En los últimos meses, las calles de ciudades como Antananarivo, Lima, Rabat, Yakarta y Manila se han llenado de jóvenes exigiendo cambios urgentes. Jóvenes que sienten que el mundo que heredarán está en llamas, que las promesas de los líderes se quedan en papel y que cada desastre natural, cada inundación o sequía, es un recordatorio de la falta de acción real.
Estos jóvenes no piden pequeños ajustes; reclaman justicia climática, igualdad social y gobiernos transparentes. Su voz es intensa, urgente, casi desesperada, y no están dispuestos a esperar décadas mientras los líderes discuten metas a largo plazo y políticas tibias.
Por otro lado, los líderes mundiales parecen moverse en un ritmo diferente. En las cumbres internacionales, entre discursos y compromisos, las decisiones son medidas, estudiadas, muchas veces dilatadas por intereses económicos y políticos. Prometen reducción de emisiones para 2050, planes de adaptación para el futuro y metas de inversión en energías verdes. Pero mientras ellos negocian y calculan, los jóvenes ven cómo el clima se deteriora, cómo la desigualdad se profundiza y cómo la corrupción frena cualquier avance tangible.
Esto, en cuanto a los que hablan de estos temas. Pero presidentes y partidos políticos de las grandes economías del planeta, no solo ignoran el tema, sino lo niegan a toda costa, llevando al mundo en esta dirección. Conocemos de manera exhaustiva las medidas tomadas en Argentina, Estados Unidos, Hungría, y otras naciones con gobiernos que declararon la guerra a la sostenibilidad.
Este contraste genera una sensación inquietante: los jóvenes exigen acción inmediata, soluciones visibles y rendición de cuentas; los líderes ofrecen marcos de acción a largo plazo, promesas vacías y compromisos que muchas veces se quedan en la teoría, o incluso ofrecen un incremento en la contaminación en nombre del crecimiento económico. ¿Es posible reconciliar estas dos velocidades? ¿o tres velocidades? ¿Cómo confiar en una dirección que parece moverse más lentamente que los propios desastres que amenaza nuestra vida cotidiana?
Los ejemplos son claros. En Madagascar, la sequía ha dejado a comunidades enteras sin agua suficiente, mientras los gobiernos hablan de estrategias climáticas nacionales que tardarán años en implementarse. En Perú, las protestas contra la corrupción y la mala gestión de los recursos naturales coinciden con planes mineros que prometen crecimiento económico, pero ignoran la destrucción ambiental local. En Filipinas, los jóvenes enfrentan tifones devastadores año tras año, mientras la política energética sigue priorizando combustibles fósiles.
Estos movimientos juveniles no solo son una reacción emocional; son un llamado urgente a repensar la manera en que medimos el progreso. Demandan que la sostenibilidad, la equidad y la justicia no sean conceptos abstractos en informes o discursos, sino acciones concretas que mejoren la vida de todos aquí y ahora.
Nos queda preguntarnos: ¿podrán los líderes del mundo escuchar realmente este clamor, o seguiremos atrapados en un ciclo donde la urgencia de los jóvenes se estrella contra la lentitud de la política internacional? El futuro parece estar en juego, y la brecha entre quienes sienten y quienes deciden nunca había sido tan evidente.
PD: ¿Acaso es solo un sector de los jóvenes? ¿o solo en algunos países? La participación juvenil fue un factor clave en la victoria de Donald Trump: en 2024 logró aumentar su porcentaje entre votantes de 18 a 29 años, pasando de ganar alrededor del 36 % de ese grupo en 2020 a cerca del 46 % en esa franja etaria en esta elección. Este cambio no fue casualidad; muchos jóvenes estaban hartos del estancamiento económico, los precios que no paran de subir, la deuda estudiantil, y la incertidumbre sobre su futuro.
A eso se suman factores culturales y de comunicación: redes sociales, medios alternativos y discursos que apelan a la identidad, al resentimiento o al deseo de alguien que “haga algo distinto”. Este empujón de jóvenes desencantados le dio a Trump una base de apoyo más amplia, especialmente entre hombres jóvenes, personas sin título universitario o con preocupaciones económicas inmediatas.
¿los jóvenes no siempre son rebeldes o liberales? ¿o viceversa?
Juan Camilo Clavijo
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