y comercios que arrojen basura en las calles o la saquen en horarios no permitidos.
  2. Que la Secretaría de Cultura lidere e impulse una campaña de civismo sobre separación de residuos en la fuente, horarios de recolección de residuos, sanciones claras, fomento de denuncias ciudadanas en redes, entre otras.
  3. Que la Secretaría de Integración Social ofrezca, por medio de más albergues y otros programas eficaces, una atención integral a habitantes de calle que garantice su dignidad y contribuya a evitar que rompan bolsas de basura y monten cambuches en la calle.
  4. Que la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) revise, en los actuales contratos del sistema de aseo, la posibilidad de aumentar las frecuencias de recolección de basuras en la ciudad.
    Lo grave es que todas estas acciones ya están en las competencias de las entidades, pero por falta de articulación no se ejecutan adecuadamente.

La declaratoria de emergencia le daría al alcalde herramientas esenciales para anticiparse al vencimiento de los contratos en 2026 y para enfrentar la incertidumbre generada por la decisión de la Comisión de Agua Potable y Saneamiento Básico (CRA), que rechazó la inclusión de Áreas de Servicio Exclusivo. Bogotá no puede quedarse esperando hasta 2026, porque la crisis ya golpea las calles.

Respaldo mi posición con cifras: mientras la población creció apenas 0,8% anual entre 2014 y 2024, los residuos aumentaron entre 2% y 4% cada año. A agosto de 2025, la UAESP reportó 673 puntos críticos de arrojos clandestinos. El programa “Caza Regueros” intervino más de 263 mil focos de basura, pero la magnitud del problema demostró que esta medida es insuficiente.

Cerca de 500 toneladas diarias quedaron sin recoger y terminaron en alcantarillas y ríos. De hecho, la contaminación y el taponamiento de alcantarillas le representaron al distrito más de 30 mil millones de pesos al año en limpieza y retiro de residuos.

Bogotá no soporta más aplazamientos. La emergencia sanitaria es la única salida responsable. Declarar y asumir la crisis de manera integral resulta urgente para evitar que la capital termine enterrada en basura y atrapada en la improvisación.

Juan David Quintero

El Sistema de Bicicletas Compartidas a punto de morir ¡Salvémoslo!

La movilidad de Bogotá enfrentó en los últimos años uno de los experimentos más ambiciosos en materia de sostenibilidad: el Sistema de Bicicletas Compartidas. Lo que en su momento representó un salto hacia adelante, hoy se está derrumbando poco a poco, en medio de un modelo financiero fallido. Como Vicepresidente del Concejo de Bogotá, denuncié la gravedad de esta crisis y advertí sobre su inminente desaparición si no se actúa de inmediato.

Desde el inicio, la narrativa oficial buscó atribuir el fracaso al vandalismo. Sin embargo, demostramos otra realidad: el verdadero problema está en la inviabilidad del modelo financiero del contrato que se celebró en enero de 2022, durante la administración de la exalcaldesa Claudia López, con Tembici. Contractualmente, este operador recibe ingresos por las tarifas de alquiler de bicicletas, los patrocionios en las bicicletas y/o estaciones y la publicidad exterior visual. En 2023, el sistema tenía una tarifa de $1.300 pesos por viaje esporádico y en su primer año de operación alcanzó más de 1.2 millones de viajes acumulados.

 

La situación cambió de raíz cuando algunos patrocinadores se retiraron. De hecho, como justificación para la última modificación que se le hizo al contrato en febrero de este año, Tembici le manifestó a la Secretaría de Movilidad dificultades financieras en sus principales fuentes de ingresos, como son la publicidad exterior visual y los patrocinios.

En 2025, con una tarifa disparada a 4.850 pesos, el sistema perdió usuarios y empezó su colapso. La fórmula fue sencilla: menos patrocinios, menos usuarios y, en consecuencia, quiebra asegurada. Esa cadena de incidentes no se explicó con suficiente claridad a la ciudadanía y, en cambio, se maquilló como un único problema: el vandalismo.

Los efectos ya se ven en las calles. 150 estaciones ya se desmontaron con la excusa que serán renovadas, pero mientras tanto muchos usuarios se quedan sin acceso a un servicio que marque la diferencia en su movilidad diaria. Bogotá, que se proclamó capital mundial de la bicicleta, no puede permitirse que un programa esencial para la movilidad sostenible se desmorone frente a sus ojos.

