Empezó el nuevo sexenio mexicano con el presidente Enrique Peña Nieto. Primero debemos decir que se trata del regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno, el partido heredero de la revolución agrarista mexicana de 1910, la de Emiliano Zapata y Francisco Villa.
Un Partido que ejerció el poder ininterrumpidamente desde la postrevolución hasta 2000 en que la perdió frente al PAN con Vicente Fox como su candidato y que construyó una democracia muy sui generis a lo largo del siglo XX, con un partido hegemónico, el PRI, que controlaba todos los resortes del poder y otros partidos menores, pero que no tenían capacidad de poner en riesgo esa hegemonía durante más de medio siglo.
Pero el PRI, a pesar de perder la Presidencia, no desapareció como actor político, por el contrario siguió siendo el partido con mayor peso relativo en el Congreso mexicano y en muchos de los Estados del México federal.
En segundo lugar hay que anotar que el PRI que llega a la Presidencia de nuevo, no es necesariamente el mismo partido del pasado.
Ha vivido un proceso de modernización en sus cuadros, una nueva tecnocracia liderada por el hoy Presidente Peña Nieto parece ser la fuerza predominante en el interior del partido, pero por supuesto no se trata de que haya dado un viraje total.
Creo que coexisten en el interior del PRI viejas tendencias más burocráticas, nacionalistas y con fuertes influencias clientelares, con la nueva tecnocracia de influencias más neoliberales y más conectadas con la globalización e integración de los tiempos actuales.
Este va a ser un reto interesante para observar, si se consolida la tendencia más moderna en el interior del Gobierno o por el contrario retoman mucho poder las viejas tradiciones nacionalistas y burocráticas.
En tercer lugar, hay que señalar que los Estados Unidos Mexicanos, es uno de los dos países más grandes e importantes de Latinoamérica y también un referente para la región y en esa medida sus políticas tienen impacto más allá de sus fronteras.
Como se conoce, el desafío más grande que tiene es enfrentar una criminalidad creciente asociada al alza de los carteles que trafican drogas ilícitas -México es un país de tránsito de drogas ilícitas para el mercado más grande de drogas ilegales, los Estados Unidos-, pero también es una importante ruta de tráfico ilegal de personas y de migrantes ilegales que siguen creyendo en el llamado ‘sueño americano’.
Al respecto, va a ser importante saber si el gobierno del PRI va a continuar la llamada por el anterior presidente Calderón, ‘guerra contra las drogas’, incluyendo la vinculación activa de las Fuerzas Militares a la misma, lo que en parte se explica por la inexistencia de una Policía Nacional creíble -recordemos que México por su estructura de Estado Federal cuenta con policías municipales, pero la gran mayoría sin capacidad real para lograr cumplir su papel frente a un crimen organizado que cada vez actúa más violentamente-.
Todo indica que habrá ajustes en las políticas frente a este problema, pero habrá que esperar cuáles son los nuevos ejes de la misma.
Igualmente cómo va a manejar la política migratoria con Estado Unidos, pues parte importante de la población trabaja en la economía norteamericana.
Afortunadamente para los mexicanos, su economía sigue teniendo una perspectiva de crecimiento y una dinámica asociada a la integración con Estados Unidos y Canadá, lo cual es un importante ‘colchón’ para desarrollar políticas sociales que aminoren niveles de pobreza y permitan un México más integrado y jugando un papel importante en la región.