Corrupción, divino tesoro

LA OPINIÓN DE JAIME POLANCO

Hace unos años en uno de los países más desarrollados del mundo, comprobé lo que realmente significa la corrupción. Tras un espectacular accidente de aviación espacial, vino una investigación oficial que colmó la atención de los medios de comunicación y que puso a todos con los nervios de punta. En ésta se dedujo que en el estricto sistema de contratación de una de las agencias insignias del Estado, alguien metió la mano. Contrató un proveedor a un precio “convenido”, que usó materiales defectuosos y por esto, se produjo el fatal desenlace. Siete héroes de la patria fallecieron en uno de los retos tecnológicos más importantes de nuestro mundo.

Despedido el alto funcionario, acabada la investigación, adormilados los poderosos medios de comunicación y hechas miles de recomendaciones posteriores, todo el mundo pensó que el problema estaba resuelto. Y no.

Años más tarde volvió a pasar exactamente lo mismo. Otros proveedores, los mismos procesos corruptos que habían permitido pagar por materiales de menor calidad en aquel desafortunado accidente. La pregunta entonces fue: ¿Para qué esa pantomima; ese show ;las comisiones de investigación; los decretos presidenciales, si todo iba a seguir igual Vivimos cínicamente escandalizados estas últimas semanas por un escándalo de corrupción de una gran empresa extranjera que involucra por el momento a algunos altos funcionarios de la administración pública colombiana.

¿Realmente alguien cree que esto empezó ayer?; ¿Que afecta a un sólo sector como el de la construcción?; ¿Que sucede en una ciudad en particular?; Y que con el sistema sofisticado que tenemos para detectar malos personajes, ¿nadie se había dado cuenta?; ¿Que solamente merece ir al infierno mediático el que supuestamente paga y no los socios de su consorcio que le acompañan? Parece que nos hemos caído de una higuera hace diez minutos.

La corrupción es algo histórico. Nuestras democracias fueron fuertemente afectadas por periodos dictatoriales poco transparentes y muy dados a entregar los países a amigos y extraños con tal de permanecer en el poder el mayor tiempo posible. Estos períodos dieron paso a sistemas democráticos débiles, con economías frágiles y poco consolidadas, con sistemas de control inexistentes y con un nivel de funcionarios muy voluntarista y mal pagado.

Todo esto junto a unas compañías ávidas de saltarse los procesos licitatorios, buscar el lado mas débil de la ley, aceitar el sistema en beneficio propio. Esta filosofía dio lugar a lo que “hace unos días” descubrimos anonadados como corrupción. El viejo axioma “a menor control, mayor corrupción” sigue vigente en muchos de nuestros países. Las leyes existen pero la voluntad de cumplirlas no. Los funcionarios públicos o privados siempre están dispuestos a hacer “favores” a cambio de algo. Licencias de construcción, licitaciones, propiedad de la tierra, aduanas, salud, compra de votos y una interminable lista que haría temblar los pilares del Estado de conocerse sus protagonistas.

Por años, hemos visto favorecidas compañías de toda índole por la necesaria privatización del patrimonio del Estado, hemos visto leyes a favor y en contra de compañías de gaseosas, bancos, eléctricas, televisores, agro industrias, aviación, petróleo, minería y tantas otras que han estado corrompiendo al Estado por tierra mar y aire. O es que nadie ha visto que en casi todos los sectores económicos e industriales colombianos hay dos grandes empresas que casi siempre pertenecen a los mismos grupos empresariales? ¿Será casualidad o hace falta la ayuda de alguien para que sea así ?

Mientras todo esto ocurre, los gobiernos en vez de diseñar estrategias en contra de la corrupción, dedican tiempo y muchos recursos a pensar en nuevos y creativos impuestos que cubran el déficit fiscal de las pobres arcas del Estado. Si alguien hiciera el ejercicio de calcular sobre un porcentaje de reducción de la corrupción versus el ingreso por impuestos, nos sorprenderíamos de la cantidad de billones de pesos que se incorporarían a la actividad normal del país.

Hemos pasado años con una opinión publica pasiva, unos medios de comunicación complacientes y muchos cómplices de lado y lado. Parecía que todo se justificaba en bien de la democracia. Que las mermeladas eran buenas para untar solo en las barras de pan. Pero el país no sale de su estancamiento, muchos de sus proyectos de infraestructura están eternamente retrasados, muchas de las grandes reformas del Estado como la salud y la educación no tienen los mínimos recursos para dar soluciones a tanta demanda y lo que es más terrible , la clase política no ayuda por que no “interesa” que haya transparencia, ¿para qué, dirán algunos? Así que en estas circunstancias y con estos mimbres, hagámonos pasito no?