Este sistema no es un accesorio. Es una pieza clave dentro del engranaje de transporte integrado que articula bicicleta, buses, Transmilenio, cables y, en el futuro inmediato, el Metro. La bicicleta compartida complementa otros modos de transporte, además de consolidarse como una alternativa limpia y eficiente.

La administración distrital puede evitar este desenlace. La Secretaría de Movilidad debe sentarse a renegociar el contrato, o evaluar futuras licitaciones o incluso asumir la operación de manera directa.

Bogotá no puede darse el lujo de dejar morir este sistema. Si de verdad aspiramos a una movilidad sostenible e incluyente, debemos rescatar la bicicleta compartida. Hoy necesitamos soluciones inmediatas y sostenibles, porque la ciudad necesita un transporte donde todos los modos se complementen y fortalezcan entre sí.

Juan David Quintero

Ciudad Río: la oportunidad que Bogotá sigue dejando escapar

La capital está perdiendo una de las iniciativas más ambiciosas de renovación urbana, ambiental y social de su historia reciente: el proyecto Ciudad Río.

Este plan fue una de las grandes apuestas del exalcalde Enrique Peñalosa, que nació bajo el POT de 2004 (Decreto Distrital 190/04) y se concibió como un proyecto de renovación urbana y rural que buscó dinamizar los espacios alrededor del río Bogotá en el tramo del cauce que pasa por Chía, Cota, Funza, Mosquera, la capital y una parte de Soacha. Con 67 kilómetros de malecón, 2.976 hectáreas y un cauce de 30 metros de ancho, Ciudad Río prometió transformar la relación de los ciudadanos con el río.

 

El contrato que sustentó la propuesta se ejecutó. Se hicieron los diagnósticos, se definieron los alcances de los estudios técnicos, se cumplieron los objetivos trazados. Toda esa información quedó disponible. Sin embargo, el proyecto murió porque Claudia López no lo incluyó en su POT (Decreto Distrital 555/21). Así, un proyecto que pudo darle un nuevo rostro a la ciudad se archivó y quedó como un sueño inconcluso.

Ciudad Río no se planteó como un simple ejercicio de urbanismo. Buscó fortalecer la conexión ambiental del río Bogotá con humedales como La Conejera, Juan Amarillo y Jaboque, además de los afluentes Fucha y Tunjuelo. Quiso ampliar el área verde por habitante a 11 metros cuadrados (dato de 2017) y priorizar el transporte público y no motorizado en el borde occidental. Además, contempló 998.000 metros cuadrados para nuevos equipamientos: 85% vivienda, 6% comercio, 4% servicios y 3% industria y logística.

Este tipo de proyectos los podemos encontrar en varias ciudades del mundo e incluso del país. Ciudades que se arriesgaron por una revitalización urbana y ambiental alrededor de sus ríos y lo lograron. Buenos Aires con Puerto Madero, París con la Ribera Izquierda del Sena, Washington con The Wharf, Montería con el Malecón del Sinú y Barranquilla con el Gran Malecón del Magdalena.

El caso de Bogotá no fue distinto en sus orígenes. Entre 1920 y 1940, el río se navegó y sirvió para transporte y economía diaria. Entre 1950 y 1970, fue espacio recreativo y agropecuario. Pero desde entonces se volvió un lugar contaminado, aislado y vergonzante. Se habló de su descontaminación, se diseñaron plantas de tratamiento como Salitre y Canoas, se invirtieron recursos, pero no hemos logrado recuperarlo y que vuelva a ser parte de la ciudad.

Uno cuida lo que conoce. Por eso Ciudad Río representa más que ladrillos y parques: significa recuperar la apropiación ciudadana de un recurso natural esencial. Sin esa apropiación, la descontaminación del río nunca será integral.

Hoy el POT vigente impide retomar este proyecto. Pero Bogotá necesita repensar su relación con el río y su ordenamiento territorial. Si la capital quiere llamarse sostenible, debe mirar al río de frente. Ciudad Río fue la oportunidad que dejamos escapar, pero también puede ser el camino que recuperemos si entendemos que el futuro de Bogotá se construye con el río, no a sus espaldas.

