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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Ventas ambulantes

Alcaldía de Bogotá da a conocer el censo de ventas informales en la Carrera Séptima

La Secretaría de Desarrollo Económico (SDDE) adelantó un diagnóstico económico y social en el corredor de la carrera Séptima, donde se identificaron 1.142 personas que actualmente desarrollan actividades económicas en 33 manzanas de este emblemático eje del centro de la ciudad.

Este censo de vendedores informales en la Carrera Séptima se llevó a cabo en los tramos comprendidos entre la entre la calle 26 y la Plaza de Bolívar. Del total caracterizado se encontraron: 866 vendedores en espacio público, 131 artistas y 145 artesanos.

 

De acuerdo con la Secretaria de Desarrollo Económico, María del Pilar López, el número de personas censadas es cien por ciento confiable, y aseguró que para esto recorrieron este tramo de la ciudad de domingo a domingo entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde.

Uno de los principales hallazgos del censo fue la identificación de un envejecimiento significativo de esta población: el 50% de las personas registradas supera los 50 años y de estas el 30% supera los 60 años.

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Así mismo, el estudio identificó que menos de la mitad se encuentra en situación de pobreza o vulnerabilidad —49% entre vendedores, 34% en artistas y 33% en artesanos—, mientras que el 11% posee alguna propiedad de finca raíz. Además, el 35% recibe apoyo de programas sociales del Distrito, como Ingreso Mínimo Garantizado, Apoyo al Adulto Mayor y Comedores Comunitarios.

Asimismo, el 74% recibe medios de pago distintos al efectivo, el 67% comercializa productos nuevos y el 58% manifestó su interés en relocalizarse fuera del espacio público. Sin embargo, solo 4% cuenta con Registro Único Tributario o cotiza a pensiones, lo que muestra la necesidad de acompañarlos hacia la formalidad y el acceso a servicios financieros.

En materia de convivencia, el estudio registró que una de cada tres personas tiene comparendos activos desde 2021, y el 15% ha tenido comparendos relacionados con porte de armas o sustancias.

“Este diagnóstico nos permite entender con mayor precisión la composición económica y social del corredor, y avanzar en estrategias que fortalezcan las unidades productivas, mejoren los ingresos y contribuyan a una ocupación más organizada y sostenible del espacio público, en beneficio de los comerciantes y de la ciudad”, afirmó María del Pilar López, secretaria de Desarrollo Económico.

La economía popular no se limpia, se incluye

Hace pocos días, en el Concejo de Bogotá, lideré un debate de control político para analizar el trato que la administración distrital de Carlos Fernando Galán da a la economía popular y los vendedores informales. El balance fue preocupante. El Distrito, representado por la Secretaría de Gobierno y el Instituto para la Economía Social (IPES), presentó una oferta débil y carente de visión integral, que redujo las soluciones al desalojo y la reubicación improvisada. Sus argumentos dejaron en evidencia una concepción limitada de la economía popular, tratándola como un obstáculo en lugar de reconocer su importancia como sustento de miles de familias y como parte esencial de la dinámica económica de Bogotá. En lugar de estrategias estructurales para fortalecer a este sector, lo que encontramos fue una narrativa de “limpieza” que excluye a quienes no encajan en el modelo económico formal. Este debate, lejos de cerrar el tema, mostró la necesidad urgente de reorientar el enfoque de ciudad hacia uno que sea verdaderamente inclusivo

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Bajo esta perspectiva, las ciudades parecen diseñadas exclusivamente para quienes encajan en un esquema de producción formal, ignorando a miles de ciudadanos que diariamente sobreviven en la informalidad. En Bogotá, esta realidad no es menor: el 36.5% de la economía de la ciudad es informal y cerca de 90.000 personas trabajan como vendedores callejeros, según el Instituto para la Economía Social (IPES). Estos números no son simplemente cifras, son historias de lucha y resiliencia, de mujeres, hombres y familias que han encontrado en la calle un espacio para resistir frente a un sistema económico que no les ofrece oportunidades.

La visión de Galán, centrada en “limpiar” el espacio público, no es nueva en la historia de las ciudades latinoamericanas. Esta narrativa, revestida de términos como “seguridad” y “movilidad”, busca construir urbes funcionales para un sector reducido de la población: los formales, los privilegiados, los visibles. Pero ¿qué pasa con aquellos que han sido históricamente marginados del acceso al trabajo formal y de derechos sociales básicos?.

