Dadas la magnitud de los recortes necesarios, el poco tiempo disponible para implementarlos y un contexto político desafiante, un sobrepaso del umbral de 1,5 °C ocurrirá, muy probablemente dentro de la próxima década. UNEP. Emissions Gap Report 2025: Off Target.
Los últimos análisis del Emissions Gap Report del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) muestran una realidad contundente y preocupante: aun si los países cumplen sus compromisos climáticos actuales, el mundo sigue encaminado hacia 2.8 °C de calentamiento global.
Este dato no es técnico; es político, social y existencial. Significa que los modelos de sostenibilidad y de ESG —pensados para gestionar riesgos en un mundo de 1.5 °C— son ahora insuficientes frente a un escenario de impactos más agresivos, menos previsibles y, sobre todo, con efectos desproporcionados sobre las comunidades que históricamente han protegido los ecosistemas: las comunidades indígenas.
Estas comunidades son guardianas del 80% de la biodiversidad que queda en el planeta. Esto quiere decir que, si realmente queremos proteger los sistemas naturales que sostienen la vida —la selva amazónica, la cuenca del Congo, los bosques de Papúa Nueva Guinea, las selvas del Sudeste Asiático, y las reservas marinas del Pacífico Sur y Norte frente a Canadá y Estados Unidos, entre otros ecosistemas— es imprescindible empoderar a quienes han sabido conservarlos durante siglos. No es una narrativa romántica: es un hecho estratégico. Si queremos conservar los pulmones del mundo, necesitamos fortalecer a sus guardianes.
Sin embargo, la realidad actual es otra. Las comunidades indígenas reciben menos del 1% de la financiación climática internacional. Además, sus modelos de gobernanza rara vez se tienen en cuenta en las decisiones. Con demasiada frecuencia, la llamada “consulta previa” se reduce a una casilla por marcar dentro de un formulario corporativo, para avanzar con un proyecto que ya está diseñado antes de que la comunidad tenga voz.
Los ESG, en su forma actual, ¿han contribuido a mejorar la gestión de riesgos de las empresas? La respuesta es sí. Pero cuando se trata de trabajar con comunidades, se queda corto. No puede negar su naturaleza extractiva: recoge información cultural, geográfica, social y política para alimentar reportes corporativos, sin retorno para esas comunidades o, peor aún, sin transparencia sobre el uso de esos datos.
Ha llegado el momento de que los criterios ESG evolucionen. Deben pasar de ser transaccionales a ser transformacionales. Es decir, dejar atrás la lógica de “evito riesgos, reporto métricas, reduzco mi huella” y avanzar hacia una postura afirmativa: “redistribuyo poder, comparto decisiones, regenero sistemas.” Lo uno no excluye lo otro. Al contrario: redistribuir poder, compartir decisiones y regenerar sistemas incluye —y amplía— la mitigación de riesgos, la medición de resultados y la reducción de impactos. La diferencia es que esta expansión genera beneficios reales en el territorio y para las personas, no solo en los informes.
Esto implica un cambio profundo, que también debe venir desde las políticas públicas. Las leyes y marcos regulatorios deben abrir espacio a la participación real y a la gobernanza compartida, no solo exigir a las empresas que “consulten”: deben empoderar a las comunidades, fortalecer sus capacidades y asegurarles acceso directo a recursos y decisiones. Porque lo que está en juego es mayor que una matriz de indicadores ESG.
Si no hacemos este cambio, en un planeta que se calienta 2.8 °C, los riesgos dejarán de ser financieros para convertirse en riesgos sociales: acceso al agua, salud, migración forzada, seguridad alimentaria. En ese escenario, los modelos de gestión del agua ya no pueden depender únicamente de infraestructura o soluciones tecnológicas. Deben integrar los saberes indígenas sobre cómo regenerar ecosistemas en lugar de limitarse a mitigar impactos. La resiliencia ya no puede medirse por la cantidad de proyectos ejecutados, sino por la capacidad de una comunidad de mantener su forma de vida con autonomía y dignidad.
Este no es un llamado a añadir un indicador nuevo a una hoja de cálculo. Es un llamado a cambiar el centro de gravedad del ESG: de la gestión de proyectos a la regeneración de sistemas. De la participación simbólica a la gobernanza compartida. De la consulta al co-liderazgo.
Porque si no lo hacemos, no solo estaremos fallando en nuestras métricas de sostenibilidad. Estaremos fallando como humanidad.
Juan Camilo Clavijo
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