Juan David Quintero

El Sistema de Bicicletas Compartidas: la ruta que Bogotá trazó y no podemos dejar que se destruya

En septiembre de 2022, Bogotá alcanzó un hito: por primera vez operó un sistema formal, accesible y compartido de bicicletas. Las bicis naranjas, rosadas y azules del Sistema de Bicicletas Compartidas se integraron al paisaje urbano, materializando la Política Pública de la Bicicleta que inició su construcción en 2018 con el Acuerdo 708, que estableció los lineamientos para garantizar el derecho que tenemos los bogotanos de elegir la bicicleta como medio de transporte.

Estos lineamientos definieron la accesibilidad como principio rector: asegurar a todas y todos el uso y el disfrute de la bicicleta y de su infraestructura. No fue una declaración simbólica. Significó la necesidad de ofrecer a los ciudadanos un sistema alternativo de transporte, que permita la integración con otros modos de transporte, reducir emisiones contaminantes y fomentar la salud pública.

 

Y es que Bogotá lleva casi 10 años luchando por tener un sistema de bicicletas públicas. Entre 2015 y 2017 se tuvo una concesión que resultó fallida por graves incumplimientos del contratista, y en 2016 y 2018 se presentaron dos propuestas de Asociación Pública Privada (APP) que fracasaron por falta de información y desistimiento del originador, respectivamente.

Por eso, es que el Sistema de Bicicletas Compartidas es un hito y un servicio que no podemos dejar acabar. Este sistema arrancó fuerte en 2022. En sus primeros ocho meses completó casi 700.000 viajes, superando a Sao Paulo, Buenos Aires y Santiago en el mismo periodo. En su primer año registró más de 1,2 millones de trayectos, operó con 300 estaciones en seis localidades y una flota de 3.300 bicicletas, y obtuvo una calificación ciudadana de 4,1 sobre 5, según Piedrahita y Bocarejo (2024).

Sin embargo, el panorama cambió. El vandalismo creció, las tarifas subieron —el paquete mensual pasó de $31.990 a $34.650, aumentando 8,3 %—, el estado de las bicicletas se deterioró y varias estaciones se desmontaron. Los problemas de devolución por estaciones llenas o vandalizadas se hicieron recurrentes. No es solo un problema de operación: está en riesgo un servicio esencial.

El Contrato 2022-63, firmado el 11 de enero de 2022 entre la Secretaría de Movilidad y M1 Transportes Sustentaveis Ltda. (Tembici), fijó plazo hasta diciembre de 2029 y un modelo de retribución al Distrito en especie por el aprovechamiento económico del espacio público, con racks para parqueo. Hasta agosto de 2024, el operador entregó 1.929 ciclo parqueaderos en menos de 36 meses, superando los 1.545 proyectados.

En febrero de 2025, la cuarta modificación al contrato amplió el área de aprovechamiento económico del espacio público y la cobertura del servicio a 16 UPZ, e incorporó nuevo mobiliario urbano como parte de la retribución de Tembici al Distrito. Esta expansión es un intento por mejorar el servicio y garantizar su existencia, esperemos que así sea. Al final, con o sin Tembici, la ciudad tiene que garantizar un sistema de bicicletas públicas.

Desde el Concejo de Bogotá buscamos asegurar el Sistema de Bicicletas Compartidas. La gran pregunta es cómo lo hacemos viable. ¿Con el contrato con Tembici? ¿Con un esquema de libre competencia? ¿Con una prestación directa del servicio por parte del Distrito? ¿O con un sistema de transporte donde las bicis, otros servicios y empresas públicas y privadas funcionan como un gran hub urbano de movilidad?

El Sistema de Bicicletas Compartidas es una herramienta clave para la movilidad sostenible. Según la Encuesta de Movilidad 2023, el 7,94% (1.161.152) de los viajes sostenibles en Bogotá se realizaron en bicicleta, frente a un 33,69% (4.923.927) en transporte público y 28,06% (4.101.164) a pie. Bogotá – Región tiene 1,43 millones de bicicletas, en su mayoría convencionales. La bicicleta pública no es un capricho: multiplica opciones de viaje, reduce congestión y mejora la calidad del aire.