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En operativos como el desalojo masivo de vendedores en la estación Ricaurte de TransMilenio, que buscaba liberar los corredores para garantizar la movilidad de más de 70.000 pasajeros diarios, queda claro que la solución es fragmentaria. Estas intervenciones, aunque justificadas en términos de seguridad y funcionalidad, no abordan el problema estructural de la informalidad. Por el contrario, lo profundizan al desplazar a las personas sin ofrecer alternativas reales.

Contrario a lo que muchos creen, los vendedores informales no son una anomalía en la economía de Bogotá. Son actores clave en la dinámica urbana, como lo ha demostrado ampliamente el presidente Gustavo Petro, quien durante su alcaldía (2012-2015) promovió políticas inclusivas que reconocían a los vendedores como parte de la economía popular. En lugar de criminalizarlos, Petro los visibilizó, integrándolos en estrategias que buscaban su formalización progresiva. El Plan de Desarrollo “Bogotá Humana” implementado por Petro reconoció que la economía popular no es un problema que deba erradicarse, sino una oportunidad para construir una ciudad más equitativa. Estas políticas, aunque perfectibles, sentaron un precedente: la informalidad no puede combatirse únicamente desde el desalojo.

Los académicos Hernando de Soto y Saskia Sassen coinciden en que la informalidad es una respuesta a sistemas urbanos excluyentes. De Soto, por ejemplo, plantea que la economía informal encierra un capital potencial que solo puede liberarse con mecanismos que formalicen sin reprimir. Pero cuando se ignora esta visión, como ocurre bajo la administración actual, lo que se fomenta es la exclusión de un sector que ya vive al límite.

La pregunta que deberíamos hacernos no es si el espacio público debe ser ordenado, sino para quién está siendo diseñado ese orden. Bogotá, una ciudad que acoge a personas de todos los rincones del país, debe ser también un lugar donde quepan todos sus habitantes. Desplazar a los vendedores informales no solo vulnera derechos, sino que crea un espacio público vacío de humanidad, carente de esa diversidad que le da vida.

La Corte Constitucional ha reiterado en múltiples sentencias que las acciones estatales hacia los vendedores informales deben garantizar sus derechos fundamentales al trabajo, la dignidad y el mínimo vital. Decisiones como las sentencias T-772 de 2003, T-043 de 2007 y T-772 de 2016 subrayan que los desalojos no pueden ser arbitrarios ni desproporcionados, y que las autoridades deben ofrecer alternativas reales y sostenibles como reubicaciones concertadas o programas de empleo dignos. En relación con el Decreto 098 de 2004, que regula el uso del espacio público en Bogotá, la Corte ha enfatizado que su implementación debe equilibrar la recuperación del espacio público con el respeto por los derechos de los vendedores informales. Esto implica que las intervenciones deben ser dialogadas, incluir soluciones inclusivas y no limitarse a un enfoque represivo. La Corte insta a interpretar este decreto desde un enfoque de derechos humanos, reconociendo el aporte de la economía popular al tejido social y económico de la ciudad.

El reto para Bogotá no es solo lograr que el espacio público sea funcional, sino que sea un lugar donde la justicia social y la equidad prevalezcan. Un modelo que priorice la expulsión y el desalojo nunca será sostenible ni humano. Si queremos una Bogotá donde todas y todos caminemos seguros, debemos empezar por diseñar una ciudad para todos y no solo para unos pocos. La ciudad es de quienes la habitan, no de quienes la administran.

Quena Ribadeneira

En Bogotá hay más de 50.000 puestos de cocina callejera

En las pintorescas calles de Colombia, el arte y la comida callejera convergen en una sinfonía de sabores y colores. Los puestos de comida se convierten en lienzos improvisados, donde los vendedores ambulantes, como artistas urbanos, pintan con ingredientes auténticos y técnicas culinarias tradicionales. 

Cada plato es una obra maestra efímera, una expresión de la rica diversidad cultural del país. Desde las empanadas crujientes hasta las arepas doradas, la comida callejera colombiana es un poema a la cocina casera y a las recetas transmitidas de generación en generación, por esto la comida rápida hace parte de la tradición gastronómica colombiana, por lo que su impacto se puede medir en diversas dimensiones.

