La política de seguridad en Colombia se mueve entre espejismos, hacia adentro aparece el vacío que deja la ausencia estatal en los territorios y hacia afuera la retórica antiimperialista yankee que el presidente Petro está usando como cortina de humo, dos caras de un mismo problema que revelan su incapacidad para articular un proyecto de gobernabilidad coherente. Así, en materia de orden público y soberanía, el país está fracturado por dentro, evidenciando que los pactos de seguridad en Colombia están mal diseñados y pésimamente ejecutados, lo que ha terminado por desdibujar el papel del Estado en los territorios.
En este sentido, “Hacer trizas el acuerdo” (herencia de Duque) y la llamada “paz total” negociada desde la Picota (legado de Petro) no significaron otra cosa que la retirada de la institucionalidad en regiones estratégicas, donde hoy mandan los grupúsculos armados y las mafias narco Vene-Mexicanas, que se nutren con el oro ilegal, el narcotráfico y el secuestro, que han vuelto a ser la moneda de uso corriente en departamentos como Cauca, Nariño y Putumayo, por no mencionar el Catatumbo, Guaviare, Chocó y un largo etc.
No es más que ver la carretera Panamericana que conecta al país con el sur del continente, donde los bloqueos, atentados, retenes y secuestros son el pan de cada día en el complejo departamento del Cauca, donde el municipio de Patía se convirtió en sinónimo de inseguridad vial, ahora Mondomo es el retrovisor cruento de las salvajadas guerrilleras protagonizadas por disidencias del Estado Mayor Central (EMC) que actúan con absoluta impunidad. Reiteramos que no se trata solamente del narcotráfico, sino de la reinstalación de un “orden” paralelo donde las comunidades están atrapadas entre el miedo, la extorsión y la ausencia de alternativas estatales. A esto se suman las asonadas reiteradas en distintos departamentos, que más que protestas sociales son estallidos de rabia ante un Estado ausente y un gobierno que promete mucho desde el Palacio Presidencial, pero no logra presencia efectiva en la periferia, llevando al país al desfiladero peligroso de la normalización del caos, con un mensaje tácito para los territorios que están desprotegidos otra vez.
Mientras tanto, hacia afuera, la política se mueve en un universo paralelo, pues la reciente revocatoria de la visa estadounidense al presidente Gustavo Petro, presentada como castigo diplomático, terminó alimentando la narrativa que él mismo venía construyendo desde hace meses al presentarse como un líder acosado por el ‘imperialismo yankee’. Lejos de ser un chispoteo improvisado que Petro aduce su desinterés porque ya conoció al Pato Donald, fue una jugada calculada con la que activa a su base, desvía la atención de sus fracasos internos y refuerza la épica del mandatario que desafía al poder global, así la prensa internacional se distrajo con la pugna Petro–Trump. Pero dentro del Pacto Histórico se consumaba una purga silenciosa al marginar figuras simbólicas para petrismo como Gustavo Bolívar, Susana Muhamad y María José Pizarro, que fueron excluidos por una realidad pragmática: no tener votos suficientes, mientras el propio presidente avalaba por X a Daniel Quintero desde la gran manzana del mundo (tierra del pato Donald), aunque sea un candidato respaldado por las mismas maquinarias que antes juró combatir pero lo dijo el mismísimo Petro que la política se hace con los que tienen votos.
Capítulo aparte merece la reflexión que Colombia registra hoy desde las noticias internacionales, arrancamos una semana con un presidente ultra activista cuya fórmula para mantener cohesionadas a sus huestes de cara a 2026 descansa en discursos anacrónicos, dislates y en la creación de enemigos externos que lo mantengan como líder de izquierdas latinoamericanas, desde luego, para distraer su débil gestión interna.
Desde una opinión pragmática y realista podemos decir que el presidente asume dos posiciones: la primera es de un activista que con megáfono en mano en medio de una pequeña marcha pro-palestina desde una calle de Nueva York se enfrenta al imperio gobernado por Trump, todo evocando sus balconazos predilectos que lo llevaron del palacio de Liévano al de Nariño; y la otra faceta es de un mandatario local hablando desde un atril de la ONU, en plena soledad internacional, haciendo todo para que lo escuche sus propias huestes domesticas con el fin de ganar algunos adeptos indecisos de centroizquierda que aún se sensibilizan con discursos de derechos humanos universales, sumado a la caja de resonancia de las denuncias por genocidio e injusticias globales como las ocurridas en Gaza, pero realmente hacia adentro su agenda nacional es escasa, atrapada en recetas anacrónicas y mal aplicadas que no lo dejan bien parado por su incoherencia y su precaria gestión real.
Luis Fernando Ulloa
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