Si queremos una ciudad humana, con menos trancones, menos ruido y más espacio público, la bicicleta debe ser parte de la solución. Y no cualquiera: una red pública, robusta, accesible y funcional para todos. Dejar caer el Sistema de Bicicletas Compartidas sería retroceder en movilidad sostenible.

Bogotá ya hizo lo difícil: implementó el sistema. Ahora debemos defenderlo, ajustarlo y garantizar que siga pedaleando hacia una ciudad más humana y con más espacio público para todos. Para salir de la tusa por Bogotá debemos asegurar el derecho que tenemos de movernos de forma segura y sostenible.

Juan David Quintero

Caos sobre ruedas: Petro sancionó ley que pone en riesgo total a los usuarios de las ciclorrutas en Colombia

Otra vez el presidente Gustavo Petro se alineó con los intereses equivocados y sancionó una ley que pone en jaque a Bogotá, a Colombia y a millones de personas que usan las ciclorrutas como espacio seguro.
Con la Ley 2486 de 2025, se autoriza que ciclomotores eléctricos de hasta 1000W y que alcanzan velocidades de más de 40 km/h, rueden por las ciclorrutas sin matrícula, licencia ni SOAT. Lo hace ignorando las alertas de su propia ministra de transporte, María Fernanda Rojas, de expertos y de organismos internacionales. Y todo parece indicar que lo hace por cálculos politiqueros.

Días antes de la sanción de la norma, el Ministerio de Transporte pidió objetar los artículos 2, 3 y 15 de la ley. Sobre el artículo 2, que define a estos vehículos como Vehículos Eléctricos Livianos de Movilidad Personal Urbana – VELMPU, advirtió que no establece un límite de velocidad máxima de diseño, por lo que recomendó adoptar el estándar español: 25 km/h. Petro no lo escuchó.

 

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Frente al numeral 7 del artículo 3, que autoriza el tránsito de estos vehículos a máximo 25 km/h por ciclorrutas y 40 km/h por otras vías, manifestó que iba en contra de la sugerencia de la Organización Mundial de la Salud – OMS: 30 km/h como tope en zonas urbanas donde confluyen peatones, ciclistas, motos y carros. Más velocidad es más riesgo.

Además, el Ministerio alertó que establecer límites distintos según el tipo de vía hace casi imposible hacer cumplir las normas. Y el presidente lo supo. Aun así, firmó.
El artículo 15 es otro desastre: exime de matrícula, licencia y SOAT a estos vehículos. El Ministerio propuso un registro alternativo al RUNT, una forma mínima de rastrear responsabilidades. Tampoco lo tuvo en cuenta.

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La cartera también alertó que estos vehículos pueden causar daños por su velocidad, por lo que deben contar con un seguro. ¿Quién responde si una de estas motos eléctricas atropella a una persona en una ciclorruta? ¿Quién paga los daños si no hay seguro? Nadie. Eso es lo que firmó Petro: impunidad rodante con batería incluida.

Incluso, el Ministerio advirtió que esta ley pone en riesgo derechos fundamentales como la vida. La seguridad vial no es solo un tema técnico, es una garantía a la vida e integridad de todos. Pero el presidente ignoró los llamados, al parecer, para honrar acuerdos políticos. ¿Con el senador Julio Elias Vidal autor de la ley? ¿Con los representantes Alfredo Ape Cuello y Diego Caicedo que metieron tremendos orangutanes en el trámite legislativo, y que este último viajó a China en 2024 invitado por la Cámara Colombo China? ¿Dónde quedó el discurso del Gobierno de la potencia mundial de la vida? Aquí se cae con estrépito.

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Lo peor es que Petro tampoco escuchó a la sociedad civil, a la academia ni a las autoridades de tránsito. Al final, pareciera que eligió quedar bien con ciertos importadores y comerciantes de motos eléctricas. Irónicamente, es lo que prometió combatir cuando llegó al poder.

Pero no todo está perdido. El numeral 5 del artículo 3 permite que las autoridades de tránsito, como la Secretaría de Movilidad de Bogotá, prohíba la circulación de estos vehículos en tramos específicos de ciclorrutas, por razones de seguridad. Debemos utilizar esa herramienta.

