En los días previos al Solsticio Invernal, cuando el Reino del Águila (EE. UU.) celebraba su festividad anual, una extraña sombra de volatilidad cruzó los cielos. Aun con una semana corta, las bolsas del reino resurgieron, impulsadas por la profecía de que la Gran Fed reduciría las tasas el décimo día del último mes. Los reinos emergentes, desde Chile hasta Brasil, marcharon también con renovado brío.
Lejos al sur, Chile vivía su propia contienda: la ventaja de Kast sobre Jara era tan amplia que los mercaderes ya daban por hecho el cambio del estandarte el 14 de diciembre, y las bolsas celebraban como si la batalla ya hubiera terminado. Al este, los vientos de la guerra entre Rusia y Ucrania parecían ceder por un supuesto pacto impulsado por los sabios del Águila.
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El petróleo, confundido, cayó… y luego rebotó, dudando de si aquel acuerdo era un camino real o solo un espejismo más en la niebla. En las Tierras del Crudo, las profecías eran sombrías: sobreoferta creciente, y oráculos como Goldman y JPMorgan anunciando precios bajos que herían a los reinos productores, entre ellos Colombia.
En América Latina, Brasil brillaba como un reino próspero, mientras Colombia avanzaba con paso firme… aunque su moneda no tenía aún la fortaleza de sus aliados del norte y del sur.
Pero en los salones de los estrategas se hablaba de un temor más profundo: el espectro de un ataque especulativo, igual al que azotó a Brasil en 2023–2024, cuando su moneda cayó y las tasas debieron subir hasta niveles que harían temblar a cualquier consejo de magos.
Ahora, decían los vigías, Colombia caminaba por una senda parecida. La inflación proyectada para 2025 sonaba a advertencia. El mercado ya hablaba de tasas cercanas al 11% en 2026. Los bancos extranjeros susurraban que se acercaban más subidas. Y el dólar aguardaba, silencioso, como una bestia en la oscuridad. Porque, según los antiguos pergaminos, no son los TES los que despiertan al dragón… sino un salto repentino del dólar.
El Banco de la República se encontraba entonces ante su prueba más dura: – Mantener la credibilidad del reino. – Evitar repetir el Error de Brasil. – Elegir si levantar la espada ahora… o esperar a enfrentar una tormenta de devaluación. Y así, mientras los reinos observan y los mercados contienen el aliento, la historia aguarda el próximo movimiento del Consejo Colombiano… pues incluso los dragones financieros duermen, pero nunca por mucho tiempo.
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