 

Según Michael Ortegón, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas UNINPAHU, en Bogotá, existen diversas zonas de comida callejera, como el Centro Histórico, la Zona Rosa, la Quinta de Bolívar, los mercados y las universidades. Los platos más comunes incluyen empanadas, perros calientes, arepas, tamales, hamburguesas, pizza, helados y jugos. Se estima que hay más de 50.000 puestos informales de comida callejera en la ciudad, y los precios varían, comenzando desde $2.000 COP para platos básicos como las empanadas.

De acuerdo con Michael Ortegón, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas UNINPAHU, la comida callejera tiene un impacto económico y social significativo en las comunidades locales. Desde una perspectiva económica, la comida callejera genera empleos para vendedores, cocineros y otros trabajadores. 

En Bogotá, se estima que más de 50.000 personas trabajan en este sector. Además, los vendedores pueden obtener ingresos considerables, especialmente en áreas con mucho tráfico. La comida callejera también contribuye a la seguridad alimentaria al proporcionar una fuente de alimentación accesible y económica para las comunidades de bajos ingresos. Además, su presencia dinamiza la economía local, atrayendo tanto a turistas como a residentes locales, lo que beneficia a otros negocios en la zona.

Desde una perspectiva social, la comida callejera fomenta la integración social al crear espacios de encuentro e interacción entre las comunidades. Además, forma parte de la cultura e identidad de muchas comunidades, contribuyendo a su preservación cultural. La venta de comida en la calle también ofrece oportunidades de emprendimiento para muchas personas. Por último, la comida callejera permite a personas de diferentes culturas compartir sus tradiciones culinarias, brindando acceso a una rica diversidad cultural.

Al igual que un pintor experimenta con diferentes colores y texturas, los chefs callejeros colombianos exploran una variedad de ingredientes locales, como plátanos, yuca y cilantro, para sus creaciones gastronómicas. Cada bocado es una experiencia sensorial única que transporta a los comensales a las vibrantes de Colombia. 

Según César Varón, Docente del Programa Profesional en Turismo y Gastronomía y Líder de los Técnicos Laborales de UNINPAHU, expresó que:

“Siento que los chefs se inspiran a través de las tendencias de consumo, además de los valores agregados que hacen la diferencia en el mundo culinario.  La comida callejera nos cuenta mucho sobre la cultura y la identidad de un lugar. Desde los sabores auténticos hasta los ingredientes locales y las formas de preparación tradicionales, todo refleja la historia y las influencias culturales. “

Con analítica de datos Ibagué busca solucionar las crecientes ventas ambulantes

Fenalco Tolima y la Secretaría de Gobierno de Ibagué presentaron de manera oficial una herramienta de vigilancia analítica con la que se caracterizó a los vendedores ambulantes ubicados en el centro de la ciudad de Ibagué y que permitirá tomar decisiones frente a las líneas de acción que se deban ejecutar ante la problemática de vendedores ambulantes y estacionarios en la ciudad, la cual viene afectando desde hace más de 30 años y no se le ha podido dar solución. 

Con esto, las autoridades competentes podrán conocer la información necesaria de los vendedores ambulantes, tales como datos socioeconómicos y demográficos, lo cual será el derrotero mediante el cual se van a gestionar las acciones para solucionar de manera definitiva y permanente la situación.

 

El secretario de Gobierno de Ibagué, Milton Restrepo, aseguró que la administración actual le está apostando con fuerza a que Ibagué sea una de las ciudades más seguras y organizadas de Colombia y la implementación de esta herramienta está estrechamente alineada con este objetivo.

Por su parte el director de Fenalco Tolima, Cristian Gutiérrez, aseguró que uno de los objetivos de esta caracterización, es poder conectar las necesidades de los vendedores ambulantes con empresas legalmente formalizadas que a su vez requieren de personal.  “Para nosotros como voceros del comercio formal de la ciudad, es importante velar también por el bienestar de aquellos comerciantes que por distintas razones no han tenido la posibilidad de formalizarse», señaló.

La presentación de esta importante iniciativa se dio en la segunda jornada del simposio en la que posterior a ello,  se llevaron a cabo unas mesas de trabajo grupal, para proponer acciones orientadas al control, protección y recuperación del espacio público, que terminaron con un documento guía, mediante el cual se unificaron las acciones para el control, protección y recuperación del espacio público por parte de las autoridades competentes, de acuerdo con sus atribuciones y funciones.