Ahora, la última perla del presidente Petro fue el trino que publicó el viernes dándonos la razón sobre que por las ciclorrutas solo deben transitar bicicletas con pedaleo asistido y patinetas, y no motos eléctricas. ¿Acaso no leyó la ley? Si está de acuerdo con nosotros, ¿por qué sancionó una norma que permite que las motos eléctricas circulen por las ciclorrutas?

Desde el Concejo de Bogotá no nos vamos a rendir. No dejaremos que las ciclorrutas se conviertan en autopistas de la muerte. Seguiremos defendiendo la vida, la coherencia y el futuro de una adecuada movilidad eléctrica liviana.

Juan David Quintero

La ira de Juan David Quintero por ley que permite motos eléctricas en las ciclorrutas

El concejal de Bogotá por el Nuevo Liberalismo, Juan David Quintero, en entrevista para Confidencial Noticias expone los motivos por los cuales se opone a que el presidente Gustavo Petro sancione la ley recientemente aprobada por el Congreso de la República que da vía libre a motocicletas eléctricas para que circulen en las ciclorrutas de las ciudades principales del país.

Para el cabildante esto podría ser causa de mayores accidentes, en esta ocasión en las ciclorrutas de Bogotá, por ejemplo.

 

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¿Quién sí y quién no en las ciclorrutas?

Serán algunos comerciantes los que ganen, pero todos los ciudadanos los que perderemos.

Bogotá soñó con una ciudad más limpia, con menos ruido y sin humo. La promesa de la movilidad eléctrica sedujo a todos, incluyéndome. Celebramos las bicicletas con pedaleo asistido, incluso las patinetas eléctricas con baja potencia. Todo lo que ayudara a movernos mejor, sin contaminar ni poner en riesgo la vida.

 

Pero en esa ola también se colaron otros. No todos los vehículos eléctricos livianos son iguales. No todo lo que suena limpio es seguro. Y ahí comenzó la trampa.

Aclaro algo importante: yo no estoy en contra de la movilidad eléctrica liviana. Estoy en contra de que se aprovechen de ella para legalizar el caos y que algunos hagan negocio a partir del engaño.

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Desde 2017, con la Resolución 160 del Ministerio de Transporte, se dio un avance en la reglamentación de los vehículos eléctricos livianos, pero se cometió un error: llamar ciclomotor eléctrico a todo vehículo con dos ruedas y con un motor eléctrico con potencia nominal no superior a 4.000W. Esa definición ha permitido que bajo una misma denominación, se incluyan vehículos muy diferentes, generando desorden y confusión. Y así lo técnico se volvió político. Y lo político, negocio.

Hoy, las ciclorrutas están llenas de motos disfrazadas. Vehículos que andan a más de 40 km/h, sin matrícula, licencia y SOAT, y circulan por vías que fueron diseñadas para un tránsito lento y seguro. Y mientras tanto, quienes sí deberían estar ahí —ciclistas, personas en patinetas con baja potencia o en bicis con pedaleo asistido— tienen que esquivar el riesgo cada día.

¿Quién gana con esto?

Muchos importadores que introducen al país motos eléctricas como si fueran bicis eléctricas.

Muchos negocios que engañan a sus clientes desprevenidos y les venden motos eléctricas como si fueran bicis eléctricas.

Los que aprovechan el desorden y la confusión para evitar cualquier control.

¿Y quién pierde?

Todos los ciudadanos.

Bogotá y todo el país.

Y nuestra seguridad vial.

Ahora, en vez de arreglar la confusión y el desorden, quieren legalizarlo. El Proyecto de Ley 111 de 2023, autoría del senador Julio Elías Vidal, ya aprobado en el Congreso, permitiría que cualquier vehículo eléctrico “liviano” —de hasta 1.000W— circule por ciclorrutas. Además, autorizaría que estos vehículos potentes y veloces, que pueden andar a más de 40 km/h, transiten por ciclorrutas y demás vías sin matrícula, licencia y SOAT.

Eso no es movilidad eléctrica. Eso es legalizar el desorden.

Por eso hablo. Para que no se distorsione el debate. Esto no es un ataque a la movilidad eléctrica liviana ni a sus usuarios. Es una defensa al sentido común y a la vida. No se puede legalizar el riesgo solo porque viene con batería.

