El problema central de la estrategia política está en como convertir el capital simbólico en capital político. En medio de un gobierno que realiza constantemente operaciones sicológicas y que ha desterrado la verdad de la vida pública, los significados se difuminan y los relatos alternativos se quedan sin sentido. Entonces, ¿Cómo crear capital político, cuando no hay ni siquiera una narrativa política? Es necesario entender que se está alentando el uso de formas coactivas para reorganizar la sociedad, en contra de la libre interacción y los derechos de los individuos, y que estas formas de coacción están ligadas al lenguaje y el simbolismo social, desarrollando relatos superpuestos sobre irredentismo reivindicativo, radicalización de clase, raza y género, sustentados en exigencias morales absolutas no aplicables y por lo tanto de carácter arbitrario. Este escenario, en cual todo se politiza, está precisamente diseñado para hacer imposible la política, o más claramente, para que exista un relato político único.
Dice Umberto Eco, en su ensayo sobre El Mito de Superman que “el problema que vamos a afrontar requiere una definición preliminar de mitificación como simbolización inconsciente, como identificación del objeto con una suma de finalidades no siempre racionalizables, como proyección en la imagen de tendencias, aspiraciones y temores, emergidos particularmente en un individuo, en una comunidad, en todo un periodo histórico”. El problema aquí es que la “mitificación” de Petro sustituyó la política, el Pacto Histórico ya no es un partido, sino un culto y gobernar se transformó en un ritual y la oposición, con sus candidatos, es parte de ese ritual, en cual ofrenda el martirio de sus líderes, heridos, condenados, humillados, como parte del sacrificio en el altar del nuevo mito, en el cual el líder se manifiesta como una deidad vengadora que transforma el atentado criminal y el linchamiento judicial en “justicia”. La razón por la cual las figuras simbólicas de la oposición carecen de capital político es precisamente que no tienen su propio ritual, siguiendo a Eco, no proyectan “tendencias, aspiraciones y temores”, es decir, no hacen política.
No existe una desmitificación de la realidad social, no ha existido nunca, lo que hay es sustitución de los mitos y esto es especialmente cierto en la política que por su propia naturaleza es un relato y por su dinámica, un relato mítico. Pero de una manera más simple, hacer política es tener un causa, no un programa. Kissinger en su libro Liderazgo, define seis estrategias de grandes políticos modernos, no por su programa, sino por su visión. Konrad Adenauer: la estrategia de la humildad. Charles de Gaulle: la estrategia de la voluntad. Anwar Sadat: la estrategia de la trascendencia, o Margaret Thatcher: la estrategia de la convicción. Con igual lógica, Petro es la estrategia de la venganza, es la revancha convertida en política pública.
El culto a Petro, que abarca por lo menos una tercera parte de la sociedad, solo puede ser reemplazado por otro. Pericles en su Oración fúnebre refería que lo esencial para la democracia no era tanto el ejercicio del poder, como la compresión del poder, la capacidad para entender y juzgar los actos de los políticos, pero los nuevos cultos tratan de lo contrario, mediante un torrente difuso de información, presentada bajo el modelo de “espontaneidad controlada”, logran que los ciudadanos dejen de entender hasta lo más básico de la acción gubernamental, expropian la política, una minoría radical captura el relato de lo público. Es necesario devolver el relato político a la gente y representar una causa, un propósito y una visión, para que un muy escaso capital simbólico se vuelva capital político, votos, poder real, es necesario hacerse predicador y profeta. Los sacerdotes del petrismo arrasaron a los tecnócratas y no hay vuelta atrás. Llegó la hora de la estrategia del predicador.
Jaime Arango
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