Presidente Gustavo Petro: objetar este Proyecto de Ley no es bloquear el progreso, es defender el verdadero espíritu de la movilidad sostenible y segura. Si este Proyecto de Ley se sanciona, las ciclorrutas como las conocemos desaparecerán. Y con ellas, un pacto de país que nos ha tomado décadas construir: garantizar la vida en las vías y trabajar por una movilidad sostenible, coherente y segura.

Juan David Quintero

¿Por qué la discusión entre el concejal Juan David Quintero y el senador Julio Elías Vidal?

El vicepresidente del Concejo de Bogotá, Juan David Quintero, alerta que el Proyecto de Ley 111 de 2023 Senado y 219 de 2024 Cámara, impulsado por el Senador Julio Elías Vidal, representa un grave retroceso para la movilidad segura en Colombia.

De ser sancionado, este proyecto significa el fin de la ciclovía y ciclorrutas tal como hoy las conocemos: legaliza la circulación de ciclomotores potentes y veloces en estos espacios exclusivos para bicicletas, y además los exonera del Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT), incrementando de forma alarmante el riesgo vial.

 

Por su parte el senador Julio Elias Vidal respondió concejal Quintero, negando que el proyecto genere problemas a Bogotá y que, por el contrario, según él, «los resuelve».

«Esta ley no crea un problema, lo resuelve; y lo hace con criterios técnicos, límites claros y controles concretos», dijo el congresista.

Vidal agregó, «regula legalmente por primera vez en Colombia el uso de los vehículos eléctricos livianos de movilidad personal urbana (VELMPU). El art. 2 los define como vehículos de peso reducido, diseñados para entornos urbanos, que cumplan con las especificaciones que fijará el MinTransporte y no superen los 1000W de potencia nominal».

Según el, la iniciativa impone condiciones, protege a todos y promueve movilidad segura y moderna.

A las dudas del concejal Juan David Quintero se unieron otros cabildantes de Bogotá quienes consideran que este proyecto fue aprobado en último debate con proposiciones incluidas a último minuto, sin el
debido análisis técnico ni el consenso de las autoridades de tránsito y movilidad que venían participando activamente en el trámite legislativo.

Este grupo de concejales piden al presidente Gustavo Petro objetar esta ley pidiendo al Congreso de la República una regulación integral para los vehículos eléctricos livianos, pero con criterios técnicos, evidencia y participación ciudadana.

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¿El fin de las ciclorrutas?

Bogotá sueña con ser la ciudad en la que queremos vivir, y no es un capricho solo mío: está escrito en el Plan Distrital de Desarrollo (PDD) 2024-2027. Su objetivo estratégico 4, con nombre casi poético —“Bogotá ordena su territorio y avanza en su acción climática”—, incluye como meta que en un día hábil entre semana se realicen 9.200.000 viajes en modos sostenibles. Bicicletas, peatones, transporte público. Hasta ahí, todo bien.

La ciudad ya cuenta con 661 kilómetros de ciclorrutas y se proyectan 754 km nuevos entre 2021 y 2035: 452 km del POT y 302 km de Proyectos Integrales de Proximidad (PIP) de las UPL. Además, como meta puntual del actual PDD, quedó ampliar la red de ciclorrutas en 87 km adicionales. Pero no se trata de sumar kilómetros por sumar: queremos kilómetros seguros, con ciclorrutas segregadas y en calzada.

 

Y es que la bicicleta —junto al peatón— es protagonista. Según la Secretaría de Movilidad, el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) ya se beneficia de la integración de la bici al sistema: 7.351 cupos de parqueo para bicicletas en estaciones y portales. Pero mientras tanto, en la calle, muchos ciclomotores a combustión y eléctricos —o más bien “motos” hechizas y “motos” eléctricas— se están tomando los andenes y las ciclorrutas como si fueran de ellos.

Según el artículo 2° del Código de Tránsito, los andenes son para peatones y las ciclorrutas exclusivas para bicicletas,y estas son vehículos no motorizados que se impulsan con pedales. Por su parte, la Resolución 160 de 2017 del Ministerio de Transporte define las bicicletas con pedaleo asistido y los ciclomotores a combustión y eléctricos, obliga a que estos últimos tengan matrícula, licencia y SOAT, y prohíbe su circulación por andenes y ciclorrutas. Punto.

Pero la realidad es otra: muchos ciclomotores circulan a más de 30 km/h, invadiendo andenes y ciclorrutas, sin matrícula, licencia y SOAT, y muchos con chasis que, más que ciclomotores eléctricos, parecen vehículos blindados. En el caso de los ciclomotores eléctricos, dicen ser bicicletas eléctricas, pero no requieren pedaleo asistido: se impulsan solos. Son, en realidad, “motos” eléctricas camufladas.

Ahora bien, ¿por dónde deberían circular? Aquí viene el nudo: la Resolución 137609 de 2023 de la Secretaría de Movilidad les prohíbe transitar por vías troncales y carriles preferenciales del transporte público. No pueden estar ni en las ciclorrutas, ni en las vías principales. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Los devolvemos a las ciclorrutas y los andenes?

Además no tenemos información que nos permita tomar decisiones correctas en materia de seguridad vial. Según la Encuesta de Movilidad 2023, ese año hubo 13.481 ciclomotores en Bogotá, de los cuales 83% (11.122) eran eléctricos y 17% (2.359) a gasolina. Sin embargo, solo 367 están registrados en el Registro Distrital Automotor de la ciudad. ¿Qué pasa con el resto?

En los reportes de accidentes —técnicamente conocidos como Informes Policiales de Accidentes de Tránsito (IPAT) —, ni siquiera se distingue si hubo un ciclomotor involucrado, salvo que la autoridad de tránsito lo deje en las observaciones. Así, no hay política pública que funcione.

Mientras seguimos esperando una reforma normativa por parte del Ministerio de Transporte, es claro que la Secretaría de Movilidad y la Policía de Tránsito deben actuar ya. Porque si bien no hay claridad jurídica completa, sí hay algo que sabemos: los ciclomotores NO PUEDEN ir por ciclorrutas ni andenes, sino que aquellos que cumplan con los requisitos técnicos y de seguridad deben ir por carriles mixtos.

Pero ahora el problema se agrava y, particularmente, en el caso de los ciclomotores eléctricos. El texto conciliado del Proyecto de Ley 111/23 en Senado y 219/24 en Cámara, autoría del hermano del ñoño Elias, el senador Julio Elías Vidal, que fue aprobado a pupitrazo este miércoles, incluye varias perlas:

  • Define los vehículos eléctricos livianos de movilidad personal urbana, dentro de los cuales estarían los ciclomotores eléctricos, como aquellos que pueden circular por la ciclo-infraestructura y que tienen una potencia hasta de 1000W (esto es, 40 Km/h).
  • Establece que la velocidad máxima de estos vehículos eléctricos por las ciclorrutas será de 25 km/h y 40 km/h en vías permitidas.
  • Elimina la obligación que tienen los ciclomotores eléctricos de tener registro, licencia y SOAT, pues permite que vehículos eléctricos livianos de movilidad personal urbana de hasta 1000W (esto es, 40 Km/h) o que no pesen más de 60kg o, teniendo un peso superior, no superen 40km/h, puedan transitar sin cumplir estos requisitos.
    Si estos vehículos pueden andar hasta 40 km/h, ¿la mayoría de los conductores lo harán hasta 25km/h en ciclorrutas? ¿Cómo las autoridades asegurarán este límite de velocidad, si hoy no hemos logrado controlar ni siquiera los mal parqueados? ¿Usaremos radares, policías o reductores de velocidad para controlar este límite? ¿Acaso no es grave un accidente con un ciclomotor a 40 km/h? ¿Cómo se identificarán estos vehículos sin matrícula? ¿En caso de un accidente quién responderá?

No podemos permitir que estás perlas prosperen y hagan parte de una ley de la República. Si seguimos cruzados de brazos, los peatones y ciclistas pagarán las consecuencias. Y lo que comenzó como una oportunidad para la movilidad eléctrica, puede terminar en el fin de las ciclorrutas, caos vial y, en riesgo, la vida e integridad de los actores viales.

En la ciudad que queremos vivir, se respetan las normas de tránsito y se protege al más vulnerable. Para eso necesitamos claridad legal, vigilancia y control. Y sobre todo, buena voluntad política. Porque de normas estamos llenos. De buena voluntad, no tanto.

Juan David Quintero